No debemos olvidar a Venezuela, ni que nos lleven por ese rumbo.

VENEZUELA, POR UN RATO

Por Kevin D. Williamson

National Review
21 de mayo del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letras en rojo y entre paréntesis, si es de su interés puede verlo en https://www.nationalreview.com/2020/...ela-socialism/

El sufrimiento y la privación nunca deberían ser bienvenidos, pero llevan a cabo la tarea necesaria de sacudirnos de nuestra complacencia.

Puede ser que aún nosotros no tengamos una vacuna contra el novedoso coronavirus, pero estamos bien encaminados en extraer de ese virus una vacuna contra una plaga más mortal: el socialismo, que sólo en el siglo XX mató más de tres veces tanta gente como lo hizo el SIDA-HIV en el mismo lapso, que ha matado más del doble de personas que la Muerte Negra mató en el siglo XIV, y que continúa afligiendo víctimas alrededor del mundo, desde Cuba a Corea del Norte hasta Venezuela.

Todas las formas de organizar una comunidad (y eso es “la” economía ̶ una parte importante de la vida en comunidad) traen consigo ciertas ventajas, ciertas desventajas y ciertos riesgos, y las disrupciones causadas por la epidemia del coronavirus han expuesto algunas de las dificultades en nuestra forma de hacer las cosas. Aquellas debilidades son, tanto como lo mostrará la evidencia al momento, muy modestas. El modelo de producción y distribución de bajos inventarios “justo a tiempo,” que caracteriza a tantas empresas estadounidenses, le ahorra dinero a los negocios y a sus clientes, al reducir aquellos costos derivados, como el almacenamiento en bodegas, pero, también, significa que típicamente los minoristas y los distribuidores no tienen mucho producto a mano en el marco de una interrupción en los envíos.

En un minuto allá en Estados Unidos fue difícil encontrar papel higiénico en algunos lugares. Debido a que la epidemia había estado especialmente castigando a trabajadores en las procesadoras de carne, hubo algunas escaseces locales de carne, acompañadas de encabezados obvios como: “La escasez de carne provoca el aumento en el precio.” Un aumento en el precio es exactamente lo que usted desea en medio de una escasez. Antes que empiece a quejarse de “manipulación de precios” (la “manipulación de precios” es lo que pasa cuando la operación ordinaria de los mercados refleja las condiciones del mundo real, que los políticos desearían que fuera otra cosa distinta) considere la alternativa: la así llamada paradoja de la gasolina en Venezuela.

La gasolina es muy barata en Venezuela. Usted podría comprar toda la que quisiera ̶ si del todo pudiera comprarla.

El gobierno fija el precio de la gasolina en casi $0.00 (en el papel, alrededor de un centavo de dólar por 26 galones) y controla rigurosamente la producción y distribución de la cosa ̶ y, por tanto, es virtualmente imposible para una venezolano común y corriente comprar gasolina legalmente. En vez de ello, si es que del todo la pueden comprar en el mercado negro, pagan uno de los precios más altos del mundo, bueno, de más de $10 el galón, en un país en donde la mayor parte de la gente gana menos de $10 al mes. En términos locales, el salario mensual de Venezuela no pagaría por un kilogramo (2.2 libras) de carne. En Estados Unidos, el salario mínimo resultado de un mes de trabajo compraría alrededor de 300 libras de carne; en el Reino Unido, el salario mínimo mensual compraría más de 600 libras de carne, como lo indican las cifras publicadas por Max de Haldevang en Quartz (Max de Haldevang runs the numbers in Quartz).

En lo que trata de nuestra breve escasez de papel higiénico ̶ en Venezuela se ha estado dando por una década. Escaseces similares han golpeado todo, desde arroz a medicinas hasta jabón.

Venezuela no es un caso de un país eternamente empobrecido, que siempre ha sido pobre y atrasado. Era, hasta hace poco, el país más rico de Suramérica y una de las naciones más ricas de todas las Américas. Se encuentra encima de las reservas mundiales de petróleo mayores del mundo y, en este momento, descansa en donativos de Teherán, el cual, como gran parte del mundo, se asienta sobre más petróleo de lo que en la actualidad puede hacerse con él. Venezuela no fue rendida por un desastre natural, por carencia de recursos o por la ocupación externa. Fue rendida por el socialismo. Y ese socialismo no fue impuesto sobre los venezolanos por un populacho de guerrillas haraposas que luchaban por salir de la jungla ̶ los venezolanos eligieron a un demagogo socialista popular, Hugo Chávez, quien, en aquel momento, era el favorito de los progresistas estadounidenses, desde Hollywood al Capitolio. El jefe Hugo impuso el socialismo, sus sucesores conservaron la fe y la altura promedio de los venezolanos empezó a declinar, cuando fueron avasallados por la desnutrición, llegando al punto de comerse los animales del zoológico.

