Es extenso pues así parece requerirlo el tema (puede guardarlo y leerlo después por partes). Lo he traducido primordialmente para estudiantes, estudiosos e interesados en la disciplina de la economía, pues el conocimiento derivado aquí nos es útil para comprender la teoría keynesiana, que, en su esencia, hoy hay quienes consideran es la apropiada para ser puesta en práctica en el momento actual de nuestra economía.

DESAGREGAR A KEYNES EXHIBE ENGAÑOS MACROECONÓMICOS

Por Richard M. Ebeling

American Institute for Economic Research
15 de setiembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/disaggr...cro-delusions/

La recesión económica que ha acompañado a la crisis del coronavirus ha visto enormes aumentos en el déficit del gasto gubernamental y elevarse la deuda nacional en Estados Unidos y en muchos otros países alrededor del mundo. Una versión revisada de Economía Keynesiana ha emergido, racionalizando y justificando gastos gubernamentales masivos como curas para una producción que cae, un desempleo creciente y una ampliación de la desigualdad en el ingreso. Por tanto, vale la pena echarle una mirada fresca a la Economía Keynesiana y “desagregar” a su originador, el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946).

Después de dominar la profesión de la economía por más de un cuarto de siglo después de la Segunda Guerra Mundial, el keynesianismo ha sido desafiado por varias “contrarrevoluciones” en la macroeconomía, empezando a fines de los sesentas y principios de los setentas. Ellas han tomado las formas de Monetarismo, Economía del Enfoque de Oferta, Nueva Teoría Clásica o de Expectativas Racionales, Nuevo Keynesianismo e incluso Economía Austriaca, con posterioridad al otorgamiento del Premio Nobel a F.A. Hayek en 1974.

A pesar de lo dicho, el hecho es que ni Keynes ni su economía jamás se han ido o remplazado. La Economía Keynesiana ha continuado dominando e influyendo la forma en que la mayoría de los economistas piensa y analiza acerca de la naturaleza de las fluctuaciones de toda la economía en su empleo y producción.

EL LEGADO DE KEYNES DE ECONOMÍA DE LA “ADMINISTRACIÓN DE LA DEMANDA”

Es la idea de que el gobierno debe administrar y guiar la política monetaria y fiscal para asegurar el pleno empleo, un nivel estable de los precios y promover el crecimiento económico. Algo de los términos del debate puede haber cambiado durante más o menos el último medio siglo, pero la creencia de que es responsabilidad del gobierno controlar la oferta de dinero y el gasto agregado en la economía, persiste hoy, tanto como lo hizo en los cuarentas.

La concepción moderna de “administración de la demanda” es un legado del libro de Keynes de 1936 The General Theory of Employment, Interest and Money [Teoría general del empleo, el interés y el dinero]. El impacto del libro de Keynes y su mensaje no debería subestimarse. Sus dos principios básicos son la afirmación de que la economía de mercado es inherentemente inestable y que posiblemente genere períodos prolongados de desempleo y de capacidad productiva subutilizada, y el argumento de que los gobiernos deberían asumir la responsabilidad de contrarrestar estos períodos de depresión económica, con las diversas herramientas de política monetaria y fiscal a su disposición. Ello fue impulsado por la creencia de Keynes de que los administradores de las políticas guiados por la teoría económica desarrollada en su libro, tendrían el conocimiento y la habilidad para hacerlo exitosamente.

No menos importante en la propagación de su idea de política económica de administración de la demanda fue la habilidad literaria de Keynes para persuadir. Como lo expresó el economista Leland Yeager (1924-2018), “Keynes vio y proporcionó lo que ganaría atención ̶ polémica dura, fragmentos sardónicos, pedacitos de doctrina esotérica e impactante.” Keynes poseía una porción arrogante de confianza en sí mismo y creencia en su habilidad para influir la opinión y política pública.

El economista Friedrich A. Hayek (1899-1992), quien conocía a Keynes bastante bien, se refirió a su “confianza suprema… en su poder de actuar sobre la opinión pública, tal como un maestro supremo toca su instrumento.” En la última ocasión en que vio a Keynes a principios de 1946 (poco antes de la muerte de Keynes por un ataque al corazón), Hayek le preguntó si a él no le preocupaba que sus seguidores estuvieran llevando sus ideas a extremos. Keynes le replicó a Hayek que no tenía necesidad de preocuparse. Si llegara a ser necesario, Hayek podía “confiar de nuevo en que él rápidamente le daría vuelta a la opinión pública ̶ e indicó con un movimiento veloz de sus manos qué tan rápidamente eso sería hecho. Pero, tres meses más tarde él estaba muerto.”

Aún hoy, economistas respetados afirman que la intervención macroeconómica al estilo Keynesiano es necesaria como contrapeso a la inestabilidad de la economía de mercado. Un ejemplo es Robert Skidelsky, aclamado autor de una biografía de varios volúmenes de Keynes y partidario activo del Partido Laborista Británico.

Hace pocos años, el profesor Skidelsky aseveró que el capitalismo posee en su esencia una inestabilidad de las instituciones financieras y, “Esta idea de Keynes acerca de las causas y consecuencias de las crisis financieras permanece siendo supremamente valiosa.” En cualquier recesión económica significativa, el gobierno debería empezar a “bombear dinero en la economía, como bombear aire a un globo que se desinfla.”

EL CAMINO DE KEYNES HACIA LA TEORÍA GENERAL

Poco antes de la Primera Guerra Mundial, Keynes publicó su primer libro acerca de política monetaria, Indian Currency and Finance [Moneda y finanzas en la India] (1913). Durante la Primera Guerra Mundial, él había trabajado en el Tesoro Británico. En 1919 sirvió como asesor de la delegación británica a Versalles. Pero, frustrado con la actitud de los poderes aliados hacia Alemania al establecer los términos de la paz, Keynes regresó a Gran Bretaña y publicó The Economic Consequences of the Peace [Las consecuencias económicas de la paz] (1920), en la que criticó severamente el acuerdo de paz. En 1923, publicó A Tract on Monetary Reform [Breve tratado sobre la reforma monetaria], en el cual pidió el fin del patrón oro y, en su lugar, sugirió un papel moneda nacional administrado. Se opuso fuertemente al regreso de Gran Bretaña al patrón oro a mediados de los veintes, a la paridad del oro previa a la guerra. Él aseveró que los gobiernos deberían tener poder discrecional sobre el sistema monetario de una nación, para asegurar el nivel deseado de empleo, producto y precios.

En 1930, Keynes publicó A Treatise on Money [Tratado sobre el Dinero], una obra de dos volúmenes que él pensó establecería su reputación como un importante teórico monetario de su época, en vez de ser sólo un influyente analista de política económica. Sin embargo, en el curso de los siguientes dos años apareció una serie de reseñas críticas, escritas por algunos de los economistas más respetados del momento. La mayoría de ellos demostró problemas serios ya fuera con las premisas o con el razonamiento bajo los cuales Keynes intentó construir su teoría acerca de las relaciones entre el ahorro, la inversión, la tasa de interés y los niveles agregados de producción y precios. Pero, las críticas más devastadoras fueron formuladas por un joven Friedrich A. Hayek, en un extenso ensayo en dos partes publicado en la revista Economica en 1931-1932 (reimpreso en Bruce Caldwell, editor, The Collected Works of F. A. Hayek, Vol. 9 [1995], pp. 121-146 & 174-197).

