EL PRINCIPIO DEL EMBUDO

Por Jorge Corrales Quesada


Me imagino que muchos tenemos una idea del embudo según esta definición de la Real Academia: “Instrumento hueco, ancho por arriba y estrecho por abajo, en forma de cono y rematado en un canuto, que sirve para trasvasar líquidos,” aunque también ese diccionario lo define como una “Trampa, engaño, enredo”. Ambas me sirven para comentar lo que aquí llamo el principio del embudo, que surge, por ejemplo, cuando se reduce el número de horas en que un negocio puede atender un flujo de gente, y si continúa yendo ese mismo número de personas, estas se amontonarán en esas menos horas, en comparación con antes de la medida.

Nada más imagínese un par de ejemplos sencillos: uno, si un EBAIS, en lugar de trabajar el número de horas actuales, decide hacerlo sólo la mitad del tiempo, la gente se amontonará para poder obtener ese servicio en ese número menor de horas. Otro más: si se reducen las horas en que atienden en una gasolinera, la misma gente siempre irá en un tiempo menor; esto es, habrá filas para echar combustible.

Tal vez, el economista diría que, si se reduce la oferta de un servicio, aumentará el precio, sólo que este es definido no en colones, sino en filas para poder comprar esos servicios. Piense en una de esas bombas largas de hule que venden a la entrada del Parque Bolívar: si usted la aprieta en una de sus puntas, la otra se infla. Si usted restringe la oferta de algo, aumenta el precio o hay colas para adquirirlo. No hay escape.

Tampoco entiendo la decisión gubernamental de que el transporte público sólo circule un 20%. Gran parte de la población tiene que seguir trasladándose en autobús a los sitios de trabajo, adicionado a que, quienes antes lo hacían en carro, al limitarse ahora estrictamente ese tipo de traslado, se nos imponen reducciones que darán lugar a un mayor congestionamiento. Los buses se llenarán como latas de sardinas o habrá largas filas de usuarios frustrados sin campo o poder viajar.

Pero, al mismo tiempo, las autoridades del gobierno han insistido en que las aglomeraciones de personas, contribuyen a la transmisión del COVID-19 (posiblemente de muchos o todos los virus de contagio entre humanos).

La contradicción entre lo buscado y las formas de lograrlo es obvia. No es por las buenas intenciones como deben juzgarse quienes toman las medidas, sino en función de su resultado. Parece que, en este caso, las políticas restrictivas terminarán acelerando el contagio del virus.

Ojalá yo sea el equivocado. Pero, hay una regla general: el planificador central sabe mucho menos que el conjunto de todas las personas en sociedad y, por tanto, sabe menos qué es lo que la gente considera es lo mejor para vivir sus propias vidas.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 11 de julio del 2020.