ADÓNDE NOS CONDUCIRÁ EL CORONAVIRUS

Por Theodore Dalrymple

Law & Liberty
24 de marzo del 2020

Uno nunca debería subestimar el poder de la amnesia en los asuntos humanos. Incluso catástrofes de gran escala a menudo se olvidan, al menos por aquellos quienes no fueron directamente afectados por ellas. Los jóvenes en Europa Oriental, se dice, nada saben acerca de los estragos del comunismo, aunque duraron por décadas y aún ejercen influencia, y muchos piensan que el socialismo puede ser cosa buena para intentarlo, como si nunca antes hubiera sido intentado. Aún más, ninguna memoria ejerce un efecto saludable por sí misma, si no es ayudada por el pensamiento y la reflexión: la memoria (incluso cuando es exacta) tiene que interpretarse, y, en donde hay interpretación, existe la posibilidad del error y el desacuerdo. A esta fecha, los economistas todavía discuten acerca de las causas y las verdaderas lecciones de la quiebra de 1929.

¿Qué lecciones habremos aprendido, o qué conclusiones habremos derivado, de la epidemia del COVID-19, y cuáles serán sus efectos a largo plazo? El dogmatismo no podría nunca estar más fuera de lugar. Incluso es más difícil predecir las tendencias sociales que el curso de una epidemia. Proyección no es predicción y la especulación tiene una tendencia inherente a sobre dramatizar.

Todavía no podemos saber cuándo o cómo terminará la epidemia, o qué tan grande y seria mostrará haber sido. Al escribir esto, ha habido 10.000 muertes por el virus (o, como alguna gente intelectualmente cauta puede ponerlo, asociadas con el virus). Todavía hay espacio para que se multiplique muchas veces el número de muertes para que esta epidemia sea sino una señal en las estadísticas de mortalidad del mundo: después de todo, sólo en los Estados Unidos anualmente hay 2.800.000 muertes.

Por supuesto, tanto el crecimiento exponencial en los números de muertes como la imaginación pueden rápidamente inflar el tamaño y efecto de la epidemia. El aumento exponencial no puede continuar por siempre -una infección estafilocócica puede crecer exponencialmente por un tiempo en un plato de Petri, pero nunca se apoderará de toda la biósfera ̶ pero puede continuar el tiempo suficiente como para producir una catástrofe. La imaginación, tal vez, puede hacerla crecer incluso más rápido ̶ en la mente; y, así, una cuestión en el futuro puede ser si el virus en sí, o la respuesta a él, causó el mayor daño. Puede resultar ser una pregunta tan espinosa como aquella acerca de las causas de la Primera Guerra Mundial. Desde el punto de vista actual, el virus o la respuesta, ciertamente parece que ha causado una catástrofe económica, sea o no sabia o justificada la respuesta de la salud pública y desde el punto de vista de reducción de la mortalidad. Escribo esto en París, en donde miles de pequeños negocios encaran la posibilidad de un mes y medio sin clientela y, por tanto, de gastos sin ingresos. Dos pequeños empresarios conocidos míos están hablando acerca de quiebra tan sólo después de unos pocos días de cuarentena, y difícilmente su posición es única. Entre más dure el cierre, resulta evidente, habrá más quiebras.

¿Se dejará que se hundan miles de negocios, pero no hundirse sin dejar huella, pues dejan tras sí un rastro de desempleo, desesperación y degradación física debido a la falta de conservar las instalaciones? Casi que ciertamente el gobierno escogerá la alternativa, esto es, apuntalarlos, pero ese es sólo el menor de dos males, electoral si no es que económicamente, y tiene consecuencias propias, todavía más pues, por décadas, gobiernos, como el francés, han estado criando déficits incluso en los buenos tiempos y la deuda pública ya es elevada. Decir après nous le déluge [después de nosotros, el diluvio] ya no es más una bon mot [buena palabra], e incluso la descripción de una buena política, sino un reconocimiento de un destino inevitable.

Habrá debates enconados acerca de si los cierres eran realmente necesarios y si funcionaron para detener la epidemia. Dependiendo de qué respuesta prevalezca, social si no es que intelectualmente, o porque es la respuesta correcta en el sentido de aproximarse mejor a la verdad, dependerán las respuestas futuras a las epidemias (asumimos que habrá algunas). En todos estos debates, muchos hechos alternativos, para citar una frase, se brindarán como evidencia para una conclusión a la que ya se ha arribado o que es fuertemente deseada. Nadie cederá en su punto de vista simplemente ante la primera presentación de evidencia que lo contradiga.