Hayek expuso que Keynes no parecía comprender la naturaleza de una economía de mercado en general, ni tampoco el significado y papel de la tasa de interés para mantener un balance apropiado entre los ahorros y la inversión para la estabilidad económica. En el nivel más esencial, Hayek aseveró que el método de Keynes de agregar ofertas y demandas individuales de una multitud de bienes, en un pequeño número de “totales” macroeconómicos, distorsionaba cualquier apreciación real y el análisis de los precios relativos y las relaciones de producción a lo interno y entre los mercados reales. “Los agregados del Sr. Keynes esconden los mecanismos de cambio más fundamentales,” dijo Hayek. (p. 128)

Aceptando implícitamente las críticas, Keynes dedicó los siguientes cinco años a reconstruir su argumento, siendo el resultado su trabajo más famoso e influyente, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicado en febrero de 1936.

Keynes arguyó que la Gran Depresión de los años treinta fue causada por las inevitables irracionalidades en la economía de mercado, que no sólo creaban las condiciones para la severidad de la recesión económica, sino que necesitaban políticas monetarias y fiscales activistas de parte del gobierno, para restaurar y mantener el pleno empleo y la utilización máxima de las capacidades de los recursos y la producción. Durante el siguiente medio siglo, las ideas de Keynes, tal como se presentaron en La Teoría General, se convirtieron en la base de la teorización macroeconómica y la formulación de política a lo largo del mundo occidental y, hoy en día, continúa dominando el pensamiento de la política pública.

JOHN MAYNARD KEYNES Y UN “LIBERALISMO” INTERVENCIONISTA

¿Cuáles fueron los principios filosóficos y las ideas más amplias detrás de los puntos de vista de Keynes acerca de una sociedad de mercado? En 1925, Keynes dio una conferencia en Cambridge titulada “¿Soy yo un Liberal?” (reimpresa en Essays in Persuasion [Ensayos de persuasión] de Keynes, p.p. 323-338). Él rechazó toda idea de considerarse a sí mismo como un conservador, pues el conservadurismo “no conduce a nada; no satisface idea alguna; no se ajusta a estándar intelectual alguno; ni siquiera es seguro, o calculado que preserve de perturbaciones a ese grado de civilización que ya hemos logrado.” Luego, Keynes preguntó si él debería considerar unirse al Partido Laborista. Él admitió que “Superficialmente eso es más atractivo,” pero, también, lo rechazó. “Para empezar, es un partido de una clase, y la clase no es mi clase,” aseveró Keynes. Aún más, él dudó de la habilidad intelectual de aquellos que controlaban el Partido Laborista, creyendo que era dominado por “aquellos que del todo no saben de qué están hablando.”

Esto condujo a Keynes a concluir que, tomando en cuenta todas las cosas, “el Partido Liberal es todavía el mejor instrumento para el progreso futuro ̶ sólo si tiene un liderazgo fuerte y el programa correcto.” Pero, el Partido Liberal de Gran Bretaña sólo podía desempeñar un papel positivo si renunciaba al “individualismo y el laissez-faire pasados de moda,” los que él consideraba como “la leña seca del pasado.” En vez de eso, lo que se necesitaba era un “Nuevo Liberalismo,” que implicaría “una nueva visión para una nueva era.” Lo que esto suponía, en la visión de Keynes, era “la transición de la anarquía económica a un régimen que deliberadamente se propone controlar y dirigir las fuerzas económicas en los intereses de la justicia social y la estabilidad social.”

Un año más tarde, Keynes dio una conferencia en Berlín, Alemania, acerca de “El Fin del Laissez-Faire,” (reimpreso en Essays in Persuasion, pp. 312-323), en donde aseveró que “no es cierto que los individuos poseen una ‘libertad natural’ normativa en sus actividades económicas. No existe un compacto que confiera derechos perpetuos a aquellos que Tienen o a aquellos que Adquieren.” Tampoco que se pudiera suponer que, individuos privados en busca de su interés propio ilustrado, siempre servirían al bien común.

Para un mundo de “incertidumbre e ignorancia,” que algunas veces resultaba en períodos de desempleo, Keynes sugería que “la cura para estas cosas parcialmente debe buscarse en el control deliberado de la moneda y del crédito por una institución central.” Y creía que “algún acto coordinado de juicio inteligente” por el gobierno, se requería para determinar la cantidad de ahorros en la sociedad y cuánto de los ahorros de la nación deberían permitirse que se invirtieran en mercados externos, así como la distribución relativa de esos ahorros domésticos entre los “canales nacionalmente más productivos.”

PLANIFICACIÓN EUGÉNESICA Y PLANIFICACIÓN ECONÓMICA

Finalmente, Keynes aseveró que el gobierno debería llevar a cabo una “política nacional” relacionada con el tamaño más apropiado de la población del país, “y habiendo establecido esta política, debemos tomar acciones para ponerla en operación.” Todavía más, Keynes propuso que se considerara seriamente la adopción de una política eugenésica: “El momento puede llegar un poco más tarde, cuando la comunidad como un todo debe poner atención a la calidad innata, así como al simple número de sus miembros futuros.”

Esta agenda de un gobierno activista y planificador no hizo de Keynes un socialista o un comunista en cualquier sentido estricto de estas palabras, De hecho, después de una visita a la Rusia Soviética, publicó un ensayo en 1925 crítico del régimen bolchevique (“A Short View of Russia,” [Una Visión Breve acerca de Rusia], reimpreso en Essays in Persuasion, pp. 297-312). “Para mí, creado en un aire libre sin que fuera oscurecido por los horrores de la religión, con nada que temer, la Rusia Roja tiene mucho que es destable… No estoy listo para un credo al que no le importa mucho destruir la libertad y la seguridad de la vida diaria, que deliberadamente usa las armas de la persecución, la destrucción y el conflicto internacional… Es difícil para un hijo de Europa occidental, educado, decente e inteligente, encontrar aquí sus ideales.”

Pero, en lo que Rusia tenía una ventaja sobre Occidente, afirmó Keynes, fue en su fervor revolucionario, casi religioso, en su romanticismo del trabajador común y su condena a hacer dinero. De hecho, el intento soviético de eliminar la “mentalidad de hacer dinero” era, en la mente de Keynes, una “innovación tremenda.” También, la sociedad capitalista, en la visión de Keynes, tenía que encontrar un base moral por encima del auto interesado “amor por el dinero.” Por tanto, lo que Keynes consideró era una superioridad de la Rusia Soviética sobre la sociedad capitalista, fue su punto alto moral en oposición al individualismo capitalista. Y, también, él creía que “cualquier pieza de técnica económica útil” desarrollada por la Rusia Soviética, podía fácilmente injertarse en una economía occidental, siguiendo su modelo de un Nuevo Liberalismo “con igual o mayor éxito” que en la Unión Soviética.

Que Keynes tenía una enorme confianza en un sistema administrado por el estado “de técnicas económicas útiles” era claramente visto en la siguiente comparación que él hizo, también a mediados de los años veinte, entre un sistema salarial regulado en nombre de “justicia” entre clases sociales y salarios determinados en el mercado, al que él condenó como “el monstruo económico.”

