¿Quiere saber el origen de las medidas de distanciamiento social y de la cuarentena? Le sorprenderá saberlo, pero más acerca de orígenes políticos y no científicos de las medidas.

LOS ORÍGENES EN EL 2006 DE LA IDEA DEL CIERRE

Por Jeffrey A. Tucker

American Institute for Economic Research
15 de mayo del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/the-200...lockdown-idea/

Ahora empieza el gran esfuerzo, en despliegue en miles de artículos y transmisiones diarias de noticias, para, de alguna manera, normalizar la cuarentena y toda su destrucción de los últimos dos meses. Nosotros no cerramos casi todo el país en 1968/69, 1957, o en 1949-1952, e incluso en 1918. Pero, en unos aterrorizantes pocos días de marzo del 2020, sucedió para todos nosotros, ocasionando una avalancha de destrucción social, cultura y económica que sonará a través de los tiempos.

Del todo no había nada anormal acerca de ello. Estaremos tratando de entender qué nos sucedió durante las próximas décadas.

¿Cómo un plan temporal para preservar la capacidad hospitalaria se convirtió en dos a tres meses de un arresto casero casi universal, que terminó ocasionando cesantías a los trabajadores en 256 hospitales (furloughs at 256 hospitals), una paralización de viajes internacionales, un pérdida del 40% de los empleos en gente que gana menos de $40 mil al año, una devastación de todo sector económico, una confusión masiva y desmoralización (demoralization), haciendo caso omiso de todos los derechos y libertades fundamentales, sin dejar de mencionar la confiscación masiva de la propiedad, mediante cierres obligados de millones de empresas?

Cualquiera que sea la respuesta, habrá de ser un cuento extraño. Lo que es verdaderamente sorprendente es qué tan reciente es, en realidad, la teoría que está detrás del cierre y del distanciamiento obligatorio. Ante lo que cualquiera pueda decir, la maquinaria intelectual que causó este enredo fue inventada hace 14 años, y no por epidemiólogos, sino por autores de modelos simulados en computadoras. No fue adoptada por médicos experimentados -ellos advirtieron ferozmente contra ella- sino por políticos.

Empecemos con la frase distanciamiento social, que ha mutado en separación humana obligatoria. La primera vez que la escuché fue en la película del 2009 Contagio. La primera vez que apareció (appeared) en el New York Times, fue el 12 de febrero del 2006:

“Si la gripe aviar llega a ser una pandemia mientras que el suministro de Tamiflu y las vacunas son escasos, dicen los expertos, la única protección para la mayoría de los estadounidenses es el “distanciamiento social,” que es la nueva forma políticamente correcta de decir ‘cuarentena.’

Pero, el distanciamiento también incluye medidas menos drásticas, como usar mascarillas, no entrar a elevadores ̶ y saludarse con el golpe [con el codo]. Tales estratagemas, dicen esos expertos, reescribirán las formas en que interactuamos, al menos durante las semanas cuando las oleadas de influenza se bañan sobre nosotros.”

Tal vez usted no se acuerda que la gripe aviar del 2006 no fue gran cosa. Es cierto, a pesar de las advertencias extremas acerca de su letalidad, del todo el H5N1 no resultó ser mucha cosa (H5N1 didn’t turn into much). Lo que, sin embargo, sí hizo, fue enviar al entonces presidente, George W. Bush, a la biblioteca para que leyera acerca de la gripe de 1918 y sus resultados catastróficos. Él les pidió a algunos expertos que le remitieran algunos planes acerca de qué hacer cuando se presentara la cosa verdadera.

El New York Times (del 22 de abril del 2020) cuenta la historia (tells the story) a partir de allí:

“Hace catorce años, dos médicos del gobierno federal, Richard Hatchett y Carter Mecher, se reunieron con un colega en un negocio de hamburguesas en un suburbio de Washington, para una revisión final de una propuesta que ellos sabían que sería tratada a golpes como una piñata: decirles a los estadounidenses que se quedaran en casa, sin ir a trabajar ni a la escuela, la próxima vez que el país fuera golpeado por una pandemia mortal.

Cuando presentaron el plan no mucho tiempo después, se recibió con escepticismo y un grado de ridiculez por funcionarios superiores, quienes, como otros en Estados Unidos, se habían acostumbrado a descansar en la industria farmacéutica, con su siempre creciente arsenal de nuevos tratamientos para confrontar desafíos en desarrollo a la salud.

