Parte de esa manipulación gubernamental, ante la mala situación económica que estamos viviendo, es atribuirlo a la pandemia del Covid. Hay dos cosas: primera, que ya la situación fiscal era mala desde hace rato y que una primera aprobación a fines del 2018 de medidas basadas principalmente en aumentos de tributos, sólo paralizó cualquier posibilidad de crecimiento en la economía y, segunda, al venir la pandemia se ha intentado culparla por el empeoramiento de la situación económica, pero las principales causas de esta recesión, fueron las medidas de control generalizado y la parálisis consecuente que ocasionaron. Ahora, de nuevo, pretenden no reducir el exagerado gasto gubernamental, sino poner nuevos y mayores impuestos, lo que causará la permanencia de la parálisis de la economía, del empleo y del bienestar de las familias.

LA BRUJERÍA, LA LEPRA Y EL COVID: “EL PODER DE CAUSAR DAÑO” COMO ARMA POLÍTICA

Por Stacey Rudin

American Institute for Economic Research
21 de setiembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/witchcr...itical-weapon/

La pandemia del Covid está envuelta por cuestiones de responsabilidad y de culpa. Al calor del pánico, abandonamos todos nuestros comportamientos y supuestos previos que tienen que ver con enfermedades transmisibles, reemplazándolos con una “nueva moral” impulsada por propaganda. En el cambiazo final, en vez de asumir la responsabilidad personal de nuestra propia salud, ahora somos estimulados a culpar a otros por causarnos daño, si ellos se rehúsan a alterar fundamentalmente sus vidas para “protegernos.”

Les pedimos que cedan todo lo que ellos valoran -incluyendo hasta las libertades Constitucionales, formas de ganarse la vida y educación de los niños- para que participan en un esfuerzo concertado para “detener infecciones” que continuarán indefinidamente.

Esta es la forma perfecta de lograr el control total sobre una sociedad. Todo mundo está culpando a cualquier otro por comportamientos externos -la desaprobación social elimina la necesidad del control policial- con un objetivo buscado de cumplimiento perfecto. Esto se puso en movimiento cuando el gobierno hizo una afirmación escueta y difícil de desaprobar –“Juntos, podemos detener la muerte”- e introdujo un mecanismo para silenciar la disensión: “Nosotros estamos tratando de salvar vidas, así que, cualquiera que esté en desacuerdo con nosotros, es un asesino.”

¡Qué conveniente! Haga lo que yo digo, o sea condenado. El silencio resultante hace imposible determinar cuánta gente cree genuinamente en los méritos de este sistema, y cuántos participan puramente por temor y vergüenza. Si la historia es una indicación, este sistema se perpetuará hasta que una masa crítica reúna el coraje para resistirlo.

Lo que nuestra población silenciada no estaba pensando durante la temible primavera del 2020. era el hecho de que las presuntamente insidiosas, que no se podían desaprobar, “habilidades para causar el daño” se han usado por siglos como herramientas políticas. Gobiernos poderosos e intereses especiales saben que la gente tiende a asociar riesgos y peligros, tales como enfermedad, desastre natural y hambruna, con una conducta que trasgrede las normas sociales. Cuando la gente cree que un “comportamiento mejor” puede remediar una amenaza, ella trabaja duro para imponer ese comportamiento sobre todos los demás.

La teoría de la cultura nos enseña que esta respuesta predecible ante amenazas, puede usarse para promover ciertas estructuras sociales, tanto “imbuyendo en los miembros de una sociedad aversiones contra el comportamiento subversivo, como enfocando el resentimiento y la culpa en aquellos que desafían tales instituciones” (imbuing a society’s members with aversions to subversive behavior and by focusing resentment and blame on those who defy such institutions.) Los blancos políticos pueden verse -y a menudo los son- atrapados al tenderse una trampa de un comportamiento como “bueno y seguro” y otro como “malo y peligroso.” En el 2020, la cuarentena se enmarcó como “segura,” y el enfoque de mitigación sueco como “peligroso.” Antes de analizar el resultado, consideremos de esta misma forma los usos históricos de la brujería y la lepra. Ambos involucran una supuesta “habilidad de causar daño” invisible, que es imposible de refutar, que culmina en un control casi perfecto sobre la sociedad.

