No estamos proponiendo nada más que evitar el enorme daño que se les está causando a nuestros niños. Con todas las medidas de precaución necesarias, las escuelas y colegios debe abrir con urgencia las clases presenciales. Vean los datos aquí presentados.

EL NIÑO OLVIDADO: LAS POLÍTICAS DE LA PANDEMIA ESTÁN DEJANDO ATRÁS A LOS NIÑOS

Por Joseph Sunde

Acton Institute
21 de octubre el 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en rojo, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como Joseph sunde acton institute forgotten October 21, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis rojos.
La pandemia del COVID-19 ha reclamado muchas víctimas, desde los millones que han contraído el virus directamente hasta muchos otros que continúan sufriendo sus disrupciones sociales y económicas.

El sufrimiento ha sido particularmente agudo para los niños, quienes permanecen confinados a sus hogares, ya sea luchando por adaptarse a regímenes de aprendizaje remoto o permaneciendo del todo misteriosamente ausentes. En particular, para las familias de bajos ingresos y de minorías, el camino es aún más difícil. Como lo expuso recientemente Jonathan Chait, “El daño social no se expandirá equitativamente.”

Entre tanto, algo paradójicamente, el caso de salud pública en favor de las reaperturas de las escuelas sólo parecer crecer más fuertemente. De acuerdo con la economista Emily Oster de la Universidad Brown, “De hecho, las escuelas no parecen ser diseminadoras importantes del COVID-19.” Observando un rango de evidencia de múltiples estados de Estados Unidos, Oster resume sus hallazgos tal como sigue:

“Nuestros datos de las últimas dos semanas de setiembre de casi 200.000 pequeños en 47 estados, revelaron una tasa de infección de 0.13 por ciento entre estudiantes y de 0.24 por ciento entre el personal. Esto es, aproximadamente, 1.3 infecciones cada dos semanas en una escuela de 1.000 niños, o 2.2 infecciones en el lapso de dos semanas en un grupo de 1.000 del personal. Aún en áreas de alto riesgo en el país, las tasas de estudiantes estuvieron muy por debajo del medio porciento….

También, datos basados en escuelas provenientes de otras fuentes muestran tasas similarmente bajas. Texas reportó 1.490 casos entre estudiantes en la semana que terminó el 27 de setiembre, con un estimado de 1.080.317 estudiantes en las escuelas ̶ una tasa de alrededor de un 0.14 por ciento. La tasa del personal fue menor, alrededor de un 0.10 por ciento.”

Esto, por supuesto, no debería sorprendernos. Tan temprano como el último julio, vimos resultados similares, tanto en facilidades de cuido infantil dentro de Estados Unidos como en escuelas que reabrieron a través de Europa. En ese momento, la Academia Estadounidense de Pediatría concluyó que “todas las consideraciones acerca de políticas para el próximo año escolar deberían empezar con un objetivo de tener presentes físicamente a los estudiantes en las escuelas.” El grupo les recordó a quienes formulan las políticas, que “las políticas acerca del COVID-19 se proponían mitigar, no eliminar, el riesgo” y que “ninguna acción única o conjunto de acciones eliminará completamente el riesgo de transmisión del SARS-CoV-2.”

Desafortunadamente, la evidencia fue básicamente ignorada, y la resistencia institucional a esos datos ha continuado hasta el día de hoy. Por supuesto, las escuelas citan un rango de factores contrapuestos, desde restricciones en las instalaciones y presupuestos hasta una retroalimentación de padres preocupados. Cada uno desempeña un papel legítimo e inconfundible en la toma de decisiones y deberían depender fuertemente de las realidades locales. Pero, cuando damos un paso hacia atrás y observamos el panorama más ampliamente, vemos que las fuerzas de la política y el partidarismo, también, en gran medida, están jugando un papel.

En un artículo que abre los ojos para el New Yorker y ProPublica, Alec MacGillis destaca estos factores dentro de las escuelas de Baltimore, haciendo ver que muchos estudiantes se están quedando atrás, debido a las estructuras de incentivos para un conjunto particular de intereses externos. Los sindicatos de maestros siempre se han opuesto a la reapertura. Pero, según MacGillis, las propuestas directas de la administración Trump para reabrir las escuelas les brindó a ellos una cobertura política conveniente, para crear un consenso cultural que despreció la evidencia actual ̶ en particular, en estados y ciudades que se inclinaban hacia la izquierda.

“Nuestros maestros estaban listos para regresar mientras fuera seguro,” dice Randi Weingarten, presidenta de la Federación Estadounidense de Maestros. “Luego, Trump y [Betsy] deVos jugaron su política de m….”

Y, después, con poco sentido de la ironía o de consciencia, los sindicatos de maestros rápidamente procedieron a jugar su propio juego. “Ahora que se siente casi como una tontería hablar de datos,” dice la epidemióloga de la Universidad Johns Hopkins, Jennifer Nuzzo, al reflexionar acerca de la dinámica política durante el verano. “La decisión iba a tomarse no con base en datos, sino en la política.”

