Esta experiencia que nos explica el economista Peter C. Earle, nos debe servir para enfatizar la importancia de enfocar el tratamiento de la pandemia en los adultos mayores y con enfermedades predisponentes y que guardemos las reglas de lavado de manos, separación y, en lo posible, quedarse en las casas. Pero, en especial, de ninguna forma se pusiera en marcha lo que en cierto momento (ver la Nación del 15 de junio) se pretendió aquí, de que se reacondicionaran las instalaciones “para atender a los residentes que presentaran casos menos complejos de covid-19.” El daño de esa política en ciertos estados de Estados Unidos fue horripilante y fatal. Que eso nunca pase aquí.

LA VERDADERA PANDEMIA FUE UN PROBLEMA DE ASILOS DE ANCIANOS

Por Peter C. Earle

American Institute for Economic Research
30 de junio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/the-rea...-home-problem/

Durante la semana pasada, muchos gobernadores restituyeron la puesta en práctica de políticas en torno al coronavirus, que habían estado vigentes en diferentes etapas de suspensión. ¿Por qué? Debido a un supuesto (alleged) aumento en nuevas infecciones por el COVID-19. Otros estados han acortado sus levantamientos de cierres por etapas. Esto a pesar de que las muertes reales actuales en Estados Unidos, debido al COVID-19, son ahora un 90% menores de lo que fueron en su cúspide.

El estado de Washington está considerando criminalizar (criminalizing) si alguien se rehúsa a usar una mascarilla. El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, ha impuesto una nueva prohibición (bans) a visitas de fuera del estado (con el comentario de que “además de la aplicación de la ley, [él]… espera que individuos, como empleados de hoteles… interroguen a viajeros de estados seleccionados”). Los comentarios del candidato presidencial del Partido Demócrata, Joe Biden, de que si el ganara la presidencia, pondría un decreto (mandate) federal para usar mascarilla. Rápidamente, la presidenta de la Cámara de Representantes expresó su apoyo (support) a la medida.

Estos y otros desarrollos sugieren que, en vez de aproximarse el fin de la crisis creada por el gobierno, estamos en el umbral de un nuevo inicio. Que el reciente aumento en infecciones sea principalmente un artificio de las capacidades expandidas de las pruebas, no se le ocurre a nadie en el gobierno o los medios. Igualmente inadvertido es que, la aparentemente mucho más amplia expansión de las infecciones por el COVID-19, mucha de la cual muestra síntomas moderados o se tratan como molestias, debería resultar en un descenso de la inquietud: parece, en muchas ocasiones, que el número de personas estimadas tempraneramente han sido infectadas por el novel coronavirus, con poca (little) o ninguna consecuencia.

Y, aún más, que parte del alza es explicable por los disturbios civiles como una secuencia a la muerte de George Floyd. La prevalencia de las nuevas infecciones de COVID-19, principalmente en la Generación Z [Nota del traductor: los nacidos entre 1995 y el 2015] y los milenarios [Nota del traductor: adultos con edades entre 22 y 38 años en el 2019] (además de su prevalencia en empleos que requieren exámenes de contagio del COVID, como en industrias de comidas básicas y servicios), sin duda tuvo mucho que ver con las artimañas de funcionarios políticos, quienes les ordenaron quedarse en casa, no trabajar y lejos de actividades sociales, pero que respondieron con un silencio atronador cuando empezaron las protestas, demostraciones y revueltas.

Note la tendencia reciente en los datos en California o en Minnesota. El cuadro y gráfico correspondientes se encuentra en https://www.aier.org/article/the-rea...-home-problem/

Al consolidarse estadísticas que tienen que ver con los nuevos brotes del novedoso coronavirus, están empezando a presentar ciertos patrones. Con certeza creciente podemos decir que los estados que han impuesto cierres han visto que sus tasas de muerte son cuatro veces (four times the death toll) aquellas de los estados que no lo hicieron. Igualmente, la efectividad de las mascarillas está siendo revelada como sospechosa (suspect), como lo es el distanciamiento social, en ausencia (absence) de exámenes y trazado de los contactos (en adición, la eficacia de esto último es cuestionable (questionable)).

Una revelación más importante del diluvio existente de datos ha sido o bien mal empleado o ignorado por la prensa. En el American Institute for Economic Research (AIER), hicimos ver las impactantes tasas de muertes en instalaciones de cuido a largo plazo (por ejemplo, asilos de ancianos), allá atrás en la tercera semana de mayo.

Hace sólo unos pocos días, el New York Times reportó (reported) que 54.000 muertes debidas al COVID-19 -un 43% de todas las muertes por el virus en Estados Unidos- se dieron entre residentes y trabajadores de asilos de ancianos:

“En 24 estados, el número de residentes y trabajadores que ha muerto significa ya sea la mitad o más de la mitad de todas las muertes por el virus. También, las personas asociadas con asilos de ancianos mueren a una tasa más rápida que la población en general. La tasa mediana de casos de fatalidad -número de muertes divididas entre número de casos- en esas instalaciones que disponen de datos confiables, es de un 17 por ciento, significativamente más elevado que la tasa nacional de fatalidad de un 5 por ciento.”

Sin embargo, el estado de Nueva York fue sólo uno de varios (several) estados que impuso decretos que aumentaron las tasas de muertes por el virus.

