RESISTIR NO ES ALGO INÚTIL, ES NECESARIO

Por Peter Boettke

American Institute for Economic Research
26 de mayo del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/resista...-is-necessary/

Una de las numerosas formas en que me he ocupado durante la cuarentena (y en NoVA [Norte de Virginia] ni siquiera estamos en la Fase 1) ha sido unirme cada semana a los seminarios en red acerca de The Economic Implications of Covid-19, de los que es anfitrión el profesor Markus Brunnermeier, director del Bendheim Center for Finance de Princeton. El elenco ha sido impresionante, y la información que he podido reunir de los diferentes oradores ha sido vital para mis propios esfuerzos por resolver a través de la situación actual.

No es que esté de acuerdo siempre con el análisis presentado, pero, logro apreciar cómo algunos pensadores son cuidadosos (por ejemplo, Angus Deaton) y qué tan politizados han llegado a ser otros (por ejemplo, Joseph Stiglitz y Paul Krugman). También, ha hecho que se me abran los ojos de cómo, dado lo que ya sabía de previo al seminario, acerca de la perspectiva general y el enfoque de esos famosos oradores, yo podía saber qué es lo que iban a decir.

Mi asistencia se ha visto acompañada de poca sorpresa genuina. La presentación cuidadosa y humilde de Deaton quedó en mi mente, la recalibración del modelo SIR de Daron Acemoglu para intentar tomar en cuenta el comportamiento humano y la heterogeneidad de la población, y la comparación hábil y directa de John Cochrane entre una reapertura “tonta” con un cierre “inteligente,” fueron tan brillantes como contraintuitivos respecto a la sabiduría convencional.

Los videos y los Power Points todos están disponibles en el ligamen de arriba [The Economic Implications of Covid-19] y les recomiendo a todos ver con cuidado este material. Usted aprenderá mucho. Permítanme ser claro, usted aprenderá mucho, incluso de aquellos con quienes usted estará en desacuerdo significativamente, pues esas personas son inteligentes, ponderadas, analíticamente astutas y saben cómo formular argumentos serios y profesionalmente responsables.

El más reciente, al escribir esto, fue de Larry Summers. Ahora bien, debo admitir unas pocas cosas antes que comparta mis objeciones a su presentación. En primer lugar, Summers, como lo son todos estos economistas famosos, es inteligente fuera de serie. Ninguna de esas personas está diciendo tonterías. Son mentes rápidas y analíticas de alta potencia. Así que, #1 son terriblemente inteligentes. En segundo lugar, Summers tiene más experiencia en formulaciones serias de políticas y en tiempos de crisis, probablemente más que cualquier otro economista del mundo ̶ tal vez con excepción de Ben Bernanke. Así que, #2 son experimentados. En tercer término, sus agudezas y su experiencia, ambas, le convierten en supremamente confiado en sus observaciones y conclusiones. Así que, #3 es una voz firme.

En resumen, ¿Quién soy yo -un profesor que trastabilla, quien nunca ha mantenido posición alguna en política- para plantear inquietudes acerca de las observaciones y conclusiones de Larry Summers? Bueno, sería sabio decir primero lo que pienso que él está diciendo, de forma que usted puede comparar eso al escuchar su exposición, y, luego, puedo decir lo que pienso es más objetable.

Summers afirma que las tendencias previas al COVID-19, debido a costos cambiantes asociados con el suministro del cuidado de la salud, la educación y, en general, de los servicios gubernamentales, estaban aumentando, comparados con el pasado. Él invoca una idea desarrollada por el fallecido economista William Baumol, llamada la “enfermedad del costo.” Él no es el primero en hacer este argumento; mi colega en la Universidad George Mason, Tyler Cowen, ha expuesto este argumento durante más de una década, aunque, en la presentación de Cowen, pienso hay involucrado un sentido secreto más subversivo (I think there is a secret more subversive meaning). La idea de la enfermedad del costo se deduce de la observación de que la productividad de ciertos tipos de mano de obra -el del cuido de la enfermera de su paciente; el de la conferencia en clase de un profesor; el de la deliberación de un juez acerca de un caso- no ha mejorado radicalmente a través de los siglos. Pero, ha habido aumentos en la productividad en otros sectores a través de todo el sistema económico.

