Cuántas veces no nos hemos cuestionado, incrédulos, de por qué los empresarios, quienes bien saben de las malas políticas gubernamentales, no muestran una mayor oposición a ellas. Friedman y Wright nos explican el porqué de ello. Pero, claramente los empresarios se equivocan si creen que, haciéndole el juego a este gobierno, van a salir librados del furor estatista. En la situación actual estamos arribando a tener que escoger entre la supervivencia como una sociedad libre o convertirnos en simples siervos de un estado sobredimensionado.

COSECHANDO LO QUE SEMBRÓ UN GOBIERNO GRANDE

Por Robert E. Wright

American Institute for Economic Research
14 de octubre del 2020


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“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” ̶ Gálatas 6:7, Versión King James

En un artículo previo, expliqué que la eutanasia de la clase de propietarios estadounidenses no era buen augurio de moderación política en este ciclo electoral y, hasta el momento, el extremismo ha sido el que ha llevado la conversación.

Desde ese entonces, he estado pensando acerca de por qué las “Grandes Empresas” no clamaron por un fin rápido a las cuarentenas y a protestas “principalmente pacíficas.” Sin duda algunas grandes corporaciones se beneficiaron con rescates financieros y cuando fueron calificadas como negocios “esenciales.” Incluso algunos piensan que el partido demócrata les dará más dinero en efectivo. Unos pocos probablemente disfrutaron la oportunidad para culpar la catástrofe del Covid por “reestructuraciones” que, en todo caso, habrían sido necesarias antes o después.

Pero, algo más debe estar operando para que las corporaciones donen tanto a Black Lives Matter y que Goldman Sachs endosara a Joe Biden sustentada en bases económicas. Un análisis sencillo sugeriría que ellos simplemente piensan que Biden ganará y quieren estar del lado correcto de la administración y “la historia.” Pero, los banqueros de inversión y otros ejecutivos importantes de las corporaciones no llegaron a lo alto haciendo apuestas simplistas que podrían perder. Lo que han de haber calculado es que la probabilidad de Biden de ganar y de perseguirlos por estar en el lado equivocado, es más grande que la probabilidad de que Trump gane y los persiga.

Este pensamiento me cayó cuando leía una de las producciones menos leídas de Milton Friedman, “The Fragility of Freedom” [Brigham Young University Studies 16, 4 (verano de 1976): 561-74], que presentó en la Universidad Brigham Young, en una charla por el bicentenario de la relación de Estados Unidos y La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. El viejo Milton estaba tratando de entender por qué las grandes empresas aceptaban las desastrosas políticas fiscales de la Ciudad de Nueva York y, más ampliamente, por qué ellos no criticaron políticas claramente absurdas, como el tonto programa WIN del presidente Ford (Whip Inflation Now (Elimine la Inflación Ya), por sus siglas en inglés).

Dado lo que en este año ha sucedido (y lo que no ha pasado), su análisis es profético.

“Si usted fuera un empresario a la cabeza de una corporación grande, usted pensaría tres veces antes de referirse a un asunto importante. Vería por encima de su hombro izquierdo y observaría a la Tributación Directa alistándose para venir y auditar sus cuentas y vería por encima de su hombro derecho y observaría al Departamento de Justicia muy presto a lanzar un juicio antimonopolio contra usted. Y, entonces, si usted tuviera más de dos hombros, le preguntaría a la Comisión Federal de Comercio ¿qué va a hacer acerca de sus anuncios y qué va a hacer la Administración de Drogas y Alimentos acerca de los productos que yo produzco y qué va a hacer el Consejo de Seguridad acerca de esto, eso y esta otra cosa? Usted no es libre de hablar si se encuentra en esa situación.” (p. 566). [Énfasis agregado.]

Hable con una persona inclinada hacia la izquierda, como a menudo lo hago (un riesgo ocupacional de ser profesor universitario en los Estados Unidos del siglo XXI), y aprenderá que ellos asumen que las grandes empresas manejan al país hasta que las masas se levanten en oposición a ellas. Eso puede haber tenido sentido cuando el fantasma de Karl Marx todavía recorría la tierra y cuando US X, General Y, y Standard Z aparecían ser un encuentro parejo para el Tío Sam. Pero, ¿qué compañía hoy día no sabe que Washington la puede aplastar, si no es por quebrantar la Ley A, entonces por violas las reglas de la Regulación B, o la disposición tributaria C, D, E, o F?

Los dos principales partidos han puesto de manifiesto el derecho a usar el poder del estado para penalizar a oponentes políticos. La diferencia es que un Trump victorioso (o ya en proceso de salida), un nacionalista económico por lo menos, probablemente usaría el poder gubernamental contra empresas extranjeras, como Huawei y TikTok, en vez de envenenar Wall Street o Silicon Valley para sus hijos si tomara venganza contra los Bancos Grandes o las Grandes Tecnológicas. En contraste, la administración Obama-Biden usó las burocracias federales para impedir que empresas domésticas sin fines de lucro expusieran puntos de vista “peligrosos,” como las virtudes de reducir el crecimiento de la deuda interna (¡el nervio del Partido del Té!), y un presidente Biden que no será menos vengativo.

