No pude resistir dejar de copiar unos párrafos sobre la “neolengua,” algo que hoy padecemos, que bien describió George Orwell en “1984,” los que nos deben hacer pensar acerca del mundo que hoy estamos viviendo, en donde cada vez es mayor la manipulación de las palabras para justificar un estatismo totalitario creciente:

“La decimoprimera edición es la definitiva ̶ dijo. Le esta*mos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable más que neolengua. Cuando terminemos nuestra labor, tendréis que empezar a aprenderlo de nuevo. Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día. Esta*mos podando el idioma para dejarlo en los huesos. De las palabras que contenga la onceava edición, ninguna quedará anticuada antes del año 2050. Dio un hambriento bocado a su pedazo de pan y se lo tragó sin dejar de hablar con una especie de apasionamiento pedante. Se le había animado su rostro moreno, y sus ojos, sin perder el aire soñador, no tenían ya su expresión burlona...

La destrucción de las palabras es algo de gran hermo*sura. Por supuesto, las principales víctimas son los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los que puede uno prescindir. No se trata sólo de los sinóni*mos. También los antónimos. En realidad ¿qué justificación tiene el empleo de una palabra sólo porque sea lo contrario de otra? Toda palabra contiene en sí misma su contraria. Por ejemplo, tenemos ‘bueno’. Si tienes una palabra como ‘bue*no,’ ¿qué necesidad hay de la contraria, ‘malo’? Nobueno sir*ve exactamente igual, mejor todavía, porque es la palabra exactamente contraria a ‘bueno’ y la otra no. Por otra parte, si quieres un reforzamiento de la palabra ‘bueno,’ ¿qué sen*tido tienen esas confusas e inútiles palabras ‘excelente, espléndido’ y otras por el estilo? Plusbueno basta para decir lo que es mejor que lo simplemente bueno y dobleplusbueno sirve perfectamente para acentuar el grado de bondad. Es el su*perlativo perfecto. Ya sé que usamos esas formas, pero en la versión final de la neolengua se suprimirán las demás pala*bras que todavía se usan como equivalentes. Al final todo lo relativo a la bondad podrá expresarse con seis palabras; en realidad una sola. ¿No te das cuenta de la belleza que hay en esto, Winston? Naturalmente, la idea fue del Gran Hermano —añadió después de reflexionar un poco” ~George Orwell, 1984


LA CRECIENTE TIRANÍA DEL LENGUAJE HIPÓCRITA

Por Theodore Dalrymple

Law & Liberty
21 de agosto, 2020


Pocas personas, me imagino, negarían que la temperatura política, no sólo en Estados Unidos sino en todas partes del mundo, se ha elevado en los últimos tiempos, aunque pocos de nosotros admitirían haber sido, en algún sentido, responsables de este, mucho más peligroso, tipo de calentamiento global.

Son siempre otros los que no son razonables, nunca nosotros mismos. Nosotros tenemos principios, ellos son intransigentes. A diferencia de ello, nosotros estamos preparados para entrar en un compromiso si tan sólo sus demandas no fueran tan indignantes, si tan sólo ellos no demandaran con absoluto descaro el abandono total de todo lo que nosotros defendemos.

Una causa importante de la polarización de la opinión y el envenenamiento consecuente de la vida política, es lo que los autores de este libro bajo comentario, Justin Tosi y Brandon Warmke, llaman demagogia [Grandstanding; The Use and Abuse of Moral Talk], aunque una mejor palabra para ello es (en mi opinión) lenguaje hipócrita, palabras que, extrañamente, ellos nunca usan.

El lenguaje hipócrita es la emisión de sentimientos morales muy en exceso de lo que se siente o de lo alguna vez se podría sentir. El propósito del lenguaje hipócrita es, o bien presentar a la persona que lo emite como moralmente superior a otras o para sí mismo de lo que es en la realidad, o para callar del todo a otras personas. Por supuesto, estos propósitos no son mutuamente excluyentes.

El lenguaje hipócrita no es nuevo en el mundo, aunque los autores de este libro no ofrecen su historia. “Acerca de todos los lenguajes hipócritas que se expresan en este mundo de lenguajes hipócritas…” Laurence Sterne escribió hace más de un cuarto de un milenio, y el Doctor Johnson sugirió que su interlocutor limpiara su mente del lenguaje hipócrita. Mi desaparecido amigo, Peter Bauer, cuando fue elevado a la Cámara de los Lores, tomó como su lema heráldico “Seamos libres de decires de hipócritas,” pero, lejos de estar marcando el inicio de una era libre de eso, los años subsecuentes han mostrado ser una era dorada del lenguaje hipócrita. Los medios sociales -o antisociales- han sido un catalizador poderoso del lenguaje hipócrita.

Los autores están más interesados en descripciones y tipologías de lenguajes hipócritas que con explicaciones acerca de por qué eso debería ser ahora tan prevalente. Ellos están sumamente ansiosos, algo entendible pues son académicos que trabajan en universidades, de ser políticamente imparciales, que dejan de lado un punto importante, que el lenguaje hipócrita es ahora más prevaleciente y poderoso en la izquierda que en la derecha. (La mentira directa parece estar más igualmente distribuida a través del espectro político).

No siempre fue así: el lenguaje hipócrita puede cambiar de lado, y, por ejemplo, es parte de la memoria viviente de Gales, en donde predominó el lenguaje hipócrita religioso: un joven congregante le pregunta al pastor si era permisible tener sexo los domingos, a lo cual, después de pensarlo un rato, el pastor responde, “Sí, siempre y cuando usted no lo disfrute.” Gran parte del islamismo es también lenguaje hipócrita, lo cual los autores no lo mencionan.

¿Cómo distingue uno el lenguaje hipócrita de una preocupación real o una emoción verdadera? Los autores correctamente dicen que no hay un examen a prueba de errores. Alguna gente es más sensible que otra a los males de este mundo: como lo dice la Sra. Gummidge, “Lo siento más.” Pero, si yo fuera a decir con una expresión de dolor, “Estoy tan preocupado por la situación en Sudán del Sur que no puedo dormir de noche,” y si usted sabe perfectamente bien que yo dormí como un tronco la noche anterior, después de una buena cena, y, aún más, a sabiendas que yo no tenía conexión alguna con Sudán del Sur, usted sabría que yo estaba usando el lenguaje hipócrita.

Como lo señalan los autores, el lenguaje hipócrita tiene un mecanismo de retroalimentación inherentemente positivo. Por ejemplo, en el juego de yo soy más compasivo que usted, siempre es posible que se le adelante alguien que alega tener un círculo de preocupación que incluso es más amplio, un sentimiento más profundo de compañerismo hacia los oprimidos, que cualquiera que usted haya expresado, así que usted se siente obligado, para salir victorioso en este competencia, ir un paso más allá de su alegato inicial, el cual, para empezar, era falso. Una vez que usted empieza con el lenguaje hipócrita, es difícil detenerse, al menos en el corto plazo.

Pero, ¿deben las expresiones hipócritas, para que existan, ser conscientes? Aquí los autores ingresan a un difícil territorio filosófico, altamente complejo y ciertamente sobre el cual no estoy calificado para explorarlo. ¿Fue para alguien que fuera tanto el engañador como el engañado, o para que alguien se engañara a sí mismo, al creer y comportarse como si algo le importara, cuando en realidad no lo es? Por supuesto, el lenguaje hipócrita puede usarse consciente y cínicamente, como cuando un político sabe que necesita expresar un sentimiento profundo ante una tragedia ante la cual es totalmente indiferente. Pero, por ejemplo, los manifestantes en Portland, Oregón, o la mayoría de ellos, no son cínicos en esta manera burda.

Aquel que examine los movimientos de su propia mente, como lo puso el Dr. Johnson, pronto reconocerá qué tan mezcladas están a menudo sus motivaciones y sus sentimientos. La furia, que en alguna ocasión puede haber sido genuina, pronto declina hasta una simple condena abstracta, en donde el ardor desciende hasta la tibieza; pero, dado que la furia es para la mente lo que es whiskey para el cuerpo en un día frío, la gente trata de mantenerla debido a las sensaciones placenteras que imparte, y, entonces, se convierte en un lenguaje hipócrita. Tal vez, para alguien que observa su comportamiento y escucha sus palabras, nada haya cambiado; pero, su experiencia interna ha cambiado. Sin embargo, si usted ha inducido exitosamente a otros con su lenguaje hipócrita, si ellos se convierten en un eco y le exceden, usted puede incluso disfrazar ese cambio en la experiencia interna suya, pues su lenguaje hipócrita es validado por otros. El lenguaje hipócrita es una enfermedad contagiosa, y no existe una inmunidad duradera ante ella.

El lenguaje hipócrita es importante por diversas razones que los autores enumeran. Destruye la moderación. Es cruel e intolerante hacia aquellos que piensan diferente. Divide a la gente entre los salvados y los condenados. Debido a que es unilateral y no reconoce la complejidad de la vida, mucho menos la dimensión trágica de la vida, promueve la mala política en nombre de algún principio supuestamente inmaculado. La gente que se expresa con hipocresía, a menudo, está dispuesta a arrasar los campos, pues los resultados reales, experimentados por otros, no les interesan. En lo que están interesados es en cómo se presentan moralmente ante otros, y eso sólo si es un medio para avanzar. El lenguaje hipócrita es arribista.

También, es dictatorial en su vocación. No sólo exige que no se le contradiga, pero, demanda una aceptación positiva cuando se ha apoderado de las mentes de las clases gobernantes de las instituciones. “El silencio es violencia,” dijeron los activistas de las vidas negras sí importan [Black Lives Matter]; y, ahora, muchas universidades exigen declaraciones de diversidad a los solicitantes de empleos, demostrando o pretendiendo cómo ellos satisfarían los objetivos de diversidad, inclusividad e igualdad de las universidades. Cuando rige el lenguaje hipócrita, el derecho al silencio es abolido.

Los autores tienen claro que, aunque algo sea lenguaje hipócrita, no es necesariamente falso o equivocado. No se deduce del hecho de que a mi no me importa mucho el trato a los Uigures que, cuando salgo, haga demostraciones y grite eslóganes acerca de eso, pretendiendo estar mucho más interesado de lo que en verdad estoy, de que, en efecto, los Uigures no están siendo tratados abominablemente. Pero, el lenguaje hipócrita tiende al error, pues descansa en la emoción y conocimiento superficial, aunque no está equivocado porque es lenguaje hipócrita. Los autores sugieren, por tanto, que deberíamos tener cuidado en no desechar un mensaje con base en que es lenguaje hipócrita, aunque no pocas veces, estarán equivocados si lo es. De hecho, dicen que, en ocasiones, el lenguaje hipócrita puede hacer algún bien, si adhiere gente a una causa noble.

A pesar de lo anterior, los autores están contra el lenguaje hipócrita, aun cuando hace el bien. El problema con el lenguaje hipócrita, dicen ellos, es que no respeta a aquellos a quienes es dirigido. Su teoría moral me parece a mí que es un poco extraña, para no decir vacía. Ellos empiezan “Algunos dirían que asegurar el respeto hacia otros es la razón de ser de la moral” y, luego, parecen estar entre ellos:

“El lenguaje moral es una de nuestras herramientas más útiles para hacer que la gente sea tratada con respeto. El lenguaje moral es cómo comunicamos que la gente no está siendo tratada correctamente. Por ejemplo, suponga que usted les grita a otros: “Esta política de inmigración es injusta para los niños.”! Su objetivo es hacer que la gente note que la gente no está siendo tratada con el respeto suficiente.”

Esto me parece que, en sí, se está aproximando al lenguaje hipócrita, ciertamente al procusteanismo, el intento de ajustar algo a un molde preestablecido. De hecho, la demanda de respeto es, a menudo, lenguaje hipócrita. Ciertamente diríamos que una política inmigratoria mala era cruel con los niños, no que era irrespetuosa hacia ellos. Hay la preferencia inconfundible de Uriah Heep [personaje del libro David Copperfield, caracterizado por ser un insincero, quien hacía referencias frecuentes acerca de su humildad] en cuanto a esa descripción de moralidad.

No pienso que este libro le dirá mucho acerca del tema a alguien quien haya leído un poquito de literatura, reflejada en sus experiencias acerca de la gente, o tratado honestamente de verse a sí misma. En verdad, todos nosotros algunas veces hemos exagerado el grado en que sentimos estar a favor o en contra de una posición moral, para aparentar, ante los ojos de otros, ser moralmente más grandes de lo que en realidad somos, o, tal vez, simplemente por temor a divergir del punto de vista del grupo social con el que estamos asociados, de forma que todos sabemos acerca expresarse hipócritamente desde nuestro interior, como si así lo fuera.

Tal vez, la cosa más valiosa en el libro es su tipología; esto es, las diversas especies de lenguaje hipócrita: el amontonamiento (es decir, agregar la voz de uno a un objetivo que ya es objeto de ataque), el aumento (es decir, ampliar todavía más la furia), la falsificación (esto es, hallar varios problemas morales en donde no hay ninguno), el despliegue de una emoción fuerte (es decir, exagerando las respuestas emocionales de uno) y la desestimación (esto es, asumir que la posición de uno es tan manifiestamente correcta para toda la gente decente, que cualquier otro punto de vista puede ignorarse como si fuera un pequeño insecto fétido y que ni siquiera debe tomarse en cuenta).

Para una persona mayor como yo, es preocupante el uso del impersonal ella en este libro, incluso en situaciones en que él sería más apropiado. Si el uso es consciente, es lenguaje hipócrita. Es más, algunas veces induce a la confusión, cuando los autores tratan de restaurar el balance con un pronombre impersonal masculino o dos. He aquí un párrafo relacionado con la tendencia del lenguaje hipócrita para hacer uso del hombre del saco:

“La demagogia acerca del hombre del saco logra dos cosas. Primera, comunica que el grupo externo es demasiado brutal como para confiar en él, pues da a entender que el demagogo y su audiencia no sólo son moralmente mejores que esa gente, sino que, también, están unidos en oposición a ella. Tal vez, incluso el demagogo protegerá su audiencia de la figura odiada y del movimiento que ella representa. Ninguno de estos mensajes es buen augurio de un compromiso potencial con aquellos del otro lado que no son hombres del saco.”

Y, ¿debería, en verdad, ser la persona del saco?

Me doy cuenta que mi corrector de texto no me advierte acerca de esta locución, aunque si lo hace para la persona encargada de ahorcar. Estoy furiosa, incandescentemente enojado con esta burda inconsistencia.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).
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