En Las Confesiones, San Agustín cuenta que su conversión se dio cuando escuchó una voz que le dijo “tolle lege” [Toma y lee]. Sugiero la lectura de este valioso comentario del profesor Brownstein.

LOS ATAQUES A VOCES QUE DISIENTEN RETRASAN EL PROGRESO CIENTÍFICO

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
4 de noviembre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como barry brownstein institute for economic research dissenting November 4, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

La profesora de Oxford, Sunetra Gupta, una de los principales firmantes de la Declaración de Great Barrington, es una mujer del renacimiento. Además de ser una destacada epidemióloga, es una novelista clamada y traductora de la poesía de Rabindranath Tagore.

Como toda literatura buena, sus novelas en inglés y bengalí hacen reflexiones acerca de la condición humana. A pesar de ello, la reacción brutal a su rol en la creación de la Declaración impactó a Gupta. Por supuesto, escribe ella, “Esperé el debate y el desacuerdo acerca de nuestras ideas... Pero, estaba totalmente impreparada para la oleada de insultos, críticas personales, intimidación y amenazas, que enfrentó nuestra propuesta.”

Gupta explica que sus posiciones políticas son del ala izquierda. Ella es motivada por la mitigación al “daño enorme” en especial de la “clase trabajadora y de los miembros más jóvenes de la sociedad.” Por atreverse a cuestionar la ortodoxia médica del Covid-19, ella ha recibido “vitriolo y hostilidad, no sólo de miembros del público en línea, sino también de periodistas y académicos.”

Insultos, como ser de la “periferia” y “peligroso,” aseverados como conclusiones, se usan para reprimir el debate. Gupta contraataca,
“Pero, ‘periferia’ es una palabra ridícula, que implica que sólo importa la ciencia de la corriente principal. Si ese fuera el caso, la ciencia se estancaría. Y descartarnos por ser ‘peligrosos’ igualmente no ayuda, ante todo por ser un término inflamatorio, emotivo, cargado con implicaciones de irresponsabilidad. Cuando es proferida por gente con influencia, se convierte en algo tóxico.”

Gupta advierte, “Cerrar la discusión con abuso e insultos ̶ eso sí es verdaderamente peligroso.”

ABUSADORES A INNOVADORES

Tal vez, el caso más famoso de abuso lanzado a un médico innovador es aquel del Dr. Ignaz Semmelweis.

En la Viena de mediados del siglo XIX, las mujeres que estaban a punto de dar a luz se asignaban a una clínica de maternidad en el Hospital General de Austria. La clínica a la que uno era asignado era asunto de vida o muerte. Los médicos operaban la Primera Clínica; las parteras atendían la Segunda Clínica.

En su libro Meltdown, Chris Clearfield y András Tilcsik, explican que la muerte a menudo era el resultado de ser asignado a la Primera Clínica: “Los síntomas eran siempre los mismos: una fiebre terrible, escalofríos, y un dolor abdominal, que era moderado al principio, pero pronto se haría insoportable. A menudo, también, los bebés morían. La causa era la fiebre de parto, una enfermedad temida en esa época.”

Las mujeres estaban desesperadas por evitar la Primera Clínica. Los sacerdotes diariamente pasaban ronda en la Primera Clínica administrando los últimos óleos. Al mismo tiempo, la fiebre de parto era mucho menos posible en la Segunda Clínica. Las madres iban felizmente a casa a empezar una nueva familia.

En medio de fiebre de parto rampante, Ignaz Semmelweis era un “graduado de la escuela de medicina de veintiocho años de edad de Hungría y recientemente nombrado jefe residente en la clínica.” Semmelweis tomó las campanas de los sacerdotes como un llamado a la acción. Clearfield y Tilcsik citan a Semmelweis: “Esta campana era una exhortación dolorosa a buscar esta causa desconocida.” El sufrimiento humano movió a Semmelweis a echar una mirada más allá de los paradigmas existentes, tal como eso hoy mueve a Sunetra Gupta.

Como jefe residente, Semmelweis se reportaba al profesor Johann Klein. Clearfield y Tilcsik le explican, “La mayoría de los contemporáneos de Semmelweis, incluyendo su jefe dominante, el profesor Johann Klein, pensaba que la fiebre de parto era resultado de un tipo de atmósfera nociva que colgaba sobre la ciudad.” Para Semmelweis, esa explicación era absurda, pues ambas clínicas estaban sujetas a la misma atmósfera. Sin embargo, las diferencias en los resultados eran enormes: “En la Segunda Clínica, sesenta mujeres murieron de fiebre de parto en un año promedio. En la Primera Clínica, murieron entre seiscientos y ochocientos madres.”

