TERMINAR CON LA INMUNIDAD CALIFICADA DE LOS POLÍTICOS

Por Robert E. Wright

American Institute for Economic Research
20 de junio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/end-qua...r-politicians/

He tenido el gran honor este verano de servir como uno de los compañeros Julian Simon en PERC (siglas en inglés de Property and Environment Research Center o Centro para la Investigación de la Propiedad y el Ambiente) en Bozeman, Montana.

Julian Lincoln Simon, también conocido como el Asesino del Juicio Final, era un profesor de publicidad y mercadeo, quien amaba la libertad pues la entendió con mayor plenitud que la mayoría. Juzgando por su libro Hoodwinking the Nation, publicado póstumamente en 1999, él habría considerado a la crisis del COVID como tan sólo otra más en una larga línea de historias “de noticias falsas y malas,” hechas posibles por incentivos desalineados en el gobierno y una investigación patrocinada por el gobierno, por el poder seductivo y encantador de los “modelos de crecimiento exponencial” (p. 2), más generalmente por el estado empobrecido de entrenamiento y educación del periodismo, y por la voluntad de algunos activistas de “mentir cuando se convencen de que el peligro de último momento para el público, justifica esas prácticas deshonestas” (p. 3).

Eso suena un poquito como el Dr. Fauci, diciéndole a la gente que no use mascarillas, luego que las use para proteger a otras personas, después que todo mundo debería usarlas y cualquier cosa que nos diga la semana entrante acerca del tema.

Simon dijo ciertas cosas sin tapujos, aseverando que “unirse al movimiento ambientalista se ve por muchos como la última oportunidad de hacer el bien, así como unirse al Partido Comunista en los años treinta parecía ser una oportunidad para contribuir socialmente por mucha gente con una mentalidad generosa” (p. 3). También, insinuó que el anciano sería más ingenuo al irse envejeciendo (p. 16), cayendo en la desinformación del gobierno acerca de la “declinación de la tierra cultivada,” tan fácil como ellos caen presos de los artistas de la estafa (as they fall prey to scam artists).

A pesar de lo anterior, Simon es más famoso por haber retado, en una apuesta a Paul Ehrlich, el ganador de un premio MacArthur “por genio” y autor del clásico del día del juicio final, The Population Bomb [La Bomba Demográfica], a que, durante la década de 1980, los precios de cinco metales, escogidos por Ehrlich, declinarían en términos reales, no que se elevarían por los cielos como predijo Ehrlich. Simon ganó la apuesta ($576.07), pues él sabía que los recursos “naturales” eran, en última instancia, recursos humanos.

Para que algo que sale del suelo tenga valor económico, alguien tiene que reconocer que puede usarse para producir un bien, algo que la gente quiere. Si el pecio es muy alto, alguien se figurará como obtener más de él o suministrar aquel producto en otras formas más baratas. Si los precios de la madera tradicional se elevan mucho, en vez de ella, la gente usará metal o plástico, o se figurará cómo usar desechos de madera, como madera aglomerada, o usar madera dañada por el fuego o por escarabajos, en productos utilizables, como madera contrachapada ( cross-laminated timber).

Lo que siempre me ha impresionado más acerca de Simon no fue su entendimiento acerca de la demografía o la economía de los recursos, a pesar de lo impresionante que fue en esas áreas. Fue en su voluntad de poner el dinero en donde ponía sus palabras. Muy a menudo, los académicos e incluso quienes formulan políticas, hablan desde sus traseros. Formulan alegaciones triviales, no falsificables o plenamente equivocadas. O escriben en tales circunloquios que su punto, si es que del todo tienen uno, permanece obscuro.

Imagine que su única fuente de ingresos fuera sólo la de ganar apuestas con otros expertos reputados. Muchos pronto pasarían hambre debido a su incapacidad de encontrar una contraparte. Otros harían muchas apuestas, pero perderían la mayoría de ellas y pronto se movería hacia otras tareas más fáciles. Aquellos que permanecerían serían la creme de la creme y, en realidad, podría valer la pena escucharlos en la televisión en debates acerca de políticas. Tal sistema tiene una analogía, aquellos quienes se ganan la vida comerciando valores financieros.

Pero, ese no es el sistema que tenemos. En cambio, los expertos reputados obtienen empleos basados en su educación, la cual está muy correlacionada con su género, raza y religión, y su experiencia, que, usualmente, es tan especializada y esotérica que no puede evaluarse, incluso por el supervisor quien le contrata. Las conexiones, que emanan directamente de la arriba citada educación y experiencia, cierran el acuerdo. Y, después, nos hacemos la pregunta de por qué tantos campos son dominados por blancos provenientes de circunstancias familiares confortables, y de por qué tantos oscilan entre completamente incompetentes a que apenas funcionen.