“La verdad es que estamos a medio camino entre dos teorías de la sociedad económica. Una teoría mantiene que los salarios deberían fijarse con referencia a lo que es “justo” y “razonable” entre clases. La otra teoría -la teoría del monstruo económico- es que los salarios deberían determinarse por la presión económica, llamados de otra forma ‘dura realidad,’ y que nuestra vasta máquina debe estrellarse junto, sólo con respecto a su equilibrio como un todo, y sin prestar atención al cambio en las consecuencias del viaje para grupos individuales.” (Citado en D.E. Moggridge, Maynard Keynes: An Economist’s Biography [1992], p. 433)

KEYNES: LOS MERCADOS FALLAN Y AUMENTA EL DESEMPLEO

Al iniciarse la Gran Depresión, sin sorprender, Keynes, una vez más, rechazó la idea de una solución de libre mercado al desempleo creciente y la industria ociosa que se intensificó tras la quiebra de 1929. En sus escritos en los años veinte y principios de los treinta, la promoción de un “Nuevo Liberalismo” y un gobierno con gasto deficitario para “resolver” la Gran Depresión, fueron las premisas de la Revolución Keynesiana, que sería oficialmente inaugurada con la publicación de la Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Con esas ideas, Keynes produjo uno de los desafíos mayores a la economía de libre mercado en el siglo XX.

La Teoría general se publicó el 4 de febrero de 1936. La esencia de la teoría de Keynes era mostrar que una economía de mercado, dejada a su propia suerte, no poseía un mecanismo inherentemente autocorrectivo para regresar al “pleno empleo,” una vez que el sistema había caído en una depresión. En el corazón de su enfoque estaba la creencia de que él había mostrado un error en la Ley de Say. Llamada así por el economista francés del siglo XIX Jean-Baptiste Say (1767-1832), la idea fundamental es que los individuos producen para así poder consumir. Un productor individual produce ya sea para consumir lo que él ha manufacturado para sí o para venderlo en el mercado, para adquirir los medios para comprar lo que otros tienen para la venta. O, como lo expresó el economista clásico David Ricardo (1772-1823) en sus Principles of Political Economy and Taxation (Principios de economía política y tributación) (1817), “Entonces, al producir, él necesariamente se convierte ya sea en el consumidor de sus propios bienes o en el comprador y consumidor de los bienes de alguna otra persona… Las producciones son siempre compradas por producciones o por servicios; el dinero es sólo un medio por el cual se efectúa el intercambio.” (p. 280)

Keynes señaló que no había certeza de que quienes habían vendido bienes o sus servicios laborales en el mercado, necesariamente se voltearían y gastarían todo lo que habían ganado en los bienes y servicios producidos por otros. Por tanto, los gastos totales en los bienes podrían ser inferiores al ingreso total previamente ganado en la manufactura de esos bienes. Esto, a su vez, significaba que el total de ingresos percibidos por las empresas que venden bienes en el mercado, podría ser menor que los gastos en que ellas incurrieron para llevar esos bienes al mercado. Siendo inferiores los ingresos totales por ventas que los gastos totales de los negocios, el empresario no tendría otro recurso más que reducir tanto su producción como el número de trabajadores empleados, para minimizar las pérdidas durante este período de “malos negocios.”

Pero, indicó Keynes, esto simplemente intensificaría el problema del desempleo y de una producción decreciente. Al ser despedidos los trabajadores, necesariamente sus ingresos se reducirían. Con menos ingresos para gastar, los desempleados recortarían sus gastos de consumo. Eso resultaría en una caída adicional de la demanda de bienes y servicios ofrecidos en el mercado, ampliando el círculo de negocios que encuentra que sus ingresos por ventas descienden en relación con sus costos de producción. Y esto desataría una nueva ronda de recortes en la producción y el empleo, poniendo en movimiento una contracción acumulativa en la producción y los empleos.

SALARIOS RÍGIDOS, ILUSIÓN MONETARIA E INCERTIDUMBRE EN LA INVERSIÓN

¿Por qué los trabajadores no aceptarían menores salarios monetarios para hacer que ellos fueran más atractivos de volverse a contratar cuando cae la demanda del mercado? Porque, dijo Keynes, los trabajadores sufren de “ilusión monetaria.” Si los precios de los bienes y servicios descienden porque la demanda de los consumidores se está reduciendo, entonces, los trabajadores podrían aceptar un menor salario monetario y no estar peor en términos reales de compra (esto es, si el recorte en salarios fue en promedio no mayor que el descenso en el nivel promedio de los precios). Pero, los trabajadores, expuso Keynes, generalmente piensan sólo en términos de los salarios monetarios, no de los salarios reales (esto es, lo que representa su ingreso monetario en poder adquisitivo real en el mercado). Así, a menudo, los trabajadores aceptarían más bien el desempleo, que un recorte en su salario monetario.

Si en el mercado los consumidores demandan menos bienes y servicios finales, esto necesariamente significa que aquellos están ahorrando más. ¿Por qué este ingreso no consumido no sería gastado en contratar mano de obra y comprar recursos de una manera distinta, en forma de mayor inversión, cuando los ahorrantes tienen ahora más para prestar a prestatarios a una tasa de interés más baja? La respuesta de Keynes fue insistir en que no son iguales los motivos de los ahorrantes y los inversionistas. Quienes obtienen ingresos bien pueden desear consumir una fracción menor de su ingreso, ahorrar más, y ofrecerlo a prestamistas a cierto interés. Pero, no había certeza, insistió él, de que los empresarios estuvieran dispuestos a pedir prestados esos ahorros mayores y usarlos para contratar trabajadores que hagan bienes para venderlos en el futuro.

Dado que el futuro es incierto y el mañana puede ser radicalmente diferente de hoy, relató Keynes, los empresarios fácilmente caen bajo el embrujo de ondas impredecibles de optimismo y pesimismo, que elevan y reducen su interés y disposición para pedir prestado e invertir. Un descenso en la demanda del consumo para hoy de quienes generan ingresos, puede ser motivada por un deseo de incrementar su consumo en el futuro a partir de sus ahorros. Pero, los empresarios no pueden saber cuando en el futuro esos generadores de ingresos querrán aumentar su consumo, ni qué bienes particulares estarán en mayor demanda cuando venga ese momento. Como resultado, el descenso en la demanda del consumidor de la producción actual, también, simplemente sirve para disminuir los incentivos actuales del empresario para la actividad de inversión hoy.

LOS SUPUESTOS PECULIARES DE KEYNES ACERCA DEL CONSUMO

Si por alguna razón se presenta una onda de pesimismo en los negocios, que resulta en un descenso de la demanda de préstamos para invertir, eso debería resultar en un descenso en la tasa de interés. Tal descenso debido a una caída de la demanda para inversión, debería hacer menos atrayentes a los ahorros, pues ahora se gana menos ingreso por intereses al prestar una parte de los ingresos propios. Como resultado, el gasto para el consumo debería elevarse cuando los ahorros se reducen. Así, en tanto que el gasto para inversión podría estar reduciéndose, un consumo mayor del gasto del consumidor debería compensar la diferencia, para asegurar una demanda de “pleno empleo” de la mano de obra y recursos de la sociedad.

Pero, Keynes no permite que esto suceda, debido a lo que él llama la “ley psicológica fundamental” de la “propensión a consumir.” Al aumentar el ingreso, dice él, el gasto en consumo proveniente del ingreso también tiende a aumentar, pero menos que el aumento en el ingreso. Por tanto, con el paso del tiempo, al elevarse el ingreso, se ahorra una proporción porcentual más y más alta.

