“LA SUPERSTICIÓN DE LA PALOMA”: ¿PUEDEN LAS CUARENTENAS REALMENTE DETENER LA MUERTE?

Por Stacey Rudin

American Institute for Economic Research
19 de octubre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como stacey rudin institute for economic research hancock October 19, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El tercer mes del 2020 vino con un amistoso anuncio gubernamental de “Sólo para su información”: “sus acciones, buen ciudadano, pueden ya sea detener la muerte o causar la muerte. ‘Quédese en casa’ para salvar vidas; ‘salga’ y mate gente.” Nos congelamos en nuestros lugares, impactados por este nuevo poder. Se pusieron en práctica nuevos sistemas; los niños fueron sentados enfrente de pantallas sanitizadas en vez de aulas escolares; las alarmas fueron puestas a las 4 a.m. para reservar los espacios para el envío de alimentos y evitar contaminar las filas de los supermercados con nuestro aliento. “Lo que sea que se requiera. A cualquier costo, no promoveremos la muerte.” Emergieron pocos disidentes; instantáneamente los vigilaron grupos policíacos formados naturalmente como parte de la vigilancia en la comunidad. Cualquiera que no tomara en serio “la seguridad del vecino” (como lo revelaba cualquier insinuación de insatisfacción ante la suspensión de la Constitución) se le identificaba, etiquetaba, avergonzaba y condenaba al ostracismo. Pan comido, tal como lo imaginó el gobierno británico.

Pero, ¿realmente a esos pocos disidentes no les importaba la muerte? O, ¿será que simplemente no creían en nuestra recién encontrada adhesión a la máxima “el comportamiento perfecto puede detener la muerte”? Esta premisa nunca había sido propuesta -mucho menos aceptada- con anterioridad. En el 2020, su invasión universal de las mentes había convertido a una enfermedad infecciosa en una barricada operativa en cada institución y empresa, pública o privada, de este país. Ahora, toda organización debe priorizar “detener la muerte” -pues ahora eso se consideraba como posible- a través de evitar todas las infecciones de un virus respiratorio por encima de servir su función, sin importar qué tan importante fuera esa función (prueba: la educación).

Uno tiene que preguntarse, ¿cómo fue que pasó esto? ¿Por qué antes no nos comportábamos de esa forma, cuando se sabe que la influenza estacional mataba hasta 650.000 personas alrededor del globo en tan sólo cada año? ¿Por qué a nadie le importó salvar esos millones de personas? Si en realidad podemos parar las infecciones, ¡nosotros los asesinamos a todos ellos!

Por suerte, para nuestra consciencia colectiva, ninguna de nuestras directrices de salud pública pre COVID llegó a tanto como sugerir que el comportamiento humano puede eliminar infecciones, como necesario para detener las muertes. Siempre hemos entendido que tenemos un control limitado sobre agentes biológicos invisibles, razón por la que nosotros no optamos por incurrir en los costos gigantescos de las “cuarentenas” y similares: nos damos cuenta de que el esfuerzo por salvar a todas las vidas, si bien noble, es desafortunadamente inútil. No podemos detener la muerte, así que la aceptamos, y lo balanceamos con otros intereses humanos. Sabemos que pandemias que causan hasta 2 millones de muertes puede ocurrir y ocurren, sin embargo, nuestra CDC NUNCA recomienda aislar a personas saludables fuera del hogar de los enfermos, cerrar negocios “no esenciales” o clausurar escuelas por más de 12 semanas.