“Que la bruja sea realmente capaz de causar daño o no, que la persona esté realmente infectada o no, la atribución de un poder escondido para causar daño es un arma de ataque contra ellas (the attribution of a hidden power to hurt is a weapon of attack against them). Las atribuciones de un daño oculto y una infección escondida afianzan informalmente la jerarquía de las categorías sociales y advierten a personas bien ubicadas contra relaciones sociales indiscriminadas… La acusación puede ser totalmente osada; esencialmente será creíble si el sistema político, en cuyo nombre se hace, es aceptado.”

Con el beneficio de la retrospección, sabemos que mujeres inocentes ejecutadas (ahorcadas) en Salem, Massachusetts, eran perseguidas ̶ sufrieron un destino atroz. Pero, en esa era, toda la sociedad “estuvo de acuerdo” con la narrativa de que ellas tenían poderes sobrenaturales, que podían dañar a enemigos a su voluntad e insidiosamente y que, por tanto, necesitaban ser destruidas para “seguridad de la comunidad.”

Sus condenas se basaban en un razonamiento circular post hoc, ergo proper hoc [Nota del traductor: “después de esto sigue eso, entonces, a consecuencia de esto se da eso”]: el daño se dio, luego, la brujería lo causó. En un ejemplo (In one example), la muerte de un niño dio lugar a la condena de su abuela “desagradable.” La evidencia contra ella consistía de “heces humanas descubiertas en la altura de una palmera.” Debido a que las mujeres generalmente no escalan árboles y que ciertamente no pueden posarse en lo alto como es necesario para defecar, sus acusadores afirmaron que ella “debe tener poderes sobrenaturales” “pues ella lo hizo.” En el ambiente cultural prevaleciente esa fue considerada una explicación más razonable que, “De hecho, no di del cuerpo en lo alto del árbol.” La mujer fue desterrada.

Nadie en la comunidad de la desafortunada habría creído que ella fuera culpable de lo que se le imputó. Probablemente muchos sabían que era una persona buena y bondadosa, y odiaron verla tratada de esa forma. Tal vez, la mayoría “estuvo de acuerdo en estar de acuerdo,” buscando primordialmente evitar convertirse en la siguiente victima de un sistema injusto. Esta amenaza omnipresente de acusación -y la imposibilidad de probar la inocencia- es un medio ingenioso de la clase gobernante para mantener el control.

La lepra se utilizó similarmente. Los arqueólogos ahora saben que la presunta epidemia extendida de “lepra” en mucho no era lepra del todo (Archaeologists now know that alleged widespread “leprosy” epidemics were largely not leprosy at all ) ̶ muchos “leprosos” tenían enfermedades no contagiosas de la piel u otros problemas de salud inocuos. Uno puede imaginarse la siempre presente amenaza bajo la que vivían los miembros de esas sociedades, cuando un simple salpullido podía condenar a una persona no favorecida. El comportamiento conformista, sumiso, no cuesta entenderlo bajo esas circunstancias. “Permanezca en gracia, haga exactamente lo que le digo, o su próximo brote de rosácea será su fin.”

Estas mismas dinámicas están siendo explotadas por políticos e intereses especiales simbióticos durante el Covid-19, a expensas de civiles inocentes. Nuestros derechos y privilegios Constitucionales, tan básicos como educar a nuestros hijos, han sido suspendidos bajo la premisa de que “representamos una amenaza hacia otros.” Somos tratados como niños, se nos ha dicho que “debemos comportarnos tal como el gobierno dice para seguridad de todos.” (Esto sonaría muy familiar a los residentes de Salem, Massachusetts, y de ciertas colonias de leprosos.) Aunque estemos totalmente sanos, se nos obliga a hacer sacrificios increíbles al servicio de “detener al enemigo invisible.” “Es inseguro que abra su restaurante.” “Es inseguro que eduque a sus niños.” “Es inseguro que usted camine a la par mía con una cara expuesta.”

