CÓMO FUE QUE NOS METIMOS EN ESTE CAOS

Por George Melloan

American Institute for Economic Research
2 de junio del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/how-we-got-into-this-mess/

En una de un número creciente de protestas de californianos contra la cuarentena de tres meses impuesta por el estado ante el coronavirus, una mujer alzó un cartel que decía: “Hemos tratado con el comunismo, ahora devuélvanos nuestras libertades.” Ella tendrá que esperar su rato. La libertad individual en estos días no tiene una alta prioridad en Sacramento y otras capitales de estados azules populosos [Nota del traductor: estados azules son aquellos en donde gobierna el partido Demócrata].

Por el contrario, el gobernador de California, Gavin Newsom, se enorgullece del hecho de que, al 31 de mayo, California ha sufrido sólo 4.213 muertes por el COVID-19, que no es estadísticamente significativo en una población de casi 40 millones. Siguiendo el patrón nacional, alrededor de la mitad de esas muertes ocurrió en asilos de ancianos, fuertemente poblados de personas adultas mayores con otras enfermedades que amenazan la vida. Él piensa que sus medidas de “mitigación” funcionaron.

Pero, al surgir nuevos datos, se ha hecho evidente que los temores iniciales acerca del coronavirus, en particular, como una amenaza a la gente saludable de menos de 65, eran burdamente exagerados.

A pesar de lo anterior, todavía nacionalmente hay mucho en la carga y está frenando el levantamiento de restricciones y permitir a la gente volver a una vida normal.

Se nos ha dicho que las cuarentenas han reducido la tasa de mortalidad del COVID-19, ahora nacionalmente más de 100.000 personas, pero, eso implica un conocimiento de lo que podría haber pasado, de algo que no tenemos. Por ejemplo, no sabemos si la tasa de mortalidad final habría sido menor si los estados hubieran usado medidas menos estrictas y permitido que las infecciones trajeran la inmunidad gripal, que es como normalmente los virus se acaban.

Lo que sabemos es que muchos estados, en especial altamente poblados, como California y Nueva York, impusieron fuertes restricciones a la libertad individual, destruyendo actividades productivas y causando estragos. De acuerdo con una estimación, los cierres le están costando a la nación alrededor de $80 mil millones a la semana en producción perdida.

La orden de cierre de California el 20 de marzo estuvo entre las más generalizadas. Cerró parques, playas, escuelas, restaurantes, estudios de películas ̶ lo que sea. Tom Steyer, el medioambientalista radical y eterno candidato presidencial del partido demócrata, aptamente describió el resultado como de “una caída libre económica.” En Los Ángeles, el desempleo se disparó a un nivel de la Gran Depresión del 24%. Ahora se asoma un déficit presupuestario estatal de $54 miles de millones y podría ser mayor si el estado es lento para levantar las restricciones.

El Sr. Steyer ha ensamblado una coalición política de empresas y trabajadores para tratar de organizar una recuperación. Eso es irónico, pues el Sr. Steyer ha estado entre las luminarias del partido demócrata, quienes por años ha estado usando la política del miedo para expandir los poderes del estado, en nombre de estar en guardia ante el “cambio climático.” Barack Obama usó este mismo coco inescrupulosamente, cuando apretó su puño sobre la industria de la energía. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, se dispuso a contrarrestar la “amenaza,” gastando miles de millones de dólares que el estado no tenía, erigiendo molinos de viento en el Océano Atlántico.

Los esfuerzos por suscitar los temores públicos al “cambio climático” se hicieron crecientemente inefectivos al no presentarse el apocalipsis predicho por Al Gore hace 30 años. Pero, algo real si se presentó, cuando China se movió tardíamente para revelar que había lanzado un nuevo coronavirus a la circulación mundial.

Rápidamente, un modelo de computación altamente cuestionable (highly-dubious computer model ) generado en el Imperial College de Londres, predicó 500.000 muertes en el Reino Unido y 2 millones en Estados Unidos, desatando un pánico. Al principio, Donald Trump estaba escéptico, luego, trató una posición osada de liderazgo y, finalmente, invitó a los gobernadores estatales a que asumieran la “mitigación.”

Los gobernadores estatales, en especial, disfrutaron del poder y la gloria de la administración de la crisis. El gobernador de Virginia, Ralph Northam, estableció una cuarentena de 72 días, la mayor de todos los estados, sin disponer de suficientes datos acerca de la extensión del peligro. El gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, envió oficiales de policía a un funeral en una sinagoga, para obligar al “distanciamiento social.”