Así, por qué adoptamos todas esas medidas extremas, dañinas y mortales en el 2020 por el COVID19, una pandemia que ni siquiera ha causado muertes en exceso estadísticamente significativas en naciones con cuarentenas breves y sin ellas. ¿Por qué nos alejamos tan completamente de nuestras regulaciones? ¿Se desarrolló nueva ciencia? No puedo hallar nada de eso. Unánimemente, toda literatura epidemiológica y de salud pública pre COVID reconoce que es imposible detener las enfermedades infecciosas, mediante el aislamiento y la cuarentena:

“No hay observaciones históricas o estudios científicos que apoyen el confinamiento mediante cuarentena durante períodos extensos de grupos de gente posiblemente infectada, para ralentizar la diseminación de la influenza. Un Grupo de Autores de la Organización Mundial de la Salud (OMS), después de examinar la literatura y tomar en cuenta la experiencia internacional contemporánea, concluyó que “el aislamiento obligado y la cuarentena son inefectivos e imprácticos.”

“Es difícil imaginar que medidas como aquellas dentro de la categoría de distanciamiento social no tendrían un efecto positivo, al reducir la transmisión de una infección respiratoria humana que pasa de humano a humano por vía de gotitas y contacto indirecto. Sin embargo, la evidencia básica que apoya cada medida individual es, a menudo, débil.”

Cuarentena. Como lo muestra la experiencia, no hay bases para recomendar la cuarentena ya sea de grupos o individuos. Los problemas de poner en práctica esas medidas son formidables, y es posible que sean considerables los efectos secundarios del ausentismo y disrupción de la comunidad, así como posibles consecuencias adversas, como pérdida de la confianza del público en el gobierno y estigmatización de personas y grupos puestos en cuarentena.”

Hasta el Washington Post, reportando en enero acerca de la rigurosa cuarentena del COVID19 en China, reconoce que este alejamiento completo del consejo de salud pública fue “todo por el espectáculo”:

“’La verdad es que esos tipos de cuarentena son muy raros y nunca efectivos,’ dijo Lawrence O. Gostin, profesor de derecho de la salud global en la Universidad de Georgetown.”

“’Ellos lo están haciendo porque la gente que está en el liderazgo político siempre piensa que, si usted hace algo dramático y visible, logrará apoyo popular,’ dijo Gostin. ‘Ellos no podían tener algún consejo sólido de salud pública.’”

Ahí lo tiene usted ̶ los gobiernos hacen esto para hacerse más populares. Están enfrentados con un público que cree totalmente que los gobiernos pueden detener la muerte, lo cual los pone en la posición de necesitar hacer un gran espectáculo para tomar a ese poder en serio. De otra forma, ellos serían considerados asesinos.

NOSOTROS, COMO MIEMBROS DEL PÚBLICO, DEBEMOS CUESTIONAR NUESTRA ACEPTACIÓN SÚBITA DE LA IDEA DE QUE “EL PODER DE DETENER LA MUERTE ESTÁ EN LAS MANOS DE HUMANOS.”

La experiencia práctica de mucho tiempo demuestra que no importa lo que los humanos hagan, la naturaleza siempre encuentra un camino ̶ en especial los virus. Un ejemplo: en 1969, un grupo de doce hombres pasó el invierno en la Antártica. En la decimoséptima semana de una cuarentena perfecta, en total aislamiento, uno de ellos desarrolló súbitamente una infección en el tracto respiratorio superior, descrita como “un resfrío ligero a moderadamente severo.” En las siguientes dos semanas, otros siete hombres contrajeron la infección. Este caso extraño se estudió y los resultados fueron publicados en una revista médica británica:

“La aparición de un resfrío común durante el aislamiento, cuando las posibilidades de introducción de una nueva infección desde el exterior, son virtualmente nulas, implica que, de alguna forma, el virus persistía, ya sea en el ambiente o en los hombres.”

¡Asombroso! ¡Lo SABEMOS! ¡Tenemos INVESTIGACIÓN! ¡Demostrativa! Que incluso una cuarentena inmaculada en un ambiente extraordinariamente hostil (-35C) no puede proteger a los humanos del coronavirus. Con resultados como estos, uno asumiría que todo ser humano único aceptaría esta ausencia de un control perfecto sobre agentes biológicos invisibles, y que rehusaría ordenar a su hermandad que usara piezas endebles de papel sobre sus rostros para “proteger a los otros.” Aun cuando una cuarentena de 17 semanas en el Antártico no puede hacer el trabajo de detener a los virus, aislar claramente a todos los niños dentro de una burbuja de seis pies es contraproducente y tonto.