No habrá duda de mucho razonamiento post hoc ergo propter hoc [falacia de que, si un evento ocurrió primero, eso debe haber causado aquel acontecimiento posterior] acerca de qué fue lo que en realidad causo qué. Pero, hay dificultades mayores hacia adelante que no son simples cuestiones de hechos. Parece, al menos por el momento, que la epidemia mata a mucha gente vieja, aumentando la tasa de muerte rápidamente cuando la edad excede a 60 o 65. El número de años de vida humana que se pierde por la epidemia será comparativamente menor, con respecto al número de muertes como tales. En términos del número de años de vida que se pierden, la muerte de alguien de veintiún años posiblemente iguala la muerte de quince de ochenta años de edad. Esto no es decir que la muerte de alguien de veintiún años de edad vale, en algún sentido, quince de los de ochenta años, y, de hecho, uno aleja la mente de esos cálculos tan horribles ̶ excepto en retrospectiva y en teoría. Pero, tarde o temprano, alguien intentará calcular si el costo en salud de la respuesta (dado que el empobrecimiento, como se nos dice constantemente, incluso si es sólo relativo, es malo para la salud) tiene consecuencias sobre la salud.

¿Qué tanto marcará este episodio nuestras mentalidades y por cuánto tiempo? He estado leyendo artículos en los periódicos franceses, temprano en el momento del arresto domiciliar masivo, sugiriendo de todo, desde una recuperación de los valores espirituales, a una reconsideración y rechazo de lo que invariablemente en Francia se ha llamado neoliberalismo. En parte, naturalmente, la fuerza del efecto dependerá de qué tanto dura la crisis y qué tan profundos sean sus efectos económicos.

La crisis ha revelado la fragilidad de las cosas, desde la vida humana individual hasta la continuación de la actividad económica interconectada. A partir de esta revelación, algunos tienen la esperanza de que habremos aprendido a tomar como roca sólida lo que de hecho es extremamente frágil, y que hayamos aprendido a descansar menos en lo que es externo y superficial para nuestras satisfacciones y sentido de seguridad. Para mí, creo que eso es poco posible, al menos valorando mi propio caso. Varias veces he estado cerca de la muerte debido a una enfermedad, pero, tan pronto como pasa el peligro, me sentí tan invulnerable como me había sentido antes e incluso olvidé, o al menos empujé a la parte trasera de mi mente, el hecho de que alguna vez había estado en peligro. Por ejemplo, recientemente revisé mi propia historia médica y me sorprendió qué tan frecuentemente yo había estado seriamente enfermo, habiendo empezado bajo el supuesto de que yo había sido saludable durante toda mi vida. Incluso ahora, cuando formo parte del grupo etario de mayor riesgo por la infección, descanso psicológicamente en el hecho de que, a diferencia de muchos de nosotros que al momento han muerto, me siento básicamente saludable. Tal amnesia nos convierte en descuidados, sin duda, pero, también, nos permite seguir con la vida.

Aún más, el efecto supuestamente saludable de tener que valernos de nuestros recursos propios, probablemente será ilusorio, pues, más bien, refuerza nuestra dependencia en la internet y los medios sociales para nuestra conservación mental. La única cosa que nuestros recursos no serán es ser nosotros mismos.

En cuanto al efecto sobre nosotros, desde el punto de vista de la filosofía política y la economía política, ciertamente se fortalecerá el caso, al menos por un tiempo, del dirigisme ̶ sin importar qué tan poco o mucho dure la crisis. El regreso al estado, declaró un encabezado francés, no sin un deleite ideológico, como si el estado (que en Francia es responsible de considerablemente más que la mitad del PIB del país) se hubiera desvanecido o hubiera sido alguna especie famélica, debilitándose por la ausencia de nutrimiento financiero. Aún así, a pesar del enorme peso del estado, encontramos -al menos en los encabezados- que se carece de mascarillas para el personal de salud en las instalaciones manejadas por el estado. Esto no es necesariamente el fallo de alguien, pues la crisis no fue prevista: pero hace que uno piense qué tanto del PIB del país debe el estado absorber antes que haya suficientes mascarillas. Corea del Sur es, en este momento, considerado ejemplar en la forma en que enfrentó la crisis, ciertamente comparado con los países europeos, sin embargo, la porción estatal en el PIB es de alrededor de un 16 por ciento, menos de un tercio de aquel de Francia. En otras palabras, un estado inflado puede no ser un estado fuerte o eficiente, así como una pierna hinchada por un edema no es fuerte o eficiente tan sólo porque ha aumentado de tamaño, en vez de lo opuesto.

Si la epidemia, o más bien la respuesta a la epidemia, destruye miles de pequeños negocios que el estado no puede o no rescatará de la quiebra, ello puede fortalecer a las grandes empresas comparadas con las pequeñas, dado que las grandes empresas estarán en mejor posición que la pequeña para capear la tormenta. Y eso, a su vez, reforzará la tendencia para el corporativismo y el oligopolio, incluso cuando la actividad económica en sí, como la manufactura de aeroplanos, no conduce a ello inherentemente. ¿Nunca serán iguales las cosas? Esta no es la Peste Negra, que, como ninguna otra cosa, hizo tanto por destruir la civilización medieval, ni es posible que llegue a serlo. Pero, los efectos no dependerán solo de los hechos del caso. La interpretación lo será todo.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de presiones pensionado, contribuye como editor del City Journal y es Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute.