IMPACTANDO PROFUNDAMENTE A LA ECONOMÍA

Por Joakim Book

American Institute for Economic Research
15 de setiembre del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/deeply-...g-the-economy/

Cuando el consumidor quiere o si las condiciones del mundo cambien súbitamente, deseamos un sistema económico que cambia rápido ante ello.

Cuando, de pronto, el papel higiénico (toilet paper) se demanda en cantidades, queremos que los productores de papel higiénico reciban el mensaje y eleven rápidamente la producción. Cuando los hospitales en etapas tempranas de la pandemia clamaron por la carencia de ventiladores (ventilators), lo que requerimos en nuestras sociedades de mercado era que productores bien posicionados (well-positioned producers) cambiaran su producción para satisfacer esa demanda. Cuando se disparó el uso de desinfectantes de manos y de mascarillas en marzo y abril, fue algo bueno que los precios inicialmente aumentaron, de forma que compañías productoras de carros (car companies), productoras de vodka (Vodka) y manufactureras de perfumen (perfume manufacturers) cambiaron sus líneas de suministros, para hacer más de las cosas que ahora queríamos desesperadamente. Anulamos (overturned) la loca urgencia de destruir los plásticos (obliterate plastic), e intencionalmente mantuvimos sillas y mesas vacías (empty) ̶ no porque nuestras decisiones previas no tuvieran valor, sino porque ahora algo era más importante.

Si bien los últimos seis meses de pánicos (panics) con el coronavirus, las cuarentenas, la disrupción del comercio (trade disruption), la pérdida de libertad y los descensos sin precedentes del PIB (GDP declines), pueden haber sido tiempos turbulentos, no son nada comparables con el desastre que la Tierra enfrenta en la película de 1998 Deep Impact (Impacto Profundo). Ni siquiera el supuesto desastre que movimientos verdes extremistas, como Extinction Rebellion en Gran Bretaña, advierten en contra (warn against) se compara con la rápida y (por suerte) devastación ficticia que la directora Mimi Leder desarrolla en la pantalla.

Lo admito, el cometa que corre hacia la Tierra en Deep Impact es una bestia muy diferente del cambio climático, pero, la conexión se ha hecho anteriormente. En una parte del libro de Bjørn Lomborg acerca de las alegaciones científicas del ambientalismo (environmentalism), False Alarm: How Climate Change Panic Costs Us Trillions, Hurts the Poor, and Fails to Fix the Planet, él escribió:

“[El cambio climático] no es como un enorme asteroide lanzándose contra la tierra, en donde necesitamos detener todo y movilizar la economía global entera para detener el fin del mundo.”

Ver hoy Deep Impact puede así darnos algún consuelo hacer de que, no importa que tan malas parezcan las cosas en el 2020 -desde una perspectiva del coronavirus o de una perspectiva sumamente exagerada (largely overblown) de un apocalipsis climático- al menos esas no son iguales de malas.

En contraste con el cambio climático, el cometa corriendo hacia la Tierra en una película, constituye una erradicación concreta, cercana, de la mayoría de la vida humana, en un breve lapso. La amenaza climática es lo opuesto a eso: representa cambios menores (minor changes), lentos, con tiempo amplio para ajustarse y un final de cierta supervivencia segura de los humanos ( en verdad, con algunos ecosistemas y fenómenos del tiempo que operan de forma diferente a como lo hicieron en el pasado), a lo largo de un plazo prolongado. Los daños a los humanos por un clima cambiante, si es que alguna vez llegan a ser muchos, probablemente están a décadas de distancia (los desastres naturales (natural disasters) relacionados con el clima cada año matan menos y menos (fewer and fewer) gente, y producimos más alimentos (more food) que nunca antes, tendencias que incluso los peores escenarios climáticos pasarán un rato difícil anulándolas).

Lo que más inquieta en la película es que ninguna de nuestras líneas de producción se ajusta para el nuevo desastre inminente. El gobierno de Estados Unidos, al anunciar la amenaza al mundo, congela todos los precios y salarios. El presidente Beck, estoicamente actuado por Morgan Freeman, revela solemnemente que no habrá acaparamiento ni especulación:

“Nuestra sociedad continuará como es normal. El trabajo seguirá. Usted pagará sus cuentas. No habrá acaparamiento. Estoy congelando todos los salarios y todos los precios. Lo que ayer le costó una botella de agua, mañana le costará lo mismo.”

Abstraigámonos por un momento de la viabilidad de esto: El presidente de Estados Unidos no tiene ese tipo de autoridad, e incluso, si él o ella la tuviera, no habría forma de imponerla. Y quedaría impactado si la gente continúa intercambiando como antes lo hacía, a los precios de ayer, sabiendo lo que sabe ahora acerca de su futuro inminente.