Investigación nueva ahora afirma esa narrativa, mostrando que la salud pública no estuvo en última instancia al frente de la preocupación pública. Según un estudio de Jon Valant de la Institución Brookings, “no existe una relación… entre las decisiones de reabrir los distritos escolares y los nuevos casos de COVID-19, per cápita,” y, sin embargo, “hay una fuerte relación… entre las decisiones de reabrir de los distritos y el apoyo a nivel de condado hacia Trump en la elección del 2016.” En otro estudio, los politólogos Michael Hartney y Leslie Finger observaron un conjunto amplio de datos nacionales, concluyendo que “la política, más que la ciencia, definió la toma de decisiones del distrito escolar,” y que el “partidarismo masivo y la fuerza de los sindicatos de maestros explican mejor cómo las juntas escolares enfocaron la reapertura.”

En cierto nivel, el juego político fue sólo una excusa ̶ una distracción conveniente para esconder una variedad más sistémica de resistencia. Como lo hace ver Chait “los incentivos de los sindicatos están mal alineados con aquellos de sus estudiantes.” De hecho, aun cuando son legítimas y entendibles las preocupaciones contrapuestas, el peso de todo esto se siente diferente si se trata de un maestro que de un estudiante:

“Para los niños y las familias, la educación en persona presenta un intercambio entre los riesgos de salud por ir a la escuela, y los costos económicos y sociales de quedarse en casa. Para los estudiantes de bajos ingresos más jóvenes, los costos de perderse la escuela en persona son catastróficos y permanentes.

Los maestros, por otra parte, se ven incentivados casi en su totalidad para minimizar los riesgos de salud. Se les paga el mismo salario si van a la escuela o si enseñan desde el hogar. Ellos pueden sentirse tristes al ver a sus estudiantes agitarse, pero no tienen algo comparable como la inversión que hacen las familias.”

Al fin de cuentas, sin embargo, son los maestros, no los estudiantes, quienes tienen el grueso del poder y la representación pública. En medio de todas las disputas ilógicas y cálculos de riesgo auto enfocados entre adultos, la ciencia actual puede rápidamente ignorarse mientras se deja a los niños que sufran en silencio.

“Las voces que no escuchamos son aquellas que están acalladas en el hogar,” dice la profesora de educación en Harvard, Meira Levinson, al reflexionar acerca de encuestas a padres y maestros que se opusieron a la reapertura. “No tenemos un mecanismo para escuchar a los estudiantes. No existen encuestas a niños de 6 años.”

El dolor subsecuente se sentirá de alguna forma por todos los niños. Según estudios nacionales, los estudiantes de la primavera pasada pueden haber ganado tan sólo un 70% de la comprensión de lectura de un año normal y sólo un 50% en matemática. En las escuelas públicas de Boston, sólo la mitad de los estudiantes se presentó cada día a clases, con uno en cada cinco fracasando en volver a iniciar la sesión. De nuevo, ese daño es, en particular, pronunciado entre poblaciones de bajos ingresos y las minorías.

“Una encuesta encontró que cuatro quintas partes de los estudiantes hispanos, tres cuartos de los estudiantes negros, pero sólo la mitad de los estudiantes blancos, carecen de acceso al aprendizaje en persona,” escribe Chait. “Los padres afluentes tienen los medios para moderar el golpe a sus hijos: al trabajar desde la casa, cuando un padre deja de trabajar, formar equipos de aprendizaje, contratar tutores o ingresar en escuelas privadas, que están reabriendo con más rapidez para el aprendizaje en persona.” Según Robin Lake del Centro para la Reinvención de la Educación Pública, durante la primavera pasada “los estudiantes de primaria [en distritos urbanos] pueden haber perdido el 30% de sus habilidades de lectura.”

Observando todas estas mismas tendencias, la columnista del New York Times, Ross Douthat, ha descrito con aptitud esta situación como un “sabotaje en la ciudad estatista,” [Traduzco como estatista al inglés “liberal,” dado el sentido que esa palabra tiene en aquel país] en que una convergencia de intereses partidarios estrechos y centros de poder enquistados, luchan en la efímera de las guerras de identidad, todo a la vez que descuidan al daño verdadero que se les está haciendo a gente de verdad, que carece de privilegio y posición para jugar esos juegos:

“Las políticas de la era de la pandemia en muchas jurisdicciones proteccionistas están saboteando los bienes cívicos básicos, con un afán anti Trump como acelerante y con efectos sobre comunidades minoritarias, que es posible que superen con creces a la era de Trump. Esto significa que, para muchos afroestadounidenses e hispanos, un legado clave del 2020 puede ser una bien intencionada traición del estatismo a sus intereses, un vaciamiento de las instituciones que les protegen y sirven, y la profundización de las desigualdades raciales en Estados Unidos, aún si el Trumpismo es derrotado.”

Esto no significa decir que no hay presiones legítimas y preocupaciones contrapuestas a través de todos los grupos de personas y tribus ideológicas. Pero, dada la claridad creciente de los datos y diversos esfuerzos concertados para ignorarlos o subvertirlos, parece obvio que un conjunto particular de intereses está trabajando por mantener el control y manufacturar un consenso público, a expensas de quienes tienen menos voz y son menos privilegiados entre nosotros.

Si hay un “hombre olvidado” en la era del COVID-19, ciertamente es el estudiante no visto y sub educado un candidato primordial.

Joseph Sunde es editor asociado y escritor en el Acton Institute. Su trabajo ha aparecido en sitios tales como The Federalist, First Things, Intellectual Takeout, The City, The Christian Post, The Stream, Patheos, LifeSiteNews, Charisma News, The Green Room, Juicy Ecumenism, Ethika Politika, Made to Flourish, y el Center for Faith and Work. Joseph vive en Minneapolis, Minnesota, con su esposa y cuatro hijos.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.