En la Teoría General, Keynes enumeró una variedad de lo que él llamó los factores “objetivos” y “subjetivos” que pensó influían las decisiones de la gente para consumir a partir del ingreso. En el lado “objetivo”: una ganancia inesperada; un cambio en la tasa de interés; un cambio en las expectativas acerca de ingreso futuro. En el lado “subjetivo”, enumeró “el Disfrute, Cortoplacismo, Generosidad, Errores de Cálculo, Ostentación y Extravagancia.” Él sólo afirma que los factores “objetivos” tienen poca influencia en qué tanto consumir a partir de un ingreso determinado ̶ incluyendo un cambio en la tasa de interés. Y los factores “subjetivos” son básicamente invariables, al ser “hábitos formados por la raza, educación, convención, religión y la moralidad actual… y los estándares de vida establecidos.” (p.p. 89-112)

En efecto, Keynes llega a la conclusión peculiar de que, debido a que los deseos de los hombres están determinados y fijados básicamente por su ambiente social y cultural y que sólo cambian muy lentamente, “Entre mayor… el consumo para el cual nosotros hemos provisto por adelantado, más difícil es encontrar algo más allá que posibilite por adelantado.” (p. 105) Esto es, a los hombres se les acaban las necesidades para las que ellos desearían que la inversión se llevara a cabo; los recursos en la sociedad -incluyendo la mano de obra- están amenazando con ser mayores que la demanda para su empleo.

EL MUNDO AL REVÉS DE KEYNES: FINES LIMITADOS Y MEDIOS CRECIENTES

En otras palabras, Keynes le da vuelta al concepto más fundamental de la economía. En vez de que nuestros deseos y necesidades tiendan siempre a exceder los medios a nuestra disposición para satisfacerlos, el hombre está confrontando un mundo “post escasez,” en donde los medios a nuestra disposición están creciendo más que los fines para los que ellos se podían usar. La crisis de la sociedad ¡es una crisis de abundancia! Entre más ricos nos hacemos, menor el trabajo que tenemos para que lo haga la gente, pues, en la visión de Keynes, la capacidad y el deseo del hombre de imaginar nuevas y diferentes formas de mejorar su vida es finita. El problema económico es que estamos muy bien y, por tanto, a partir de ello sufrimos un desempleo creciente y persistente.

En consecuencia, el ingreso no gastado puede acumularse como ahorros no usados y no invertidos; y aquella inversión que se realiza puede fluctuar erráticamente, debido a lo que Keynes llamó los “espíritus animales” de la psicología irracional de los empresarios en relación con un futuro incierto. Por tanto, la economía de mercado está plagada del peligro constante de olas de alzas y caídas, con períodos prolongados de alto desempleo y fábricas ociosas. El problema de la sociedad emana del hecho de que la gente consume demasiado poco y ahorra demasiado, para asegurar empleos para todos los que desean trabajar, a los salarios monetarios que han llegado a prevalecer en el mercado, y al cual los trabajadores se rehúsan a ajustar hacia abajo, a la luz de cualquier descenso en la demanda de sus servicios.

PIRÁMIDES, GUERRA Y SOCIALIZACIÓN DEL CAPITAL PARA TENER PLENO EMPLEO

Sólo una institución puede intervenir y servir como el mecanismo estabilizador que mantenga el pleno empleo y una producción estable: el gobierno, por medio de diversas políticas monetarias y fiscales activistas.

En la mente de Keynes el único remedio era que el gobierno interviniera y pusiera esos ahorros no utilizados a operar por medio del gasto deficitario para estimular la actividad de inversión. No importaba cómo el gobierno gastaba esos fondos pedidos prestados. Incluso “obras públicas de dudosa utilidad,” dijo Keynes, eran útiles: “Construcción de pirámides, terremotos e incluso guerras pueden servir para aumentar la riqueza,” en el tanto en que ellas crean empleo. “De hecho, sería más sensato construir casas y cosas como esas,” dijo Keynes, “pero si se presentan dificultades prácticas o políticas en el camino de hacer esto, lo indicado arriba sería mejor que nada.” (p. 129)

Tampoco puede confiarse en que el sector privado mantenga algún nivel razonable de actividad de inversión que provea empleos. Las incertidumbres del futuro, como vimos, creaban “espíritus animales” entre los empresarios, que producían ondas imprevisibles de optimismo y pesimismo que originaban fluctuaciones en el nivel de producción y empleo. Por suerte, el gobierno podía llenar el vacío. Aún más, mientras que los empresarios eran emotivos y miopes, el Estado tiene la habilidad para calmadamente calcular el largo plazo, el verdadero valor y utilidad de las oportunidades de inversión “con base en la ventaja general para la sociedad.” (p. 164)

En efecto, Keynes esperaba que el gobierno “asumiría una responsabilidad cada vez mayor de organizar directamente la inversión.” En el futuro, dijo Keynes, “yo concibo, por tanto, que una socialización en algún grado comprensiva de la inversión demostrará ser el único medio para asegurar una aproximación al pleno empleo.” Al reducirse la rentabilidad de la inversión privada con el paso del tiempo, la sociedad vería “la eutanasia del rentista” y “la eutanasia del poder opresivo acumulativo del capitalista” para explotar la escasez de capital en su propio beneficio. Este suicidio asistido de los grupos que ganan intereses y capitalistas no requeriría de ningún levantamiento revolucionario. No, “las medidas necesarias de socialización pueden ser introducidas gradualmente y sin una ruptura de las tradiciones generales de la sociedad.” (p.p. 376-379)

Esta es la esencia de la economía de Keynes. Un mundo con supuestos arbitrarios acerca de trabajadores y salarios, ingreso y consumo, e inversionistas y espíritus animales; todos los cuales “arreglan el juego” de forma que, no importa lo que pase, los mercados no pueden volver a balancearse a sí mismos y coordinar las producciones y empleos. Sólo el sabio e iluminado en el gobierno -quienes de alguna forma son libres de las debilidades y fracasos de carácter poseídos por todos los demás- puede guiar una sociedad hacia un curso estable y regular de pleno empleo.

LA VISIÓN DE MUNDO DE KEYNES: ÉLITES SOCIALES Y PLANIFICACIÓN ILUMINADA

En su famosa conferencia, “National Self-Sufficiency“ [“La Auto-Suficiencia Nacional”], dada en Dublín, Irlanda, en abril de 1933, John Maynard Keynes renunció a su creencia previa en el libre comercio. Declaró, “Yo simpatizo… con aquellos que minimizarían, en vez de maximizarían, el enmarañamiento económico entre naciones… Dejen que los bienes sean de casa siempre que sea razonable y convenientemente posible; y, por encima de todo, dejen que el financiamiento sea primordialmente nacional.” (Yale Review, junio de 1933, p. 758) Él permaneció siendo leal al proteccionismo en la Teoría General. En uno de los capítulos de conclusiones, descubrió un nuevo valor en los escritos de los siglos XVII y XVIII de los Mercantilistas y sus racionalizaciones para el control gubernamental y manipulación del comercio internacional y la inversión doméstica (p.p. 333-351)

Pero, Keynes expresó otro sentimiento en aquella conferencia de 1933:

“Cada uno de nosotros tiene su propia fantasía. Sin creer que ya estamos a salvo, a cada uno nos querría tener una oportunidad de intentar resolver nuestra propia salvación. No queremos estar, en consecuencia, a merced de las fuerzas mundiales que están poniendo en práctica o tratando de poner en práctica alguna uniformidad de equilibrio, de acuerdo con los principales ideales, si así puede decirse, del capitalismo de “Iaissez faire”… Queremos ser… nuestros propios amos y queremos estar tan libres como podamos de las interferencias del mundo.” (p.p. 761-762)

Keynes estaba convencido de que, si se dejaba sola a la economía de mercado, no podía confiarse en que ella asegurara ya fuera estabilidad o el pleno empleo. En vez de ello, un programa gubernamental activista de intervención monetaria y fiscal era necesario para continuar la prosperidad económica. Si eso también requería un grado de planificación estatal, Keynes también estaba abierto a ese tipo de ingeniería social directa. En una carta frecuentemente citada a F.A. Hayek, Keynes dijo que se encontró a sí mismo “de acuerdo profundamente emocionado” con los argumentos de Hayek en Camino de Servidumbre. Pero, con menor frecuencia se menciona lo que Keynes continuó diciendo en esa misma carta:

