No hay duda de que este ensayo nos ha de hacer pensar mucho en lo que están viviendo muchos pueblos en la actualidad.

CUARENTENA: EL NUEVO TOTALITARISMO

Por Jeffrey A. Tucker

American Institute for Economic Research
1 de octubre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/lockdow...talitarianism/

Toda ideología política tiene tres elementos: una visión del infierno con un enemigo que necesita ser aplastado, una visión de un mundo más perfecto, y un plan para hacer la transición de uno hacia otro. Los medios para la transición usualmente significan la toma y despliegue de la herramienta más poderosa de la sociedad: el estado. Por esta razón, las ideologías tienden hacia el totalitarismo. Ellas dependen, fundamentalmente, de sobreponerse a las preferencias y elecciones de la gente y reemplazarlas por sistemas de creencias y comportamientos organizados de antemano y planificados.

Un caso obvio es el comunismo. El capitalismo es el enemigo, mientras que el control del trabajador y el fin de la propiedad privada es el cielo, y el medio para lograr el objetivo es la expropiación violenta. El socialismo es una versión más liviana de lo mismo: en la tradición fabiana, usted llega allí por medio de una planificación económica paulatina.

La ideología del racismo postula algo diferente. El infierno es la integración étnica y la mezcla de razas; el cielo es la homogeneidad racial; y el medio para hacer el cambio es la marginalización o el asesinato de algunas razas. El fascismo se imagina que el enemigo son comercio global, el individualismo y la inmigración, mientras que un nacionalismo poderoso es el cielo: el medio para lograr el cambio es un gran líder. Usted puede ver lo mismo en ciertos estilos de tradicionalismo religioso teocrático.

Cada una de estas ideologías viene con un enfoque intelectual primordial, una especie de historia diseñada para ocupar la mente. Piense acerca de la explotación. Piense acerca de la desigualdad. Piense acerca de la raza. Piense acerca de la identidad nacional. Piense acerca de la salvación. Cada una viene con su propio lenguaje para indicar la adhesión de uno hacia la ideología.

La mayoría de las ideologías arriba citadas están muy desgastadas. Tenemos mucha experiencia derivada de la historia para observar los patrones, reconocer los adherentes y refutar las teorías.

Este año nos ha dado una nueva ideología con tendencias totalitarias. Tiene una visión del infierno, del cielo y los medios para la transición. Tiene un aparato de lenguaje único. Tiene sistemas de señalización que revelan y reclutan a adherentes.

Esta ideología es llamada cuarentena. Bien podríamos agregar el ismo a la palabra: cuarentenismo.

Su visión de infierno es una sociedad en donde los patógenos corren libremente. Su cielo es una sociedad administrada totalmente por tecnócratas de la medicina, cuyo trabajo principal es la supresión de toda enfermedad. El enfoque mental está en los virus y otros bichos. La antropología es considerar a los seres humanos como poco más que sacos de patógenos mortales. La gente susceptible a la ideología es gente con varios grados de misofobia, en un tiempo considerada un problema mental, es ahora elevada al estatus de consciencia social.

Este año ha sido la primera prueba del cuarentenismo. Incorporó los controles más intrusivos, integrales y casi globales de los seres humanos y sus movimientos en la historia registrada. Aún en países en donde la regla de la ley y las libertades son fuentes de orgullo nacional, la gente fue puesta en arresto domiciliar. Sus iglesias y negocios fueron cerrados. La policía ha sido desatada para la plena aplicación y para que arresten la disensión abierta. La devastación se compara con épocas de guerra, excepto que esta fue una guerra impuesta por los gobiernos a los derechos de las personas a movilizarse e intercambiar libremente. Todavía no podemos viajar.

Y, notoriamente, después de todo esto, lo que permanece ausente es la evidencia empírica, de cualquier parte del mundo, de que este régimen impactante y sin precedente tuvo algún efecto en controlar, mucho menos detener, el virus. Aún más notorio, los pocos lugares que permanecieron plenamente abiertos (Dakota del Sur, Suecia, Tanzania, Bielorrusia), señala Will Jones, “perdieron ante el virus no más de un 0.06% de su población,” en contraste con las cuarentenas de altas muertes en Nueva York y Gran Bretaña.

