Léalo, pues vale mucho la pena de meditar en torno a lo expresado acerca del papel de la ciencia en la actualidad.

LA LUCHA POR LA CIENCIA EN TIEMPOS DE DEMENCIA

Por Peter Boettke

American Institute for Economic Research
13 de mayo del 2020


Hace unos pocos años, el matemático de la Universidad de Viena, Karl Sigmund, publicó un libro bajo el título Exact Thinking in Demented Times, y su enfoque era el surgimiento del Círculo de Viena y del positivismo, como respuesta a las ilusiones ideológicas de los años veintes y treintas. El libro tiene mucho para ser recomendado, pero un compromiso crítico no es aquí mi interés. En mi propio libro acerca de Hayek, yo también invoco esa frase, al pensar que captura igualmente la aventura filosófica y científica de Hayek ̶ luchar por el pensamiento correcto en tiempos de demencia. La respuesta de Hayek es diferente de aquella del Círculo de Viena, pero el deseo es el mismo.

La ciencia está motivada ya sea por un sentimiento de asombro y maravilla, o por un sentido de urgencia y necesidad. La necesidad puede ser la madre de la invención, pero es la curiosidad la que alimenta a la ciencia. El conocimiento científico básico es, tal vez, el dominio de la curiosidad, mientras que el conocimiento aplicado y, en particular, la transformación del conocimiento científico en un conocimiento valioso comercialmente, puede ser el dominio de los valientes. Y el progreso científico puede, no pocas veces, derivarse más naturalmente de aquel sentimiento de asombro y maravilla que de la urgencia y necesidad. Esto es porque, diría yo, esa ciencia así proseguida desata la curiosidad humana y estimula la creatividad y ese ir y venir del involucramiento crítico.

Desde el inicio de la investigación, el asombro y la maravilla nos imponen una humildad epistémica a la luz de lo asombroso, lo bello y lo complejo del objeto de nuestro estudio. Nos vemos humillados por este fenómeno misterioso que estimula nuestro pensamiento en busca de un entendimiento y llevarlo a que tenga relevancia. Cuestionamos y, a menudo, ofrecemos respuestas tentativas, y cuestionamos algunas más al ir ponderando los misterios del universo. Siempre estamos dispuestos a hacer preguntas, las que pueden no tener respuesta, y nunca aceptamos respuestas que no puedan ser cuestionadas. La búsqueda científica continúa y progresa al empujar las fronteras del conocimiento, sólo para darnos cuenta que, entre más sabemos, más es lo que nosotros no sabemos. Así es como avanza el conocimiento científico.

Por otra parte, la urgencia y la necesidad, a menudo, empiezan con una confianza en que cualquier problema postulado tiene una solución que la ciencia puede brindar. Como resultado, en respuesta a un sentido de urgencia y necesidad con frecuencia organizamos la investigación como si fuera una misión militar, con un comando central, y un propósito en común, y la energía científica se moviliza, en vez de ser cultivada y liberada. No siempre, pero casi siempre, estos esfuerzos nos llevan a un punto muerto, en oposición a lo que las caricaturas populares del Proyecto Manhattan o de la Carrera Espacial quieren que nosotros creamos.

De hecho, uno de los grandes defensores de la ciencia y la sociedad libre -Michael Polanyi- cambió de ser un químico físico practicante a un filósofo de la ciencia, debido a que fue testigo de cómo sus colegas y amigos científicos, que trabajaban en los países comunistas de Europa Central y del Este y de la Unión Soviética, sufrieron bajo el yugo del enfoque del comando y el control para la investigación científica. Al mismo tiempo, hay instancias de urgencia y necesidad en donde el descubrimiento científico de un conocimiento nuevo y vital, determinará cuestiones de vida y muerte de personas, naciones y de la propia civilización.

Sería un error enorme pensar que eso era sólo un problema para la investigación científica encontrado en los antiguos regímenes totalitarios del siglo XX. Incluso en las democracias occidentales, la actitud cientificista se dio después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, y transformó la cultura científica e intelectual.

Por ejemplo, el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida famosamente advirtió acerca del “complejo militar industrial,” pero, también, advirtió acerca de los peligros que la transformación de la ciencia y la academia habían sufrido desde la Segunda Guerra Mundial y su impacto sobre la ciencia en una sociedad libre y democrática. Como escribiera él:

“Hoy, el inventor solitario, retocando en su taller, ha sido eclipsado por los grupos de trabajo de los científicos en laboratorios y campos de prueba. De la misma manera, la universidad libre, históricamente la fuente de ideas libres y descubrimientos científicos, ha experimentado una revolución en el desarrollo de la investigación. En parte debido a los enormes costos involucrados, un contrato del gobierno se convierte prácticamente en sustituto de la curiosidad intelectual. Por cada pizarra vieja, ahora hay cientos de nuevos equipos electrónicos.

