EL RETORNO DE LOS FLAGELANTES

Por Jeffrey A. Tucker

American Institute for Economic Research
21 de octubre del 2020


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Las cuarentenas han sido desproporcionadamente dirigidas al entretenimiento. Nada de fiestas en los hogares. Nada de viajar. Las bolicheras, bares, teatros de Broadway, parques de diversión, todos prohibidos. Boda, olvídelo. Restaurantes, hoteles, convenciones e incluso el golf, todos, fueron objetivos para los impulsores de las cuarentenas.

Aquí hay un ethos. Para derrotar a la enfermedad, usted tiene que sufrir. Usted tiene que renunciar a la alegría. Usted debe quedarse sentado en casa y salir sólo para suplir necesidades mínimas. Aún hoy, el gran mitigador de la enfermedad, Andrew Cuomo, quien ya admitió en una llamada telefónica que las cuarentenas no eran ciencia, sin temor, ha advertido a los neoyorquinos que no viajen fuera del estado, excepto que sea absolutamente necesario.

Incluso hay un nuevo disfraz asociado con el nuevo castigo nacional. Es un largo vestido de suéter, mallas de lana, zapatos deportivos grandotes, guantes y el cobertor de la cara más grande que usted pueda encontrar. No es por seguridad. Es para simbolizar su virtuosidad, arrepentimiento y filiaciones.

La primera vez que vi ese disfraz, que me recuerda a mujeres en un funeral Talibán, fue allá a medidos de marzo. Un milenario de moda, en una época viviendo una vida despreocupada, encontró un nuevo sentido sufriendo por una causa, y rápidamente se volteó contra quien no estuviera vestido de terror, a la vez que escuchaba Dies Irae [Nota del traductor: Días de Ira, himno latino del siglo XIII] en la cabeza de uno.

¿Qué está pasando aquí? Ciertamente, no es acerca de la ciencia. Hay un drama normal en operación, uno que cala hondo en algún impulso espiritual de la gente. Es acerca de la creencia de que nos están pasando cosas males pues hemos pecado. El disfraz y la prohibición del entretenimiento son parte de nuestros actos de contrición y nuestra penitencia por la maldad. ¿Suena como una locura? No tanto. De otra forma, es difícil de explicarlo. Y este tipo de respuesta a la enfermedad no carece de precedentes.

El libro Eyewitness to History de John Carey explica que los Flagelantes era un movimiento religioso que surgió durante la Muerte Negra:

“Los Flagelantes eran fanáticos religiosos en las Edades Medias en Europa, quienes demostraban su fervor religioso y buscaron la expiación de sus pecados dándose latigazos vigorosos en demostraciones públicas de penitencia. Su enfoque para lograr la redención era más popular durante épocas de crisis. La plaga prolongada, hambre, sequía y otros males naturales motivaron que miles acudieran a este método extremo de buscar alivio. A pesar de la condena por la Iglesia Católica, el movimiento adquirió fuerza y logró su mayor popularidad durante la arremetida de la Muerte Negra, que asoló Europa a mediados del siglo XIV. Usando túnicas blancas, grandes grupos de la secta (muchos llegando a los miles) deambularon por los campos, arrastrando cruces a la vez que, en un frenesí religioso, se daban latigazos a sí mismos.”

He aquí una descripción de primera mano de los Flagelantes en el siglo XIV por Sir Robert of Avesbury, tal como es citado en el trabajo clásico de Norman Cohn Pursuit of the Millenium (En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media):

“En ese mismo año de 1349, cerca del Día de San Miguel Arcángel (29 de septiembre), alrededor de seiscientos hombres llegaron a Londres provenientes de Flandes, principalmente originarios de Zelanda y Holanda. Ellos hicieron dos apariciones públicas, algunas veces en St. Paul y otras veces en otros sitios de la ciudad, usando ropajes desde las caderas a los tobillos, pero, aparte de eso, desnudos. Cada uno usó una capucha marcada con una cruz roja al frente y otra por detrás.

Cada uno tenía en su mano derecha un látigo de tres colas. Cada cola tenía un nudo y, a través de la mitad de él, algunas veces se habían colocado clavos filosos. Ellos marchaban en fila uno detrás del otro y se daban latigazos con esos azotes sobre sus cuerpos desnudos y sangrantes.

Cuatro de ellos entonarían cánticos en su lengua nativa y, otros cuatro cantarían en respuesta, como una letanía. En tres oportunidades todos ellos se arrojarían al suelo en esta especie de procesión, estirando sus manos como los brazos de una cruz. Los cánticos continuarían y, quien estaba de ultimo en la fila sería el primero en actuar postrándose, cada uno de ellos, a su vez, pasaría por encima de los otros y le daría un latigazo al hombre que bajo él.

Esto continuó desde el primero hasta el último, hasta que cada uno de ellos hubiera observado el ritual hasta el fin sobre aquellos en el suelo. Luego, cada uno se pondría sus prendas y, acarreando sus látigos en sus manos, se retirarían a sus aposentos. Se dice que todas las noches ellos realizaban la misma penitencia.”

