Yo tengo claro en quienes merecen mi confianza; unos que, por lo general, están lejos del poder, ya sea el que les permite lograr imponer su voluntad sobre gente que puede pensar por sí misma, o bien el que no se está beneficiando por la cercanía con el político para “darle asesoría” sobre lo que sirve a los intereses de este.

¿QUIÉN MERECE SU CONFIANZA EN EL DEBATE ACERCA DEL COVID?

Por Stacey Rudin

American Institute for Economic Research
26 de octubre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como stacey rudin institute for economic research trust October 26, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El filósofo estoico Epicteto creía que un carácter honorable y una vida de sabiduría empezaban con un claro entendimiento de un principio básico: “algunas cosas están bajo nuestro control, y otras cosas no lo están.” Cómo somos percibidos por otros -nuestra popularidad- en última instancia está fuera de nuestro control; deberíamos enfocarnos en el carácter, no en la reputación, pues “tratar de controlar o cambiar lo que no podemos, sólo resulta en un tormento.” El año 2020 ha mostrado la verdad de esto. Muchos estadounidenses, en especial tipos afluentes, priorizan la reputación por encima del carácter, y, en efecto, eso ha resultado en un tormento.

En el debate acerca del COVID, hay una narrativa de la corriente principal, “popular,” y otra narrativa “no popular” que compite con ella. Unirse al movimiento es fácil. Resulta en palmaditas en la espalda, validación y no requiere de confrontaciones incómodas. Esta narrativa establece que es imposible que la humanidad sobreviva la pandemia del COVID 19, sin una vacuna, cuarentenas y mascarillas, requiriéndose una combinación de ellas en un futuro indefinido. La narrativa apoya culpar a otros por “infectarlo a usted” con enfermedades, en vez de estimular la responsabilidad personal por la inmunidad y salud en general.

Por otra parte, los proponentes de la narrativa alternativa deben enfrentarse a fuerzas sociales masivas tan sólo para plantear sus argumentos, que no son radicales; apoyan un regreso a las herramientas clásicas de administración de la pandemia, las mismas usadas por Suecia y otros estados y países que no se encerraron por el COVID 19, lo que resultó en una mortalidad promedio para el 2020. Ellos no creen que esta pandemia requiere una reforma completa de los sistemas económicos, sociales y educativos. Ellos creen que todo ser humano debería estar empoderado con información verdadera acerca del riesgo y de cómo cuidar mejor la salud personal, y que lleve a cabo sus propias elecciones.

Enfrentados a estas narrativas competitivas, debemos considerar los motivos y costos. Es grande la fuerza de la presión social para conformarse con la narrativa de la corriente principal, así que sabemos desde el inicio que la gente dispuesta a discutir en contra de ella, o bien está loca o está sumamente motivada, con valor y fuerza. Es fácil eliminar la posibilidad de que está loca ̶ de muchos de ellos, como Elon Musk y los científicos que redactaron la Declaración de Great Barrington son gigantes en sus ámbitos. Ellos arriesgan todo, capeando extenuantes ataques desde todos lados, a fin de batallar contra la masa.

¿Quiénes son estas personas? ¿Qué ganan haciendo lo que hacen? El profesor de Princeton Robert P. George, especialista en filosofía moral y política y en la teoría de la consciencia, usa el ejemplo de la esclavitud para demostrar que todo dilema moral serio revela dos categorías de personas: la mayoría, que marcha a la par del espíritu [zeitgeist] popular, sin importar que tan atroz sea; y la minoría, que arriesga su propia existencia para luchar contra él.

“Algunas veces les pregunto a los estudiantes cuál habría sido su posición acerca de la esclavitud si hubieran sido blancos y viviendo en el Sur de Estados Unidos antes de la abolición. ¿Adivinen qué? ¡Todos habrían sido abolicionistas! Todos ellos habrían hablado valientemente contra la esclavitud, y trabajado incansablemente contra ella.

Por supuesto, esto no tiene sentido. Sólo la más pequeña fracción de ellos, o de cualquiera de nosotros, habría hablado contra la esclavitud o levantado un dedo para liberar a los esclavos. La mayoría de ellos -y de nosotros- habría estado de acuerdo. Muchos habrían apoyado el sistema de esclavitud y felizmente beneficiado con él.

Así que respondo diciendo que admitiré sus afirmaciones si pueden darme evidencia de lo siguiente: que en la conducción de sus vidas que hoy tienen, ellos han estado a favor de los derechos de víctimas impopulares de la injusticia, cuya propia humanidad es denegada, y si lo habrían hecho a sabiendas de que: (1) eso los haría impopulares con sus compañeros; (2) que ellos serían odiados y ridiculizados por individuos e instituciones poderosas e influyentes en nuestra sociedad; (3) que ellos serían abandonados por muchos de sus amigos; (4) que serían llamados con nombres insultantes, y (5) que ellos se arriesgarían a que no se les abrieran oportunidades profesionales valiosas, como resultado de su testimonio moral. En resumen, mi desafío es que muestren en dónde habrían estado, con riesgo para ellos y sus futuros, ante una causa que es impopular en sectores de élite de nuestra cultura actual.”

