CUANDO LOS ASTRÓLOGOS GOBIERNAN

Por Reuven Brenner

Law & Liberty
9 de junio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://lawliberty.org/when-astrologers-rule/

El origen de la palabra “lot” [Nota del traductor: suerte en idioma inglés] es del teutón hleut, que era la piedrecilla que sacerdotes y jueces lanzaban para tomar decisiones. Es también la fuente de la palabra italiana lottería y de la francesa loterie [y de la “costarricense” lotería, agrega este traductor], que, en su momento, llegó a referirse a los juegos de azar. Sin embargo, tanto en holandés como en inglés, la palabra “lot” también se refiere al destino de un hombre. Los dos usos de la palabra no son accidentales. Cuando los riesgos son incalculables, los líderes políticos aún deben apuntar a alguna justificación que legitime sus decisiones.

Los gobernantes siempre han creado instituciones que centralizaron y legitimaron decisiones, guiados por la religión, la astrología y -hoy- por modelos detallados que usan las máscaras de “ciencia.” Un enfoque mejor vería una diversidad de gente calificada, financiada por distintas fuentes, tomando decisiones independientes y prosiguiendo una variedad de soluciones, cuando las sociedades enfrentan situaciones sin precedentes.

DE RELIGIÓN A ASTROLOGÍA A MODELADO “CIENTÍFICO”

Desde la antigüedad, la gente ha inventado marañas de instituciones y tradiciones que legitimaron decisiones hechas bajo condiciones de incertidumbre. Estas crearon la percepción de que, o bien no había incertidumbre, o que se mitigaba la incertidumbre. Los sacerdotes usaban ciertas herramientas exclusivamente durante rituales religiosos para tomar decisiones importantes ̶ lo que harían los astrólogos y, eventualmente, los académicos siglos después, sólo que, en vez de lanzar utensilios, se basaron en lo que John F. Kennedy consideraba eran “teorías simplistas.”

“La suerte se echa en el regazo, mas de Jehová es la decisión de ella,” dicen los Proverbios 16:33, expresando que lo divino se reflejará en la caída de las suertes y, así, las decisiones eran tomadas sobre bases legítimas. Con regularidad, el sacerdocio los lanzó para descubrir la voluntad de Dios, por ejemplo, eligiendo a Saul como Rey de Israel (I Samuel 10:20 -1). En sociedades que los antropólogos etiquetan como “primitivas,” unos pocos miembros selectos tenían el derecho de lanzar huesos, conchas, palos y piedras para tomar decisiones. Luego, los griegos antiguos acudieron a los oráculos, para buscar guía en asuntos públicos. Ninguna decisión de ir a la guerra, firmar un tratado o promulgar leyes, se hacía sin la aprobación del oráculo.

Eso no debería sorprendernos. Cuando las sociedades son pequeñas en número y aislada, la mayoría de los riesgos pueden ser evaluados: la especialización está limitada por el tamaño de la población. Consideramos que los resultados de repartir loterías, lanzar dados o seguir oráculos son asuntos del azar. Pero, una sociedad que cree que el poder espiritual controla el resultado y que hace que el sacerdocio sea estimado, percibirá a la lotería como una herramienta legítima para tomar decisiones.

Más tarde, monarcas y gobernantes descansaron en la astrología, la que durante un siglo percibieron como ciencia exacta. En Inglaterra, desde la época de Isabel a Carlos II, las clases gobernantes consultaron abiertamente a los astrólogos (consulted astrologers openly). Ellos dirían las fechas para viajes prósperos, establecer negocios o poner en marcha a un ejército. Libros que presentaban cálculos geométricos complejos, que ligaban las decisiones con las posiciones de las estrellas, ofrecían legitimidad a las predicciones. La complejidad matemática, como los lenguajes “sagrados” de las religiones de épocas previas -o en el modelado estadístico de hoy- a menudo se basaba en una jerga impenetrable, manteniendo la exclusividad de aquellos quienes la practicaban.

