CONTROLANDO EL PENSAMIENTO

Por Theodore Dalrymple

Law & Liberty
8 de junio del 2020


Poner mucha atención al uso del lenguaje es distraerse de lo esencial y fácilmente se convierte en simple pedantería; pero, poner demasiado poca es arriesgarse a ser engañado o manipulado por aquellos quienes usan erradamente el lenguaje. Las palabras, dijo Aristóteles, no deben asumir más precisión de la posible; pero, también, no deberían asumir menos de lo posible.

Las palabras tienen connotaciones, así como denotaciones [Nota del traductor: Según el diccionario de la Real Academia, connotar significa, en relación con una palabra, “conllevar, además de su significado propio, otro de tipo expresivo o apelativo;” y denotar, “significar objetivamente. Se opone a connotar”], y una forma de insinuar una falsedad en la mente de alguien es desconectando a ambas, de forma que la denotación y la connotación divergen e incluso se oponen. Un excelente ejemplo de esto es el uso de la palabra austeridad cuando se aplica a ciertas políticas económicas gubernamentales. Por ejemplo, uno con frecuencia lee que las dificultades de países como Gran Bretaña y Francia en el tema de la respuesta a la epidemia del COVID-19, fue causada por una austeridad previa del gobierno; es decir, por un fracaso en gastar más. Pero, independientemente de si fuera que el gobierno hubiera gastado más la epidemia habría sido más fácilmente manejada (y Francia ya dedica una gran proporción de su PIB al cuido de la salud, más que la mayoría de países con el mismo nivel económico), sus políticas para restringir sus gastos no pueden llamarse austeridad, pues ellos todavía gastan más que su ingreso: pues, de hecho, ellos lo han hecho casi continuamente durante cuarenta años.

Suponga que yo dijera, “Este año seré austero. El año pasado gasté un diez por ciento más que mi ingreso, pero, este año, voy a gastar sólo un cinco por ciento más,” usted pensaría que estoy pronunciando una paradoja sub Wildeana [Nota del traductor: se refiere al carácter literario de Oscar Wilde]. Pero, si dijera tan sólo, “Este año seré austero,” usted pensaría que voy a usar un cilicio [Nota del traductor: ropa ceñida al cuerpo que se usaba antiguamente como penitencia] y subsistir de saltamontes y miel. Decir que los gobiernos británico y francés han ejercido la austeridad significa lo primero e implica lo segundo, lo que es claramente deshonesto: aunque deberíamos notar que el término apropiado, reducción del déficit, es neutral en cuanto a si es económicamente prudente o no. Después de todo, puedo igualmente pedir prestado para empezar un negocio o para beber champaña en el desayuno.

Otra confusión siniestra y crecientemente frecuente, que veo tanto en periódicos británicos como franceses, es aquella entre refutación y negación. Un hombre acusado de algo, ya sea por la ley o por un opositor político, dice “Refuto ese cargo,” y es debidamente reportado por los periódicos que él los ha refutado. Pero, por supuesto, él no lo ha refutado, lo ha negado, que sólo es la misma cosa cuando todo mundo se considera que tiene su propia “validación” o “verdad,” lo cual es decir que prevalecen la epistemología del egocentrismo y el individualismo inflamado. Yo puedo negarlo con una simple afirmación, pero no puedo refutarlo con una simple afirmación; y el hecho de que la confusión es motivada, se demuestra por el hecho de que, mientras la gente confunda negación por refutación, nadie confunde refutación por negación. La palabra refutación tiene connotaciones de desaprobación que cualquier persona culpable se deleitaría con adherirla a su falsa negación.

Los cambios semánticos son, o al menos pueden ser, importantes. Por ejemplo, la palabra infeliz casi ha sido eliminada del lexicón en favor de deprimido. Esto es importante, pues eso implica (a) que la felicidad es el estado normal de la mente humana y que (b) una desviación de ella es una enfermedad que un médico puede, o al menos podría, estar en capacidad, de tratar, reduciendo, por tanto, la vida a un problema técnico, en el estado actual de la mitología urbana de balancear los neurotransmisores en el cerebro.

Los cambios en el uso y la semántica, cuando se imponen, usualmente son un ejercicio de poder. En estos días, la presión para su adopción, como la censura, viene no del gobierno, sino de grupos de presión, pequeños, pero bien organizados y determinados. La resistencia en cosas pequeñas a la monomanía, no valiendo la pena el esfuerzo por tener un mejor balance, primero los cambios pasan por default y, luego, se convierten en habituales.

He notado una diferencia interesante en las demandas lingüísticas de feministas ardientes de Gran Bretaña y Francia. Por ejemplo, en Inglaterra hoy es un grave error que una persona de pensamiento consciente use la palabra actress [actriz] en referencia a una mujer que actúa en un escenario o una pantalla de cine: ella es un actor [actor] y no una actress. Así, Sarah Bernhardt fue un actor famosa de fines del siglo XIX, tal como Mrs. Siddons (o, ¿debería decir Ms Siddons?) lo fue en el siglo previo.

Recientemente leí en un periódico local de mi hogar en Inglaterra, que una villa de la vecindad tenía el cartero más viejo del país, quien había trabajado para la Oficina de Correos en la villa durante sesenta años y ahora tenía noventa y dos. El cartero era en realidad una mujer quien, hasta hace pocos años, habría sido referida como la encargada del correo [postmistress]. En el artículo ella también fue mencionada como Ms. White, en vez de Señorita o Señora. Los molinos de la reforma lingüística muelen excesivamente fino.

En contraste, en Francia, ahora es necesario llamar a una mujer escritora francesa, una écrivaine, la forma femenina de écrivain y, crecientemente, la forma masculina de una palabra no se permite que se use tanto para el hombre como para la mujer.

Lo que es interesante acerca de esta diferencia es que, en ningún lado del Canal de la Mancha, palabras tales como actress y postmistress, por una parte, y écrivain, al aplicarse a mujeres, eran términos irrespetuosos. Es cierto que, en mi adolescencia, el primer chiste picante que supe era agregar “como la actriz le dijo al obispo,” a cualquier cosa que alguien dijera, lo que automáticamente le daba un tono ligeramente lascivo que hacía que yo me riera: pero, no era más respetuoso de los obispos que lo era de las actrices, y ciertamente era muy inocente. Decir de Margaret Rutherford que ella era una actriz, no tenía una connotación de irrespeto.

En cuanto a la palabra postmistress, encarnaba a alguien que estaba en el centro de los asuntos de la villa y puede haber sido un chisme, pero que era considerada tanto como respetuosa y afectiva.

Difícilmente debo decir que la palabra écrivain no invoca irrespeto en Francia, por el contrario: pues ningún país tiene (o en todo caso solía tener) más respeto por sus escritores que Francia. Entonces, ¿cómo podemos explicar la diferencia entre los dos países? Las palabras actress, postmistress y écrivain no son inherentemente derogatorias. Así, la demanda de que ellas deberán ser sustituidas, es un ejercicio, pequeño y de mente estrecha, del poder ̶ como diría Humpty Dumpty, eso es todo.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Su libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).