La perspectiva de la dominación de los estudiosos de la nación por el empleo federal, la asignación de proyectos, y el poder del dinero está siempre presente y debe ser gravemente considerado.

Sin embargo, en mantener la investigación científica y los descubrimientos respetuosamente como deberíamos, debemos también estar alerta ante el peligro igual y opuesto de que la política pública pueda convertirse en cautiva de una elite científico-tecnológica.

Es la tarea de gobernar moldear, equilibrar e integrar estas y otras fuerzas, nuevas y viejas, dentro de los principios de nuestro sistema democrático, siempre dirigidas hacia los objetivos supremos de nuestra sociedad libre.” (énfasis agregado.)

Obviamente, el asombro y la maravilla no necesitan están en contraposición con la urgencia y la necesidad, pero, la humildad epistémica estimulada por lo primero, tropieza con la confianza epistémica involucrada en lo segundo, y las instituciones y las prácticas organizacionales de investigación, balancean la tensión.

En la práctica la ciencia puede dar fruto -tan sólo mire alrededor suyo a todos los logros asombrosos de la ciencia aplicada, desde la ingeniería a la tecnología a los avances de la medicina. La ciencia es asombrosa. La ingenuidad humana es asombrosa. Recuerden, ASOMBRO Y MARAVILLA, y el recurso supremo es la imaginación humana.

La preocupación que Eisenhower planteó en ese discurso es la “captura” de la ciencia por una elite tecnocrática, aislándose así ella del proceso democrático en la toma de decisiones colectivas, y en mantener una posición de expertos monopólicos. En épocas de crisis, cuando la urgencia y la necesidad sobrepasan al asombro y la maravilla en la ciencia, la investigación científica se organiza y requiere de líderes como Robert Oppenheimer y el general Leslie Groves.

Durante una crisis, el futuro parece pender de un hilo, y los recursos mentales y materiales deben ser coordinados y eso requiere de un comandante que esté en control del proceso. Pero, eso no funcionará, si la curiosidad es aplastada en el esfuerzo por comandar con valentía.

En economía, tales momentos confrontaron a la comunidad de científicos tras la Gran Depresión, a raíz del Colapso del Comunismo, como consecuencia de la Crisis Financiera Global, y parece que se presenta hoy resultado del COVID-19. Nuestro conocimiento aprendido a partir de nuestras exploraciones motivadas por el asombro y la maravilla, debe aplicarse a abordar lo que se debe hacer debido a la urgencia y la necesidad. Al menos, eso es lo que yo aseveraría que la ciencia debería hacer en tiempo real, si es que esperamos lograr progreso para enfrentar el asunto a mano.

Pero, en la realidad, la ciencia en tiempo real siempre opera dentro del contexto de la salmuera de la política. La emoción, el estado de humor y las preocupaciones electorales sustituyen al razonamiento sólido y el análisis empírico cuidadoso. Todo esto tiene un sentido perfectamente racional. Los políticos no son criaturas santas, ni tampoco lo son los funcionarios públicos de nombramiento. Ellos científicamente pueden ser perfectamente competentes, pero ellos -como todos nosotros- encaran incentivos en el contexto dentro del cual operan. Y, como analistas, es vital recordar siempre que el contexto importa.

El conocimiento es necesariamente imperfecto. Como repetidamente lo enfatizó Einstein acerca de la investigación, si sabemos la respuesta, entonces, no le llamaríamos investigación. Y, el proceso científico es uno que se basa en una cultura de la crítica. Como a menudo lo enfatizó Richard Feynman, la verdadera actitud científica se refleja cuando uno entiende que siempre se prefiere hacer preguntas que no pueden ser respondidas, a ofrecer respuestas que no pueden ser cuestionadas. La ciencia motivada por el asombro y la maravilla goza de este lujo, la ciencia motivada por la urgencia y la necesidad a menudo no lo tiene. Arde un incendio y debemos apagarlo.

La idea de movilizar la ciencia para enfrentar asuntos prácticos urgentes de una amenaza existencial, debido a un desastre creado por el hombre o uno natural, o por crisis económicas o por un bien público global, tiende a favorecer las iniciativas de “grupos de trabajo” de comando y control. Los recursos van a fondear un proceso que tiene un único objetivo en mente -derrotar al enemigo, terminar con la pobreza, eliminar la inflación- y el talento se enfoca en esa meta única.

Para invocar una imagen del cine relacionada con el viaje espacial, recuerde la escena en el Apolo 13, cuando se dieron cuenta que tenían un problema con el CO2 en los filtros de aire, y el ingeniero principal entra al cuarto y dice que tenemos que construir un filtro que calce en un hoyo con sólo estos materiales. Los otros ingenieros trabajan febrilmente para resolver ese problema, antes que la calidad del aire llegue a ser tan peligrosa como para que los astronautas sucumban a la situación.

