Este es una excelente descripción del método científico, que debe ser leída por todos los que nos hemos visto abrumados por la llamada “ciencia” de estos tiempos de pandemia.

¿A QUIÉN CREER? ¿EN QUÉ CREER?

Por Robert E. Wright
American Institute for Economic Research
12 de noviembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como robert e. wright institute for economic research believe November 12, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Estoy un poquito más que apesadumbrado al tener que discutir este asunto, nada menos que en el 2020, pero, aquí estamos, como sociedad, correteando como niños asustados, creyendo todo tipo de afirmaciones en las que no deberíamos creer, y dejando de creer todo tipo de aseveraciones que, por lo menos, deberíamos considerar con mayor cuidado.

¿En qué debería creer y en que no un adulto racional? es una pregunta infructuosa pues es demasiado amplia. Si fuera presionado a responderla, diría, “muy poco en ambas vías.” Sabemos asombrosamente poco que vale la pena saber, en especial de la variedad positiva.

He aquí un ejemplo de lo que quiero dar a entender: si se les preguntara, la mayoría de los estadounidenses “sabe” que la Declaración de Independencia se firmó el 4 de julio de 1776. Ellos pueden decir eso de memoria o, al menos, escogerlo de una lista, dando a entender que no fue firmada, digamos, el Día de la Navidad de 1793, o el Día de los Tontos de 1020. Resulta que están equivocados en cuanto a que el documento f en realidad se firmó el 2 de agosto de 1776. Los Estados Unidos ni siquiera declararon su independencia un 4 de julio, sino dos días antes. El “cumpleaños” de la nación tiene lugar en el aniversario de la aprobación por el Congreso del famoso texto final de la Declaración.

Estamos equivocados en esto debido a una confusión acerca del verbo y, francamente, porque no importa para la forma en que hoy vivimos nuestras vidas, independientes de la Gran Bretaña, pero aún no independientes de influencias autor-itarias.

Sí, autor-itarias. Nos inclinamos mucho a la autor-idad de los autores, en especial aquellos que pretenden ser científicos o periodistas de “élite” o académicos.

Demasiados estadounidenses creen X por alguna razón (alguna afirmación acerca de política o con claras implicaciones políticas), porque suena “correcta o es el “despertar de moda” o es políticamente correcta o por lo que sea. Luego, buscan autoridades que afirman X y bloquean, vilipendian o malinterpretan a cualquiera que asevere ~X. (A esto se le llama el sesgo de la confirmación). Ellos inundan a aquellos que apoyan X con superlativos, a la vez que implican, a veces en voz alta, que quienes apoyan ~X deben ser tontos, pagados a sueldo o del todo malvados.

El hecho es que un 99.9 por ciento de la población no puede formular nada más que una simple opinión acerca de la mayoría de las Xs de importancia política real. Algunos no tienen el trasfondo educativo para entender X, mientras que otros simplemente no tienen tiempo de mirar a lo interno del asunto con mayor profundidad.

En otras palabras, si bien ellos pueden opinar acerca de X, sus puntos de vista no deberían tener mayor peso que si afirmaran que “Y es el mejor color.” Sin importar si el 99% de la población está de acuerdo, no hay base objetiva para la afirmación, que es la razón por la que la llamamos una opinión.

Para cualquier política determinada, alrededor de un 0.1% de la población puede ir más allá de una simple opinión, para hacer una valoración más informada con base en su experiencia, perspicacia, o lo que en un tiempo se llamó discernimiento. Todo mundo debería dar la consideración debida a sus “opiniones de experto” (que deberíamos realmente llamar “juicios informados” o “discernimiento de experto” para evitar la confusión con opiniones generales), pero todos debemos tener en mente que los expertos, como seres falibles, pueden estar equivocados y que los expertos en X pueden ser parte del 99.9% cuando se trata de los temas Y o Z.