Cuando el comentarista de televisión de Fox, Tucker Carlson, le preguntó, “¿Con base en qué autoridad usted anula la Declaración de Derechos al emitir esa orden?” el antiguo socio de Goldman Sachs le respondió: “Eso está por encima de mi categoría salarial. Cuando lo hicimos no estábamos pensando en la Declaración de Derechos.” Dijo que estaba pensando en “ciencia,” supuestamente de la misma calidad que la de los modelos de computación que hace 30 años nos dijeron que, para esta época, el mundo estaría friéndose por el “cambio climático,” si nos manteníamos quemando combustibles fósiles.

Lanzada a la basura, junto con la Declaración de Derechos, estaba la restricción fiscal. La Teoría Monetaria Moderna, en la realidad una noción antigua de ficción, recientemente resucitada por el profesor de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook, Stephanie Kelton, avanzó hacia la Casa de Representantes y se apoderó de ella, dándole a Nancy Pelosi y sus seguidores el permiso para gastar cantidades ilimitadas de dinero prestado, para aliviar la miseria causada por los cierres.

El resultado fue la Care Act [Ley de Cuido] y se agregaron $2.7 millones de millones al déficit del presupuesto federal. La Sra. Pelosi, así desencadenada, propuso gastar aún otros $3 millones de millones, que empezaron a agitar una inquietud tardía entre los republicanos, incluyendo a Trump, quien previamente había ofrecido poca resistencia a este alejamiento salvaje de la realidad fiscal.

Los filósofos económicos estrellas del partido demócrata han permanecido imperturbables. El 14 de mayo, el profesor de Princeton, Alan S. Blinder, anterior vicepresidente de la Junta Directiva de la Reserva Federal, escribió un artículo para The Wall Street Journal, en el cual invoca la memoria de Scarlett O’Hara y su frase de “Lo que el Viento se Llevó,” “Pensaré mañana en eso.” El punto esencial: nadie sabe qué tan grande puede llegar a ser la deuda nacional antes que llegue a ser insostenible, pero, al momento, no hay señales de peligro en los mercados internacionales, como tasas de interés más altas o un dólar que se hunde.

Los demócratas aseveran que el gasto derrochador, hasta el momento, no ha provocado inflación, como lo habría predicho la teoría económica tradicional. La Fed ha prevenido eso en el pasado encerrando las reservas bancarias en exceso. Pero, debe hacerse ver que el dólar de los Estados Unidos está siendo fuertemente devaluado en relación con una forma de dinero que todavía merece respeto, el oro. Desde que en febrero empezó el pánico del coronavirus, el precio en dólares del oro ha estado creciendo a una tasa anual del 25%.

¿Cuánto tiempo más podremos salir adelante con esto? Incluso otro economista demócrata, el anterior ministro del Tesoro y, en ese entonces, consejero económico de Obama, Lawrence “Larry” Summers, parece estar tan despreocupado como el profesor Blinder. En un podcast del Centro Bendheim de Finanzas de Princeton, él igualó al gasto gubernamental necesario para compensar los costos crecientes de las cuarentenas, con algo similar a aquello necesitado para el Proyecto Manhattan de la Segunda Guerra Mundial, que produjo la bomba atómica.

Lo que él falla en mencionar es que, el costo del Proyecto Manhattan en dólares de hoy, fue de sólo $70 miles de millones, considerablemente menos que los $5 millones de millones que ellos están cocinando en la cocina de Nancy Pelosi.

El profesor Blinder cita a Scarlett. Cuando se incrementan los costos del cierre, la gente inquieta y furiosa se amotina en las calles sin distanciamiento social y un público extenso continúa siendo bloqueado por regulaciones y por sus temores propios de reasumir vidas productivas, tal vez otra película sería una alusión más apropiada. ¿Qué tal el título de ese film clásico acerca del alcoholismo, “Mañana lloraré”?

George Melloan se retiró después de una carrera de 54 años escribiendo y editando para The Wall Street Journal. En su última asignación, era subeditor internacional de la página editorial y autor de una columna semanal de opinión titulada Global View. El Sr. Melloan vive en Westfield, Nueva Jersey. Es miembro del Consejo acerca de Relaciones Internacionales y del Club Dutch Treat.