“Yo debería decir que lo queremos no es la ausencia de planificación, o incluso menos planificación, de hecho, yo debería decir que lo que ciertamente queremos es más… La planificación moderada será segura si aquellos que la llevan a cabo se orientan correctamente en sus mentes y corazones propios hacia el tema moral… Actos peligrosos pueden efectuarse con seguridad en una comunidad que piensa que piensa y siente correctamente, que sería el camino hacia el infierno si se ejecutaran por aquellos que piensan y sienten erradamente.” (Citado en Roy Harrod, The Life of John Maynard Keynes [Vida de John Maynard Keynes] [1951], p.p. 436-437)

Por supuesto, la pregunta es: ¿quién determina cuáles miembros de la sociedad piensan y sienten “correctamente” lo suficiente como para calificar para el poder y autoridad de planificar por el resto de nosotros? Y ¿cómo asegurar que dicho poder no caiga en las manos de aquellos que “piensan y sienten erradamente? Aún más, ¿sobre qué base puede suponerse que incluso quienes alegan estar “orientados correctamente en sus mentes y corazones propios” podrían en algún momento poseer el conocimiento y habilidad de planificar algún resultado económico deseable para la sociedad?

A pesar de lo anterior, como lo ha señalado un número de comentaristas, Keynes no tenía dudas ya fuera acerca de su “corrección” o competencia para alegar esa autoridad o habilidad. Él pertenecía a una élite británica que se veía a sí misma siendo superior a los otros miembros de la sociedad, en prácticamente todo. Como lo explicó Roy Harrod (1900-1978), un biógrafo que simpatiza con Keynes, “él estaba fuertemente imbuido con… la idea de que el gobierno de Gran Bretaña estaba y podía continuar estando en las manos de una aristocracia intelectual que usa el método de la persuasión.” (p.p. 192-193) Y, como también señaló el estadounidense keynesiano Arthur Smithies (1907-1981), “Keynes tenía la esperanza de un mundo en que la política monetaria y la fiscal, llevada a cabo por hombres sabios con autoridad, podía asegurar las condiciones de prosperidad, equidad, libertad y, posiblemente, paz.” (Quarterly Journal of Economics [noviembre de 1951] (p.p. 493-494)

KEYNES Y LA ARROGANCIA DEL INGENIERO SOCIAL

En setiembre de 1936, John Maynard Keynes preparó un prefacio para la traducción al alemán de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero. Dirigiéndose hacia los economistas alemanes, Keynes tenía la esperanza de que su teoría “enfrentaría una menor resistencia de parte de los lectores alemanes que de los ingleses, al remitirles una teoría completa del empleo y la producción,” pues, por mucho tiempo, los economistas alemanes habían rechazado las enseñanzas tanto de los economistas clásicos, así como más recientemente de la Escuela Austriaca de Economía. Y, dijo Keynes, “si puedo contribuir, aunque sea un pedacito, a una cena completa preparada por los economistas alemanes, particularmente ajustados a las condiciones alemanas, me daré por satisfecho.”

¿Cuáles eran esas “condiciones alemanas” particulares? Durante más de tres años, Alemania había estado bajo el gobierno del régimen nacionalsocialista de Hitler; en 1936, los nazis habían establecido su propia versión de planificación central cuatrianual.

Hacia el final de este prefacio, Keynes les indicó a sus lectores economistas nazis:

“La teoría de la producción agregada, que es el punto de este libro, no obstante, puede adaptarse mucho más fácilmente a las condiciones de un estado totalitario, que… bajo condiciones de libre competencia y un grado elevado de laissez-faire. Esta es una de las razones que justifican el hecho por el que yo llamo a mi teoría, una teoría general… Aunque, después de todo, la he desarrollado teniendo en mente las condiciones prevalecientes en países anglo-sajones, en que prevalece un grado elevado de laissez-faire, no obstante, permanece siendo aplicable a situaciones en las que la administración del estado es más pronunciada.” (El alemán y el inglés son traducidos a plenitud en James J. Martin, Revisionist Viewpoints [1971], p.p. 203-205)

Sería históricamente inexacto acusar a Keynes de ser explícitamente ya bien un simpatizante nazi (a pesar de su apoyo a la eugenesia) o un defensor del totalitarismo de tipo soviético o fascista (aunque claramente estaba abierto a una forma de planificación “democrática”). Pero, Keynes entendió claramente que, entre mayor fuera el grado de control por el estado sobre cualquier economía, más fácil sería para el gobierno administrar las palancas de la política monetaria y fiscal, a fin de manipular los agregados macroeconómicos del “producto total,” “empleo total,” y “nivel general de precios y niveles de salarios” para propósitos de mover la economía, como un todo, en direcciones que fueran más del agrado del analista de política económica.

LA ÉLITE DE KEYNES: AUTONOMBRADA Y QUE A NADIE LE DIERA CUENTAS

¿Sobre qué base moral o filosófica creyó Keynes que, defensores de políticas como él, tenían ya sea el derecho o la habilidad para administrar o dirigir las interacciones de multitudes de personas en el mercado? Keynes explicó su propio fundamento moral en Two Memoirs [Dos Recuerdos], publicado póstumamente en 1949, tres años después de su muerte. Un recuerdo, escrito en 1938, examinó la formación de sus “creencias tempranas” como joven en sus veintes en la Universidad de Cambridge, en la primera década del siglo XX.

Él, y muchos otros jóvenes intelectuales en Cambridge, habían sido influidos por los escritos del filósofo G.E, Moore. Aparte del argumento de Moore, lo que es de interés son las conclusiones a las que llegó Keynes al leer el trabajo de Moore. Keynes dijo:

“En efecto, en nuestra opinión, una de las ventajas mayores de su [la de Moore] religión era que hizo innecesaria a la moral… Nada importaba excepto los estados mentales, de la propia y la de otra gente, pero principalmente los nuestros. Estos estados de la mente no estaban asociados con la acción o el logro o las consecuencias. Consistían de estados de contemplación y comunicación atemporales y apasionados, principalmente desapegados de ‘antes’ y ‘después.’” (p.p. 82-83)

En este ámbito, los códigos de conducta éticos o morales, tradicionales o establecidos, nada significaban. Dijo Keynes:

“Totalmente repudiamos una responsabilidad personal nuestra de obedecer las reglas generales. Reclamamos el derecho a juzgar todo caso individual por sus propios méritos, y la sabiduría, experiencias y autocontrol para hacerlo exitosamente. Esa fue una parte muy importante de nuestra fe, violenta y agresivamente mantenida… Repudiamos totalmente las morales de la costumbre, sabidurías convencionales y tradicionales. Éramos, esto quiere decir, en el sentido estricto del término, inmoralistas… [N]osotros no reconocimos obligación moral sobre nosotros, ninguna sanción interna a la cual someterse u obedecer. Antes el cielo, clamamos por ser nuestro propio juez en nuestro propio caso.” (p.p. 97-98)

Keynes declaró que él y otros como él, eran “dejados,” de ahí en adelante, a su propia estrategia de sensatez, motivos puros e intenciones confiables acerca de lo bueno.” Luego, a mediados de sus cincuenta años, Keynes declaró en 1938, “En cuanto a lo que tiene que ver conmigo, es demasiado tarde para cambiar. Permanezco, y siempre permaneceré, siendo un inmoralista.” En cuanto al orden social, en donde él alegaba tener el derecho de actuar en tales formas sin restricciones, Keynes dijo que “la civilización era una costra delgada y precaria erigida por la personalidad y voluntad de unos pocos y conservada sólo por reglas y convenciones hábilmente trascendidas y astutamente preservadas.” (p.p. 98-99)