Al principio, la mayoría de la gente estuvo de acuerdo, pensando qué, de alguna forma, era necesaria y por un plazo corto. Dos semanas se expandieron a 30 días, que se estiraron a 7 meses, y ahora se nos dice que nunca habrá momento alguno en que no practiquemos esta nueva fe de política pública. Es un nuevo totalitarismo. Y, como todos esos regímenes, existe un conjunto de reglas para los gobernantes y otro para los gobernados.

El aparato del lenguaje es ahora increíblemente familiar: aplastar la curva, disminuir la diseminación, distanciamiento social, contención dirigida escalonada, intervención no farmacéutica. El enemigo son el virus y cualquiera que no esté viviendo su vida sólo para evitar la contaminación. Debido a que usted no puede ver el virus, usualmente eso significa generar una paranoia hacia El Otro: alguien a diferencia de usted tiene el virus. Cualquiera puede ser un super diseminador y usted puede reconocerlo por su desobediencia.

Si bien Robert Glass o Neil Ferguson merecen ser llamados los fundadores de este movimiento, uno de sus practicantes más famoso es Anthony Fauci, de los Institutos Nacionales de la Salud. Su visión del futuro es positivamente impactante: incluye restricciones acerca de a quién puede usted tener en su casa, el fin de todos los grandes espectáculos, el final de los viajes, tal vez un ataque a las mascotas y el desmantelamiento efectivo de todas las ciudades. Lo explica Anthony Fauci:

“Vivir en una armonía mayor con la naturaleza requerirá de cambios en el comportamiento humano, así como otros cambios radicales que pueden tomar décadas para ser logrados: reconstruir las infraestructuras de la existencia humana, desde ciudades a hogares, a sitios de trabajo, a sistemas de provisión de agua y drenajes, a espacios para recreación y reuniones. En esa transformación, necesitamos priorizar los cambios en aquellos comportamientos humanos que constituyan riesgos para el surgimiento de enfermedades infecciosas. Primordial entre ellos está reducir el apiñamiento en la casa, trabajo y lugares públicos, así como minimizar perturbaciones ambientales, tales como deforestación, urbanización intensa y granjas de animales intensivas.

Igual de importante es terminar la pobreza global, mejorar la sanidad e higiene, y reducir la exposición insegura a animales, tal que los humanos y los patógenos humanos potenciales tengan oportunidades limitadas de hacer contacto. Es un ‘experimento mental’ hacer ver que, si no es hasta décadas y siglos recientes, muchas enfermedades pandémicas mortales no eran problemas significativos. Por ejemplo, el cólera no fue conocido en Occidente sino hasta fines de los años de 1700 y llegó a ser una pandemia sólo debido al hacinamiento y el viaje internacional, que permitieron un nuevo acceso de la bacteria que yacía en los ecosistemas regionales de Asía, a los sistemas de agua y alcantarillado insalubres que caracterizaron las ciudades a través del mundo occidental.

Este ejercicio nos conduce a sospechar que algunas, y probablemente muchas, de las mejoras en la forma de vida logradas durante siglos recientes, vienen con un costo elevado que pagamos con emergencias por enfermedades mortales. Dado que no podemos regresar a tiempos antiguos, ¿podemos, al menos, usar las lecciones de aquellos tiempos, para inclinar la modernidad en una dirección más segura? Estas son preguntas que han de responder todas las sociedades y sus líderes, filósofos, constructores y pensadores, y aquellos involucrados en apreciar e influenciar en los determinantes ambientales de la salud humana”

El ensayo completo de Fauci parece un intento de manifiesto a favor de cuarentenas, completo con los anhelos plenamente esperados del estado natural y una purificación imaginada de la vida. Leer acerca de este plan utópico de una sociedad sin patógenos ayuda a explicar una de las características más extrañas del cuarentenismo: su puritanismo. Note que la cuarentena, en particular, atacó cualquier cosa que parezca ser divertida: Broadway [teatro], películas, deportes, viajes, boliches bares, restaurantes, hoteles, gimnasios, y clubes. Aún ahora están vigentes toques de queda para impedir que la gente se quede en la calle muy tarde ̶ sin absolutamente razón médica alguna. También las mascotas están en la lista.