Hoy, a la luz de la incertidumbre, pensaríamos que es una tontería extrema tomar decisiones con base en la astrología. Ahora, los gobiernos y la Reserva Federal consultan a economistas y epidemiólogos ̶ sugiriendo que la “ciencia” les guía. Pero, resulta que, esta vez, es poco más que una máscara.

Los practicantes de macroeconomía y epidemiología están inmersos principalmente en el modelado. La mayoría de los economistas no tiene experiencia en los negocios y la mayoría de los epidemiólogos, en el mejor de los casos, está entrenada en estadística y matemáticas, pero con poca experiencia médica u hospitalaria. Tal como la astronomía lo hizo en otras épocas, la macroeconomía y la epidemiología han estado utilizando la “máscara” de la ciencia, con datos sacados del sombrero, ecuaciones, predicciones, profesores, revistas, libros publicados por editoriales académicas, burocracia nacional e internacional ̶ todos manteniendo un sentimiento de legitimidad exclusiva. El ciudadano común no se atreve a cuestionar tales justificaciones. Pero, todo es un barniz.

Por ejemplo, la macroeconomía se basó en una jerga que John Maynard Keynes inventó en su Teoría General y que sus seguidores desarrollaron con profundidad esotérica (aunque Keynes se refirió a ellos como “tontos”). Keynes y sus seguidores alegaron que las burocracias gubernamentales, colaborando con los bancos centrales, podían crear prosperidad eterna, resolviendo unas pocas ecuaciones con unas pocas incógnitas y mitigando los “espíritus animales” que fluctúan azarosamente de las masas (de lo cual, por supuesto, los políticos están exentos). Requirió décadas de errores de políticas desastrosas, basadas en estas máscaras keynesianas, para manejar la incertidumbre, para que fueran gradualmente descartadas.

Actualmente se está desarrollando un proceso similar. La crisis del COVID-19 puso a la epidemiología en el centro de la atención. Pero, resulta que los epidemiólogos, como los macroeconomistas, son modeladores. Un resumen en línea (online summary) captura la forma en que muchas universidades describen en sus sitios en la red sus programas:

“Los programas de epidemiología brindan un entrenamiento concentrado en conceptos, habilidades y metodología con un enfoque en la investigación. Los graduados son entrenados para:

Recolectar éticamente datos epidemiológicos

Conducir análisis epidemiológicos usando diversos modelos de regresión

Describir modelos de control de la enfermedad

Identificar fuentes claves de datos epidemiológicos…”

No sorprendo que las predicciones de los epidemiólogos predijeran incontroladamente diferentes curvas de “aplanamiento” (dependiendo de la enseñanza particular del tema en universidades) -no muy distinto de la ahora descartada “Curva de Phillips” de los macroeconomistas, que en cierto momento pasó como si fuera una verdad eterna.

¿QUÉ SE HA DE HACER?

Pero, los gobiernos deben estar preparados para lidiar con la epidemia, pues la responsabilidad individual no es suficiente para prevenir la transmisión de infecciones. Pero, al expandirse el COVID-19, los gobiernos tendieron a descansar en una “escuela de pensamiento” en particular ̶ una que, no sorprendentemente, aumenta sus poderes, en vez de disiparlo.

Después de todo, ha habido modelos epidemiológicos que compiten entre sí. El modelo del Imperial College, que sirvió como la principal guía para la política, tanto en Estados Unidos, como en Europa Occidental, ha sido descartado ̶ en buena hora. Su principal promotor se comportó como el cerdo Napoleón, en Animal Farm [La Granja de los Animales] de George Orwell, al recomendar una cuarentena universal como la única y tan sólo única solución ̶ excepto cuando le era aplicable, cuando, estando de humor, retozaba con su amante (frolic with his mistress). El modelo epidemiológico de Oxford poseía predicciones muy diferentes ̶ pero nunca fue seguido.

Médicos investigadores, en contraste con modeladores de estadísticas, abogaron por una variedad de tratamientos diferentes. Uno fue Didier Raoult, de Francia, un especialista prominente en la investigación de infecciones. Destacadamente, renunció del “consejo científico para el virus” del presidente Macron, afirmando que sus 11 miembros -que, además de médicos, incluía a un sociólogo, un modelador y un trabajador social- eran científicamente ignorantes y el consejo había sido ordenado que viniera con un consenso, otro ejemplo de hacedores de políticas que demandan una forma única, “legítima,” de ir hacia adelante durante la incertidumbre. Cierto, el tratamiento controversial de Raoult con cloroquina no es una panacea universal y puede ser efectivo tan sólo en ciertas etapas de la infección. No obstante, el tipo de investigación independiente que él condujo, debería ser modelo de cómo reunir información durante momentos de incertidumbre.

Existe una diferencia significativa entre médicos investigadores y virólogos, por una parte, y epidemiólogos, por otra. El primer grupo persigue una investigación políticamente desinteresada, resolviendo acertijos científicos, mientras que el segundo adopta una investigación relacionada con la política. Por “investigación políticamente desinteresada,” no doy a entender que la investigación nunca sea subsidiada por los contribuyentes ̶ como, a menudo, debe serlo en la investigación básica. Lo que doy a entender es que el objetivo de la investigación no es venir con una recomendación de política, si bien una solución científica puede incidentalmente tener un impacto en ella. El modelado estadístico, por otra parte, es perseguido con el único fin de recomendar una política y confirma el viejo dicho de que la gente usa estadística, en la forma en que un borracho usa un poste de luz: para descansar en él y legitimar decisiones, en vez de iluminar. Cuando la política y el poder entran en conflicto con los datos y la ciencia, la ciencia pierde (science loses).

Cuando tratamos con la incertidumbre, es mejor proseguir un enfoque que permita múltiples experimentos independientes y múltiples enfoques de políticas, usando la prueba y el error.

El sistema federal de Estados Unidos y su dispersión geográfica parecerían ser ideales para seguir este enfoque. Las cuarentenas podrían haber sido limitadas en su alcance y en ciertos lugares. Los inversionistas podrían agregar sus opiniones a aquellas de los modeladores, científicos y políticos, apostando, tanto por recuperaciones en función de la ubicación, como en empresas que persiguen soluciones diferentes.

Las decisiones erradas se corrigen más rápido cuando existe esa experimentación independiente, respaldada por un financiamiento independiente. Los decretos monopólicos de los gobiernos para buscar una solución, con bancos centrales crecientemente llegando a ser el principal intermediario financiero, hacen que las malas decisiones duren un tiempo mayor.

No existe ciencia para tomar decisiones cuando enfrenta la incertidumbre. Los “riesgos incalculables con exactamente eso ̶ incalculables. La mejor manera de administrar la incertidumbre es descansando en información lograda de diversidad de experimentos financiados y conducidos independientemente, en vez de hacerlo con base en una respuesta única, aparentemente legítima ̶ ya sea por las estrellas o por puntos de datos. Pero, los políticos muy a menudo quieren lo último. Tal vez, en vez de políticos, necesitamos estadistas -gente que pueda plantarse ante el pensamiento grupal y las “teorías simplistas”- que guíen nuestra respuesta ante la crisis.

Reuven Brenner, antes tenía la Silla Repap de la Escuela Desautels de Administración en la Universidad McGill y ahora sirve en la junta directiva de IEDM (siglas en inglés de Ideas for a More Prosperous Society). Es autor de muchos libros y monografías, incluyendo History: The Human Gamble (La historia, albur del hombre), The Force of Finance: Triumph of the Capital Markets (Thomson/Texere, 2002). También es autor de una serie de artículos (series of articles) en finanzas y asuntos monetarios para American Affairs.