EL COLECTIVISMO DEL COVID

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
2 de noviembre del 2020


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El individualismo liberal a menudo es interpretado como una ideología basada en la creencia de que los individuos son egoístas atomísticos, en donde cada uno de ellos persigue obtusamente sólo maximizar la ganancia material y la satisfacción sensual para sí. En esta interpretación, cada persona se involucra con gente fuera de su familia inmediata sólo por razones poco profundas y cautas ̶ más notoriamente, comerciar en formas impersonales que materialmente enriquecen a la persona. A los individualistas liberales se les acusa de ser ciegos ante deseos humanos más nobles, como la comunidad y un sentido de propósito más elevado que la gratificación de los deseos materiales estrechos de uno.

Esta interpretación del individualismo liberal no podría estar más equivocada. Por supuesto, el individualista liberal entiende que ser auto interesado está en la naturaleza de cada humano ̶ esto es, interesado en uno mismo (y la familia) en un grado mayor que lo que se interesa en extraños. Pero, en esta filosofía, la palabra “individualismo” se refiere principalmente al lugar de la toma de decisiones: el individuo, en oposición a lo colectivo. Los individualistas liberales entienden que, cuando a cada persona adulta se le es dado el máximo alcance para escoger y perseguir sus propios objetivos, limitado sólo por el requisito de que todo mundo disfrute de la misma libertad, emerge un orden social intrincado y vasto, a partir de la miríada de diferentes interacciones voluntarias que los individuos escogen realizar entre sí.

Este orden social no es planificado y no se puede planificar, y estimula una variedad amplia y siempre en expansión de interacciones humanas creativas, que van más allá del prudente intercambio comercial en la cercanía. F.A. Hayek lo llamó “la Gran Sociedad.” Explicó -como lo hicieron Adam Smith y otros individualistas liberales- que esa sociedad es posible sólo en tanto el individuo permanezca libre. Restrinja la libertad y la sociedad se encoge. Y, debido a que también la sociedad se empobrece al encogerse, sus miembros llegarán a tener una menor capacidad, no sólo de satisfacer sus necesidades, sino también sus aspiraciones más elevadas.

Así surge una terrible ironía: retroceder desde el individualismo liberal hacia el colectivismo reduce las conexiones de cada persona, y la dependencia, en otras personas. Al restringir el estado la libertad de cada persona para que interactúe con otros, se presentan menos interacciones. Cuando cada persona se involucra más, y depende más, con el gobierno, cada persona llega a estar menos involucrada con, y depender de, la sociedad.

A pesar de lo anterior, y en comparación con la Gran Sociedad, hasta un gobierno gigante es minúsculo y su operación mucho más limitada por constricciones formales. Y así, en el tanto en que el individualismo liberal y su Gran Sociedad den campo al colectivismo, cada persona debe descansar relativamente más en su propio ingenio, esfuerzo y recursos, al ser forzada a descansar menos en el conocimiento, esfuerzo y recursos de cientos de millones de extraños, que producen e intercambian en el mercado global. Bajo el colectivismo, cada uno de nosotros es despojado de su humanidad; cada uno de nosotros está más aislado e impotente.

El colectivismo del Covid -cuyos proponentes en apariencia no se dan cuenta de que los peligros muy reales del Covid están abrumadoramente concentrados en los viejos y enfermos- está creando esos individuos aislados.

EL INDIVIDUALISMO MONSTRUOSO DEL COLECTIVISMO DEL COVID

Más obviamente, los colectivistas del Covid les ordenan a los individuos a mantener distancia física entre ellos y, en muchos casos, que básicamente permanezcan confinados en sus casas. Estas órdenes toman poco en cuenta, si es que, en algún grado, a los perfiles extremamente diferentes de los distintos grupos etarios. La imposición de que una talla única sirve para todo, ignora distinciones relevantes entre individuos de carne y hueso.

Bajo la tiranía del colectivismo del Covid, a menudo, aquellos suficientemente afortunados en permanece empleados trabajan desde la casa, encerrados fuera de sus sitios de trabajo y se les prohíbe mezclarse físicamente con compañeros de trabajo. Al fin de cada día, muchos de los lugares que en otra época frecuentamos para recrearnos, comer, entretenerse o simplemente tener camaradería, están cerrados o bajo órdenes de limitar la ocupación. Así que, estamos más dispuestos a permanecer en la casa, solos.