Asombrosamente, “Cada mujer que dio a luz en la calle contrajo la enfermedad con menor frecuencia que lo hicieron las mujeres que dieron a luz en la Primera Clínica. Era más seguro dar a luz en una callejuela que en el hospital.”

No obstante, los médicos de la Primera Clínica se casaron con su paradigma del “aire nocivo.” Sólo Semmelweis se manifestó. Él escribió, “El remedio no descansa en el ocultamiento. Esta desgracia no debería persistir por siempre, pues la verdad debe ser conocida por todos los que estamos interesados.”

El desafío de Semmelweis era “convencer a una vieja guardia complaciente, una que tenía un resentimiento hacia médicos más jóvenes” de que ellos estaban “tan equivocados acerca de algo tan importante.”

Semmelweis no desarrolló una teoría acerca de gérmenes, pero, notó que los médicos tenían un “aroma cadavérico” al salir directo del cuarto de autopsias para atender los partos, a menudo sin lavarse las manos. En su sala, él requirió el lavado de manos con agua y jabón, seguido de una solución clorada. Las tasas de mortalidad en su clínica obstétrica se desplomaron de, aproximadamente un 18% en 1847, a alrededor de un 1% en el año siguiente.

Si usted piensa que los resultados de Semmelweis hablaron por sí mismos, estaría equivocado. Sus ideas no fueron acogidas. Como Gupta y otros firmantes de la Declaración de Great Barrington, fue tratado con burla y atacado por sus compañeros médicos.

De acuerdo con una descripción de Jeanne Achterberg en su libro Women As Healer, los colegas de Semmelweis “simplemente se negaron a creer que sus propias manos eran el vehículo de la enfermedad.” En vez de eso, escribe Achterberg, “ellos lo atribuyeron a un fenómeno espontáneo que surgía de la naturaleza ‘combustible’ de la mujer parturienta.” Sus contemporáneos trataron a Semmelweis como un hereje.

El profesor Klein se rehusó a considerar la evidencia que Semmelweis estaba produciendo. Clearfield y Tilcsik citan al historiador de la medicina, Sherwin Nuland, explicando el comportamiento del profesor Klein:

“Desde el principio, [Klein] había visto con alarma la influencia creciente de los más jóvenes en la escuela de medicina. Y, siendo humano, tenía dificultados para encarar la evidencia creciente que Semmelweis había descubierto, algo verdaderamente valioso que podría salvar muchas vidas, algo que su propio rechazo a cambiar un punto de vista pasado de época, le había impedido ver.”

Semmelweis “terminó el plazo de dos años como jefe residente.” La renovación de su nombramiento fue negada, a pesar de su éxito. En palabras de Clearfield y Tilcsik, “Tener alrededor a Semmelweis era demasiado problemático. Semmelweis fue despedido y uno de los protegidos de Klein le reemplazó.”

Con el tiempo, destruida su carrera, Semmelweis fue internado en un manicomio, en donde fue golpeado por los guardianes y murió.

POR QUÉ OTROS NO ESCUCHAN

El reflejo de Semmelweis “es una metáfora de una tendencia parecida a un reflejo, de rechazar evidencia nueva o nuevo conocimiento porque contradice normas, creencias y paradigmas establecidos.”

“El disentimiento no hace diferencia si nadie escucha. Y escuchar una voz disidente puede ser tan fuerte como decir lo que se piensa,” señalan Clearfield y Tilcsik.

Así como pasó con el profesor Klein en 1847, y lo es hoy con el Dr. Fauci, en especial, a aquellos en posición de autoridad no les gusta ser desafiados. Lo explica Clearfield,

“Resulta que el efecto de ser desafiado -que nuestras opiniones sean rechazadas o cuestionadas- no es sólo psicológico. La investigación muestra que hay un impacto verdadero, físico, sobre el cuerpo. Su corazón late más rápido y se eleva su presión sanguínea. Sus vasos sanguíneos se encogen como si fuera para limitar el sangrado que puede resultar en un daño en una lucha latente. Su piel palidece, y su nivel de estrés se dispara por las nubes. Es la misma reacción que usted tendría si estuviera caminando en la jungla y súbitamente veía a un tigre. Esa respuesta primitiva de luchar o correr hace que sea difícil que usted escuche. Y, según un experimento realizado en la Universidad de Wisconsin en Madison, las cosas incluso empeoran cuando estamos en una posición de autoridad ̶ cuando estamos en los zapatos del profesor Klein.”