Pero, digamos que es posible que alguien vigile todos los millones y millones de precios del mercado y los cientos de miles de millones de transacciones de cada año ̶ ¿qué pasa con las cantidades (quantities)? ¿Es el gobierno, intoxicado bajo su propio dio complejo, el que asegure que el mismo número de carros, botellas de agua, ositos de peluche y torres de extracción de petróleo, se produzcan, vendan y compren igual que el año pasado? Y si no, ¿no piensa usted que algunos de esos ítems pueden requerir (e incluso búsqueda) precios diferentes a los de ahora?

Al momento del anuncio del presidente Beck, se transmite globalmente la información de cambios en los deseos, valores y prioridades de cada ser humano ̶ y cambian las condiciones para producir cosas. Tenemos todas esas líneas de producción (production lines) heredadas, orientadas a fructificar varios años en el futuro; esas son ahora obsoletas y cercanas a un valor de cero. Lo que queremos es un sistema de mercado resiliente y flexible que reacomode los bienes de capital, para producir los bienes de consumo que ahora son más valorados. Tal vez, alguna gente pueda involucrarse en producir cualquier cosa que necesitaremos después del impacto del cometa -en la remota posibilidad de que algunos de nosotros sobrevivamos- pero, la mayoría de nuestros recursos necesitan ser seriamente reasignados hacia otros fines.

Lo que queremos y desesperadamente necesitamos es que haya ganancias: necesitamos que empresas que producen las cosas equivocadas vayan a la quiebra y sean asumidas por quienes produzcan las cosas correctas ̶ cosas que, en vez de aquellas, ahora necesitamos con urgencia. Necesitamos que los precios de los activos se ajusten, para que así podamos mover bienes de capital, desde líneas de producción obsoletas hacia cualquier cosa que la gente quiera, aún con sólo un año más de vida. Si hay una posibilidad de que vivamos -lo que hacen muchos en la película- queremos producir el equipo que necesitamos para sortear la tormenta literal, purificar el aire para respirar o asegurarnos que tenemos alimentos guardados para resolver la pérdida en la producción de alimentos.

No es diferente a la batalla del coronavirus del 2020, aunque, por supuesto, en una escala mucho más grande.

Muchos activos, dirigidos a la exploración petrolera o para el diseño de iPhones o construir Teslas o la siguiente generación de aviones Boeing, perderían totalmente su valor. Nosotros, rápida y súbitamente queremos cambiar máquinas, recursos humanos y conocimiento de esas líneas de producción, hacia comida enlatada, trajes de protección contra materiales peligrosos, equipos para respirar, nuevos hogares lejos de los océanos y en tierras altas, y todos los otros ajustes que una sociedad libre (free society) emprendería.

Esta es la ilustración cinemática más apropiada de lo que tienen en mente los movimientos climáticos del mundo real, cuando hablan acerca de que las empresas de combustibles fósiles tienen “activos abandonados” (stranded assets) (de cero valor) ̶ activos que solían ser valiosos pero ya no (o ya no deberían serlo). En un escenario de Deep Impact, ellos necesitan llegar a cero y ser redistribuidos hacia fines más valiosos.

En vez de eso, el gobierno estadounidense se involucra en un plan al estilo de la NASA para desviar de curso al cometa y, de otra forma, pretender que nada ha cambiado. Aún forzar que nada cambie económicamente ̶ excepto que todo ha cambiado. En su discurso, Beck declara la ley marcial e impone cuarentenas y restricciones a las libertades, no muy distinto de los que muchos estadounidenses, neozelandeses (New Zealanders) y australianos (Australians), han experimentado en el manejo de nuestro propio desastre reciente.

Mientras que las acciones de muchos gobiernos durante el coronavirus dejaron mucho que desear, al menos ellos no se involucraron en algo tan remotamente absurdo como la administración Beck. Los precios y las cantidades fueron básicamente libres de ajustarse, canalizando los recursos efectivamente hacia líneas de producción ahora súbitamente más valiosas. Mientras que los bancos centrales (central banks) y los ministerios de hacienda bañaron con golosinas a las economías y los mercados financieros, al menos el sistema de precios se mantuvo intacto en algún grado: las mascarillas y los desinfectantes para las manos y los ventiladores y todo lo demás que pensamos que necesitaríamos, podía ser eficientemente producido.

Cuando el mundo cambia súbitamente, queremos un sistema económico que se ajuste y refleje nuestro conocimiento y deseos actualizados. Eso requiere que los precios cambien, que las cantidades varíen, que haya quiebras y muchas ganancias ̶ ya sea en nuestro mundo o en mundo de ficción.

Joakim Book es un escritor, investigador y editor, entre otras cosas, acerca de dinero, finanzas e historia financiera. Posee una maestría de la Universidad de Oxford y ha sido académico visitante del American Institute for Economic Research en el 2018 y el 2019. Sus escritos han aparecido en el Financial Times, FT Alphaville, Neue Zürcher Zeitung, Svenska Dagbladet, Zero Hedge, The Property Chronicle y muchos otros medios. Él es escritor regular y cofundador del sitio libre sueco Cospaia.se, n y escritor frecuente en CapX, NotesOnLiberty, y en HumanProgress.org.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.