En asuntos de política económica y social, dos supuestos guiaron a Keynes, y ellos también datan de sus años en Cambridge como estudiante cerca del inicio del siglo; se establecen claramente en su artículo de 1904 ““The Political Doctrines of Edmund Burke.” Primero, “nuestro poder de predicción es tan leve, nuestro conocimiento acerca de las consecuencias remotas tan incierto, que rara vez es sabio sacrificar un beneficio actual a cambio de una ventaja dudosa en el futuro… Nunca podemos saber lo suficiente como para hacer que valga la pena cambiar.” Y, el segundo, “lo que deberíamos hacer es un asunto de circunstancias… [M]ientras que lo bueno es inmutable y al margen, el debería cambia y se marchita y crece en nuevas formas y figuras.” (Citado en D.E. Moggridge, Maynard Keynes: An Economist’s Biography [1992], p.p. 125)

CONTRA KEYNES: EL INTERÉS PROPIO PARA LA ARMONÍA SOCIAL Y LA POLÍTICA DE LARGO PLAZO

El liberalismo clásico y la economía de los economistas clásicos han sido fundados con base en dos ideas acerca del hombre y la sociedad. La primera, que existe una cualidad invariante de la naturaleza del hombre que hace que él sea lo que es; y que, si la sociedad ha de ser armoniosa, pacífica y próspera, los hombres deben reformar las instituciones sociales, de forma que dirijan los intereses propios inevitables de los individuos hacia aquellos caminos de acción que no sólo les beneficia a ellos, sino que también a otros en sociedad. Por tanto, abogaron por las instituciones de la propiedad privada, intercambio voluntario y competencia abierta y pacífica. Luego, como Adam Smith (1723-1790) lo expresó concisamente, los hombres vivirían en un sistema de libertad natural en donde cada individuo sería libre de perseguir sus propios fines, pero sería guiado, como si así lo fuera, por una mano invisible para servir los intereses de otros en sociedad, como medios para lograr su propia mejora. (Adam Smith, The Wealth of Nations [La Riqueza de las Naciones] [1776; 1937], p. 651)

Segundo, es insuficiente en cualquier juicio concerniente con la conveniencia de una política económica o social, que se enfoque sólo en los aparentes beneficios a corto plazo. Las leyes del mercado siempre dan lugar a ciertos efectos en el largo plazo, derivados de cualquier cambio en la oferta y la demanda o de cualquier intervención gubernamental en el orden del mercado. Así, como lo enfatizara el economista francés Frederic Bastiat (1801-1850), nos corresponde siempre tratar de determinar no sólo “lo que se ve” como resultado en el corto plazo de una política gubernamental, sino, también, que discernamos lo mejor que podamos “qué no es visto;” esto es, las consecuencias en el plazo más largo de nuestras acciones y políticas. (Frederic Bastiat, Selected Essays on Political Economy [Obras Escogidas] p.p. 1-50)

La razón de por qué es conveniente tomar en consideración las consecuencias menos inmediatas, es que los efectos en el plazo más largo pueden, no sólo no mejorar el mal que la política pretendía curar, sino también porque puede hacer que la situación social sea aún peor que si se hubiera dejada sola. Aún cuando los detalles específicos del futuro siempre están más allá de nuestra habilidad para predecir plenamente, un uso de la economía es asistirnos a que, al menos cualitativamente, anticipemos los contornos y formas posibles de ese futuro, ayudados por un entendimiento de las leyes del mercado.

LAS POLÍTICAS DE CORTO PLAZO Y UNA IDEOLOGÍA DE NIHILISMO

Los supuestos de Keynes niegan la sabiduría y las ideas de los liberales clásicos y los economistas clásicos. El énfasis sesgado es hacia los beneficios y placeres del momento, del corto plazo, con un desprecio casi total de las consecuencias a plazos más largos. Esto condujo a que Hayek se lamentara en The Pure Theory of Capital [La Teoría Pura del Capital] (1941):

“No puede dejar de interesarme la concentración creciente en los efectos de corto plazo… no sólo como un error intelectual serio y peligroso, sino por ser una traición al principal deber del economista y una amenaza grave a nuestra civilización… Sin embargo, solía considerarse deber y privilegio del economista estudiar y enfatizar los efectos a largo plazo, que son propensos a ser ocultados al ojo no entrenado, y dejar al hombre práctico la preocupación acerca de los efectos más inmediatos, quien en todo caso vería sólo lo último y nada más… No sorprende que el Sr. Keynes encontrara que sus puntos de vista son anticipados por escritores mercantilistas y aficionados dotados; la preocupación con el fenómeno superficial siempre ha marcado la primera etapa del enfoque científico a nuestra materia… ¿No se nos ha dicho incluso que, ‘dado que en el corto plazo todos estamos muertos,’ la política debería ser enteramente guiada por consideraciones de corto plazo? Me temo que estos creyentes en el principio de après nous le deluge [después de nosotros, el diluvio] pueden obtener aquello que han negociado más antes de lo que desean.” (p.p. 409-410)

Pero, si toda decisión de acción y política se toma en el contexto de circunstancias cambiantes, como insistió Keynes, ¿sobre qué bases deberán tomarse tales decisiones, y por quién? Tales decisiones serán tomadas con base en el “estado mental” egocéntrico de quienes hacen las políticas, con un desprecio total de las tradiciones, costumbres, códigos morales, reglas o leyes a largo plazo del mercado. Su corrección o equivocación no estuvo delimitada por ningún estándar independiente de “logro y consecuencia.” En vez de eso, fue guiada por “estados de contemplación y comunión, apasionados y eternos, en mucho desapegados del ‘antes’ y el ‘después.’” Las propias “intuiciones de lo bueno” de los tomadores de decisiones, para sí como para otros, iban a servir como su brújula. Y no dejen que ningún hombre común y corriente asevere que critica tales acciones o resultados. “Ante el cielo,” dijo Keynes, “reclamamos ser nuestro propio juez en nuestro propio caso.”

Aquí estaba la ideología elitista del nihilismo de Keynes. Los miembros de esa élite eran autonombrados y mostraron que pertenecían a esos electos por medio de mutuas auto congratulaciones por haber roto la camisa de fuerza de la conformidad, la costumbre y la ley. Para Keynes en sus cincuenta años, la civilización era así de delgada, una corteza precaria superpuesta sobre los espíritus animales y la irracionalidad de hombres comunes y corrientes. Su existencia, sea cual sea su valor, era el producto de “la personalidad y la voluntad de muy pocos,” como el mismo, naturalmente, y mantenida a través de “reglas y convenciones hábilmente trascendidas y astutamente preservadas.”

El perfil y la forma cambiante de la sociedad era mejor si se dejaba en las manos de “los pocos elegidos,” quienes estaban por encima de los acuerdos pasivos de las masas. Aquí estaba la arrogancia del ingeniero social, el rey filósofo electo por sí mismo, quien, por medio de habilidad para la manipulación y el engaño, dirigió y experimentó sobre la sociedad y sus multitudes de individuos. Es lo que hizo que Keynes se sintiera cómodo al recomendar su “teoría general” a los lectores nazis. Su concepción de una sociedad mantenida por “la personalidad y la voluntad de unos pocos,” después de todo, tenía una semejanza familiar con el principio del Führer de “un” incontrolado que comandaría al Volk [Pueblo].

