INCENTIVOS DE LOS VOTANTES Y UNA POLÍTICA PÚBLICA TERRIBLE

Por Art Carden

American Institute for Economic Research
6 de octubre del 2020

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La política pública exhibe un acertijo: ¿por qué tanto de ella es tan mala? Parece como si cada día de una clase de principios de economía se convirtiera en un “Veamos las desastrosas consecuencias no previstas de intervenciones gubernamentales ostensiblemente bien intencionadas.” Para ser justo, los economistas difieren acerca de muchas cosas, pero, hay muchos asuntos en los que hay un consenso profesional que trasciende ideologías y escuelas de pensamiento. En el 2012, la Radio Pública Nacional de Estados Unidos conjuntó una “Plataforma Económica Obvia” (No-Brainer Economic Platform), con insumos de economistas a través del espectro ideológico. En el 2008, el premio Nobel Paul Krugman -quien no es un fundamentalista de libre mercado- escribió que el etanol es “malo para la economía, malo para los consumidores, malo para el planeta ̶ ¿qué más se puede pedir? Tal como Krugman ha escrito en otra parte (As Krugman has written elsewhere), “Si existiera un Credo del Economista, ciertamente contendría las afirmaciones ‘Yo entiendo el Principio de la Ventaja Comparativa’ y ‘Yo estoy a favor del Libre Comercio.’”

Un episodio del 2017 de Planeta Dinero, de la Radio Pública Nacional, entrevistó al compañero de Krugman, el premio Nobel Joseph Sitglitz (2001) -también no siendo un fundamentalista del mercado libre- acerca de la poco conocida Ley Jones (NPR”s Planet Money interviewed Krugman’s fellow Nobel Laureate Joseph Stiglitz (2001)–also not a free-market fundamentalist–on the little-known Jones Act), la que, según el Instituto Cato (according to the Cato Institute), requiere que “el cabotaje costero de carga entre puertos de Estados Unidos” se limite “a barcos que son propiedad de Estados Unidos, tripulados por Estados Unidos, registrados en Estados Unidos y construidos en Estados Unidos.” Según un artículo del 2008 de Dennis Coates y Brad R. Humphreys, los economistas “arriban a una conclusión acerca de que los subsidios a las franquicias deportivas, estadios y mega eventos:” (reach a conclusion on subsidies for sports franchises, stadiums, and mega-events) son un desperdicio económico. Aún muchos de los economistas quienes apoyan salarios mínimos más altos (the economists who support higher minimum wages), piensan que, al menos, causarán pérdidas modestas de empleos, pero creen que este es un precio por pagar aceptable por pagar por una señal social importante.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué tenemos tanta política pública que va en contra de los puntos de vista de consenso entre economistas profesionales? Bien podría ser que nosotros los economistas estemos equivocados, pero lo dudo. Las leyes de la ventaja comparativa, la demanda y la oferta son yunques que han gastado a muchos martillos. “No,” no parece posible ser una refutación convincente de la afirmación de que el comercio internacional en realidad hace que esté mejor la gente a ambos lados de los países que intercambian. Los economistas y los politólogos que estudian el tema han venido con unas cuantas explicaciones.