También, está el pequeño hecho de que nuestras directrices de salud pública establecen inequívocamente que las intervenciones no farmacéuticas (“INFs”), tales como el distanciamiento social y las mascarillas, no funcionan una vez que la enfermedad ha infectado más del 1% de la población en un área geográfica.

Pero, aún así persistimos. “Podemos derrotar a los virus,” nos decimos a nosotros mismos, pues en el 2020 los medios nos ayudaron a creer que tenemos superpoderes. Y “los expertos” nos dijeron que nosotros sí los podíamos tener.

NEIL FERGUSON, EL EXTRAORDINARIO DEFRAUDADOR “IMPERIAL”

La primera semilla de “¡podemos detener la muerte! fue plantada por el modelador del Imperial College de Londres, Neil Ferguson, cuyo nombre vivirá en la infamia. Antes de engañarnos con su artículo no revisado acerca del COVID en marzo del 2020, ya él había hecho otras predicciones muy entretenidas:

• 2001: predijo 150.000 muertes por la fiebre aftosa, resultando en el sacrificio masivo de once millones de ovejas y ganado. La realidad: menos de 200 muertes.

• 2002: predijo que 50.000 personas morirían de exposición al BSE (enfermedad de las vacas locas) del ganado. La realidad: 177 muertes.

• 2005: predijo 150 millones de muertes provenientes de la gripe aviar: La realidad: en un período de seis años en todo el mundo murieron 282 personas.

• 2009: predijo que la fiebre porcina mataría a 65.000 británicos. La realidad: 457 muertes en el Reino Unido.

Esta historia colorida no se reportó exactamente por la corriente principal de los medios cuando en marzo del 2020 disparó hacia los cielos las predicciones de Ferguson acerca del COVID19, como una verdad revelada. Su artículo, que se presenta en el artículo arriba citado en Nota del Traductor, ni siquiera fue revisado por colegas (aunque el premio Nobel Michael Levitt intentó revisarlo), cuando vendió sus ideas a la Casa Blanca y el Parlamento del Reino Unido.

Tal vez, Ferguson nunca creyó que los gobiernos más poderosos del mundo tomarían sus predicciones en serio. El mundo no había actuado basado en sus predicciones previas, así que, tal vez, esperaba más de lo mismo. No obstante, en esta ocasión, los medios -reportando incesantemente acerca del desborde en los hospitales del Norte de Italia; alentados por el pensamiento grupal guiado por el temor en los medios sociales- habían creado el ambiente perfecto para que su artículo floreciera. Ya sea por algún diseño poderoso o sin proponérselo, toda la humanidad se agarró de las recomendaciones de Ferguson como si fueran un salvavidas. El COVID mataría a 2.2 millones de estadounidenses y 500.000 británicos, se nos dijo, a menos que adoptáramos el nuevo tipo de PNI (Proveedor Nacional de Identificaciones) llamado “supresión.” Si hacíamos eso, podíamos reducir a la mitad las cifras de muertos.

¡PODÍAMOS PARAR LA MUERTE! Recibimos el mensaje. (Gracias, medios). Por desgracia, todos los detalles se perdieron. He aquí algunas porciones del artículo de Ferguson, que en vez alguna nadie leyó:

“Por tanto, nosotros concluimos que la supresión de la epidemia es la única estrategia viable al momento. Los efectos sociales y económicos que se necesitan para lograr este objetivo de la política serán profundos… enfatizamos que no es del todo seguro que la supresión tendrá éxito en el largo plazo; ninguna intervención pública, con tales efectos disruptivos sobre la sociedad, se ha intentado previamente durante una duración temporal tan larga. Cómo las poblaciones y las sociedades responderán permanece siendo poco claro.”

