Un buen llamado de atención, que debe ser leído atentamente.

EL FINAL DE LA HISTORIA (LIBERAL)

Por Kevin D. Williamson

National Review
1 de julio del 2020


La historia va hacia donde la empujemos. Y, si no empujamos, alguien más lo hará.

Usted tiene que ver a Hong Kong para creerlo. Me siento contento de haberlo visto, al menos parte de él, el año pasado, en lo que me temo los recordaremos como los últimos días de un Hong Kong libre.

La nueva ley de “seguridad” impuesta sobre Hong Kong por Beijing es una monstruosidad, el tipo de cosa que, a menudo, se describe como “Orwelliano” o “Kafkaesco,” pero que, en efecto, representa los mejores esfuerzos de un régimen que es, en algunas formas, peor que cualquier cosa imaginada por esos pensadores de la distopia.

Algunos de mis amigos en la derecha han presentado esto como evidencia de la tontería de nuestro involucramiento económico con la así llamada República Popular China, empezando por la decisión de 1994 de Bill Clinton, de revertir un compromiso de campaña y normalizar relaciones comerciales entre nuestros países. (Algunos de ustedes pueden recordar que, durante la campaña, Bill Clinton era un halcón ante China, mientras que el Bill Clinton estaba ocupado en su Oficina Oval en otras cosas.) Pero, estas son unas notas de Juanito. Si afuera está nublado, entonces, necesitamos nuevas restricciones al comercio; si afuera hace sol, entonces, necesitamos nuevas restricciones al comercio; si se acabó el tostado rubio de Starbucks, entonces, necesitamos nuevas restricciones al comercio. Si es un día de la semana que termina en “s”… No importa que la realidad de nuestra posición diplomática vis à vis China fuera -y sigue siendo- de hecho, mucho más fuerte con nuestra relación comercial, que como lo habría sido sin ella. Si usted piensa que es fácil presionar a un país pobre, atrasado y económicamente aislado, pregúntese por qué los Estados Unidos fallaron en intimidar a India para que siguiera la iniciativa de Washington durante toda la Guerra Fría. Nuestros fracasos en China son fracasos de la diplomacia estadounidense, fracasos de la política estadounidense y fracasos del coraje estadounidense. Si los iPhones se hicieran en Timbuktú, en vez de Zhengzhou, aun así, estaríamos en la misma situación.

Al otro lado de la frontera, al norte y este de China, la escena es un poco menos Orwelliana y mucho más de algo así como los treintas. Nunca en realidad ha habido una Rusia libre, excepto por, tal vez, durante los cinco minutos que hubo entre el colapso de la Unión Soviética y el surgimiento del estado de la mafia rusa.

El régimen de Putin está impulsando un paquete de reforma “constitucional” que echaría para atrás el reloj de los límites formales, en el tiempo en que nocionalmente opera Vladimir Putin, expandiendo su tiempo potencial en el poder hasta el 2036 ̶ en cuyo momento, de nuevo, el término de Putin se extendería una vez más, asumiendo que esté vivo en ese momento. No hay un plan de pensión para los gánsteres ̶ es posible que la carrera política y su vida terminarán en, más o menos, ese mismo momento, de una u otra forma. Los sicofantes e imitadores de Putin, Viktor Orbán y el resto, están aprendiendo bien las lecciones y tocando variaciones del tema de Putin. Hungría, debe tenerse en mente, es miembro de la Unión Europea. Los fracasos de Bruselas son de un tipo diferente a los de Washington, pero, su efecto ha sido muy parecido. Jean-Claude Juncker puede pedir un “lenguaje llano” con respecto al sofocamiento de la democracia en Budapest, pero Orbán tiene buena razón para creer que el lenguaje llano es hasta donde pueden llegar las cosas, si, de hecho, las cosas siquiera llegan hasta allí. Joe Biden y Donald Trump, ambos, son lo suficientemente viejos como para recordar los eventos dramáticos de 1956, cuando los tanques soviéticos rodaron hacia Budapest, para frenar una revolución naciente contra la opresión y la tiranía. Ver al mundo libre abandonando a los húngaros, es, aparentemente, no una experiencia única en la vida.

Tiempo atrás, cuando Bill Clinton estaba cambiando de posición acerca de China, había mucho de tecno-utopismo en nuestro ánimo nacional. Teníamos esta nueva cosa, ingeniosa y, de hecho, revolucionaria, la Internet, que en aquel momento no era aún la cloaca en que se ha convertido. La economía era floreciente y la Cortina de Hierro se estaba desvaneciendo en nuestra memoria. Hablamos acerca de la “Ley de Moore” como si fuera una fuerza de la naturaleza, una inevitable máquina de progreso. Incluso tuvimos esperanzas de mejoras similarmente “exponenciales” en todo, desde educación a tratamientos para el cáncer hasta pobreza ̶ una Ley de Moore de progreso social. Y vislumbramos mejoras radicales, en especial en cuanto a reducir la pobreza extrema. Pero, esas no fueron resultado de una Ley de Moore para la prosperidad o de algún tipo de historia con mayúscula Hegeliana. Fueron resultado de buenas decisiones y reformas inteligentes, muchas de ellas posteriormente sub apreciadas por figuras como Manmohan Singh [Nota del traductor: economista y político de India]. Fueron resultado de esfuerzos graduales, buena suerte, trabajo arduo, innovación y mil mil otras variables.

La superstición de una Ley de Moore de mejora social, como la creencia supersticiosa de que la libertad es la “esperanza de todo corazón humano” o de que ciertos políticos “están del lado correcto de la Historia,” es parte de la larga tradición conocida como la “historia Whig” [Nota del traductor: el partido de los Whigs es el nombre con el cual se conoció al partido de los liberales en Inglaterra en el siglo XIX; por tal razón he traducido la palabra Whig como liberal], la creencia de que la sociedad humana marcha inevitablemente hacia el progreso, la ilustración y la libertad. Como lo dijo en una ocasión el profesor Glenn Loury, la esencia del conservadurismo es la idea de que la naturaleza humana no tiene historia. George Will expande al respecto: “La idea de que la naturaleza humana tiene una historia -que los seres humanos sólo tienen una naturaleza en función de su tiempo y lugar- es la idea que ha estimulado a las tiranías modernas.”

Empezamos desde cero, cada generación. La historia no se inclina inevitablemente hacia la justicia, o la libertad, o la decencia o incluso a la estabilidad. La historia no hace eso en Hong Kong, o en Moscú, o en Washington, o en la Ciudad de Nueva York o en los Ángeles. La historia va hacia donde la empujemos. Y, si no empujamos, alguien más lo hará.

En este momento, hay un muy fuerte empujón proveniente de Beijing, y que se siente mucho más allá de las fronteras territoriales de la así llamada República Popular. El empujón más pequeño de Moscú se siente a través de Europa y más allá. ¿Qué se debería hacer? En el Reino Unido, Boris Johnson le está ofreciente refugio a millones de residentes de Hong Kong que poseen pasaportes británicos de ultramar. “Nuestro asunto natural descansa en escapar,” aconseja Tomás Moro en Un Hombre para Todas las Horas. Y eso puede servir, por un tiempo.

Y, luego, ¿qué?

Kevin D. Williamson es corresponsal viajero del National Review y autor de The Smallest Minority: Independent Thinking in an Age of Mob Politics.