Como resultado, para poder ofertar por los talentos de la mano de obra de individuos en enfermería, profesorado y juicios, sus salarios se han divorciado de su productividad, de una forma que la teoría económica clásica no habría predicho. Eso eleva los costos laborales de esos servicios.

La vieja sabiduría convencional era que la única forma de aumentar el ingreso real era aumentando la productividad real, y los incrementos en la productividad real eran función de las mejoras del capital humano, de mejoras del capital físico y de mejoras de las reglas que gobiernan las interacciones entre el capital físico y el capital humano. La enfermedad del costo de Baumol cuestiona la sabiduría convencional.

Pero, el cuido de la salud requiere de enfermeras, la educación requiere de profesores y la ley y el orden requieren de jueces ̶ así que, cada sector se está haciendo más caro al ir dándose el progreso económico. Esta es una receta para que el gobierno se involucre más y más en aquellas industrias, a fin de ayudar a compensar los costos, mientras que una empresa comercial probaría ser inviable en enfrentar esos costos crecientes de hacer negocios. En la presentación de Summers, esto se utiliza para sugerir a su audiencia que las fuerzas económicas en funcionamiento en una economía moderna, están impulsando al gobierno hacia un papel más grande. Note, este argumento es que ello no se debe a un cambio en ideología, sino a un cambio en los precios relativos. En resumen, es inevitable, según Summers, que, en el futuro, el gobierno será mayor en cuanto escala y ámbito, de como lo era en una época previa.

Además, Summers asevera que, como sociedad, el sistema político ha tomado la decisión de que el gobierno sea el responsable de corregir los errores asociados con la desigualdad y la injusticia histórica, y de asegurar la dignidad de los individuos en su ancianidad. Estas dos decisiones democráticas también refuerzan la tendencia de las fuerzas económicas que conducen hacia un gobierno mayor, y asevera él, más centralizado.

Sólo un gobierno centralizado grande puede enfrentar de forma generalizada los temas de salud, educación y justicia, de forma que administre adecuadamente la corrección de la inequidad y brinde protección contra las vicisitudes de la ancianidad. La educación, arguye Summers, es, por supuesto, uno de los niveladores sociales grandes en la que la sociedad debe invertir, así como los gastos en investigación y desarrollo deben incrementarse, para alimentar continuamente los incrementos en productividad posibles por medio de la innovación tecnológica.

Según Summers, el COVID-19 simplemente ha reforzado todas esas tendencias naturales hacia un estado más grande y más centralizado, tanto en escala como en ámbito. En su charla, afirma que no tenemos por qué preocuparnos acerca de la irresponsabilidad fiscal pues, al momento, las tasas de interés son tan bajas que podemos pedir prestado sin problemas, y que podemos ser agresivos en la política monetaria, sin preocuparnos por una huida del dólar, pues no hay monedas alternativas viables que atraigan a los inversionistas ̶ las alternativas son economías que son hogares a grupos de ancianos (Europa y Japón) o cárceles (China), y, en su opinión, las criptomonedas no son capaces de servir la función de moneda de reserva internacional.

De nuevo, en su mente, la lógica de los asuntos contemporáneos será impuestos más elevados (incluyendo un impuesto a la riqueza) y más regulación (incluyendo romper las grandes corporaciones), aún cuando a él le gustaría ver comercio e inmigración, y un aumento en la cooperación internacional para lidiar con el cambio climático, etc.