La habilidad para discernir expertos reales de aquellos quienes alegan tener un estatus de experto, es difícil de desarrollar. La clave es entender precisamente qué es lo que está bajo discusión. Si el tema es la distribución de un patógeno, entonces, un epidemiólogo o un especialista relacionado puede ser un experto. Si el tema es cómo, quienes hacen las políticas, deberían responder a un patógeno, entonces, muchos de otros tipos de especialistas podrían también ser expertos, incluyendo economistas, quienes se especializan en recordar buscar costos no previstos.

Entre más complejo o “infame” sea el problema de política, más expertos estarán en desacuerdo acerca del rumbo apropiado de la política y menos se montarían los no expertos en el autobús de un tipo u otro de especialista, dado que la mayoría de ellos es posible que vislumbre al mundo desde un punto de vista demasiado estrecho, a través del agujero del alfiler, como recientemente lo puse. Y ese, especialmente, es el caso cuando el especialista proviene de una de las especialidades más arrogantes, como la práctica clínica o la epidemiología. Los primeros se convencen a sí mismos de que “salvan gente” y los últimos usan mucha matemática, lo que hace que aparezca como si fuera más preciso o “científico” de lo que es en realidad.

Crecientemente, autor-idades en algunas especialidades deliberadamente distorsionan estudios para brindar “evidencia” de sus resultados de políticas favoritas. Algunas admiten directamente que su objetivo es la “justicia social.” Considere, por ejemplo, este reciente aviso de empleo de un académico para dirigir la “Escuela de Transformación Social” de la Universidad del Estado de Arizona, que se “enfoca en el conocimiento transformacional, que incluye enfoques de investigación creativos acerca de temas y preguntas incorporadas en contextos históricos, sociales y culturales más amplios.”

Aparentemente, el objetivo no es aumentar el conocimiento para desarrollar los enfoques más eficientes para los problemas sociales; es para publicar cualquier cosa que sea necesaria para convencer a la gente de que la sociedad necesita ser transformada, sin duda en una forma muy específica, pues los investigadores deben “dar cuentas a las comunidades con las que ellos se involucran; y para darle un trasfondo a la transformación social en los niveles locales, nacionales y globales.”

En resumen, las autoridades expertas pueden estar equivocadas pues ellas son humanos falibles, porque tienen una agenda política o de política, y porque en verdad no son verdaderos expertos acerca del tópico entre manos o están viendo un problema amplio desde una estrecha perspectiva del especialista.

Si usted está pensando que, tal vez, no sea una idea tan buena seguir ciegamente la autor-idad experta, sin importar qué tan bien pueda ella sonar, ¡ha hecho un buen trabajo siguiendo mi tren de pensamiento! Pero, luego, uno se pregunta en quién o qué, si es que hay algo, usted puede creer.
Yo no soy un postmodernista quien piensa que la verdad no existe y que todo lo que pasa por conocimiento es tan sólo una expresión de poder. Como los escritores de Los Expedientes Secretos X, creo que “la verdad está ahí afuera” pero que es sumamente difícil de entender, incluso para monos relativamente inteligentes como nosotros. En última instancia, la falsificación es clave: algunas veces podemos decir cuándo alguna afirmación es falsa, pero, nunca podemos estar totalmente seguros de que alguna afirmación es cierta.

Por tanto, la ciencia es un proceso de descubrimiento de aquello que es falso [Nota del traductor: por eso a dicho proceso se le llama, como lo hace el autor, “falsificación”: demostrar que algo es falso]. Empieza con un modelo o teoría que hace afirmaciones que pueden ser sujetas a prueba o falsificadas en el mundo real y moverse hacia mejores modelos, pero ello nunca termina. Entendida apropiadamente, la ciencia es una búsqueda de entendimiento, no un cuerpo de hechos.

La mejor forma de sujetar una afirmación a examen es hacer un experimento con dos sujetos de prueba idénticos, expuestos al mismo mundo excepto por una variable. Tal vez usted tiene un modelo que predice que las ratas necesitan agua para poder vivir. Usted, al azar, separa 100 ratas cercanamente relacionadas en dos grupos, dándole agua a uno de los grupos y negándole agua al otro, y observa los resultados con el paso del tiempo. Si todas las 50 ratas privadas de agua mueren y viven las 50 del grupo de control con agua, su teoría burda es confirmada, pero no probada. (Sin embargo, si todas las 100 ratas mueren, usted no tira por la borda a su teoría; usted trata de nuevo con agua más sana.)