El experimento al que se refieren Clearfield y Tilcsik fue conducido por un profesor de psicología de Berkeley, Dacher Keltner. Keltner encontró “que hasta el sentido de poder más débil -estar a cargo de algo claramente inconsecuente- puede corromper.” Continúan Clearfield y Tilcsik,

“Y es sólo uno de los muchos estudios que logran la misma conclusión. La investigación muestra que, cuando la gente está en una posición de poder, o incluso si sólo tiene un sentido de poder, es más posible que ellos no entiendan o descarten las opiniones de otros, más posible que interrumpan a otros y hablen en cualquier momento durante las discusiones, y que estén menos dispuestos a aceptar el consejo ̶ incluso de expertos.”

Lo explica el profesor Keltner, “La gente con poder tiende a comportarse como pacientes que tienen dañados los lóbulos orbitofrontales del cerebro.” Esto conduce a una “frialdad y un comportamiento altamente impulsivo,” y hasta gente bien intencionada, que no es un tirano pequeño, está sujeta al impacto corrosivo del poder.

¿Es el Dr. Fauci, el Dr. Klein de nuestra época? Fauci ha atacado al consejero del presidente acerca del Covid-19, Scott Atlas, por no tener “idea o conocimiento real alguno” y por decir cosas que “del todo no tienen sentido.” En cuanto a la Declaración de Great Barrington, Fauci la llamó “sin sentido y muy peligrosa.”

Usted podría decir, que entiende por qué los poderosos “profesores Kleins” de nuestra época no quieren escuchar voces de disentimiento. No obstante, la crítica a la Declaración de Great Barrington también ha provenido de médicos que no están en posiciones de gran poder.

Usted podría querer creer que la ciencia moderna no pasaría por alto a lo obvio. Después de todo, ¿no han conquistado los científicos modernos los sesgos de las mentalidades? Detenga sus ilusiones.

Clearfield y Tilcsik reporta que aquellos que atacaron a Semmelweis “eran gente inteligente que trabajaba en alguno de los mejores hospitales y universidades del mundo. Ellos creían en la ciencia. Ellos tan sólo pensaron que la idea de Semmelweis era equivocada. Su disentimiento, sin importar qué tanta evidencia él manejaba, no les convenció.”

Clearfield y Tilcsik estaban escribiendo antes del Covid-19; no obstante, ellos advierten que, “La complejidad sin rival de los sistemas actuales significa que probablemente estemos pasando por alto algunos riesgos que son tan obvios como el que Semmelweis descubrió. En pocas décadas, la gente puede ver en retrospectiva y pensar acerca de nosotros en la forma en que nosotros pensamos del Dr. Klein y sus amigos: ¿Cómo pueden ellos haber sido tan ciegos?

Clearfield y Tilcsik reportan resultados de investigaciones que muestran que “la desviación de la opinión del grupo [dominante] es considerada por el cerebro como un castigo.” El autor principal del estudio, el neurocientífico Vasily Klucharev, escribió, “Es muy posible que este sea un proceso automático por el que la gente forma su propia opinión, escuche el punto de vista del grupo y, luego, rápidamente, cambie su opinión para así hacerla más complaciente con el punto de vista del grupo.”

En su libro Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge [Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico], escribió Karl Popper, “La historia de la ciencia, como la de todas las ideas humanas, es una historia de sueños irresponsables, de obstinación y de errores.” Continuó Popper, “Pero la ciencia es una de las pocas actividades humanas — quizás la única— en la cual los errores son criticados sistemáticamente y muy a menudo, con el tiempo, corregidos.” El progreso científico, explicó Popper, depende de aprender de los errores. El aprendizaje depende de una investigación abierta. Gente pensante, informada, sabe que hay algo que está terriblemente equivocado con la ortodoxia del Covid-19. Otros tienen “sospechas persistentes.” Si las voces que disienten continúan siendo atacadas por aquellos en posición de poder, hay pocas dudas de que, en décadas futuras, los historiadores se preguntarán, ¿Cómo ellos pudieron haber sido tan ciegos?

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es contribuyente sénior en Intellectual Takeout y autor de The Inner-Work of Leadership.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.