Ese es un problema clásico de ingeniería. No es un problema de descubrimiento científico, sino de resolver un acertijo. Similarmente, una vez que se está un paso previo a una urgencia inmediata, uno siempre debe recordar que los recursos involucrados en movilizar la energía científica, requieren de recursos, y que esos recursos vienen del bolsillo público.

Para invocar otra escena de otra película espacial, The Right Stuff [Elegidos para la Gloria], los pilotos de pruebas están bromeando de un lado para otro y un periodista les recuerda que “sin plata, no hay un Buck Rogers.” Ellos necesitan obtener apropiaciones monetarias, y eso requiere de acercamientos políticos. Regresando a Apolo 13, recuerde que James Lovell (actuado por Tom Hanks) está guiando un recorrido de congresistas a través del centro de comando de la NASA, cuando él llega a saber que estará dirigiendo la siguiente misión del Apolo.

En el momento actual, nuestros tiempos de demencia no se definen por ilusiones ideológicas del comunismo o fascismo, ni por la agresión militar de un combatiente extranjero enemigo, ni por un huracán o un tsunami que ha barrido una ciudad, sino por un virus que se ha expandido a través del globo. La referencia a una película que tal vez sea la más aplicable, no es el Planeta de los Simios o la Guerra Mundial Z, sino Y la Banda Siguió Tocando, un docudrama acerca del descubrimiento del HIV/AIDS de principios de los ochentas. Una de las cosas que me encantó de esa película son las descripciones tanto de la pasión como del sentido de urgencia que exhiben los científicos. El campo de científicos existe en esa zona fronteriza entre ciencia natural y ciencia social. En lo que tiene que ver con enfermedades infecciosas, la ciencia natural es la virología molecular, pero la ciencia social se encuentra en la interacción del virus con las poblaciones humanas, quienes tienen opciones con respecto a cómo comportarse al ser confrontadas con el conocimiento del virus.

Los científicos naturales pueden ser confrontados con el aspecto preocupante de la estrategia humana sólo con respecto a su comportamiento propio en lo referente a maniobrar para obtener prestigio, posición y financiamiento, pero los epidemiólogos y los analistas de redes sociales deben tratar de capturar no sólo la ciencia natural, sino la respuesta estratégica de las poblaciones impactadas por el virus, y sus propias maniobras para obtener prestigio, posición y financiamiento.

En la película And the Band Played On [Y la Banda Siguió Tocando], la ciencia en los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) es guiada por el mantra de (1) qué es lo que yo pienso, (2) qué es lo que yo sé, (3) qué es lo que puedo probar, pero la operación cotidiana es guiada por una interés en la comunicación responsable que o bien no causa pánico o no molesta a los intereses políticos, de forma que se puede asegurar el financiamiento. El punto exacto del docudrama es mostrar a la audiencia el papel desempeñado por la política -a niveles personal y organizacional, y al local, estatal y federal- en el proceso frustrante del descubrimiento de conocimiento científico y la diseminación de conocimiento científico útil para enfrentar un asunto de política de urgencia y necesidad.

Si usted piensa que esto es algo diferente en esta ocasión acerca del COVID-19, eche una mirada a su alrededor. Y, no es solo a las burocracias públicas a nivel federal. La asociación de Gobernadores de Estados Unidos emitió una declaración conjunta hace alrededor de un mes, en donde dicen que los fondos para el COVID-19 no deberían restringirse sólo a gastos causados por el COVID-19. La ley CARES incluye un 20% de recargo por encima de los pagos normales del Medicare a los hospitales para pacientes clasificados como COVID-19. La alcaldesa de Washington, D.C., Muriel Bowser, reportó recientemente que, en respuesta a la crisis del COVID-19, la ciudad asignará más de $300 millones para la construcción de Saint Elizabeth East, que será operada por la Universidad George Washington, y también una expansión de 225 camas para el Hospital de la Universidad Howard. Se espera que estos proyectos abran en el 2025 y el 2026.

Cualquiera que sea la necesidad de un cuido médico de elevada calidad en partes mal servidas de la ciudad, el pretexto de que estos proyectos de construcción son para enfrentar la situación actual del COVID-19, debe verse con cierta sospecha. En el margen relevante, las elecciones se sesgarán en alguna dirección en vez de otra, debido al simple cálculo económico de costos marginales y beneficios marginales de esta o aquella elección. Nada de esto descansa en alguna afirmación de que está en proceso una conspiración corrupta. Todo lo que se está es enfatizando es que los incentivo funcionan sobre una multiplicidad de márgenes que alejarán la atención del problema inmediato a mano, y, en vez de ello, se enfocarán en los asuntos ordinarios, a la vez peculiares, de la política. Es vital en nuestra busca de un pensamiento correcto acerca de los asuntos actuales, nunca olvidar que la política, en el nivel local, estatal y federal, son la única constante en una búsqueda fluida y dinámica de algún conocimiento y sabiduría en la política pública.