Nosotros cocinamos más comidas preparadas en la casa en vez de ir a restaurantes. Hacemos por nosotros mismos reparaciones y mejoras en la casa, en vez de emplear a especialistas. Hacemos ejercicio solos, en vez de hacerlo con otros en gimnasios. Recibimos clases en nuestros hogares por medios electrónicos, los niños ya no más pueden ver a sus maestros y compañeros cara a cara. Con estadios y otros espacios cerrados a los fanáticos, más de nosotros vemos los acontecimientos deportivos en la casa. Y, a menudo, lo hacemos debido al colectivismo del Covid, eso cuando no se nos ordena que evitemos reuniones grandes, incluso en casas privadas, asustando a muchos de nosotros para que no estemos con amigos y la familia extendida, aun cuando nosotros y nuestra familia estemos entre la gran mayoría de quienes tienen un riesgo bajo de sufrir el Covid.

Lo mismo con acontecimientos culturales. Debido al colectivismo del Covid, la gente ahora “asiste” en línea, sola en la casa, siendo los conciertos musicales y las obras de teatro actuados estando vacíos los auditorios y los teatros.

Y, por supuesto, viajamos mucho menos.

Aun cuando estemos en presencia física de otros, las mascarillas destruyen cantidades vastas de comunicación que nosotros los humanos conducimos mediante nuestros músculos faciales. Hay más, las mascarillas se combinan con el mantenimiento del “distanciamiento social” entre sí -y con el ahora ubicuo plexiglás- para hacer que hasta la comunicación verbal sea amortiguada y confusa. Las interacciones personales bajo esas circunstancias impersonales e innaturales, hacen que nuestro compromiso entre sí sea más vacío, más escaso y menos rico y emocionalmente enriquecedor.

El colectivismo del Covid está rápidamente reproduciendo a individuos desconectados, aislados, solitarios, taciturnos y antisociales, de lo cual, por mucho tiempo, los colectivistas han acusado erradamente al individualismo liberal de reproducir.

EL HOMO EVITACOVIDUS

Hay otra forma, especialmente espeluznante, en que los verdaderamente disfuncionales individuos creados por el colectivismo del Covid son como los individuos atomísticos, que falsamente los colectivistas alegan está en el corazón del individualismo liberal. Es esta: los individuos creados por el colectivismo del Covid están obtusamente obsesionados con una cosa; esta es, evitar el Covid. Y la gente que no cumple obsesivamente con ese objetivo, es informada de que su fallo les marca como gente mala ̶ en efecto, como gente que merece ser despreciada y penalizada.

Se ignoran las diferencias en los perfiles de riesgo y las preferencias de riesgo. Todo mundo debe evitar el Covid, cualquiera que sea el costo.
Si bien los economistas a menudo usan el homo economicus como un supuesto simplificador al teorizar, ningún economista serio jamás ha insistido que, en realidad, los individuos del mundo real calzan con la descripción del homo economicus ̶ un sociópata ficticio lúgubre, quien obsesivamente busca maximizar su estrecho bienestar material. Mucho menos, jamás han recomendado pensadores serios que los individuos del mundo real se transforman en homo economici. Por contraste, los colectivistas del Covid creen que el homo evitacovidus es, en realidad, descriptivo de muchos individuos y, cuando no es descriptivo, es prescriptivo.

El homo evitacovidus busca maximizar una cosa estrecha y sólo esa cosa: evitar el Covid-19. Así como la caricatura del homo economicus está dispuesta a, digamos, arriesgar la desintegración de su familia para poder ganar unos pocos dólares extra al trabajar excesivamente, el homo evitacovidus está dispuesto a sacrificar las conexiones familiares, amistades, la calidad de la educación de los niños y de su propio trabajo, el simple placer de ir a restaurantes y teatros con otras personas; todo, incluso por ligeras reducciones en su posibilidad de que se contagie por el Covid. Para el homo evitacovidus, nada es tan importante, en cualquier margen, como evitar el Covid. En el tanto en que la posibilidad de contagiarse por el Covid sea mayor que cero, todos los pasos para evitarlo se justifican en la mente lastimosa del homo evitacovidus.

Tales son los monstruos espantosos incubados por el colectivismo del Covid. Esta ideología colectivista profundamente iliberal se nutre del temor irracional provocado por la inusualmente pobre información. Y se rehúsa a reconocer que los peligros del Covid-19, que en efecto son reales, no son tan grandes como lo sugieren los escandalosos encabezados diarios, y que están fuertemente confinados a grupos de enfermos, en quienes debería estar enfocada la atención preventiva, pero no lo está.

Es hora de una revuelta contra el colectivismo del Covid.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.