LA LÓGICA DE LA ECONOMÍA: ELECCIÓN, INTERCAMBIO, Y DIVISIÓN DEL TRABAJO

En el prefacio a La Teoría general del empleo, el interés y el dinero, John Maynard Keynes aseveró que “la composición de este libro ha sido una larga lucha del autor por escapar… una lucha por escapar de las formas habituales de pensar y expresarse.” (p. xxiii) De lo que Keynes luchó por escaparse fue de los fundamentos de sentido común de la economía.

Desde Adam Smith en el siglo XVIII hasta los economistas austriacos del siglo XX, la economía ha desarrollado y sido refinada en un estudio de la acción humana y la lógica de la elección humana. Después de más de doscientos años, los economists llegaron a comprender con mayor claridad que nada pasa en un “sociedad” o en “el mercado,” que no empiece con las acciones y decisiones de individuos. En efecto, “el mercado” no es nada más que un término resumido para expresar la arena en que multitudes de individuos se reúnen e interactúan como oferentes y demandantes, con el objetivo de obtener ganancias mutuas a través del intercambio.

Cada individuo tiene diversas metas que le gustaría lograr. Para obtenerlas debe aplicar diversos medios para hacer que esos fines deseados existan por medio de la producción. Pero, el hombre encuentra que, desafortunadamente, los medios a su disposición a menudo no son suficientes para satisfacer todos los usos que tiene para ellos. Encara la realidad de la escasez. Se ve confrontado con la necesidad de elegir; debe decidir cuáles de los fines deseados prefiere más. Y, luego, debe aplicar los medios para lograr los fines más altamente valorados, a la vez que deja sin satisfacer a los otros fines menos valorados.

En este estado de desilusión, el hombre busca ver si hay formas de mejorar su situación. Descubre que otros encaran la misma frustración de fines no satisfechos. Algunas veces encuentra que otros tienen cosas que él valora más alto que algunas de sus posesiones propias. Emerge una ganancia potencial mediante el intercambio, en que cada partido puede estar mejor si intercambia lo que respectivamente tiene por lo que el otro tiene. Pero, ¿qué tanto de una cosa se intercambiará por otra? Eso será determinado por su negociación en el mercado. Finalmente, pueden ponerse de acuerdo en cuanto a los términos de intercambio, y establecerán un precio al que intercambian una cosa por otra: tantas manzanas por tantas peras; tantos kilos de trigo por tantos kilos de carne; tantos pares de zapatos por un traje.

El comercio se convierte en un acontecimiento regular, mediante el cual los hombres mejoran sus circunstancias a través del proceso de comprar y vender. Al apreciar el valor de esas oportunidades de intercambio, los hombres empiezan a especializar sus actividades productivas y crean un sistema de división del trabajo, en que cada cual trata de encontrar ese nicho en la arena creciente del intercambio, en el cual ellos tienen una ventaja comparativa en la producción sobre sus socios comerciales. Al expandirse el mercado, surge una competencia creciente entre compradores y vendedores, cada cual tratando de obtener el mejor acuerdo posible como productor y como consumidor. Los precios a los que los bienes se intercambian reflejan, más y más, las pujas y ofertas que contribuyen y compiten, de muchos compradores y vendedores en ambos lados del mercado.

INTERCAMBIO, DINERO Y LA LEY DE SAY DE LOS MERCADOS

Entre más compleja sea la red de intercambios, más difícil es el trueque directo de bienes entre ellos En vez de verse frustrado y desilusionado por no poder encontrar directamente socios comerciales que quieran los bienes los bienes que se busca poner en venta, los individuos empiezan a usar alguna mercancía o producto como un medio de cambio. Primeramente, comercian lo que han producido de un producto en particular y, después, usan esa mercancía para comprar otras cosas que ellos desean. Cuando ese producto llega a aceptarse ampliamente y se usa generalmente por la mayoría, si no es que por todos los que transan en el mercado, se convierte en el bien dinero.

Debe quedar claro que, aún cuando todas las transacciones se hagan mediando el dinero, son, todavía, en última instancia, bienes que se comercian por bienes. El zapatero hace zapatos y los vende por dinero a aquellos que los desean. Después, el zapatero usa el dinero que ha ganado con la venta de zapatos para comprar los alimentos que quiere comer. Pero, él no puede comprar esos alimentos a menos que haya ganado antes cierta suma de dinero, al vender unos zapatos de cierta calidad en el mercado. Al final de cuentas, su oferta de zapatos ha sido el medio por el que él demanda una cierta cantidad de alimentos.

En esencia, este es el significado de la Ley de Say. Jean-Baptiste Say la llamó “la ley de los mercados:” esta es que, a menos que primero produzcamos, no podemos consumir; a menos que primeramente ofrezcamos, no podemos demandar. Pero, cuánto otros están dispuestos a llevarse de nuestra oferta depende del precio al que se la ofrecemos a ellos. Entre más alto sea el precio de nuestro producto, otras cosas constantes, menos de él estarán otros dispuestos a comprar. Entre menos vendemos, es más bajo el ingreso que ganamos; y, entre menor sea la cantidad de ingresos que obtenemos, más reducidos serán nuestros medios financieros para demandar y comprar lo que otros ofrecen a la venta. Así, si queremos vender todo lo que elegimos producir, debemos darle el precio correcto; esto es, un precio lo suficientemente bajo como para que todo lo que queremos vender sale del mercado por los demandantes. Si se pone un precio demasiado alto por nuestros productos o nuestros servicios laborales, dadas las demandas de ellos por otra gente, quedará parte del suministro del bien sin venderse y parte de los servicios laborales ofrecidos, sin que se contrataran.

Por otra parte, reducir el precio al que estamos dispuestos a vender nuestra mercancía o servicios, creará, manteniendo constantes otras cosas, una mayor voluntad de parte de otros por comprar más de nuestro producto o contratar más de nuestros servicios laborales. Al vender más, nuestro ingreso monetario puede aumentar; y, al elevarse nuestro ingreso monetario, al poner un precio correcto a nuestro producto o servicios laborales, aumentamos nuestra habilidad de demandar lo que otros tienen a la venta.

Se admite, algunas veces, que, aun reduciendo el precio, puede que no genere un aumento lo suficientemente grande de la cantidad demandada por otros, para que aumente nuestro ingreso. Una reducción del precio puede, de hecho, resultar en que nuestro ingreso se reduzca. Pero, esto, también, es una ley del mercado: lo que elegimos ofrecer no vale más que lo que los consumidores están dispuestos a pagar por él. Es la forma en que el mercado nos dice que el producto o las habilidades laborales particulares que estamos ofreciendo, no son muy demandados. Es la manera en que el mercado nos dice que los consumidores valoran más otras cosas. Es la forma en que el mercado nos dice que el nicho en particular que hemos elegido en la división del trabajo, es uno en que nuestras habilidades productivas o servicios laborales no valen tanto como se esperaban. Es la manera en que el mercado nos dice que debemos trasladar nuestras actividades productivas hacia otras direcciones, en donde la demanda del consumidor es mayor y nuestras habilidades productivas pueden valorarse más elevadamente.

LOS SALARIOS Y LOS PRECIOS MONETARIOS GUIADOS POR EL MERCADO ASEGURAN EL PLENO EMPLEO

¿Podría suceder que los consumidores no gasten todo lo que han ganado? ¿Puede darse el caso de que algo del dinero ganado será “guardado,” de forma que no habrá una demanda mayor de otros bienes y, por tanto, ninguna línea de producción alternativa en la que podamos encontrar un empleo remunerado? ¿Sería este un caso en que la “demanda agregada” de bienes, en general, no fue suficiente para comprar toda la “oferta agregada” de bienes y servicios ofrecidos?