Ferguson reconoció una importante limitante a la “supresión,” que nunca los medios la mencionaron. Él dijo que su política no podía mantenerse todo el tiempo necesario hasta que la vacuna fuera desarrollada. Cuando la supresión se levanta, REGRESAN TODAS LAS INFECCIONES. Por tanto, unos pocos meses de cuarentena resultarían en el siguiente efecto neto: una epidemia idéntica en tamaño, pero de mayor duración, con el bono agregado de severos costos sociales y económicos, además de una cuarentena más larga para grupos vulnerables. ¡Suena grandioso!

“Una vez que las intervenciones se aflojan, las infecciones empiezan a aumentar, resultando más tarde en el año en un pico epidémico predicho. Entre más exitosa es una estrategia de supresión temporal, mayor se predice que será la epidemia tardía en ausencia de vacunación, debido a una menor construcción de la inmunidad de rebaño.

¡Casi se siente como si los medios y el gobierno falsearon la cuarentena! El sentimiento público es que las cuarentenas “salvan vidas” (paran las muertes). Si las impones tempranamente, incluso salvamos más vidas. A pesar de ello, el artículo que generó toda la idea de la cuarentena invalida enteramente esa idea.

Para la mente calmada (racional), es claro que la “supresión” es un conjunto de “frenos” que sólo deberían imponerse en el grado mínimo necesario para administrar la capacidad hospitalaria. Cualquier supresión “extra” sólo salva infecciones para más tarde ̶ a un costo extraordinario. Sin embargo, para gente asustada (irracional), la supresión brinda, al menos, alguna “esperanza” de evitar una horrenda muerte temprana. Usted no puede culpar por sus sentimientos a gente aterrorizada, pero usted puede y debería culpar a los medios y al gobierno por distorsionar el riesgo personal durante una pandemia. Ningún costo es demasiado alto para mantener abierta la posibilidad de permanecer con vida. La gente, enfocada en eso, no comprenderá las consecuencias de segundo y tercer nivel de sus esfuerzos por la auto preservación.

En una semana, Ferguson revisó significativamente hacia abajo su predicción de “miseria y desolación” por el COVID19, pero, para ese entonces, ya el daño estaba hecho. Familias aterradas almacenaron cantidades de papel higiénico, suficiente para envolver barcos de cruceros en papel de regalo, indicando una intención de protegerse en la casa hasta que llegara el Reino de Cristo. Ellos les rogaron a sus gobernadores “salvadores” que restringieran todo movimiento de sus vecinos, asintiendo con sus cabezas obedientemente a la suspensión de la Constitución, y dedicaron sus energías sobrantes en crear apps para espiar a antiguos amigos.

Esto es lo que gente asustada predeciblemente hará. Intereses que se benefician del temor del público lo saben.

¡SUECIA AL RESCATE!

“Árboles solitarios, si es que del todo crecen, crecen fuertes.” ̶ Winston Churchill


Una nación valiente falló en rendirse a la presión mundial de “no escatimar gasto alguno” en el esfuerzo por “parar” el COVID19: Suecia, nuestro grupo de control. Se mantuvo abierta, adhiriéndose a las estrategias de administración de pandemias comprobadas a través de los años, llamadas “mitigación” por Ferguson y descreditadas en su artículo, por ser “insuficientemente agresivas” contra el COVID. Mientras que los medios alegaron falsamente que Suecia estaba “llevando a cabo un experimento sobre el pueblo sueco,” Suecia fue el único que no participó en un experimento en vivo.

(Los muchachos malos aman afirmar que los buenos muchachos están haciendo lo que en realidad ellos están haciendo. Usualmente usted puede encontrar a los muchachos buenos si mira a quien está sólo.)