Si no queremos ir a una meritocracia plena por la vía de apuestas del mundo real a la Simon, entonces, deberíamos movernos hacia los sorteos al azar en grupos de candidatos calificados. Si X quiere a Y, entonces, X debería anunciar que está en busca de calificaciones Z en términos AA, informar a los solicitantes rechazados por qué no satisficieron Z, luego, al azar, seleccionar a uno entre aquellos que cumplieron, con la expectativa de que el solicitante calificado, literalmente suertero, acepte. Los profesorados, puestos políticos e incluso directivos de empresas, podrían llenarse de esa forma.

Una extracción al azar aumentaría la diversidad, al asegurar una oportunidad igual a todos los candidatos calificados, incluyendo minorías, como afroestadounidenses, mujeres y liberales clásicos. Asimismo, con el paso del tiempo, eso aumentaría la porción de minorías en grupos de candidatos calificados, al ir aprendiendo que ellos, también, tienen una oportunidad real (1 sobre el grupo de solicitantes calificados), para trabajar en un lugar prestigioso, si trabajan duro y lo suficientemente bien, como para obtener calificaciones y experiencia adecuadas.
Y, sí, estoy dispuesto a apostar por ello. Cinco cifras.

Pero, ¿sabe usted quién no está dispuesto a apostar nada en nada? Aquellos con el mayor poder político. Entre más elevada sea la posición, menor es la verdadera participación que tienen en el juego, que es una forma elegante de decir que son inmunes, a menudo sin estar calificados, a los efectos de sus decisiones de políticas en el mundo real. Oh, ellos pueden perder la próxima elección, pero la mayoría es independientemente rica, si no es que tiene una riqueza de dueño de una isla privada, al menos lo suficiente como para contratar un escritor fantasma por seis o siete u ocho cifras, para que le escriba un libro que se le contrató para ser escrito y para una gira de conferencias acerca de él. Pero, si sus políticas complacieron a una mayoría estrecha (del electorado, ni siquiera de toda la gente en sus distritos) a expensas de una minoría, sea o no despreciable, serán reelectos. Hasta pueden ganar abrumadoramente si son lo suficientemente hábiles como para esconder los costos de sus políticas o si los imponen sobre generaciones futuras.

A pesar de lo anterior, imagínese un sistema en que los políticos, y quienes formulan políticas, ponen toda su riqueza neta en juego, en donde, antes de que una política sea puesta en marcha, tienen que comprometer una porción de sus riquezas o ingresos futuros a los resultados de sus políticas. Imagine que el gobernador Cuomo hubiera dicho en marzo, “Pienso que las políticas de cuarentena son necesarias para mantener las muertes por el COVID-19, en el estado de Nueva York, en menos de 10.000 para el 1 de junio y he puesto $10 millones en un banco en custodia, para apoyar dichas políticas y, si los acontecimientos comprueban que estoy equivocado, esos fondos irían a dar al tesoro del estado.”

Desafortunadamente, es demasiado tarde para apostar que, si él hubiera hecho un compromiso creíble como ese, muchos ancianos víctimas estarían hoy aún con vida (would still be alive today.) Sin embargo, como mínimo, propaganda como “estamos en esto juntos” sonaría menos vacía y él sería visto más como un líder y menos como un político hambriento de poder y científicamente iliterato, quien usó el legado de su papi para asumir el cargo y que hoy, probablemente, lo lamenta. (Sé que sus números en las encuestas han subido, pero eso es lo que escucho de muchos amigos y parientes en mi nativo Nueva York Occidental). Las sumas apostadas no tienen que ser grandes en relación con los millones de millones rutinariamente lanzadas hoy en los debates acerca de políticas, sino tan sólo de significancia para el hacedor de políticas o el político, apenas lo suficiente para que, si comete un error grave, él o ella termine desnudo usando apenas un barril para cubrirse.

Otro enfoque para el problema sería terminar con la inmunidad de todos los políticos y quienes formulan políticas, no sólo de aquella para los oficiales de la policía, de forma que, si hacen un lío, aquellos puedan, como mínimo, ser demandados en sus capacidades personales. Eso puede que dificulte reclutar líderes, pero lo dudo. Sin embargo, hará que, quienes toman decisiones, lo piensen dos o tres veces al apostar el dinero de terceros o jugar con las vidas de cientos de millones, a fin de ampliar las vidas de un número desconocido de personas, si bien mucho más pequeño.

Robert E. Wright es (co) autor o (co) editor de más de dos docenas de libros importantes, series de libros y colecciones editadas, incluyendo Financial Institutions publicado por el AIER (2019). Robert ha enseñado cursos de negocios, economía y de política en la Universidad Augustana, la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Virginia y en otras partes desde que obtuvo su PhD. en Historia de la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo, en 1997.