LAS TENTACIONES DEL PODER

Por Theodore Dalrymple

Law & Liberty
3 de setiembre del 2020


En 1977, el ensayista francés, Jean-François Revel, publicó un tratado bajo el título The Totalitarian Temptation [La Tentación Totalitaria: El Principal Obstáculo para el Socialismo no es el Capitalismo, sino el Comunismo]. En él condenó la faiblesse [debilidad] de la intelectualidad occidental, que era, al mismo tiempo, deshonesta, fingida, estúpida y malvada, ante dictaduras al estilo estalinista.

Uno podía haber pensado -yo ciertamente lo pensé- que, con la caída de la Unión Soviética, la tentación totalitaria había sido exorcizada de una vez por todas. Este, por supuesto, fue un punto de vista muy superficial. En vez de desaparecer, la tentación se balcanizó, por así decirlo, y también fue repatriada. El totalitarismo había sido exhibido, casi tan concluyentemente como cualquier cosa en la esfera de los asuntos humanos, por ser inherentemente absurdo, intelectualmente insignificante y catastrófico en la práctica. No obstante, este hecho no fue suficiente para destruir sus atractivos ̶ al menos para aquellos quienes desean una solución completa a todos los pequeños problemas de cómo vivir y para qué vivir. Una solución en la mente vale mil desastres en el mundo.

Naturalmente, se requiere cierto nivel de educación para sentir las tentaciones del totalitarismo: por ejemplo, ellas no se le ocurren al iliterato, sino sólo a la intelectualidad. Esto último ha aumentado en tamaño casi exponencialmente ante la expansión de la educación terciaria o, al menos, por la asistencia a instituciones de instrucción terciaria. En retrospectiva, no sorprende que el totalitarismo continuaría ejerciendo sus cánticos de sirena en sociedades previamente liberales, en particular, cuando los jóvenes, siempre tentados por ideas radicales, encaran problemas genuinos si bien insolubles, aparentemente peores que aquellos de la generación previa.

Por supuesto, uno no debe exagerar. Aún nosotros no vivimos bajo una tiranía al estilo soviético, en la que cada tesis universitaria, sin importar qué tan arcano fuera un tema, estaba obligada, por todos los medios, a citar a Lenin. Todavía es posible, sin bien nada fácil, vivir como un académico en nuestras sociedades fuera del sistema universitario. Pero, no se requiere la tiranía completa del estado policíaco para obtener un grado elevado de conformidad intelectual, como ahora podemos ver en nuestro tiempo libre. Conozco a académicos universitarios de diversos países que me cuentan que ellos ahora temen expresar lo que piensan, no por temer por sus vidas, sino que lo hacen en cuanto a su promoción. Esto no es igual, o tan terrible, que temer por sus vidas, pero, no obstante, está muy lejos del ideal de Mill de libertad de pensamiento y expresión.

Hay algo peor. No es sólo que ellos deben mantener cerradas sus bocas y no decir qué es lo que piensan, con lo malo que esto debe ser para aquellos quienes han escogido la vida de la mente; es que ellos deben subscribirse positivamente a cosas que creen que son malas o falsas. Y esta es la marca del totalitarismo. Deben subscribirse a doctrinas que consideran absurdas, por ejemplo, al describir en sus solicitudes de empleo sus esfuerzos futuros para promover la diversidad, así llamada. Al hacer que la expresión de una falsedad sea condición para el empleo, por adelantado se destruye la probidad. Quienes carecen de ella, son más fáciles de controlar.

Crecientemente, los movimientos sociales no permiten neutralidad alguna en relación con las causas que ellos promueven. La no adhesión no es diferente de hostilidad y la excepción es malvada: si usted no es parte de la solución, usted es parte del problema. En vano usted puede argüir que su interés está en otro lado; por ejemplo, en la taxonomía de los chapulines, o en la bioquímica de las bellotas o en la bibliografía de Alexander Pope: existe un tema que sobrepasa a todos los otros en importancia, y acerca de él sólo una opinión es permisible. Usted debe aprobar un examen de lealtad.

El último de estos movimientos es, por supuesto Black Lives Matter [Las Vidas Negras Sí Importan], y su éxito en acobardar a gran parte de la intelectualidad es, en cierta forma, admirable, un modelo de organización política para el futuro, aunque una que ha de ser muy temida. Al aseverar que el silencio es violencia, ha hecho que la marca de la virtud sea darse la mano (para evitar su anatema) y de casi toda ella. Ha revertido exitosamente el propósito de Martin Luther King, de forma que el color de la piel de un hombre es, de nuevo, más importante que el contenido de su carácter, y ha hecho más respetable a la más estalino-maoísta de las nociones, que la gente debería ser promovida y recompensada según sus orígenes sociales (en este caso, raciales). Y cualquiera que esté en desacuerdo es un Enemigo del Pueblo, la palabra Pueblo siendo usada aquí en un sentido severamente técnico, para dar a entender los árbitros de la asignación de las recompensas.

La incompatibilidad evidente de todo esto con la libertad, no nos debería cerrar los ojos ante su popularidad entre el ahora gran número de gente que ha sido educada, o entrenada, en las diversas ramas de estudios de resentimiento. El totalitarismo ofrece prospectos de carrera a aquellos con disposiciones y habilidades de apparatchik [funcionario profesional a tiempo completo del Partido Comunista o la administración soviética], a la vez que apela al resentimiento de, al menos, una porción de la población y su alegría ante la humillación de aquellos que previamente fueron ubicados más afortunadamente que ellos.

Son ahora muchos los años en que el poder, en vez de la libertad, ha sido el centro de atracción de toda la enseñanza de filosofía política en las universidades, siendo aquella última considerada como un simple velo o cortina de humo para la mala distribución del primero. La única pregunta que vale la pena hacer es la de Lenin, ¿Qué, a Quién? ̶ en otras palabras, quién le hace qué a quién. Todo los demás es una burla: y, así, la escena está puesta para el conflicto o social que sólo puede ser resuelto por una clase de reyes filósofos todopoderosos.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada