Varias lecciones útiles e interesantes podemos aprender aquí: (1) El horror que fue la Plaga de Milán (1629-1631) y lo horripilante de ciertas conductas humanas de aquél entonces ante la pandemia; (2) que mostremos hoy que la humanidad ha evolucionado desde aquellos entonces, y que así estemos muy atentos ante cualquier reminiscencia de aquella conducta primitiva en nuestras circunstancias actuales de comportamiento social: cualquier parecido sería ominoso y (3) que es crucial que muchos de quienes definen nuestras políticas, ya sea de manera directa o incidiendo en decisiones de políticos, tengan presente el juramente médico de Hipócrates, en particular, el principio de “no causar daño.”

LOS TECNÓCRATAS DEBERÍAN OBSERVAR EL JURAMENTO HIPOCRÁTICO

Por Peter C. Earle

American Institute for Economic Research
18 de julio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/technoc...pocratic-oath/

En algunos estados de Estados Unidos se están revirtiendo las aperturas de la cuarentena. Estamos viendo un nuevo round de boxeo de estado versus (versus) estado, de echarse culpas y recriminaciones. La nueva referencia para regresar a la normalidad es enero del 2021. ¿Por qué esa fecha? Tal como con muchas otras referencias hechas en estos meses, es algo totalmente inventado.

Se supone que debemos creer que ellos saben mejor que el resto de nosotros, que el gobierno y no la gente y no los profesionales de la medicina poseemos el conocimiento esencial que necesitamos.

Como lo comentara el escritor Bari Weiss en su carta (letter) de renuncia del 14 de julio al New York Times (entre otras cosas, refiriéndose a la influencia de intelectuales de Twitter hipersensibles a temas sociales [woke en el argot estadounidense]): “La verdad [ya] no es más un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia sabida por unas pocos iluminados, cuyo trabajo es notificar a todos los demás.”

De nuevo, el conocimiento local, los apetitos individuales hacia el riesgo y la responsabilidad personal están siendo suplantados por los cálculos y estratagemas de tecnócratas.

Todo esto me recuerda a Extraordinary Delusions and the Madness of Crowds [Delirios Populares Extraordinarios y la Locura de las Masas] de Charles Mackay. Este libro se enfoca en burbujas financieras y una porción particularmente interesante de él discute los pánicos ante enfermedades que son exacerbados por expertos en predicciones de principios del período moderno. Ellos, como sus descendientes de la modernidad actual, prosperaron en una era de deferir, de arriba hacia abajo, ante la pericia; no armados de montones masivos de datos y métodos analíticos a su disposición, sino de métodos similarmente arcanos de clarividencia y adivinación.

Mackay prepara el terreno: La Gran Plaga de Milán (Milan), 1629 a 1631. En el papel que hoy sería ocupado por los medios, Hollywood u otra fuente de sabiduría percibida, una profecía se transmite a través de generaciones la que mantuvo que,

“en el año 1630, el demonio envenenaría todo Milán. Temprano una mañana de abril, y antes que la pestilencia hubiera llegado a su cúspide, los pasajeros se sorprendieron al ver que todas las puertas en las principales calles de la ciudad estaban marcadas con un barro embadurnado o una mancha, como si una esponja, llena de materia purulenta de las llagas de la plaga, hubiera sido presionada contra ellas. Toda la población estaba moviéndose rápidamente para recalcar la extraña aparición y rápidamente corrió la alarma máxima. Todo tipo de acciones se tomó para descubrir a los perpetradores, pero fue en vano. Finalmente, se recordó la antigua profecía y se ofrecieron oraciones en todas las iglesias para que las maquinaciones del Malvado pudieran ser derrotadas.”

Agregadas al temor de la enfermedad, había preocupaciones de que un gobierno extranjero estuviera actuando, diseminando la enfermedad activamente.

“Muchas personas eran de la opinión de que emisarios de poderes extranjeros estaban ocupados en diseminar la infección venenosa sobre la ciudad; pero, por mucho, el mayor número estaba convencido de que los poderes del infierno habían conspirado contra ellos y que la infección era diseminada por agencias sobrenaturales. Entre tanto, la plaga aumentó terriblemente.”

En un pasaje que nos recuerda los temores a inicios del COVID-19, disipados (dispelled) hace mucho tiempo:

“La desconfianza y la alarma se apoderaron de todas las mentes. Se creía que todo había sido envenenado por el demonio; las aguas de los pozos, el maíz en pie en los campos y las frutas en los árboles. Se creyó que todos los objetos que se tocaban estaban envenenados; las paredes de las casas, el pavimento de las calles y las manijas de las puertas. El populacho fue encumbrado a un tono de furia ingobernable.”

Vinieron las políticas de “soplones” directamente reminiscentes (directly reminiscent) de medidas actuales:

“Se mantuvo una vigilancia estricta sobre los emisarios del demonio, y cualquier hombre que deseara deshacerse de un enemigo, sólo tenía que decir que lo había visto embadurnando una puerta con un ungüento; su destino era una muerte segura en manos de la turba.”

Predeciblemente, sobrevino la violencia (Violence predictably ensued).

“Un anciano, de más de ochenta años de edad, frecuentador cotidiano de la iglesia de San Antonio, fue visto, al levantarse de sus rodillas, limpiar, con la falda de su manto, el banco en donde se iba a sentar. De inmediato, se escuchó un grito que él estaba embadurnando el asiento con un veneno. Una multitud de mujeres, quienes habían llenado la iglesia, se apoderó del débil anciano y lo tiraron desde los cabellos de su cabeza, en medio de gritos horrendos e imprecaciones. De esa forma, fue arrastrado a través del lodazal hasta la casa de juez municipal, para que él fuera llevado al potro y obligado a delatar a sus cómplices; pero, él expiró en el camino. Muchas otras víctimas fueron sacrificadas ante la furia popular.”

En particular, tenga piedad de Mora, “medio químico y medio barbero,” acusado

“… de estar en contacto con el demonio para envenenar a Milán. Su casa fue rodeada y en ella se encontró una cantidad de preparaciones químicas. El pobre hombre afirmaba que ellas tenían el propósito de servir de protector contra la infección; pero, otros médicos, a quienes les fueron presentadas, declararon que eran venenos. Mora fue puesto en el potro, donde por mucho tiempo aseveró ser inocente. Al final confesó, cuando su valor se derrumbó ante la tortura, que él estaba en contacto con el demonio y poderes extranjeros, para envenenar a toda la ciudad; que él embadurnó las puertas e infectó las fuentes de agua. Nombró a varias personas como sus cómplices, las que fueron aprendidas y sometidas a una tortura similar. A todos se les encontró culpables y fueron ejecutados.”

(Y, en una era en que estatuas (statues) y monumentos (monuments) están siendo derribados o desfigurados, “la casa de Mora fue [arrasada] hasta el suelo, y una columna se erigió en el sitio, con una inscripción conmemorando su culpa.”

“Mientras que la mente del público era llenada con estas ocurrencias maravillosas, la plaga continuó aumentando. Las masas, que se juntaron para ser testigos de las ejecuciones, diseminaron la infección el uno al otro. Pero, la furia de sus pasiones, y la extensión de su credulidad, se mantuvieron al ritmo de la violencia de la plaga; toda historia maravillosa y absurda fue creída.”

Un residente de Milán descrito por Mackay “había revoloteado tanto sobre esos cuentos que se convenció firmemente de que los vuelos salvajes de su propia fantasía eran realidades.” Contar una historia acerca de un carruaje fantasma, invisible, y laboratorios demoníacos, una historia que, en algún otro momento, habría sido recibida con burla, súbitamente fue (tal como ciertamente ocurre hoy) (as certainly occurs today) dotada de credibilidad:

“[L]as mentes de la gente estaban tan impresionadas con la idea de que montones de testigos, medio enloquecidos por la enfermedad, se presentaban para jurar que ellos también habían visto al extraño diabólico, y que habían escuchado su carruaje, halado por caballos blancos como la leche, retumbando sobre las calles a medianoche, con un sonido mayor al de un trueno. El número de personas que confesó que ellas eran empleadas por el Demonio para distribuir el veneno, era casi increíble.”

En resumen, aunque de hecho había una enfermedad que se diseminaba en Milán,

“[U]n frenesí epidémico estaba afuera, que parecía ser tan contagioso como la plaga. La imaginación estaba tan desordenada como el cuerpo y, día tras día, las personas se presentaron voluntariamente acusándose a sí mismas. Por lo general, tenían la marca de la enfermedad sobre ellas, y algunas murieron durante el acto de confesión.”

¿La conclusión según Mackay? Las profecías del adivino, “al alejar la esperanza de recuperación -el mejor bálsamo en cualquier enfermedad- aumentaron en tres veces los estragos de la enfermedad.”

Observando las cuarentenas y el consiguiente arrasamiento de decenas y, tal vez, hasta de cientos de miles de pequeñas empresas -y la miríada de otros costos (other costs) que esa política acarrea (brings)- uno se pone a pensar: ¿será que no hay probidad? Es claro que los arquitectos de esquemas nunca darán excusas (apologize); bueno, no todos en realidad (really). Pero, ¿se les imputarán responsabilidades (accountable)?

Eternamente, se hacen propuestas de que los economistas, científicos de datos y otros individuos con un conocimiento influyente, deberían, como los doctores en medicina, tengan que tomar un Juramento Hipocrático: un juramento que dé sostén a éticas fundamentales.

Si bien el Juramento Hipocrático original no requería, como lo hace ahora, que los médicos “En primer lugar, no causen daño,” el alcance moderno de las élites con habilidades técnicas por la vía de los medios y la política, incuestionablemente debería requerir ese dictado.

Un Juramento Tecnocrático no se debería restringir a la simple práctica de construir modelos, correr simulaciones u otros vaticinios de la época actual. Más bien, entraría en vigencia dónde y cuándo las predicciones de esos métodos sean pasadas a quienes hacen las políticas. En primer lugar, al menos, deberían reunirse tres requisitos; y, todos, preferiblemente, de manera pública:

1. Al menos tres fuentes principales de inexactitud (inaccuracy) -ya sea encontrada en fuentes de datos deficientes, supuestos cuestionables o estimaciones de sensibilidad- deben expresarse claramente ̶ deben ser expresadas con claridad antes y después de que sea hecha una predicción;

2. Una discusión de inferencia estadística (statistical inference) debe ir acompañada de una discusión de la inferencia causal (causal inference) (preferiblemente una interdisciplinaria); y

3. Cualquier pronóstico que no destaque de manera prominente la incertidumbre (uncertainty) como factor creciente en el tiempo, debe descartarse sumariamente.

Si los profesionales cuyos juicios puede impactar directamente a una persona están delimitados por un código moral estricto (además de afrontar un riesgo legal y reputacional) ¿no deberían los tecnócratas que informan a los niveles más altos del gobierno, encarar estándares de práctica considerablemente (considerably) más estrictos?

Tal vez, otro de los muchos efectos de decirles a dos o tres generaciones de personas jóvenes, que un título universitario es de un valor incuestionable, es una veneración indebida a la clase experta. Muchos de nuestros abuelos y bisabuelos, quienes tenían un ensamble de sabiduría formidable, pero solo una fracción de nuestra educación formal, naturalmente tenían dudas ante un pesimismo o un optimismo ilimitados ̶ en especial, cuando se ofrecía gratuitamente por burócratas desde las ostentosas alturas de un edificio federal. Fue la gente que vivió a través de la Gran Depresión, la que ofreció sentencias sabias como “Usted recibe por lo que paga (y menos),” y “siempre es más oscuro antes del amanecer.”

Ya sea según los estándares de hoy o uno del medioevo, a cierto nivel de influencia, pronosticar sin reservas es o ignorante o irresponsable o engañoso. Epigramas sucintos, a la par de un escepticismo básico, un conocimiento de higiene personal y una propensión a auto aislarse a la luz de la enfermedad, han dirigido más la relación humana con los microorganismos que como jamás lo harán modelos masivos basados en agentes.

Peter C. Earle es economista y escritor, quien se unió al American Institute for Economic Research (AIER) en el 2018 y previamente pasó más de 20 años como corredor y analista en mercados en Wall Street. Su investigación se centra en mercados financieros, temas monetarios e historia económica. Su nombre ha sido citado en el Wall Street Jornal, Reuters, NPR y en muy diversas publicaciones. Pete tiene una maestría en economía aplicada de la American University, una maestría (en finanzas) y una licenciatura en ingeniería de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.