Epicteto reconocería a esta gente, dispuesta a proseguir causas impopulares, como personas de carácter ̶ gente madura quien crea su mérito propio al olvidar lo que otra gente piense acerca de ellos.

“Nunca dependa de la admiración de otros. No hay fortaleza en ello. Es un hecho de la vida que otra gente, incluso personas quienes le aman, no necesariamente están de acuerdo con sus ideas, le entiendan, o compartan sus entusiasmos. ¡Crezca! ¡Qué importa lo que los otros piensen acerca de usted!”

Mientras que este camino conduce a la sabiduría y al auto respeto, Epicteto reconoce que acarrea un tremendo costo social ̶ razón por la que sólo una minoría lo escoge. “Usted puede ser ridiculizado e incluso terminar con lo peor de todo en todas las partes de su vida pública, incluyendo su carrera, su posición social, y su posición legal en las cortes.” Esto les ha pasado a los abolicionistas durante décadas, y está sucediendo ahora con los disidentes ante el COVID: el Dr. Scott Atlas fue calumniado por 100 de sus colegas en Stanford, quienes después se rehusaron a debatir la sustancia de las afirmaciones contra él; una búsqueda en Google revelará decenas de calumnias con la Declaración de Great Barrington y sus autores.

¿Qué ganan estos oponentes a las cuarentenas al presentar su caso ante el público? Nada material ̶ un concepto que es difícil de entender para los proponentes de las cuarentenas. Lo que ellos ganan es seguridad en el conocimiento de que lucharon por la verdad, justicia y lo correcto, incluso al punto de arriesgar todo. Eso es un privilegio.

Los opositores a las cuarentenas logran luchar por los menos poderosos en la sociedad. Por aquellos quienes no tienen voz. Por la gente que está desesperada porque sus industrias sobrevivan. Por propietarios de las pequeñas empresas quienes apenas logran algo para alimentar a sus hijos. Por los “trabajadores esenciales” que están de pie en las cajas de los supermercados día tras día, mientras que sus niños se quedan en casa jugando con juegos electrónicos en vez de estar en la escuela. Por los niños de países en desarrollo, quienes caminan millas a través de los campos tan sólo para obtener una señal de WiFi. Por los adultos mayores asustados quienes no han abrazado a miembros de sus familias durante ocho meses. Por los pacientes de los hospitales quienes morirán solos y atemorizados. Por las congregaciones religiosas a las cuales se les impidió trabajar en ayuda comunal.

Por las familias privándose de días feriados, cumpleaños y viajes. Por los socialmente aislados. Por los bebés quienes están creciendo sin ver sonrisas. Por los niños con necesidades especiales privados de sus terapias, por las mujeres y niños encerrados en las casas con abusadores. Por los nuevos clientes en los bancos de alimentos, por los previamente orgullosos hombres de carrera hundidos en las filas del desempleo. Por aquellos impulsados hacia las drogas o la bebida, por aquellos cuya rehabilitación fue suspendida. Por aquellos quienes consideraron el suicidio. Por aquellos cuyas vacunas y tratamientos médicos han sido retrasados o cancelados. Por aquellos quienes se preguntan si la vida alguna vez valdrá la pena vivirla. Por aquellos que sienten que no hay nada en lo cual descansar, ahora que las vidas, formas de vida y estudios han sido diezmados por un capricho gubernamental.

Los oponentes a las cuarentenas creen que todas estas personas, cada una de ellas, merece una voz, un voto único en lo que respecta a la filosofía de su vida, y que nadie más -incluso alguien vastamente más poderoso- tiene el derecho de anularla. Al apoyar este sistema de igualdad y justicia, los opositores a las cuarentenas buscan vivir en un mundo construido sobre esos principios, que les protege a ellos mismos, sus familias y al mundo de seres humanos como un todo, priorizando los seres humanos por encima de intereses corporativos y gubernamentales.

¿Qué ganan los proponentes de las cuarentenas? Para responder esta pregunta, uno sólo necesita considerar a quién beneficia la aceptación de sus programas. Intereses tecnológicos, multimillonarios, compañías farmacéuticas, ciertos partidos políticos. El 1% ̶ la misma gente que puede fácilmente trabajar desde el hogar, aquellos que no se ven dañados por las cuarentenas, que se consideran tan inteligente su decisión acerca de “lo que debería dar miedo” que deber ser válida para toda persona en el planeta. No se necesitan votos, pues su juicio es tan bueno. Que los negocios y sistemas educativos y estructuras sociales que necesitan morir, deben morir, pues así lo dicen ellos. Todo lo que necesitan hacer para impulsar este sistema, es lograr la cooperación de los medios, lo que puede lograrse hasta sólo con billetes.

Pregúntese a sí mismos, ¿quién merece su confianza? Yo afirmaría que los oponentes a las cuarentenas son los abolicionistas de hoy -personas dispuestas a asumir una causa impopular con un riesgo increíble. Los que están a favor de las cuarentenas pueden ser “populares,” pero están del lado equivocado de la historia.

Stacey Rudin es escritora, activista, líder comunitaria, voluntaria y previa litigante en movimientos de base para asegurarse que pandemias futuras sean administradas de acuerdo con las directrices establecidas de salud pública. Una ávida jugadora de tenis y lectora, Stacey vive en Short Hills, Nueva Jersey.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.