“Estados que emitieron decretos similares a los de Cuomo, registraron resultados comparablemente lúgubres. Michigan perdió un 5% de los aproximadamente 38.000 residentes en asilos de ancianos, desde que empezó el brote. Nueva Jersey perdió el 12% de sus más de 43.000 residentes. En Florida, en donde esas transferencias fueron prohibidas, sólo murió por el virus un 1.6% de sus residentes en asilos de ancianos. California, después de que inicialmente se movió hacia una política como la de Nueva York, rápidamente la revirtió. Hasta el momento, ha perdido un 2% de sus 103.000 residentes de asilos de ancianos.”

Y tenga en mente que aquel 43% de promedio es masivamente impulsado hacia abajo debido a que cinco estados tuvieron cero muertes en asilos de ancianos, mientras que otros estados tuvieron tanto como un 80% de sus muertes en asilos de ancianos.

El cuadro “Casos y muertes en instalaciones de cuidado a largo plazo, según estados” puede verse en https://www.aier.org/article/the-rea...-home-problem/

Este desarrollo se magnifica en su horror al hacerse una inspección cercana del documento que informó acerca de las políticas de cierre. El penúltimo párrafo del artículo del 2006 en Nature ̶ el plan de las cuarentenas, titulado “Strategies for Mitigating an Influenza Pandemic” [“Estrategias para Mitigar una Pandemia de Influenza”], dice así,

“La ausencia de datos nos impide de modelar confiablemente la transmisión en el importante contexto de las instituciones residenciales (por ejemplo, asilos de ancianos, prisiones) y en ambientes de cuido de la salud; sin embargo, se necesita un plan detallado del uso de antivirus, vacunas y medidas de control de la infección. De nuevo, no presentamos proyecciones del impacto posible de medidas personales de protección (por ejemplo, mascarillas) sobre la transmisión, debido a la ausencia de datos acerca de su efectividad.”

La omisión aparente, por parte de epidemiólogos y formuladores de políticas, de consideraciones relacionadas con individuos en instalaciones de cuido a largo plazo y, en consecuencia, del número desproporcionado del total de muertes en esa misma población, brinda un contexto para una serie de acciones apuradas (hasty), subrepticias (surreptitious), de políticos que buscan evadir (duck) una rendición de cuentas (y cosechar (harvest) un mayor poder).

Así, se está haciendo crecientemente claro que, a pesar de llevar a la economía estadounidense hacia una depresión artificial, destruyendo (destroying) decenas de miles de empresas (businesses) y vidas (lives) de millones (millions) de ciudadanos, y aumentando las tasas de violencia doméstica (domestic violence), divorcios (divorce), abuso de sustancias (substance abuse) y suicidios (suicide), las políticas del gobierno de Estados Unidos fallaron en proteger al segmento más vulnerable de la población: individuos en asilos de ancianos y otras instalaciones de cuido de largo plazo.

Y, aún más, que, a pesar de que hayan pasado14 años entre la publicación del artículo acerca de “Estrategias” y su puesta en práctica en el mundo real, en apariencia no se condujo investigación alguna que hubiera extendido sus conclusiones a aquellas poblaciones particularmente en riesgo.

Por supuesto, ese es un tema vastamente mucho más esencial que la incapacidad de incluso los métodos de computación más complejos, para incorporar y tomar en cuenta el fenómeno de la ciencia social. La susceptibilidad de ancianos e internados, y, en particular, de aquellos con condiciones preexistentes, era una consideración general de virtualmente todos los protocolos médicos. A pesar de ello, entre los setentas y hoy, el conocimiento humano que tiene que ver con la prevención y control de la enfermedad -un producto de instituciones informales y costumbres culturales- se perdió o se olvidó; y, ante el vacío, barrió con las rigideces de edictos de arriba hacia abajo basados en el cientificismo: tecnócratas blandiendo modelos basados en agentes.

Los estadounidenses esperan (expect) que las agencias gubernamentales mientan (lie) y fallen en sus prognosis y diagnosis. Los fallos de políticas son vastamente mucho más frecuentes que los éxitos, y los éxitos -en donde se puedan hallar- son, siempre y en todas partes, una auténtica fuente de consecuencias no previstas.

Lejos de producir mejores respuestas, los modelos y simulaciones usados como esquemas detallados (en vez de ser principalmente para ideas abstractas de alto nivel) amplían, en vez de atenuar, los fracasos de la planificación centralizada. La respuesta a la pandemia del coronavirus, dirigida por modelos, que ahora incluye directamente sacrificar al segmento más vulnerable de la población ante el virus, es sólo la última. Y se une a un cúmulo creciente de episodios, que incluyen la respuesta de la Fed ante el auge financiero de fines de los años veinte y, más recientemente, la destrucción de Irak debido a armas de destrucción masiva que escasamente existían y a la respuesta de emergencia echada a perder ante el Huracán Katrina.

¿Por qué continuamos escuchando?

Peter C. Earle es economista y escritor, quien se unió al American Institute for Economic Research (AIER) en el 2018 y previamente pasó más de 20 años como corredor y analista en mercados en Wall Street. Su investigación se centra en mercados financieros, temas monetarios e historia económica. Su nombre ha sido citado en el Wall Street Jornal, Reuters, NPR y en muy diversas publicaciones. Pete tiene una maestría en economía aplicada de la American University, una maestría (en finanzas) y una licenciatura en ingeniería de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.