Este domingo usted tiene tiempo y más si hay una cuarentena impuesta por el gobierno. Aprovéchelo bien y lo podría hacer leyendo con calma, mesura e inteligencia, este comentario del profesor Boudreaux, que nos ayuda a desmitificar muchas cosas que se dicen y hacen bajo el pretexto de una pandemia.

LA CIENCIA Y LA PANDEMIA

Por Donald J. Boudreaux

American Institute for Economic Research
5 de mayo del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, subrayado y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/science-and-the-pandemic/

¿Debe la ciencia jugar un papel en guiar nuestras respuestas -tanto privada como gubernamental- a la pandemia del COVID-19? Por supuesto que la respuesta es sí. Ninguna persona pensante, incluso por un momento, pensaría lo contrario.

Responder que “sí” a esta pregunta, sin embargo, no significa que usted debería convertirse en un androide programado por epidemiólogos, médicos y otros científicos naturales. Incluso una respuesta de “sí” implica menos que las políticas gubernamentales deban ser elaboradas sólo, e incluso principalmente, por estos científicos. De hecho, en el grado en que los gobiernos tratan los hallazgos de hechos de los científicos naturales, como bases suficientes para ordenar y controlar a la gente, los gobiernos cometen una falacia lógica ̶ lo cual es más irracional y acientífico.

David Hume famosamente expuso la “falacia naturalista,” la que se comete siempre que alguien supone que tan sólo hechos les dicen a los seres humanos los que son, y los que no son, cursos de acción apropiados. “Es” no implica “debería.” Nunca.

Por supuesto, llevar una buena vida o proseguir una política gubernamental sólida requiere estar atento a los hechos -un estar atento, tan libre y humanamente como sea posible de sesgos y supersticiones. La realidad siempre es relevante y, tal como Thomas Sowell nunca se cansa de decirlo (Thomas Sowell rightly never tires of pointing out), nunca opcional. Pero, no hay un “debería” que está divorciado de valores humanos o de juicios acerca de los pesos relativos de valores humanos diferentes y, a menudo, en conflicto.

LAS PREFERENCIAS HUMANAS SON HECHOS, PERO UNOS QUE NO SON DESCUBRIBLES POR LA CIENCIA

Escoger un curso de acción significa rechazar cursos de acción alternativos. Pero, ¿sobre qué base se hace tal escogencia? La respuesta es que, quien elige cree que los beneficios esperados que resultan de seguir el curso elegido, son mayores que los beneficios que posiblemente habrían sido escogidos, si el curso siguiente más atractivo se hubiera sido tomado en vez del otro. No obstante, ¿En qué “moneda” deben calcularse estos beneficios? La respuesta es, en última instancia, en bienestar humano ̶ ya sea sólo el bienestar del individuo que elige o aquel de un grupo más amplio, que quien escoge hace lo mejor posible por tomarlo en consideración.

Por supuesto, el bienestar humano requiere de estar vivo. Y este bienestar humano aumenta con una salud física mayor y con riesgos reducidos de tener que poner en riesgo la salud de uno. La vida, la salud y la seguridad física son incuestionablemente buenos y, por tanto, que valen la pena perseguirlos. A su vez, las ciencias de la medicina y de la epidemiología son fuentes útiles de información en la búsqueda de esos bienes.

Pero, la salud y seguridad física no tienen un valor infinito; ellas tienen un “precio.” Lo mismo es cierto de la vida como tal.

Cuando es afirmada tan crudamente, esta observación impacta a mucha gente pues está totalmente errada. Sin embargo, cada uno de nosotros, todos los días, por medio de nuestras acciones, mostramos su verdad. Cada día, toda persona, actúa de formas que demuestran que él o ella tienen diversas preferencias, que son distintas de, y algunas veces en competencia con, la preferencia por sobrevivir y por tener una buena salud.

He aquí un ejemplo familiar, pero útil. En casi todas las ocasiones en que usted viaja en un automóvil, usted aumenta sus posibilidades de morir o quedar herido. Si usted es el chofer, también puede aumentar sus posibilidades de matar o herir a otras personas ̶ sus pasajeros, otros choferes y peatones. No obstante, usted escoge viajar en un automóvil, con lo cual comprueba que valora el aumento en la conveniencia y la velocidad hecha posible al viajar en automóvil, por encima de, ya sea no hacer el viaje del todo, o de hacerlo por medios menos peligrosos. Escoger viajar en carro es escoger poner en un peligro mayor a su propia vida y las vidas de muchos otros.