Y, ahora, nuestros amigos progresistas ven a Venezuela como una “paradoja,” o una cadena de ellas. “La paradoja de Venezuela: La gente está hambrienta, pero los agricultores no pueden alimentarlos,” reporta el Washington Post. “Maneje por los campos en las afueras de la capital, Caracas, y hay todo lo que un agricultor necesita: tierra fértil, agua, luz solar y gasolina a 4 centavos el galón, la más barata del mundo.” Sí, pero. “Aun así, de alguna manera las familias aquí se ven tan escuálidos como los venezolanos que habitan en las ciudades, esperando en filas por el pan o escarbando en la basura (garbage) en busca de restos de comida.”
¡Un misterio!

No hay tal paradoja, y no hay un rompecabezas por resolver. El socialismo da lugar a ineficiencias de diversos tipos, estas conducen a precios mayores, los precios mayores no son populares, los gobiernos socialistas responden con controles de precios y, por tanto, como le dijo un agricultor venezolano al Post, “No hay ganancias.” Y así se derrumba la economía o llega a un freno total. Hemos visto los mismos acontecimientos de la misma forma en docenas de lugares diferentes. La historia del socialismo es siempre la misma historia: miseria y privación ̶ y, cuando la gente se rebela contra esa miseria y privación, viene la represión y brutalidad.

Denme manipulación de precios ocho días a la semana. Me siento feliz para que el carnicero logre un poco de dinero extra.

Hay muchas cosas que pueden alterar la producción y distribución de bienes. Un huracán puede lograrlo por cierto tiempo, como lo hizo en partes de Texas y el resto del país, cuando Harvey inundó Houston y puso fuera de operación una importante tubería de gasolina. Al no haber un acceso fácil a la gasolina al por menor, por unos días eso fue una inconveniencia ̶ no tener gasolina por meses o años es una cosa totalmente distinta. Los estadounidenses se sienten muy incomodados ante las escaseces que algunos de nosotros hemos visto durante la epidemia del coronavirus. Deberíamos pensar cada vez que un Bernie Sanders o una Alexandria Ocasio-Cortez nos prometen que el socialismo -y ellos endosan la palabra; no les ha sido impuesta- nos hará que estemos mejor, que seamos más felices, más libres y más iguales. (¿Iguales a qué?) Se ha intentado e intentado e intentado, y ha fallado, y fallado y fallado.

Las razones de ese fracaso son bien entendidas y lo ha sido por un siglo. No es la carencia de democracia, y no es el autoritarismo, aunque esas sean características de los regímenes socialistas. No es que malas personas llegaron al poder, que no eran lo suficientemente inteligentes, que a ellos genuinamente no les importara ̶ el socialismo ha sido puesto en práctica por matones y bestias, pero también lo ha sido por gente inteligente y bien intencionada. Como famosamente lo puso Willi Schlamm: El problema con el capitalismo son los capitalistas, pero el problema con el socialismo es el socialismo. Específicamente, el problema es la planificación central, que corta o distorsiona el bien más vital de cualquier economía: la información, la se comunica por medio de los precios. Eso es cierto del socialismo bajo Lenin o Stalin, es verdad del socialismo bajo Kim o Maduro o Castro. Es verdadero bajo el socialismo promovido por agradables estudiantes universitarios de la Liga de la Hiedra Venenosa, en escritos en el New York Times, es cierto del socialismo impulsado por los nuevos anticapitalistas de la idea socialista del juche en la Derecha. No va dejar de ser cierto.

Hemos tenido un poquito del sabor de la escasez, una pizca minúscula de Venezuela por un rato. No nos gustó mucho, y eso es bueno. El sufrimiento y la privación nunca deberían ser bienvenidos., pero llevan a cabo la tarea necesaria de sacudirnos de nuestra complacencia. Y, también, tenemos un poquito de escasez de carne de cerdo: Ese tipo de cosas pasa de cuando en cuando, incluso en una economía libre y salvajemente productiva, como la que hoy el mundo desarrollado disfruta como una empresa compartida. Para nosotros, es leve y de corta vida. Nuestros anaqueles están vacíos, en algunos lugares, durante un minuto; en Venezuela han estado vacíos, casi en todo lado, durante una década.

En una economía libre hay una prosperidad incierta; en una economía socialista hay una miseria segura. Esa es la elección.

Kevin D. Williamson es corresponsal viajero del National Review y autor de The Smallest Minority: Independent Thinking in an Age of Mob Politics.