Suecia se mantuvo firme, y los medios entraron en pánico. Un grupo de control es una cosa muy buena si a usted le preocupa una ciencia válida, pero, NO es una cosa muy buena cuando usted está tratando de OCULTAR ciencia. La prensa manchó a Suecia a la izquierda, derecha y centro, siete días a la semana, cuatro semanas al mes, y continúa haciéndolo hasta la fecha. Sabe -y está desesperada para que usted no se dé cuenta- que los resultados de Suecia muestran irrefutablemente que la variable de la cuarentena de Ferguson era falsa. El modelo de Ferguson predijo 96.000 muertes en Suecia para junio, en ausencia de una puesta en práctica de una “supresión” plena. Suecia optó por quedarse afuera. Usando su propio enfoque, en vez de aquel, experimentó cerca de 4.000 muertes para junio, golpeando al modelo por un factor de 24. Bajo interrogatorio, Ferguson admitió personalmente que Suecia no logró peores resultados con su estrategia de mitigación, que aquellos países que siguieron su recomendación de “supresión.”

Ahí termina el experimento con la “supresión.” La mitigación funciona igual de bien, y es mucho menos costosa. Fin.

Nación tras nación está declarando lo mismo: no cierres adicionales en España, Noruega, Francia o Bélgica. Los analistas sienten lo mismo. Esta conclusión sólida es impulsada por el hecho de que Suecia experimentó sólo 1.100 muertes más durante las semanas 1 a 25 del 2020, que las que tuvo durante las mismas semanas, pero del 2018. A muchas áreas con cuarentenas draconianas les fue peor: las muertes en exceso del 2020 de Nueva Jersey son actualmente 14 veces más altas que las de Suecia y, las de Michigan, son siete veces más elevadas. Absolutamente no hay correlación entre la duración de la cuarentena, el momento de poner en marcha la cuarentena, la movilidad de la población y el resultado del COVID19. No puede haber causalidad sin haber correlación. Suecia eligió la mejor opción, encarando con coraje y de frente esta nueva enfermedad, evitando heroicamente todas las muertes por cuarentena.

LA SUPERSTICIÓN DE LA PALOMA

No hay correlación entre las medidas de cuarenta desplegadas y el resultado de la enfermedad porque estamos siendo testigos de la progresión natural de la enfermedad. La influenza no se mueve bajo un patrón puramente predecible, siempre es más severo en un país o una ciudad, que como lo es en el siguiente. Atribuir estos resultados a la agencia humana -menos infecciones significan “lo hicimos bien,” muchas infecciones significan “lo hicimos mal”- equivale a atribuir la salida del sol a una danza del sol efectiva. Esto es una reversión a la superstición y la mitología, un descenso de vuelta a la oscuridad. Todas las otras epidemias en la historia se terminaron sin “supresión” y sin uso universal de mascarilla. Nunca antes creímos que los políticos tenían el poder de “salvarnos de la muerte,” posiblemente porque ellos nunca tuvieron la arrogancia de alegar poder sobre truismos obvios, como “mi mamá no es prescindible, tu mamá no es prescindible.” Una vez que creemos que nuestros gobernantes pueden salvar a nuestras madres, aceptamos toda y cada una de las políticas autoritarias que ellos dicen “necesitamos” desplegar para lograr aquello.

Las políticas autoritarias nunca hicieron que alguien mejorara. Si realmente nos importa salvar vidas, podemos hacer eso dándonos cuenta de que no deberíamos darles a políticos el crédito por resultados naturales. Ellos saben que nos gusta atribuir agencia a fenómenos naturales: este mecanismo evolutivo en una ocasión nos ayudó a sobrevivir en un mundo peligroso, y aún es fácilmente explotado. Las enfermedades siempre desaparecen, así que políticos quienes “las toman en serio” se sienten seguros que un día serán capaces de declarar: “¡Derrotamos esto juntos! ¡Vamos equipo! ¡No se engañen! Usted será la paloma supersticiosa de Skinner.

