NORMALICEMOS LAS VISITAS A LOS PARQUES NACIONALES Y LAS PLAYAS


Por Jorge Corrales Quesada


Hace unos días me partió el alma ver en televisión una entrevista a una señora de un pueblito cerca de la entrada al parque nacional del Volcán Poás, acerca de la situación en que se encontraba su pequeño restaurante ante la prohibición impuesta por el gobierno, para que no entraran personas a ese volcán debido al COVID-19.

Lo que más me conmovió, aparte de su situación económica, fue que ella contó cómo los vecinos se organizaban para ayudar con alimentos a los hogares de trabajadores del pueblo, que habían sido despedidos por la casi total ausencia de clientes. Con todo y que los dueños estaban profundamente afectados, eran solidarios con sus amigos y vecinos quienes se habían quedado sin trabajo ante la prohibición gubernamental.

Es más, de hecho, esta no era la primera vez en tiempos recientes, en que se habían quedado sin clientela, pues, creo que un año antes, también se había cerrado el Volcán Poás al ingreso de turistas, debido a su peligrosidad eruptiva. Pero, todo eso terminó, gracias a Dios, en que nada pasó y se reabrió al público el acceso al volcán después de varios meses de cierre. Así, la familia de la señora pudo volver a vivir con el pequeño restaurante, que ofrece una serie de delicias locales a turistas extranjeros y nacionales.

De hecho, ya en dicho parque nacional antes se había venido restringiendo la entrada de visitantes, quienes tenían que hacer reservaciones previas ante un cupo limitado, además de que se cobra por la entrada una cierta suma en colones a nacionales y en dólares a extranjeros. Si usted no pagaba previamente por vía electrónica, no podía entrar, aunque tuviera cita. En dos palabras, cada vez un mayor engorro burocrático.

Después, sobrevino la tragedia del COVID-19, y se tomó la medida de prohibir los ingresos a todos los parques nacionales a todas las personas. Por supuesto, ya el turismo extranjero era casi inexistente y el nacional, aunque quisiera hacerlo, no podía ir a ninguno de esos parques, en parte por la prohibición a circular en carros. Ante esto, en el caso del Volcán Poás, los pequeños comercios empezaron por despedir a los empleados menos necesarios, luego a los restantes e incluso varios negocios han terminado por cerrar. Lo que se cerró fue el alma que les daba de comer a esos pequeños comerciantes, quienes vivían de servirnos a los comensales.

Me parece exagerado que se siga imponiendo esa medida por varias razones, aparte de las ya conocidas del aplanamiento de la curva hospitalaria, el descenso en la tasa de crecimiento de nuevos hospitalizados, al haber mayores salidas de hospitalizados que nuevas entradas, y a que el daño económico tan grave sin duda que ponía en riesgo las vidas y la salud, de quienes viven de servir a las personas con sus pequeños restaurantes.

Si uno se pone a pensar, en ese volcán es relativamente fácil lograr el espaciamiento social que, según algunos, debe seguirse, para evitar el esparcimiento del COVID-19, en particular, habiendo guardas que bien podrían guiar a las personas que no están guardando la distancia referida. No se si es mucho pedir ese esfuerzo de los guardas, pero no me siento mal en buscarlo, cuando se trata de asegurar que gente productiva en las laderas del volcán pueda ganarse su subsistencia. De hecho, me imagino que ninguno de esos empleados públicos ha visto su jornada laboral disminuida y menos el despido total, como sí sucede con los trabajadores de los pequeños restaurantes al pie del volcán.

Las personas tienen el derecho a ganarse la vida para llevar recursos a sus hogares y a sus familias. Es hora de que puedan volver a hacerlo, en vez de verlos destinados a depender de la asistencia gubernamental, la cual no es más que dinero que personas productivas han aportado obligadamente al estado por medio de impuestos, y que este los redistribuye -entendible- ante la pandemia.

Si se abriera este parque y los otros, uno no esperaría gran demanda en algunos de ellos, pues el turismo internacional tardará mucho tiempo en normalizarse y un gran atractivo de venir al país, era visitar sus parques nacionales. Ahora, con el cierre, incluso hay burócratas que se alegran de que hayan reaparecido animalitos en algunos de esos parques, pero eso lo que nos dice es que debe darse un mejor manejo -veda incluso- para preservar el atractivo de ver a esos animales en su estado básicamente primigenio, no que se imponga un cierre permanente y total a las visitas de personas.

Esa apertura gradual debe darse ya, sin dejar de pasar más y más el tiempo, pensando en la falsa dicotomía de que o es una economía mala o hay una gran cantidad de muertes, pues siempre habrá posibilidad de lograr acuerdos en ambos objetivos, la economía y los ingresos de las familias y la salud. Después de todo, una mala economía significa que haya menores ingresos para el estado y, por ende, menos recursos entre ellos los destinados a la salud. Una buena economía es lo que permite tener una buena salud.

Pero, hay más. Hace pocos días, un diputado presentó, aparentemente con mucho éxito ante sus compañeros, un proyecto de ley para eliminar la prohibición de acceso a una playa del Pacífico, creo que Jacó o una vecina, durante tres horas en la mañana, a fin de que los atletas puedan hacer ejercicio.

Buena razón, pero piense también en la enorme desocupación que hay en comercios de las playas de nuestro país, como, por ejemplo, en el sur de Limón y en el mismo Puntarenas. Si les preocupa a los salubristas el contagio por acumulación de personas, estoy seguro que fácilmente los gobiernos municipales pueden dedicar trabajadores -muchos de los cuales posiblemente no están hoy en nada ante la recesión que vivimos y el desempleo únicamente en el sector productivo privado- en conjunto con asociaciones empresariales de la comunidad, para que anden en las playas recordándoles a las personas la virtud del distanciamiento social, sin que para ello se tenga que prohibir el acceso de la gente y clientes de los comercios y hoteles de esas zonas, muchos de ellos en serios problemas económicos.

Yo espero que no vaya a suceder que la gente se canse de medidas extremas, como la libre movilidad a unas pocas horas, y empiece a decidir por sí misma si guardar o no la cuarentena en que, de hecho, se les ha sumido. Hagan la apertura a la normalidad gradualmente, pero háganla.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 7 de mayo del 2020.