La visión del futuro de Summers, de una marcha inevitable hacia un control más grande y más centralizado, hace eco a los llamados en los años veinte y treinta de hombres de ciencia, quienes obligaron a Hayek a poner la pluma sobre el papel, tanto en The Road to Serfdom (1944) (Camino de Servidumbre) como en The Counter-Revolution of Science (1952) (El Uso del Conocimiento en Sociedad). Hoy, los hombres de ciencia, como los representados por Summers, nunca han tomado la lección hayekiana con toda la seriedad del caso. Ellos no están interesados en “la pretensión del conocimiento” y la práctica de “la arrogancia fatal,” en una base diaria. El tipo de preocupaciones formuladas por Adam Smith, o Frank Knight o Hayek (sort of concerns raised by Adam Smith, or Frank Knight, or Hayek), simplemente no resuena con la entrenada elite contemporánea en la profesión de economía.

Hoy, en medio de la crisis de salud pública por la pandemia, ellos justifican las demandas de un gobierno más grande y más centralizado, para que luche contra una externalidad importante y, así, aseveran que la respuesta nacional unificada y, de hecho, internacional, representa un bien público global en su quintaescencia. El problema es que ellos, simultáneamente, mantienen que la humanidad no puede ser confiada en que actúe por sí misma y en situaciones locales, para adaptarse y ajustarse a factores de riesgo que ella individualmente puede enfrentar, y desarrollar una multiplicidad de soluciones de mitigación, como actores humanos con propósitos, en familias y dentro de comunidades, y a la vez, se formula el argumento de que puede confiarse en que la humanidad obedezca y descanse en la experticia de élites científicas a distancia, para que todo el mundo coopere entre sí para desarrollar la solución efectiva y poner en marcha esa solución, de forma equitativa y a tiempo. ¿Alguien vislumbra el problema? Aún más, ¿hay un ejemplo más claro del llamado de la élite tecnocrática para gobernar sobre la sociedad, en vez de ser ciudadanos involucrados en gobernar con otros ciudadanos, dentro de una sociedad democrática que se gobierna a sí misma?

La forma en que Summers establece su argumento -empezando por las tendencias inevitables y, luego, aumentando esa tendencia con el impacto de una crisis- parecería sugerir que le está diciendo a la audiencia que la resistencia al gobierno grande, que la resistencia al gobierno centralizado, que la resistencia a un gobierno más intrusivo, es inútil. Confíe en los expertos, obedezca a las autoridades ungidas, y se prometen mejores días a futuro.

No obstante qué tanto usted quisiera resistir esa tendencia hacia la centralización de la autoridad gubernamental, ella se está dando porque las fuerzas económicas naturales del mundo moderno inexorablemente empujan en esa dirección y, dados los imperativos morales de dignidad y justicia para todos, y debido a las amenazas existenciales que enfrentamos por una pandemia global, del cambio climático, del intrincado pero frágil sistema financiero del mundo, de otros enemigos hostiles, todo ello conduce a una demanda creciente de un gobierno más grande y más centralizado. La catástrofe está omnipresente en el trasfondo y debemos estar preparados. ¿Quién posiblemente querría estar mal preparado y ser tomado desprevenido cuando el enemigo ataca?

Nadie. Pero, creo que lo que Summers da por sentado es que una burocracia monstruosa puede tener un mejor desempeño en la gobernabilidad, que un acuerdo institucional alternativo más ágil y empresarial y que lidie con los males sociales que pueden presentar un desafío a la sociedad democrática liberal ̶ ya sea pequeña o grande. Diría que si la respuesta a esa pregunta -que es tanto analítica como empírica- es que un sistema policéntrico de un autogobierno democrático proveería un sistema más flexible, capaz de un aprendizaje continuo en la diversidad de experimentos sociales que necesariamente produce, entonces, después de todo, la resistencia a la centralización no es inútil, sino necesaria. No debemos conceder el argumento de la inevitabilidad a Summers, sino, en vez de ello, insistir en la importancia de las ideas y la elección que los individuos hacen, como ciudadanos responsables, acerca de las reglas y estructuras que gobiernan la sociedad.