La Enciclopedia Católica explica este momento aterrador en mayor detalle:

“Los Flagelantes llegaron a ser una secta organizada, con una disciplina severa y con afirmaciones extravagantes. Usaron un mandil y un hábito blanco, sobre cada uno de ellos había una cruz roja, de ahí que en algunas partes fueran llamados la ‘Hermandad de la Cruz.’ Cualquiera que deseara unirse a la hermandad estaba obligado a permanecer en ella por treinta y tres días y medio, a jurar obediencia a los “Maestros” de la organización, a poseer al menos cuatro peniques al día para su manutención, a estar reconciliado con todos los hombres y, si era casado, tener la aprobación de su esposa.

El ceremonial de los Flagelantes parece haber sido muy parecido en todas las ciudades del norte. Dos veces al día procedían lentamente hacia la plaza pública o a la iglesia principal, se quitaban sus zapatos, se desnudaban hasta la cintura y se postraban en un círculo amplio.

Mediante su postura indicaban la naturaleza de los pecados que ellos intentaban expiar, el asesino acostado de espaldas, el adúltero sobre su rostro, el perjuro de un lado alzando tres dedos, etcétera. Primero, ellos eran flagelados por el ‘Maestro,’ luego, ordenados a ponerse de pie de una forma prescrita, ellos se mantenían en un círculo y se azotaban a sí mismos severamente, gritando que su sangre se mezclara con la Sangre de Cristo y que su penitencia estuviera protegiendo a todo el mundo para que no pereciera. Al final, el ‘Maestro’ leía una carta que se suponía había sido llevada por un ángel desde el cielo a la iglesia de San Pedro en Roma. Esta afirmaba que Cristo, enojado por los graves pecados de la humanidad, había amenazado con destruir al mundo, pero, por intercesión de la Virgen Bendita, había ordenado que se salvarían todos los que se unieran a la hermandad por treinta y tres días y medio. La lectura de esta ‘carta,’ luego del impacto emocional causado por la penitencia pública de los Flagelantes, daba lugar a una gran excitación entre el populacho.”

Para reiterar, esta gente esperaba que todo mundo celebrara con ellos, pues eran los que estaban impidiendo que el mundo se desmoronara en su totalidad. Su sacrificio era un acto de benevolencia hacia el resto de la humanidad, así que, ¡cómo la gente se atrevía a mostrar ingratitud! Peor aún, entre más gente continuaba viviendo en la juerga y el entretenimiento, más se tenían que flagelar los Flagelantes. Por esta razón, sentían y mostraban desprecio hacia cualquiera que declinara unirse a su causa.

Si usted no ve los paralelos aquí con lo que hoy está pasando, no han estado poniendo atención durante 7 meses. Vea, por ejemplo, el odio tremendo de los medios hacia las manifestaciones públicas en favor de Trump. Esto ayuda a explicar por qué los partidarios de las cuarentenas celebraron las protestas de Black Lives Matter, pero condenaron las protestas contra las cuarentenas. Las primeras son vistas como una penitencia ante el pecado, mientras que las segundas son llamados a persistir en él.

La Iglesia Católica, que tiene una larga historia de aplastar al extremismo loco dentro de sus filas, lo tenía claro: esa era una “herejía peligrosa;” la verdadera epidemia, opinó la Iglesia, no era la enfermedad, sino una “epidemia herética,” Nada de eso importó: los movimientos crecieron y persistieron por cientos de años, probando una vez más que, una vez que el temor y la irracionalidad toman posesión, puede tomar mucho tiempo para que la racionalidad retorne.

Pero, ¿cómo puede ser esto? No somos un pueblo muy religioso como lo éramos en las Edades Medias. ¿Dónde están los sacerdotes guiando a los nuevos Flagelantes? ¿Cuál es el pecado que están intentado expiar? No se necesita tanta imaginación. Los sacerdotes son los científicos de los datos y las estrellas de los medios, quienes han estado clamando por cuarentenas y celebrándolas ahora durante la mayor parte del 2020. Y, ¿cuál es el pecado? No se requiere mucha imaginación para extender este análisis: la gente que votó por la persona equivocada para presidente.

Tal vez aquí mi teoría esté equivocada. Tal vez está pasando algo más. Tal vez, en realidad, estamos hablando acerca de una pérdida general del sentido de la vida, de una culpa que viene de la prosperidad, de un deseo de parte de muchos por apagar las luces de la civilización y regodearnos en el sufrimiento por un rato para purgarnos de la mancha del vicio. Cualquiera que sea la respuesta a la pregunta de por qué esto está realmente pasando, y que eso no tienen nada que ver con la ciencia actual, es una observación que parece ser incontrovertible.

En Inglaterra, en el siglo XIV, cuando los Flagelantes merodeadores llegaron al pueblo, miembros buenos de la comunidad encontraron divertida a esa gente y algo ridícula y, alternativamente, ellos continuaron con sus vidas, divirtiéndose y edificando una sociedad mejor y más próspera. Dejen que aquellos que quieren sufrir que sean libres de hacerlo. En cuanto al resto de nosotros, regresemos a tener buenas vidas, incluyendo tomando parte de una diversión real.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.