EL REGRESO DEL BRUTALISMO

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
15 de junio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/the-return-of-brutalism/

Los proponentes de las cuarentenas no tenían ni idea acerca de lo que iban a desatar. En el papel, todos sus planes parecían estar bien. Mantener separada a la gente. Obligarlos a quedarse en sus casas. Sólo los trabajadores esenciales irían a trabajar. El gobierno puede hacer el resto. Las iglesias, teatros, deportes, bares, escuelas ̶ todo tenía que ceder para dar despacio al gobierno de los mitigadores de la enfermedad.

Dejen que los niños jueguen con la computadora. Dejen que las oficinas operen a través de Zoom. Un poco de tiempo libre no daña a nadie y, además, ahí está Netflix. Derrotaremos a este virus escondiéndonos de él y, luego, se aburrirá y regresará de donde vino. Los constructores de modelos serán héroes. Sólo necesitamos demostrar el poder de los computadores por encima incluso de las fuerzas asombrosas y previamente incontrolables de la naturaleza. El virus cederá a la luz de nuestra inteligencia, poder y recursos.

Lo que ellos no esperaron fueron disturbios en las calles, estatuas derribadas, movimientos secesionistas, surgimiento del extremismo político de todos los lados, avivamiento del conflicto racial y diseminación del nihilismo. Lo que está pasando en todo el mundo se siente como una revolución.

Una vez que usted encierra a una población por decreto ejecutivo, basado en una ignorancia y temor obvios, usted envía una señal de que ya nada importa. Nada es cierto, permanente, correcto, equivocado. Todo bien podría ser derribado. Literalmente usted liberó a los infiernos.

De esto hay muchos precedentes históricos, pero un episodio especifico me ha intrigado por mucho tiempo. Tiene que ver con el surgimiento de la arquitectura brutalista después de la Segunda Guerra Mundial. El movimiento era acerca de quitar ornamentos de los edificios, olvidando su belleza, rompiendo la estética del pasado y diseñando sólo para la temporalidad y la funcionalidad.

El brutalismo, que empezó en Alemania como sucesor del movimiento Bauhaus con posterioridad a la Gran Guerra, es el movimiento que, con el tiempo, nos dio todos los espantosos edificios gubernamentales de Estados Unidos construidos desde la década de los sesenta hasta la de los noventa. Son concretos, ralos y solo ligeramente horribles antes la vista, pues esa era la intención. Fue un movimiento que rechazó a la estética. Quería y demandaba la verdad cruda: un edificio es para ser ocupado. Tan sólo debería ser “esencial” y nada más.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la pregunta era qué debería reemplazar aquello que fue bombardeado y destruido en época de guerra, siendo Dresden el peor de los ejemplos, pues sufrió una destrucción increíble. En su momento, esa ciudad y toda su gloriosa arquitectura fueron restauradas. Pero, el impacto de que los gobiernos podían aplastar todo lo que tuvieran ante su vista, que nada era sagrado, fue una lección que sacudió a toda una generación de diseñadores. En todo el resto de Alemania, el Reino Unido y Estados Unidos, la lección fue: los edificios deberán ser posibles de bombardear. De esa forma, nada de valor se perdía.

Ese es el espíritu que guio a la escuela brutalista hasta ser tan influyente. Muchos edificios viejos, desde las Edades Medias hasta principios del siglo XX, fueron construidos bajo aspiraciones elevadas, incluyendo teológicas. Pero, la guerra demostró que todo es temporal. Nada está realmente seguro o es sagrado. Dios está muerto, de lo contrario incontables millones no habrían sido sacrificados. Nuestra arquitectura de posguerra debería abrazar la realidad que aprendimos en tiempo de guerra, cual es que al final de cuentas no es mucho lo que importa. Todo puede ser bombardeado. Nada está más allá de la destrucción. Por tanto, el pasado debe morir y todo lo nueve debe ser desechable.