De manera importante, su elección de viajar en automóvil no es evidencia de su rechazo de la ciencia, o de su irracionalidad, o de que usted está siendo enceguecido por alguna ideología dudosa. En vez de ello, su elección es evidencia de que los resultados y experiencias valorados por los seres humanos, incluyen más que el bienestar físico. Su escogencia es, también, evidencia de la realidad de que incrementos adicionales en muchos de estos otros resultados y experiencias -cosas como conveniencia, confort, tiempo, placer, excitación, ayudar a otros, satisfacción, ilustración- muy a menudo son más valiosos que aumentos en la salud y la seguridad, que son sacrificados cuando se buscan cantidades adicionales de estos otros resultados y experiencias.

Reconocer este hecho (!) acerca de las preferencias humanas es reconocer que epidemiólogos y otros científicos naturales son, enfáticamente, no científicamente capaces de determinar cuál es para nosotros -los diversos individuos que constituimos una sociedad- la mejor respuesta para el COVID-19- Si bien la información suministrada por estos científicos es útil y debería desempeñar un papel en la determinación de política pública, ninguna información, independientemente de su exactitud, es suficiente para que nos revele, a nosotros o al gobierno, cuál es la “mejor” respuesta. Asumir que puede desempeñar ese papel es similar a suponer que su médico de la familia puede determinar científicamente cuándo, por cuánto tiempo y por qué razones, usted “debería” viajar en automóvil.

Y NOSOTROS NO SOMOS UN “MI” O UN “USTED”

Complicando las cosas aún más, hay dos hechos adicionales: Primero, la sociedad está compuesta de millones de millones de individuos y familias; segundo, las preferencias de cada individuo son únicamente de él o de ella. Mis preferencias acerca de la seguridad y la salud ciertamente difieren en sus detalles de las suyas, y las preferencias de cada uno de nosotros difieren de aquellas del Dr. Anthony Fauci, del presidente Donald Trump y de las de cualquier locutor de noticias en la televisión o del escritor para The Week. Y, debido a que mis preferencias son las mejores para mi persona, mientras que las suyas son las mejores para usted y, debido a que, al menos algunas de mis preferencias es posible que entren en conflicto con algunas de las suyas, no existe un conjunto de preferencias colectivo, a partir del cual se puede escoger un “mejor” curso de acción científicamente descubrible.

Esta última conclusión, tome nota, está probada por la ciencia. Existen varias versiones de esta prueba, pero, la más famosa y firmemente establecida es el Teorema de la Imposibilidad de Arrow (Arrow’s Impossibility Theorem). Una implicación de ese Teorema es que, debido a que diferentes individuos tienen preferencias distintas, no existe una única “mejor” respuesta gubernamental al COVID-19. Y, debido a que aquello que no existe, no puede ser descubierto, incluso los mejores científicos trabajando con presupuestos ilimitados no podrían descubrir la “mejor” respuesta.

(Note que esta inhabilidad de descubrir “la” mejor respuesta difiere -no obstante que es hecha aún más indisputable por ello- a partir del hecho de que las preferencias de los individuos cambian con el paso del tiempo y que los individuos aprenden. Cuando los individuos aprenden, con frecuencia cambian sus acciones en formas que los científicos que modelan su comportamiento encuentran imposibles de predecir.)

Las realidades enfatizadas arriba no significan que no hay un papel legítimo para el gobierno en esta calamidad. Pero, significan, al menos, que sean posibles las disputas acerca de cuáles son las mejores políticas -de hecho, saludables- entre hombres y mujeres de inteligencia y buena voluntad. La ciencia no revela que una respuesta en particular sea superior a cualquiera de muchas otras respuestas posibles.

No obstante, creo que las realidades enfatizadas arriba también significan que el escepticismo ante respuestas propuestas, deberá intensificarse entre más fuertemente descansan esas propuestas en órdenes y controles de arriba hacia abajo, de una forma única impuesta a todos. Después de todo, la economía es, como tal, una ciencia. Y, tal vez, su descubrimiento más importante es que la cantidad de conocimiento que se pone productivamente en uso en una sociedad, desciende conforme más y más de la responsabilidad de la toma de decisiones le es quitada a los individuos que están sobre el terreno y dada a funcionarios que ocupan las oficinas gubernamentales.

No puedo pensar en una mayor ofensa contra una actitud científica genuina, que apoyar políticas -en especial aquellas adoptadas en el apuro y bajo pánico, y que disminuyen la cantidad de información que es descubierta y puesta a un buen uso a través de la sociedad- simplemente porque estas políticas son recomendadas por algunos epidemiólogos.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.