Con el paso del tiempo, usted trabaja para refinar su teoría, tal vez tratando de determinar la cantidad de agua que la mayoría de las ratas necesita para vivir bajo temperaturas diferentes. Un modelo simple de forma reducida se hace más complejo, más como un modelo estructural que trata de predecir cadenas causales enteras y, en el proceso, explicar exactamente cuándo, adónde, cómo y por qué las ratas necesitan agua.

Los científicos sociales no pueden éticamente realizar experimentos sobre gente, de forma que deben utilizar, en vez de ello, una diversidad de otras técnicas. Todas ellas están cargadas y algunas fuertemente, en controles estadísticos sobre poblaciones grandes que graznan como patos. A lo más que los mejores científicos sociales pueden aspirar es un experimento “natural,” en donde fuerzas externas asignan personas en grupos de tratamiento y grupos de control.

Por ejemplo, en un estudio reciente, los investigadores usaron un experimento natural, la distribución efectivamente al azar de incursiones nazis sobre villas italianas entre 1943 y 1944, para mostrar que in útero [en biología se usa para describir el estado embrionario], el estrés puede negativamente afectar el desempeño ulterior en el mercado laboral de los no natos (Vincenzo Atella et al, “Maternal Stress and Offspring Lifelong Labor Market Outcomes,” Sept. 2020, IZA DP No. 13744). El resultado parece intuitivo para todos excepto un grupo de nietzscheanos de línea dura (aquello que no nos mata nos hace más fuertes, ¡aún en el útero!) y es apoyado por un modelo endocrino estructural probado en experimentos de laboratorio. Así que, parece ser una afirmación que deberíamos aceptar previamente hasta que otra prueba la cuestione.

Si alguna vez usted se ha preguntado por qué los académicos liberales se acaloran acerca del socialismo, es porque ninguno, excepto al menos tres experimentos naturales, muestran que “apesta,” como lo explican Ben Powell y Robert Lawson. Alemania Oriental y Alemania Occidental, Corea del Norte y Corea del Sur, y las Tres China (continental, Taiwán y Hong Kong) estaban divididas, como fuera debido a resultados militares, no a ideologías económicas. Las partes que llegaron a ser socialistas permanecieron relativamente pobres y atrasadas, mientras que las partes más orientadas hacia los mercados progresaron económicamente, al punto que Corea del Norte y Alemania Oriental tuvieron que construir muros para impedir que sus camaradas huyeran y que China comunista, a la larga, abrazara reformas de mercado.

Sin embargo, la mayoría de los experimentos naturales no son tan limpios, así que, en esos casos, debemos contentarnos con simplemente rechazar afirmaciones que claramente no se sostienen. Dakota del Sur y Suecia pueden haber sobrevivido la epidemia del Covid y la crisis económica sin imponer cuarentenas estrictas pues sus ciudadanos son más inteligentes que, digamos, gente de Nueva York y Nueva Jersey.
Así que, no podemos argüir que no poner cuarentenas da lugar al éxito epidémico y económico, pues, tal vez, es la inteligencia promedio lo que lo logra. (Oigan, ¡fueron lo suficientemente inteligentes como para vivir en lugares en donde no se impusieron cuarentenas!)

A pesar de ello, podemos afirmar que las cuarentenas “apestan” pues en todos lados en donde han existido han sido asociadas con (a) los resultados del Covid y de tasas de mortalidad que no han sido mejores que los de lugares que no impusieron cuarentenas; (b) resultados económicos peores que los de lugares que no pusieron cuarentenas. En otras palabras, no hay un beneficio claro en salud debido a las cuarentenas, pero son palpables costos claros, económicos y costos de salud no por Covid.