“Una paloma se… coloca en un cajón experimental durante unos pocos minutos cada día. Se puede colocar en el cajón un recipiente para comer, de forma que la paloma pueda comer de él. Un solenoide y relé de tiempo sostienen el dispensador en su lugar durante cinco segundo en cada reforzamiento. Si ahora un reloj es arreglado para que presente el recipiente para comer a intervalos regulares sin referencia alguna a cualquier comportamiento del ave, usualmente sucede un condicionamiento operativo.” El ave tiende a aprender cualquier respuesta que esté haciendo cuando aparece el recipiente. La respuesta puede ser extinguida o reacondicionada. “Se puede decir que el experimento demuestra una especie de superstición. El ave se comporta como si existiera una relación causal entre su comportamiento y la aparición de la comida, aunque se carece de tal relación.” (PsycINFO Registro de la Base de Datos © 2016 APA, reservados todos los derechos)

No hay relación causal entre la política de cuarentena de cualesquiera políticos de cualquier partido y el resultado de la enfermedad. Cuarentenas fuertes a menudo conducen a resultados peores que sin cuarentena. Viendo los “buenos resultados” de Nueva Zelandia o Japón y decir que ellos funcionaron, a la vez que se rehúsa reconocer que Michigan tenía una cuarentena más estricta y un resultado más malo, es como aletear su ala izquierda a la vez que salta con su derecha, pequeña paloma.

LA NECESIDAD DE SER POPULAR CONDUCE A UNA ACCIÓN SESGADA

Como consuelo en época de pandemia, tal vez, NO deberíamos buscar el consejo de políticos ansiosos de ser reelectos. Ellos nos brindan una limpieza obsesiva, un uso maniático de mascarilla, escuelas cerradas y parques cerrados ̶ cosas que no son muy tranquilizadoras. Tal vez, en vez de eso, deberíamos buscar el consejo de gente que no está tratando de ser más popular ̶ ellos están incurriendo en un costo personal, así que puede ser que les interese el bienestar de la humanidad.

El reverenciado predicador de la novela de 1948 de Albert Camus, “La Peste,” nada ganaba exponiéndose a grandes reuniones durante la peste bubónica en Marsella. Sin embargo, él lo hizo. Él tranquilizó a sus fieles en cuarentena instruyéndolos a rehusar dejar que un “temor natural calificara lo más alto en [su] conducta.”

Él les recordó a sus oyentes cómo, hacia la terminación de la pandemia, el Obispo, habiendo hecho todo lo que era su menester, se encerró en su palacio, detrás de muros elevados, después de haber comido y bebido en abundancia. Después de un cambio súbito de sentimientos, como a menudo se presenta en momentos de extrema tribulación, los habitantes de Marsella, quienes lo habían idolatrado hasta ese momento, ahora se volteaban contra él, apilando cadáveres alrededor de su casa para infectarla e incluso lanzaron cuerpos sobre los muros para asegurarse de su muerte. Así, en un momento de debilidad, el Obispo había propuesto aislarse a sí mismo del mundo externo ̶ y, quien lo iba a decir, ¡los cadáveres llovieron sobre su cabeza! Esto contenía una lección para todos nosotros; debemos convencernos que no hay una isla a la cual escapar en época de una plaga. No, no había camino intermedio. Debemos aceptar el dilema y elegir ya sea odiar a Dios o amar a Dios. Y, ¿quién se atrevería a escoger odiarlo? ̶ Albert Camus, La Plaga (Vintage Int’l, p. 227-28).

“No hay una isla a la cual escapar.” Y todo irá bien.

Enfrentamos un virus con una tasa de supervivencia de 997 de cada 1000. Hemos pasado cosas más difíciles antes. Sólo podemos estar libres de esta plaga recordando algo que siempre hemos sabido: ni nosotros, ni nuestros políticos favoritos, tienen control sobre la muerte.

Stacey Rudin es escritora, activista, líder comunitaria, voluntaria y previa litigante en movimientos de base para asegurarse que pandemias futuras sean administradas de acuerdo con las directrices establecidas de salud pública. Una ávida jugadora de tenis y lectora, Stacey vive en Short Hills, Nueva Jersey.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.