En vez de eso, lo que los doctores Hatchett y Mecher estaban proponiendo era que los estadounidenses en algunos lugares tendrían que regresar a un enfoque, el autoaislamiento, empleado ampliamente por primera vez en la Edad Media.

Cómo esa idea -nacida a pedido del presidente George W. Bush para asegurar que la nación estuviera mejor preparada por el próximo brote de una enfermedad contagiosa- llegó a convertirse en el corazón del libreto nacional de respuesta a una pandemia, es una de las historias no contadas de la crisis del coronavirus.

Requirió que los proponentes claves -el Dr. Mecher, un médico del departamento de Asuntos de Veteranos, y el Dr. Hatchett, un oncólogo convertido en asesor de la Casa Blanca- se sobrepusieran a la intensa oposición inicial.

Llevó su trabajo en conjunto con aquel de un equipo del departamento de Defensa asignado a una tarea similar.

Y sufrió algunos desvíos inesperados, incluyendo un buceo profundo en la historia de la gripe española de 1918 y un importante descubrimiento lanzado mediante un proyecto de investigación de un colegio realizado por la hija de un científico de los Laboratorios Nacionales de Sandia.

El concepto de distanciamiento social ahora es íntimamente familiar, casi que para todos. Pero, al hacer su primera incursión en la burocracia federal en el 2006 y el 2007, fue visto como impráctico, innecesario y políticamente inviable.”

Observe que, en el curso de esta planificación, ni los expertos legales ni los económicos fueron llamados para consultarles y recibir consejo. En vez de ello, les tocó a Mecher (anteriormente de Chicago y un médico de cuidados intensivos sin experiencia previa en pandemias) y al oncólogo Hatchett.

Pero, ¿que es esa mención a la hija colegial de 14? Su nombre es Laura M. Glass, y recientemente declinó ser entrevistada, cuando el Albuquerque Journal profundizó (did a deep dive) en la historia.

“Laura, con alguna guía de su papá, desarrolló una simulación en un computador que mostraba cómo la gente -miembros de familias, compañeros de trabajo, estudiantes en escuelas, gente en situaciones sociales- interactuaba. Lo que ella descubrió era que los muchachos de las escuelas entran en contacto con alrededor de 140 personas al día, mucho más que cualquier otro grupo. Basada en ese hallazgo, su programa mostró que, en un pueblo hipotético de 10.000 personas, 5.000 se verían afectadas durante una pandemia si no se tomaban medidas, pero sólo 500 serían afectadas si se cerraban las escuelas.”

El nombre de Laura aparece en el documento base, arguyendo en favor de las cuarentenas y la separación forzada de los humanos. Ese artículo es Targeted Social Distancing Designs for Pandemic Influenza (2006). Estableció un modelo de separación forzada y aplicada con buenos resultados hacia atrás en el tiempo, en 1957. Ellos concluyen con un llamado escalofriante a lo que equivale a una cuarentena totalitaria, todo firmado con total naturalidad.

“La puesta en marcha de las estrategias de distanciamiento social constituye un desafío. Es muy posible que sean impuestas durante la duración de una epidemia local y posiblemente hasta que se desarrolle y distribuya una vacuna específica para la cepa. Si es alto el cumplimiento con la estrategia durante ese lapso, se puede evitar una epidemia dentro de una comunidad. Sin embargo, si las comunidades vecinas no emplean esas intervenciones, los vecinos infectados continuarán introduciendo la influenza y prologarán la epidemia local, si bien a un nivel deprimido que es más fácilmente acomodado por los sistemas de cuido de la salud.”

En otras palabras, fue un experimento científico de un colegio lo que, en su momento, se convirtió en ley de la nación, y por medio de una ruta tortuosa, impulsada no por la ciencia, sino por la política.

El actor primario de ese artículo fue Robert J. Glass, un analista de sistemas complejos de los Laboratorios Nacionales de Sandia. Él no tenía entrenamiento médico, mucho menos experiencia en inmunología o epidemiología.

Eso explica por qué el Dr. D.A. Henderson, “quien había sido el líder del esfuerzo internacional por erradicar la varicela,” rechazó completamente todo el esquema.