Hace sólo seis meses, estas restricciones a la libertad habrían sido impensadas por el estadounidense promedio. No obstante, hoy son la “normalidad” prevaleciente. Un comportamiento disconforme, en el mejor de los casos, provoca que se aleje la mirada, la hostilidad abierta en el peor de ellos. Estas aseveraciones obviamente son indignantes a la luz del resplandeciente ejemplo de Suecia -a esta fecha tiene una mortalidad per cápita inferior en el 2020 a la que tuvo en el 2015 (it has lower per-capita mortality for 2020 than it did on this date in 2015 )- sin embargo, son ampliamente aceptadas debido a que son parte del espíritu político. No sabemos cuánta gente está genuinamente de acuerdo con que la destrucción de la forma de vida y la privación de la educación se justifique y acepte ̶ sólo sabemos que la mayoría esta temerosa de oponerse a aquellas afirmaciones, por temor a aparecer como “irresponsables ante la vida humana.” “Que la persona esté realmente infectada o no, la atribución de un poder escondido para causar daño es un arma de ataque contra ella.”

La gente no quiere verse atacada ̶ generalmente se acomoda en vez de dar la cara. Esta es la razón por la que las “brujas” fueron quemadas, los leprosos desterrados, y que niños escolares pasen sus días solos frente a pantallas. Nuestras tendencias arraigadas aún están sujetas a la explotación, como lo fueron en 1693. En efecto, es un arma política formidable.

Mientras que la ciencia no permitió a los habitantes de Salem y a los leprosos refutar su supuesto poder de hacer daño, en el 2020 podemos exculparnos con un hecho científico simple y fácil de entender ̶ uno que está tan bien establecido como la gravedad: todas las epidemias terminan con la inmunidad de rebaño, y no antes. La inmunidad grupal es el final natural y singular de toda epidemia viral. En su momento todos llegaremos allí, ya sea por medio de infecciones naturales -a la sueca- o por una combinación de infecciones naturales y vacunación (We will all get there eventually, whether via natural infections — ala Sweden — or a combination of natural infections and vaccination). El Imperial College de Londres dijo eso mismo en su modelo del 16 de marzo del 2020, que influyó a que los gobiernos del mundo impusieran “cuarentenas” (Imperial College London said as much in the March 16, 2020 model that influenced world governments into “locking down”):

“Una vez que se suavizan las intervenciones, las infecciones empiezan a crecer, resultando en un pico epidémico predecible más tarde en el año. Entre más exitosa es una estrategia de supresión temporal, es predecible que será mayor la epidemia posterior en ausencia de vacunación, debido a una menor construcción de la inmunidad de rebaño.

¿Queremos nuestra epidemia ahora, o más tarde? Esas son nuestras opciones. No podemos cambiar el tamaño de nuestra epidemia, sino sólo el momento. La única forma de minimizar la mortalidad es dejando que los de riesgo bajo se expongan al virus, a la vez que los de riesgo alto temporalmente reducen la movilidad (The only way to minimize mortality is by letting the low-risk expose themselves to the virus while the higher-risk temporarily reduce mobility). Este hecho científico indisputable echa por tierra el alegato de que todo mundo tiene una “habilidad insidiosa de causar daño” que amenaza a las otras personas.

Podemos ser infecciosos, pero es beneficiosa una infección en nosotros y las personas que consienten con quienes nos mezclamos, pues reduce el tiempo para lograr la inmunidad de rebaño para toda la sociedad. Con este sencillo regreso a la ciencia, podemos neutralizar la potente arma política y psicológica desplegada contra nosotros. Podemos abandonar el devastador sistema de tiranía y culpa impuesta sobre nosotros por la vía de la propaganda del Covid, reemplazándolo por nuestro sistema estadounidense habitual y más saludable de responsabilidad personal y -por encima de todo lo demás- de libertad.

Stacey Rudin es escritora, activista, líder comunitaria, voluntaria y previa litigante en movimientos de base para asegurarse que pandemias futuras sean administradas de acuerdo con las directrices establecidas de salud pública. Una ávida jugadora de tenis y lectora, Stacey vive en Short Hills, Nueva Jersey.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.