Algunos políticos han aseverado que ellos tenían que hacer algo. De hecho, esa es una falacia lógica, uno de muchos errores de razonamiento que comúnmente se hacen, que van desde el “ad hominem” (por ejemplo, atacar a Phil Magness en vez de su argumento), a la “del hombre de paja” (por ejemplo, atacar la Declaración de Great Barrington de una inexistente “estrategia” de inmunidad de rebaño), a la “apelar a la ignorancia” (por ejemplo, aseverar constantemente que este virus es “novedoso,” de forma que tenemos que poner una cuarentena).

Grandes introducciones a falacias informales, como aquellas descritas arriba, pueden encontrarse aquí y aquí [Ver fuente original indicada en Nota del Traductor arriba]. Si usted se familiariza con ellas y, luego, lee el trabajo de los impulsores de las cuarentenas, se asombrará al encontrar las muchas falacias que ellos emplean, voluntariamente o no.

Las falacias formales son incluso más problemáticas; todas son non sequitor, que literalmente significa “no se deduce.” (Hay incluso una falacia de la falacia, el argumento de que sólo porque un argumento es falaz, su conclusión es falsa. Puede ser cierta, sólo que no por las razones ilógicas aducidas.) Las falacias lógicas son las peores de todas, aunque comúnmente aparecen impresas. La más infame es tal vez la “falacia del medio no distribuido:”

Todos los hombres son personas.
Todas las mujeres son personas.
Por tanto, todas las mujeres son hombres.

Eso suena ridículo con esas premisas, pero, considere la misma forma lógica fallida con diferentes premisas:

Todas las muertes por el Covid son malas.
Todas las ideas que no son las del Dr. Fauci son malas.
Por tanto, todas las ideas que no son del Dr. Fauci ocasionan muertes por Covid.

La segunda conclusión es absolutamente tan lógicamente fallida como la primera, pero, usted la verá asumida o implicada en muchos de los artículos de los medios principales y, me atrevo a decirlo, en millones de mensajes en medios sociales.

Peor de todo, las falacias se hacen más fuertes mediante la repetición, pues ninguna persona en mil puede, y piensa, diseccionar la lógica subyacente para exponer el error.

Por tanto, ¡todo mundo sólo debería callarse y escucharme a mí! Muerto de Risa, Es Broma, ese sería un non sequitor. Lo que necesitamos es más humildad intelectual. El mundo real es complejo y la mayoría de nosotros no tiene la información, o habilidades para procesar la información, para lograr sentido de mucho de ello. Así que, en vez de subirse a trenes intelectuales y opinar que Y es el mejor color, o que las mascarillas funcionan porque… ¡porque sí!, o porque alguien en la televisión dice eso, sólo intente mirar, escuchar, pensar y hacer preguntas, en especial acerca de alternativas.

¿Por qué otra ola de cuarentenas ayudaría con la pandemia, cuando la primera onda no lo hizo? ¿Deberíamos buscar salvar la vida de una persona de 80 años ante el Covid, si eso significa que una de 20 años se quitará su propia vida? O ¿qué si un niño pobre no recibirá nutrición para su cuerpo o cerebro? Si las mascarillas son efectivas, y si la mayoría de la gente está usando mascarillas, ¿por qué los casos de Covid continúan “subiendo”? Etcétera, etcétera y etcétera.

Y, sí, yo trato de practicar lo que predico. No estoy gritando que Biden o Trump ganó la elección pues no estoy seguro de quién ganó. Puedo decirle que algunos estados parecen haberse involucrado en prácticas inconstitucionales, al permitir a gobernadores o jueces tomar decisiones electorales, en vez de ser los congresos estatales, como lo dice el Artículo 1, Sección 4, Cláusula 1 de la Constitución de Estados Unidos. Pero, sin fuentes de información exactas, todo lo que puedo hacer es prepararme para las manifestaciones que podrían sobrevenir y esperar que la Corte Suprema de Estados Unidos decida el asunto.

Robert E. Wright es (co) autor o (co) editor de más de dos docenas de libros importantes, series de libros y colecciones editadas, incluyendo Financial Exclusions publicado por el AIER (2019). Robert ha enseñado cursos de negocios, economía y de política en la Universidad Augustana, la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Virginia y en otras partes desde que obtuvo su PhD. en Historia de la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo, en 1997.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.