Luego, la pequeña charla de Friedman pasó de ser profética a ser extrañamente profética y muy relevante para la Declaración de Great Barrington:

“Me pregunto a mí mismo si los profesores que enseñan medicina en alguna escuela de medicina de este país, en donde la mayoría de la investigación está siendo financiada por el Instituto Nacional de Ciencias, si en realidad son libres de hablar contra la medicina socializada y contra un involucramiento adicional del gobierno en la medicina. Obviamente, algunos de ellos lo harán. Pero, ¿existe la mínima duda, para usar las famosas palabras de la Corte Suprema, de que su dependencia en la fuente principal de financiamiento del Gobierno Federal, tiene un ‘efecto congelante’ en la libertad de expresión?” (p. p. 566-67). [Énfasis agregado.]

Observe que Friedman no está formulando el argumento tonto, demasiado popular en estos días, de que todo X que obtiene algo de $ de Y, estará en deuda con Y. Él está afirmando que el gobierno suple un porcentaje tan elevado del financiamiento de los científicos de la medicina, que la mayoría de ellos no dirá nada con su contra, pues tiene, en el lenguaje de los días de Adam Smith, “el poder del bolsillo.” Además de frenar un financiamiento futuro, el Tío Sam también podría desatar sus esbirros regulatorios y tributarios sobre cualquier científico de la medicina que sea lo suficientemente tonto como para desafiarlo.

Así que, ¿por qué tenemos sólo unos pocos científicos calificados quienes han hablado acerca de la irracionalidad de las políticas de cuarentena ante el Covid? ¡También Friedman explica eso!: “En cuanto a la única gente que ahora tiene plena libertad de expresión, es gente que está en la posición afortunada en que estoy yo ̶ un profesor con derecho a serlo permanentemente en una institución importante y al borde del retiro como pensionado” (p. 567). Note que casi toda la mayoría de científicos críticos más vocales de las cuarentenas ¡son profesores séniores en grandes universidades o ya se han pensionado!

(Otras fuentes importantes de oposición, como AIER y Reason, son organizaciones independientes sin fines de lucro, establecidas hace mucho tiempo y, al momento, financiadas por fuentes de dinero de donantes fallecidos y numerosas pequeñas donaciones, ninguna de ellas siendo lo suficientemente grande como para influir ni una coma en la política editorial. Tales organizaciones venden la Verdad según la ven y, si usted quiere ayudar, eso es grandioso, pero su donativo no le comprará ni una palabra en lo que ellas digan.)

Después, Friedman advierte a su audiencia que las universidades cosecharán lo que sembraron, prediciendo exactamente que pronto serán gobernadas desde Washington, y que se lo merecen, pues han estado “en la primera línea de la persuasión al público en general de que la doctrina de responsabilidad individual es una doctrina falsa; que la fuente de todas las cosas buenas es el Gran Hermano en Washington.” (p. 567)

Bueno, el Gran Hermano está aquí, junto con su doblepensar, crimenpensar, la no persona, 2+ 2 = 5, neolengua/doblehablar. Una visita rápida al supermercado local y a Tuiter le dará evidencia amplia de que el 2020 es en realidad 1984. Lo que resta por ver es si todos nosotros, los Winstons, profesaremos por fin nuestro amor por el Gran Hermano o si nuestro año distópico termina en Un Mundo Feliz o en Fahrenheit 451.

Pero, ¿tal vez, nuestras tribulaciones nos inducirán a cosechar las semillas que Friedman plantó en 1976 y abrazar su visión a pleno pulmón de la teoría de la Elección Pública? “La diferencia fundamental entre el mercado político y el mercado económico,” explicó él, “es que en el mercado político hay poca relación entre lo que usted vota y lo que usted obtiene. En el mercado económico, usted obtiene aquello por lo que votó.” (p. 569)

Las generaciones futuras, si es que hay alguna, mirarán retrospectivamente al 2020 y se preguntarán por qué alguien pensó de ellos mismos como miembros de una “sociedad democrática” simplemente porque podían, de vez en cuando, votar. La gente (demos) no gobierna, lo hacen funcionarios gubernamentales auto interesados. El gobierno grande, entendió Friedman, es inherentemente autoritario pues dicta cómo se gastan dos de cada cinco dólares de valor económico. Sólo regresando a un gobierno limitado, a la asociación voluntaria y la confianza en sí mismos, pueden los estadounidenses rechazar este año distópico y volver, no a la utopía, sino a la felicidad que los Fundadores de la nación entendieron como una prosperidad mezclada promiscuamente con la libertad.

Robert E. Wright es (co) autor o (co) editor de más de dos docenas de libros importantes, series de libros y colecciones editadas, incluyendo Financial Exclusion publicado por el AIER (2019). Robert ha enseñado cursos de negocios, economía y de política en la Universidad Augustana, la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Virginia y en otras partes desde que obtuvo su PhD. en Historia de la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo, en 1997.

Traducido por Jorge Corrales Quesada