Las respuestas ya habían sido sugeridas a mediados del siglo XIX por el economista clásico inglés John Stuart Mill (1806-1873), en una actualización y refinamiento de la ley de los mercados de Say. En un ensayo titulado “Of the Influence of Consumption on Production” [Sobre la influencia del consume en la producción] (1844), Mill señaló que siempre que hubiera fines o deseos que aún no han sido satisfechos, hay más trabajo por hacer. En el tanto en que los productores ajustan sus suministros para reflejar la demanda real de bienes particulares que los consumidores desean comprar y, en el tanto en que ellos coticen un precio por sus ofertas que los consumidores están dispuestos a pagar, no es necesario que haya desempleo de recursos o de mano de obra. Así, nunca puede existir una oferta exceso de todas las cosas en relación con la demanda total de todas las cosas. (Reimpreso en Henry Hazlitt, ed., The Critics of Keynesian Economics [1960], p. p. 24-45)

Pero, Mill admite que puede haber tiempos en que los individuos, por diversas razones, pueden escoger “guardar,” o dejar sin gastar sus dineros en efectivo, una proporción mayor de su ingreso monetario de lo que es su práctica usual. En ese caso, indicó Mill, lo que se “llama una superabundancia general” de todos los bienes es, en realidad, “una superabundancia de todos los bienes con respecto al dinero.” En otras palabras, si también aceptamos que el dinero es un bien como todos los demás bienes en el mercado, para el cual hay una oferta y una demanda, entonces, puede presentarse una situación en la que la demanda de dinero aumenta, en comparación con la demanda de todas las otras cosas que el dinero podría comprar. Esto significa que, ahora, todos los otros bienes son relativamente sobre suplidos, comparados con la mayor demanda de mantener el dinero.

Para llevar todos esos otros bienes ofrecidos en el mercado, a un balance con las menores demandas de ellos (esto es, dada esa demanda incrementada de mantener el dinero y la demanda disminuida de otras cosas), los precios de muchos de esos bienes pueda que tengan que disminuir. Los precios, en general, en otras palabras, deben descender, hasta el punto en que todos los suministros de bienes y servicios laborales que la gente desea vender, encuentran compradores dispuestos a comprarlos. Una flexibilidad y adaptabilidad suficiente de los precios ante las demandas reales de cosas en el mercado, siempre asegura que, aquellos dispuestos a vender y que desean estar empleados, puedan encontrar trabajo. Y ello, también, es una ley del mercado.

Los economistas de libre mercado, tanto antes como después de Keynes, nunca han negado que la economía de mercado puede enfrentar una situación en la que existe un desempleo masivo y en que una porción considerable de la capacidad productiva de la sociedad puede permanecer ociosa. Pero, si surgiera esa situación, afirmaron que su causa se encontraría en un fallo de los oferentes, de cotizar sus productos y servicios laborales reflejando lo que los consumidores consideraran que podrían valer, dada la demanda de otras cosas, incluyendo el dinero. Los precios correctos siempre aseguran el pleno empleo; los precios correctos siempre aseguran que las ofertas crean una demanda de ellos; los precios correctos siempre aseguran la armonía del mercado.

Esta fue la realidad de la ley de los mercados ante la cual Keynes luchó tan fuertemente por escapar. En vez de eso, construyó un mundo imaginario de “demanda agregada” y “oferta agregada,” en donde los precios y salarios relativos, las demandas y ofertas relativas, y los usos y asignaciones relativos de los recursos y la mano de obra, que realmente guían y coordinan una economía de mercado en la dirección sostenible de producción de “pleno empleo,” se ven sumergidos en magnitudes estadísticas de producción y empleo, “como un todo.” (Vea mis artículos, “The Myth of Aggregate Demand and Supply” y “Macro Aggregates Hide the Real Market Processes at Work”.)

¿QUÉ CONCEPCIÓN DE HOMBRE, MERCADOS Y MORAL DEBEMOS ELEGIR?

Una economía de mercado dinámica, creciente y adaptable requiere un número de instituciones. La propiedad privada es esencial, junto con
precios monetarios generados por medio del proceso competitivo de vender y comprar, tanto bienes terminados como factores de producción. Los precios de mercado permiten el ejercicio intelectual del cálculo económico, mediante el cual se pueden establecer los valores y costos relativos de todos los bienes y servicios intercambiados en el mercado, de forma que se asegure su uso racional y eficiente.

La interacción competitiva de ofertas y demandas en el mercado, la estructura de precios relativos de bienes y recursos, la presencia de la creatividad y la alerta inducida por medio del potencial de lograr utilidades basado en el mercado, y una flexibilidad relativa en la movilidad y adaptabilidad de los factores de producción ante circunstancias cambiantes, son los que aseguran el funcionamiento eficaz de una sociedad libre.

Pero, en esencia, ninguno de esos elementos de una economía de mercado puede sobrevivir en el largo plazo sin los principios filosóficos y morales necesarios. Estos principios están fuera de la oferta y la demanda. Se basan, y deben basarse, en una concepción del hombre, la condición humana, y una buena sociedad.

¿Tiene el hombre un derecho a su propia vida, libertad y a propiedad adquirida honestamente? ¿Suponemos que el hombre es un ser que razona y es racional, quien es capaz de dirigir y guiar su propia vida? ¿Deberían las relaciones humanas basarse en la elección voluntaria y en el mutuo acuerdo entre los hombres? ¿Deberemos permitir que cada individuo diseñe los planes de su propia vida, y que coordine sus acciones con aquellas de otros por medio de las interacciones pacíficas y competitivas en un mercado abierto? ¿Debemos limitar el papel y las responsabilidades del gobierno para que asegure los derechos de cada individuo contra cualquier uso de la fuerza y el saqueo?

O, ¿aceptamos la visión de hombre de Keynes? Una criatura irracional guiada por “espíritus animales,” a la que no puede confiarse que tome decisiones inteligentes, ya sea para el presente como para el futuro; que necesita de una élite intelectual y política de administradores y manipuladores, que usan “reglas y acuerdos hábilmente trascendidos y astutamente preservados” para controlar a aquellos que se presumen son poco fiables para dejárseles libres de un vigilante paternalista.

La crisis económica actual ha sido creada por los mismos tipos de élites en las que Keynes confiaba tanto. Malinterpretando la evidencia médica y científica acerca del coronavirus, lanzaron a los Estados Unidos y al mundo en una barrena económica terrible, al comandar y obligar a cuarentenas sociales y económicas en toda la sociedad y paros de trabajos que han arruinado el funcionamiento del mercado y las formas de vida de decenas de millones. Ahora, a la luz de su propio manejo desastroso, ellos sólo pueden soñar sueños nuevos de incluso un mayor paternalismo y planificación política. (Vean mis artículos, “There will be No Recovery Without Production” and “How Lockdowns Shattered the Structure of Production” y “Will There be Tyranny in the Post-Coronavirus World?”)

Qué visión del hombre prevalezca -el hombre visto como una persona razonable pero imperfecta, que puede guiar y dirigir su propia vida, o el hombre visto como un ser irracional que constantemente necesita que alguien más le dirija y dicte cómo y qué hacer- determinará el futuro de la humanidad, no sólo para salir de la crisis económica actual, sino también para los muchos años y décadas que vienen.

Richard M. Ebeling es compañero sénior del American Institute for Economic Research (AIER) y Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Eveling vivió en la ciudad universitaria del AIER entre el 2008 y el 2009.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.