Una explicación va directamente al grano: muchas de las políticas públicas poseen beneficios concentrados y costos dispersos. Los aranceles y cuotas de importación de azúcar, para usar sólo un ejemplo, sacan millones de dólares de los bolsillos de los consumidores estadounidenses y los ponen en los bolsillos de productores de azúcar de Estados Unidos, con ineficiencias que primordialmente provienen del hecho de que estamos desperdiciando recursos al producir azúcar domésticamente, cuando podríamos haberla obtenido más barata si damos algo a cambio de ella y, en segundo lugar, por el hecho de que precios del azúcar más altos significan que disfrutamos de menos azúcar de lo que alternativamente podríamos tener. Estos millones de dólares se diseminan entre varios millones de consumidores de azúcar, en donde es difícil que cada uno lleve la cuenta de cuanto gasta anualmente en azúcar como para mantener registro cuidadoso de ello, que le diga cuánto les están costando a ellos los aranceles y las cuotas de importación. Esos millones de dólares son prodigados a un número pequeño de productores de azúcar, quienes tienen un incentivo poderoso para cabildear en el Congreso de Estados Unidos, para que mantenga vigentes las tarifas y cuotas y, por tanto, que sigan recibiendo esos millones. Con un poquito de imaginación o cinco minutos buscando en el Registro Federal (Federal Register), usted, sin duda, puede encontrar docenas de otros ejemplos. Cuando los beneficios se concentran y los costos se diseminan, es mucho más fácil organizar el apoyo hacia una política ineficiente y se hace mucho más difícil organizar la oposición.

Además, el intercambio de votos o de “favores mutuos” en un sistema de gobierno basado en la mayoría, hace que sea muy fácil a grupos que son parte de una coalición de mayoría, obtener beneficios a expensas de la minoría. James M. Buchanan y Gordon Tullock exploran esto en The Calculus of Consent [El Cálculo del Consenso], particularmente en este capítulo (this chapter). Los favores mutuos pueden conducir a mejores resultados, pero, también, significa que no hay un fin a las formas en que las mayorías pueden explotar a las minorías, al intercambiar apoyos a las políticas preferidas entre las partes.

De manera importante, la gente no necesita ser tortuosa, malvada o egocéntrica. Simplemente ella puede estar en desacuerdo en qué es lo que constituye “el bien común.” Imagínese a dos diputados, Ronny Rojo y Barry Azul. Ronnie Rojo tiene una base militar en su distrito. Barry Azul tiene una universidad regional en el suyo. Ronnie y sus electores pueden creer genuinamente, profundamente en sus corazones, que su base es un bien puro para la sociedad más amplia. Barry Azul y sus electores pueden creer lo mismo acerca de la investigación desarrollada en la U Estatal Direccional (cada uno, por supuesto, piensa que el otro es un pillo o un imbécil). Ronnie y Barry pueden lograr un acuerdo por el cual Ronnie está dispuesto a votar a favor de una asignación presupuestaria a la U Estatal Direccional y Barry está presto a votar por una asignación similar para la base militar en el distrito de Ronnie. Aún si estos inequívocamente son recursos que se desperdician, a pesar de ello, pueden ser aprobados debido a los incentivos de votantes y legisladores.

Y, ¿cuáles son los incentivos de los votantes? Estos no son exactamente consistentes con nuestra visión idealizada de un electorado informado. En una entrevista en el 2016, Ilya Somin señaló que “sólo un 34 por ciento del público apenas conoce de las tres ramas del gobierno federal” (only 34 percent of the public even knows the three branches of the federal government). Mis estudiantes reaccionan bien cuando les pregunto cosas como “¿cuáles son las tres ramas del gobierno?” y “quién es el presidente de Estados Unidos?” Su desempeño cae considerablemente cuando les pregunto “¿quién lo representa a usted en el senado de Estados Unidos?” y “¿quién representa a su distrito en la Asamblea Legislativa de Estados Unidos?” La ignorancia política incluso se hace más evidente al preguntarles acerca del historial de votación de sus representantes. Me sorprendió al presentarme a votar en el 2016 y ver que yo vivía en el Sétimo Distrito de Alabama (representado por Terri Sewell), en vez del Sexto Distrito de Alabama (representado por Gary Palmer). En mi defensa, nos habíamos trasladado desde el distrito de Palmer al distrito de Sewell en el 2015, pero, aun así, yo no podía mencionarle la última legislación que ellos votaron y cómo la votaron.