Reconocer la realidad siempre presente de las políticas involucradas no le quita ya sea de la virología, o la epidemiología, pero puede impactar la teoría de la elección de quienes toman decisiones. Se van a escoger los modelos que mejor sirven el interés de los funcionarios de la salud pública, o las posibilidades electorales del político. De nuevo, nada de ello garantiza que serán la elección equivocada de teoría; sólo significa que, como ciudadanos, uno siempre debería pensar críticamente, no sólo con la información que a uno se le pide que procese, sino a través de los lentes teóricos por los cuales información le está siendo transportada a usted y que está guiando las decisiones de política pública que impactan su salud y bienestar.

Esto impone una carga sobre los ciudadanos, al pedírseles que verifiquen críticamente la información, lo que para ellos puede ser extremamente difícil de lograr. Pero, eso sería cierto sin importar lo que digo. Uno de los objetivos primordiales de los profesores de economía es transmitir a sus estudiantes las herramientas requeridas para que ellos se conviertan en partícipes informados en el proceso democrático de toma de decisiones colectivas. Si estamos fallando en nuestra tarea como educadores, eso recae sobre nosotros como educadores en los niveles de colegios y universidades, pero no cambia la verdad básica de que los modelos de epidemiología deberían tomar en cuenta los cambios en el comportamiento humano y que otra capa en todo esto no es sólo la interacción con la política del comportamiento humano dentro de las poblaciones que estudiamos, sino que la política está involucrada en la elección de qué modelos se escojan para guiar la política pública.

En nuestra busca del pensamiento correcto en estos tiempos de demencia, estamos lidiando con una situación de complejidad esencial. Es una realidad dinámica y fluida que estamos tratando de capturar en niveles múltiples ̶ el virus en sí (ciencia natural), la interacción del virus con las poblaciones humanas (epidemiología), el ajuste y las adaptaciones de los actores humanos ante el conocimiento del virus (ciencia social), y la siempre presente política de respuestas de política, y la elección de modelos que intentan capturar todo lo que acabo de describir.

El entendimiento político es siempre difícil de adquirir; toma entrenamiento y diligencia, pero, cuando nuestro asombro y maravilla excitan nuestra imaginación, nuestros poderes creativos se liberan. Por otra parte, la ciencia en tiempo real descansa en nuestro sentido de urgencia y necesidad, y al serlo así, se inclina más hacia la emoción, el estado de humor y los asuntos ordinarios de la política.

Para enfrentar una crisis de salud pública, la ciencia correcta debe desplegarse inteligentemente. De lo que estoy advirtiendo es precisamente acerca de eso. ¿Cómo puede asegurarse la razón dentro de la acción democrática acerca de cuestiones urgentes? La respuesta a eso, diría, no descansa en rechazar la ciencia sólida, ni en dudar acerca de la necesidad de ciencia en tiempo real, sino en efectivamente desafiar el estatus monopólico supuesto de expertos y la noción de comando y control para movilizar la energía científica para que enfrente una crisis.

No son “Disparos a la Luna” lo que se necesita, sino experimentación ágil y diversa, y mucha de ella. La humildad epistémica, no la confianza epistémica en elites tecnocrática, debería ser cómo le entremos al proceso y de cómo debe construirse la diversidad de puntos de vista y el desafío a cada nodo de decisión diferente. No es la movilización de recursos, sino el cultivo de la curiosidad y de la creatividad lo que debería ser el objetivo.

El Proyecto Manhattan o la NASA no deberían ser el modelo al que desesperadamente nos volquemos en nuestra hora de necesidad, sino, en vez de ellos, a ejemplos de la ingenuidad e iniciativa de los sectores privado y público, que conduzcan a tratamientos mejorados y, en última instancia, con esperanza, a una vacuna. Eso requerirá acciones de empresariedad en cada uno y todo nodo de decisión

Peter J. Boettke es compañero sénior del American Institute for Economic Research. Es profesor universitario de Economía y Filosofía en la Universidad George Mason, así como director del Programa F. A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía y profesor BB&T para el Estudio del Capitalismo en el Mercatus Center de la Universidad George Mason. Boettke anteriormente fue compañero Fulbright en la Universidad de Economía en Praga, compañero Nacional en la Universidad Stanford y compañero visitante Hayek en la Escuela de Economía de Londres.