Ese es el nihilismo. Es una expresión de desesperación. Es un grito contra la idea de que el futuro y el pasado deberían estar relacionados entre sí. También podría derribar monumentos. Quemar edificios. Tener motines en las calles. Y, mientras se está en eso, olvidemos la lógica, la razón, las lecciones de la historia e incluso el interés humano hacia otros. A nuestros gobiernos, electos democráticamente, es claro que no les importan la regla de la ley, la empatía, la moral y carecen de toda humildad, así que, ¿por qué no deberíamos creer en las mismas cosas y comportarnos de la misma forma?

La ira contendida entre el 15 de marzo y el 1 de junio del 2020, se expresó de muchas maneras. Usted sabe esto a partir de su propia vida. Piense acerca de las relaciones que han sido destruidas, cómo desenfundó su furia en aquellos que usted ama, y ellos en usted, y cómo esta vez usted dijo e hizo cosas que habrían sido impensables el año pasado. Las cuarentenas nos han hecho a todos un poco patológicos. No estoy hablando tan sólo acerca del aumento en suicidios y sobredosis de drogas. Estoy hablando de la crueldad ocasional en que la gente incursionó en estos meses, la forma en que nuestros viejos códigos de modales, disciplina, carácter e integridad, súbitamente parecieron ser irrelevantes. Verdad y mentiras mezcladas en un puré confuso.

Después de todo, si los gobiernos pueden encerrarnos en nuestras casas, cortar y fragmentar a la población entre esencial y no esencial, cerrar nuestros hogares de oración, obligarnos a tener una máscara sobre nuestros rostros y demandar que demos brincos como saltamontes para evitarnos el uno al otro, ¿qué dice eso acerca de los códigos de moral y decencia humanas que hemos construido durante generaciones? Si a los gobiernos eso no les importa, ¿por qué debería importarnos a nosotros? En uno u otro grado, todo mundo se ha salpicado de esta forma de nihilismo durante los últimos 75 días.

Para mucha gente, ello ha caído en el destruccionismo como tal (destructionism).

En el mejor de los mundos, lo que es verdadero y correcto no debería depender del tratamiento gubernamental de los derechos esenciales. En realidad, eso hace una enorme diferencia. Si a los gobiernos no les importan para nada nuestra libertad de movimiento y nuestros derechos esenciales, ¿por qué realmente le deberían importar a cualquiera? Esta es la esencia de la visión de la vida brutalista. Sólo hágalo. Sólo necesitamos lo esencial. Todo lo demás es prescindible. Nada más importa, no el contexto, la verdad, la decencia, el pasado, el futuro.

Usted podría decirme que los disturbios y la destrucción y la locura auténtica alrededor de todos nosotros, obviamente no están conectados con la cuarentena. Estoy en desacuerdo. Los manifestantes, los agitadores, los demoledores de estatuas y quienes queman edificios, puede que no articulen las razones precisas de su comportamiento. Pero, si usted mira cuidadosamente, lo que usted ve, es gente gritando por una demanda de que el gobierno y los sistemas presten atención a lo que la gente quiere. La gente importa. La voluntad importa. No podemos estar encerrados. No somos animales ni tampoco seremos tratados como autómatas de modelos basados en agentes.

No seremos parte de la idea que alguien más tiene de la historia. Nosotros somos la historia.

De esta forma, los gobiernos nos han lanzado a que adoptemos una teoría brutalista de la vida, aunque sólo sea porque ellos han dado el primer movimiento y ahora no tenemos opción sino de contraatacar. La brutalidad será respondida con brutalidad.

Para que quedemos claros, no estoy endosando esta visión del mundo. La encuentro altamente lamentable e incluso inmoral. No es creadora de algo. Sin embargo, cuando los gobiernos se comportan de esta forma, eso es lo que usted desata. Ellos castigan y expulsan la decencia, la integridad y la virtud. Cuando usted hace eso, usted libera fuerzas impredecibles dentro de la sociedad que hacen abominable al mundo, incluso aterrador.

Hay una respuesta a esta incivilidad rampante. No deje que los gobiernos y su notoria mala administración de esta crisis, destruyan su integridad, su capacidad de amar, su creencia en derechos, sus aspiraciones propias y las de otros. La única forma de contraatacar al brutalismo es con libertad y belleza, y eso empieza en su propia vida.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de ocho libros en 5 idiomas, siendo el más reciente The Market Loves You. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.