Estos son ejemplo de ignorancia racional, un concepto que mucha gente puede encontrar como ofensivo. Después de todo, ¿Cómo podría ser racional ser ignorante? Básicamente, la gente obtendrá información en el tanto en que los beneficios superen a los costos y dejarán de obtener información una vez que los costos excedan a los beneficios. A menos que usted siga a la política como una afición (similar a la fanaticada deportiva) o debido a un sentido de virtud cívica, usted tiene un incentivo muy débil para estar informado. Puedo decirles, con alguna confianza, que Terri Sewell será reelecto, Donald Trump ganará Alabama y el anterior entrenador de futbol americano de la Universidad de Auburn, Tommy Tuberville, será electo para el Senado de Estados Unidos, sin importar cómo yo vote yo o qué yo haga. Tomando las acciones de todos los demás como un dato -si usted está pensando ¡qué si todo mundo pensó de esa forma,” observe que, para fines de analizar los incentivos de un individuo, es suficiente con saber que ellos no lo pensaron así- hacer un gran esfuerzo para estar informado es casi sólo costo y nada de beneficio. Es difícil que usted se motive a hacerlo, cuando la alternativa es jugar Civilization Revolution en su iPhone, ir a un largo paseo por los bosques, ver a la pintura secarse o casi que cualquier otra cosa.

Aquí surge otro problema importante. Estar “informado” no es suficiente si usted quiere ejercer la franquicia responsablemente. Hay muchos votantes que están “informados,” pero que poseen creencias que van en contra de sus objetivos establecidos. Los votantes de Trump pueden desear “Hacer de Nuevo Grande a Estados Unidos,” pero pueden no saber que los puntos de vista de Trump acerca del comercio internacional y la inmigración, son indefendibles. Similarmente, los votantes de Biden, a quienes les gusta la empatía de Biden, pueden no saber nada acerca de que, elevar el salario mínimo para trabajadores discapacitados, hará que sea más difícil para ellos encontrar trabajo. Son, usando la frase de Bryan Caplan, racionalmente irracionales en el tanto en que ellos se adhieran tercamente a creencias que son irracionales pues empeorarán los deseos de los votantes por resolver los problemas. Dado que, en primer lugar, un voto sólo ciertamente no será el decisivo y, en segundo lugar, que uno corre el riesgo de alienar a amigos y familiares al cambiar súbitamente puntos de vista políticos, hace que las visiones irracionales permanecen siendo tercamente persistentes. Es racional mantenerlas, afirma Caplan, pues es muy alto el costo de cambiar las creencias irracionales, mientras que el beneficio (en términos de una política pública mejor) es básicamente cero. Caplan identifica cuatro sesgos específicos en datos de encuestas que le permiten ver cómo los puntos de vista de la gente difieren dramáticamente de los de economistas: sesgo anti mercado, sesgo contra lo extranjero, sesgo de preservar el empleo y sesgo pesimista. Estos sesgos explican por qué los votantes escogen las decisiones que toman. Sus incentivos explican por qué permanecen esos sesgos, a pesar de la evidencia de que todos estaríamos mejor si los descartáramos.

En menos de un mes, los estadounidenses elegirán un nuevo presidente y un nuevo Congreso. En nuestro mundo ideal, ellos lo harían muy cuidadosamente, ponderando costos y beneficios de las diferentes políticas y escogiendo las combinaciones que creen que razonablemente van en los mejores intereses de todos. No obstante, en el mundo que habitamos, irán a las votaciones y votarán entusiastamente por políticas que crean más daño que bien en común. En algunos casos, será sencillamente un robo a los bolsillos, cuando votan por alguien que promete darles cosas a expensas del alguien más. En otros casos, pueden votar por políticas que directamente no les afectan, pero que, en términos netos, nos empobrecen a todos. Para entender por qué eso, tan sólo necesitamos considerar sus incentivos.

Art Carden es compañero sénior del American Institute for Economic Research. También es profesor asociado de Economía en la Universidad Samford, en Birmingham, Alabama y compañero investigador del Independent Institute.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.