Dice el New York Times:

“El Dr. Henderson estaba convencido de que no tenía sentido obligar a las escuelas a cerrar o detener las reuniones del público. Los jovencitos se escaparían de sus hogares para ir a estar con sus amigos en los bulevares. Se cerrarían los programas de alimentos y los niños empobrecidos no tendrían suficiente que comer. Los equipos de los hospitales pasarían un momento difícil, tratando de trabajar cuando sus hijos permanecían en las casas.

Las medidas abrazadas por los Drs. Mecher y Hatchett ‘resultarían en una disrupción significativa del funcionamiento social de las comunidades y resultarían en problemas económicos posiblemente serios,’ escribió el Dr. Henderson, en su propio ensayo académico respondiendo las ideas de aquellos.

La respuesta, insistió él, era hacerle frente: Dejen que la pandemia se extienda, traten a la gente que se enferma y trabajen rápidamente en desarrollar una vacuna que impida que regrese.”

Phil Magness, del American Institute for Economic Research, se puso a trabajar acerca de la literatura respondiendo a esto del 2006 y descubrió: Disease Mitigation Measures in the Control of Pandemic Influenza. Entre los autores estaba D.A. Henderson, junto con tres profesores de Johns Hopkins: el especialista en enfermedades infecciosas Thomas V. Inglesby, la epidemióloga Jennifer B. Nuzzo, y la médico Tara O’Toole.

Su artículo es una refutación notablemente legible de todo el modelo de cuarentena.

“No existen observaciones históricas o estudios científicos que apoyan el confinamiento de grupos en cuarentena, de gente posiblemente infectada durante períodos extensos, para así ralentizar la expansión de la influenza. …Es difícil identificar circunstancias en el medio siglo previo en que efectivamente se usó la cuarentena en gran escala para controlar la enfermedad. Las consecuencias negativas de cuarentenas en gran escala son tan extremas (confinamiento obligado de la gente enferma con quienes están bien; restricción completa de movimiento a grandes poblaciones; dificultad para obtener suministros críticos, medicinas y alimentos, para gente dentro de la zona de cuarentena) que esta medida de mitigación debería ser eliminada de una consideración seria…

La cuarentena en los hogares también plantea cuestiones éticas. La puesta en práctica de la cuarentena en los hogares podría resultar en que se pone en riesgo de infección a gente no infectada, proveniente de miembros enfermos de la familia. Las prácticas para reducir la transmisión (lavado de manos, mantener una distancia de 3 pies de la gente infectada, etcétera) podrían ser recomendables, pero, una política de imponer la cuarentena en los hogares impediría, por ejemplo, enviar a los niños para que estuvieran con sus parientes al enfermarse un miembro de la familia. Tal política también sería particularmente dura y peligrosa, para gente que vive en habitaciones estrechas, en donde el riesgo de infección se vería aumentado. …

Las restricciones a viajes, como cerrar aeropuertos y examinar a viajeros en las fronteras, históricamente no han sido efectivos. El Grupo Escritor de la Organización Mundial de la Salud concluyó que “examinar y poner en cuarentena a viajeros en fronteras internacionales en pandemias pasadas, no retrasó substancialmente la introducción del virus… y posiblemente lo será aún menos efectivo en la era moderna.” Es razonable suponer que los costos económicos del cierre del viaje aéreo o por tren sería muy elevado y que los costos sociales involucrados en la interrupción de todo viaje aéreo o ferroviario serían extremos. …

Durante la epidemia de influenza estacional, las actividades públicas en donde se espera una gran asistencia algunas veces se han cancelado o pospuesto, siendo la lógica disminuir el número de contactos con aquellos que pueden ser contagiosos. Sin embargo, no hay indicaciones ciertas de que esas acciones hayan tenido un efecto definitivo sobre la severidad o duración de una epidemia. Si se considerara deseable hacer eso en una escala más extensiva y por un período extenso, inmediatamente surgen preguntas acerca de cuántos de esos acontecimientos deberían ser afectados. Hay muchas reuniones sociales que involucran contactos estrechos entre mucha gente, y esta prohibición podría incluir servicios religiosos, eventos atléticos, tal vez todas las reuniones de más de cien personas. Podría, también, significar teatros, restaurantes, centros comerciales, tiendas grandes y bares. Poner en práctica tales medidas tendrá consecuencias seriamente disruptivas…