Si una actividad es divertida, se convierte en un blanco.

Aquí hay un elemento moral. El pensamiento es que, entre más se está divirtiendo la gente, mayores son las opciones propias, más se dispersa la enfermedad (el pecado). Es una versión medicalizada de la ideología religiosa de Savonarola que condujo a la Hoguera de las Vanidades.

Lo destacable es que Fauci siempre estuvo en posición de influir en las políticas por medio de su cercanía al poder, y, de hecho, tuvo una fuerte influencia en la Casa Blanca para convertir una política de apertura en una de cuarentena. Sólo una vez que la Casa Blanca captó su agenda verdadera, fue removido del circulo interno.

El cuarentenismo tienen todos los elementos esperados. Tiene un enfoque maníaco de solo una preocupación en la vida -la presencia de patógenos- excluyendo cualquier otra preocupación. La menor de las preocupaciones es la libertad humana. La segunda menor preocupación es la libertad de asociación. La tercera menor preocupación son los derechos de propiedad. Todo esto debe inclinarse ante la disciplina tecnocrática de los mitigadores de enfermedades. Las constituciones y límites al gobierno no son importantes. Y observe también qué tan poca terapéutica médica figura aquí. No es acerca de hacer que la gente esté mejor. Es acerca de controlar la totalidad de la vida.

Note, igualmente, que no hay ni el más mínimo interés acerca de equilibrios o consecuencias no previstas. En las cuarentenas por el Covid-19, los hospitales se vaciaron ante restricciones en cirugías y diagnósticos electivos. Ese sufrimiento debido a esa decisión desastrosa estará con nosotros por muchos años. Lo mismo es cierto con vacunaciones para otras enfermedades; se desplomaron durante las cuarentenas. En otras palabras, las cuarentenas ni siquiera logran buenos resultados en salud; logran lo opuesto. Evidencia temprana apunta a crecientes sobredosis de drogas, depresión y suicidio.

Eso es simple fanatismo, una especie de insensatez provocada por una visión desenfrenada de un mundo unidimensional, en donde la totalidad de la vida se organiza alrededor de evitar la enfermedad. Y aquí hay un supuesto adicional, cual es que nuestros cuerpos no han evolucionado (por la vía del sistema inmune) a la par de los virus durante un millón de años. No hay un reconocimiento de esa realidad. En vez de eso, el único objetivo es hacer del “distanciamiento social” el credo nacional. Hablemos con mayor claridad: lo que realmente significa eso es la separación obligada de los humanos. Significa desmantelar mercados, ciudades, acontecimientos deportivos en persona, y el fin de nuestro derecho a movilizarnos libremente.

Todo esto es contemplado en el manifiesto de Fauci. Todo el argumento descansa en un error simple: la creencia de que más contacto humano disemina más la enfermedad y la muerte. Por contraste, la eminente epidemióloga de Oxford, Sunetra Gupta, asevera que la globalización y un mayor contacto humano ha fomentado las inmunidades y hecho que la vida sea vastamente más segura para todos.

Los impulsores de las cuarentenas han tenido un éxito sorprendente en convencer a la gente acerca de sus ideas salvajes. Usted sólo tiene que creer que la evitación de un virus es el único objetivo para todo mundo en sociedad y, luego, a partir de eso, estirar las implicaciones. Antes de darse cuenta, usted se ha unido a un nuevo culto totalitario.

Las cuarentenas están pareciendo menos como un error gigantesco y más como el desenvolvimiento de una ideología política fanática y un experimento de política, que ataca de raíz a postulados esenciales de la civilización. Es hora que las tomemos en serio y combatamos con el mismo fervor con que un pueblo libre resistió todas las otras ideologías malévolas, que buscaron despojar a la humanidad de su dignidad y reemplazar la libertad con los sueños aterradores de intelectuales y sus muñecos de trapo gubernamentales.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.