El argumento a favor de una sociedad de individuos libres y responsable debe renovarse en cada generación y afirmada en los corazones y mentes de la ciudadanía, más que estar escrito en pergaminos y repetido sin compromiso en incrédulas promesas de políticos. Esos tipos de constituciones valen tanto como el papel en que están escritas. En ese mundo, se permitiría tan sólo que las constituciones tuvieran vigencia cuando fuera conveniente, y que ellas puedan ser retorcidas y rotas al primer signo de inconveniencia.

Los principios de buena gobernabilidad se desvanecen y la política del oportunismo domina el momento. Esa, diría yo, es la inevitabilidad que Summers retoma y en la que se monta. El tipo de economía que comunica su “modelo mental” y, así, su llamado a la acción, es la economía como herramienta de control social. Carl Menger, y después Ludwig von Mises, se refirieron a este tipo de economía, como la economía de la ciencia de la policía prusiana (Prussian police science). Una consecuencia crítica de este modelo mental de gobierno es que no permite el tipo de innovación empresarial disruptiva, que no sólo cambia radicalmente los mundos de los bienes y servicios, sino, también, las estructuras de gobernabilidad acerca de cómo interactuamos los unos con los otros y con la naturaleza. Los ajustes en los precios relativos pueden resultar de choques exógenos, y guiar las acciones, o pueden resultar de cambios endógenos en la demanda y del estado de alerta empresarial ante oportunidades presentadas por circunstancias cambiantes. Los sistemas de gobernabilidad que impactan negativamente la habilidad de los individuos para actuar, para lograr el cambio, tanto dentro de un sistema de gobernabilidad dado, como de aquel sistema de gobernabilidad, fallaran en cuanto a ser sociedades vibrantes y creativas.

Para mala fortuna y, en especial, dado el gran trauma del siglo XX que se derivó de un control fuerte centralizado de la vida económica y política, es todavía una triste realidad la forma en que el razonamiento de economistas es más consistente con la ciencia de la policía prusiana, en vez de una ciencia más en sintonía con las demandas de una sociedad democrática, compleja, dinámica, creativa y que evoluciona. Cuando economistas, desde su percha como miembros de la élite tecnocrática, ofrecen consejo como si lo fuera a un planificador social benévolo, están cometiendo el “error fundamental del constructivismo,” que Hayek advirtió que minaba la operación de una sociedad de individuos libres y responsables. Es, como lo aseveró Hayek en su conferencia del premio Nobel “The Pretense of Knowledge” (“La Pretensión del Conocimiento”), lo que amenaza con convertir a economistas en tiranos potenciales sobre sus conciudadanos y en destructores de la propia civilización de la cual ellos mucho se han beneficiado.

La resistencia no es inútil; es necesaria, si es que esperamos mantener como un ideal a una sociedad democrática y libre, que no exhiba ya sea un sistema de privilegios para unos pocos selectos, ni la dominación de los muchos por esos pocos selectos, quienes asumen el papel de gobernar por encima de sus conciudadanos. La resistencia es parte necesaria de un autogobierno democrático y la es más en un momento cuando todos los llamados son para una centralización aumentada y cuando las voces de la élite tecnocrática se hacen mas fuertes y más escandalosas, insistiendo en que esa resistencia es inútil.

Peter J. Boettke es compañero sénior del American Institute for Economic Research. Es profesor universitario de Economía y Filosofía en la Universidad George Mason, así como director del Programa F. A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía y profesor BB&T para el Estudio del Capitalismo en el Mercatus Center de la Universidad George Mason. Boettke anteriormente fue compañero Fulbright en la Universidad de Economía en Praga, compañero Nacional en la Universidad Stanford y compañero visitante Hayek en la Escuela de Economía de Londres.