A menudo las escuelas se cierran durante 1 a 2 semanas al inicio del desarrollo comunitario de brotes estacionales de la influenza, primordialmente debido a las altas tasas de ausentismo, en especial en escuelas primarias y debido a la enfermedad entre maestros. Sin embargo, cerrar las escuelas por períodos mayores no sólo es impracticable, sino que lleva consigo la posibilidad de un resultado adverso serio. …

Así, cancelar o posponer reuniones grandes posiblemente no tendría algún efecto significativo en el desarrollo de la epidemia. Mientras que preocupaciones locales pueden resultar en el cierre de acontecimientos particulares por razones lógicas, no parece ser aconsejable una política que ordene el cierre en toda la comunidad de acontecimientos públicos. Cuarentena. Como lo muestra la experiencia, no hay base para recomendar la cuarentena, ya sea de grupos, como de individuos. Los problemas de poner en marcha tales medidas son formidables y los efectos secundarios de ausentismo y disrupción comunitaria, así como posibles consecuencias adversas, como una pérdida en la confianza pública en el gobierno y una estigmatización de la gente y grupos en cuarentena, es posible que sean considerables. …

Finalmente, la conclusión notable:

“La experiencia ha mostrado que las comunidades enfrentadas con epidemias u otros acontecimientos adversos, responden mejor y con la menor ansiedad, cuando “se altera menos el funcionamiento social normal de la comunidad. Son elementos críticos un liderazgo político y de salud pública fuerte, que brinde la tranquilidad y asegure que sean provistos los servicios de cuidado médico necesario. Si alguno de ellos se considera como menos que óptimo, una epidemia manejable podría moverse hacia una catástrofe.”

Confrontar una epidemia manejable y convertirla en una catástrofe: esa parece ser una buena descripción de todo lo que ha sucedido en esta crisis del COVID-19 del 2020.

Así, lo advirtieron algunos de los expertos más altamente entrenados y experimentados, con retórica mordaz contra todo lo que propusieron los promotores de la cuarentena. Ni siquiera, en primer lugar, era una idea del mundo real y mostró no tener un conocimiento verdadero de la mitigación de virus y enfermedades. De nuevo, la idea surgió de un experimento científico de un colegio, usando técnicas de modelación basadas en agentes, que no tienen nada que ver con eso en la vida real, la ciencia real o la medicina real.

Así que, la pregunta se convierte en: ¿cómo prevaleció ese punto vista extremo?

El New York Times tiene (has) la respuesta:

“La administración [Bush] en última instancia se puso del lado de los proponentes del distanciamiento social y las cuarentenas ̶ aunque su victoria fue poco notada más allá de los círculos de salud pública. Su política se convertiría en la base de la planificación gubernamental y se usaría extensamente en simulaciones usadas para prepararse para una pandemia y, de una forma limitada en el 2009 (in a limited way in 2009), durante un brote de la influenza llamada H1N1. Luego, vino el coronavirus y el plan se puso a funcionar, por vez primera, en todo el país."

[Note: Usted puede leer el artículo de la CDC del 2007 aquí (2007 CDC paper here.) Es discutible que este artículo no favoreció una cuarentena total.]

El Times llamó a uno de los investigadores a favor del cierre, el Dr. Howard Markel, y le preguntó que qué pensaba de las cuarentenas. Su respuesta: él estaba contento de que su trabajo se usara para “salvar vidas,” pero agregó, “También es terrible.” “Siempre supimos que esto sería aplicado en escenarios del peor de los caos,” dijo él. “Aun cuando usted está trabajando en conceptos distópicos, siempre tiene la esperanza de que nunca será usado.”

Las ideas tienen consecuencias, se dice por ahí. Sueñe una idea de una sociedad totalitaria controladora del virus, una sin un final y renuncie a cualquier evidencia basada en la experiencia que lograría el objetivo, y usted podría verla puesta en práctica en algún momento dado. La cuarentena puede ser la nueva ortodoxia, pero eso no la convierte en médicamente sólida o moralmente correcta. Al menos ahora sabemos que muchos grandes médicos y académicos en el 2006 hicieron su mejor esfuerzo por impedir que esta pesadilla se desarrollara. Su poderoso ensayo debería servir como machote para lidiar con la siguiente pandemia.

El ensayo citado puede verse en idioma inglés en https://www.aier.org/article/the-200...lockdown-idea/

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de ocho libros en 5 idiomas, siendo el más reciente The Market Loves You. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.