¿QUÉ HACER CON CHINA?

Por Samuel Gregg

Acton Institute
20 de abril del 2020


Este artículo apareció primeramente el 17 de marzo del 2020 en Law & Liberty, un proyecto de Liberty Fund, Inc., y se reimprime con su permiso.

Las crisis no son sólo oportunidades que nunca debería, para parafrasear a Rahm Emmanuel, permitirse que sean desperdiciadas. También sirven como momentos de claridad. Acontecimientos no previstos pueden sacudir incluso al consenso más fuerte acerca de un tópico dado. La pandemia del coronavirus es uno de esos momentos en lo que tiene que ver con la relación de Estados Unidos con China.

Hasta hace relativamente poco, la mayoría de los formuladores de política de Occidente calculó que una integración constante de China en la economía global, sería de beneficio mutuo para China y las naciones de Occidente. Adicionalmente, se afirmó que el comercio con otros países y un crecimiento asociado de libertades comerciales dentro de China, suavizarían el carácter autoritario del régimen, gentilmente crearían espacio para otras libertades domésticas, y ayudarían a apaciguar los impulsos externos más agresivos de China.

A pesar de lo anterior, por algún tiempo el consenso ha venido colapsando. Esto se reflejó en la Estrategia de Seguridad Nacional del 2017 emitida por la administración Trump. Muchas políticas, afirmó, se han “basado en el supuesto de que el involucramiento con rivales y su inclusión en instituciones internacionales y el comercio global, los convertiría en actores benignos y en socios fiables.” Pero, luego, el documento agregó, “En su mayor parte, esta promesa resultó ser falsa.”

Un efecto importante de la pandemia del coronavirus ha sido confirmar que la integración económica no ha cambiado sustancialmente la naturaleza del régimen chino. Entonces, la cuestión se convierte en: ¿Hacia dónde van los Estados Unidos vis-à-vis China? Aún más particularmente, ¿qué deberían hacer los Estados Unidos acerca de su relación comercial con China?

CHINA NO ES AMIGA NUESTRA

Es abrumadora la evidencia de que la entrada gradual de China a los mercados globales no ha producido los resultados anticipados por muchos occidentales. China no puede ser descrita como liberalizadora bajo ninguna medida de libertad política, religiosa o civil.

El carácter autoritario por mucho tiempo del régimen chino se vio ampliado cuando Xi Jinping reemplazó a Hu Jintao, como secretario general del Partido Comunista y presidente de la Comisión Militar Central en noviembre del 2012 y, luego, como presidente de China en marzo del 2013. Entonces, Xi dio varios discursos acerca del “rejuvenecimiento” de China. El sentido práctico del rejuvenecimiento se hizo manifiesto en una autoridad política más centralizadora, en acabar la disensión interna, recortar radicalmente las ya limitadas libertades religiosas, aprisionamiento masivo de grupos “sospechosos” como los musulmanes Uigures y aumentar el control del Partido sobre las fuerzas militares y de seguridad.

Ese patrón, por lo general, se mantiene verdadero para la economía china. Cuando China accedió a la Organización Mundial del Comercio en diciembre del 2001, la esperanza era que se movería en las direcciones liberalizadoras del mercado adonde los miembros de la OMC suponían que se iría. Pero, China últimamente no ha estado caminando por esa ruta, hecho que recientemente confirmó el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation para el 2020, que clasificó a la economía de China como “Principalmente No Libre. En efecto, China crecientemente se comporta de forma similar a un estado mercantilista del siglo XVIII: el Partido Comunista Chino no sólo integra el poder económico y militar en una escala que empequeñece aquel de Luis XIV de Francia, sino que, también, prosigue políticas que han sido llamadas de un “colonialismo con características chinas.”

El fortalecimiento en curso de las fuerzas armadas de China y el aumento constante de su presencia militar en el Mar del Sur de China, han estado acompañados de una integración creciente de las políticas militares, estratégicas y económicas. Si bien, en general, las actividades de inversión y construcción han declinado desde el 2016, las inversiones en infraestructura de ultramar continúan, en parte, siendo impulsadas por intereses estratégicos y militares.

La pandemia del coronavirus ha aumentado las preocupaciones porque las cadenas de suministros de Estados Unidos están demasiado entrelazadas con la economía china.

Tal inversión permanece concentrada en áreas en que Beijing quiere más influencia: África, Asia Central, el Este Medio y el Sureste de Asia. La misma dinámica se manifiesta como tal en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR por sus siglas en español). A pesar de la retórica internacionalista de Xi de “comunidad con un destino en común,” el IFR involucra un gobierno chino tomando decisiones de inversión impulsadas primariamente por necesidades geopolíticas, en vez de buenas razones económicas. Esas “necesidades” incluyen el control de corredores estratégicos en Asia Central y del Sureste. Los medios para lograr esto son el desarrollo e inversión en infraestructura hechos por empresas parcial o totalmente propiedad del estado chino.

También, existe un reconocimiento más amplio de que, como lo ilustró un análisis reciente, las empresas tecnológicas chinas “no totalmente poseídas por el estado,” pero con “lazos profundos con el aparato de la seguridad estatal de China,” operan de formas que enturbian “los imperativos comerciales” con “imperativos estratégicos del estado-partido.” El robo extendido y bien documentado de la propiedad intelectual en que están involucradas esas compañías, ejemplifica ese patrón de comportamiento.

NO SE PUEDE CONFIAR

Tomados en conjunto, estos hechos ilustran que el ingreso de China a los mercados globales no ha hecho a Beijing “más como nosotros” en algunas formas importantes. La evidencia creciente de que el régimen ha inducido y continúa mintiéndole al mundo acerca del impacto del coronavirus sobre su propia población y economía, subraya el hecho de que los funcionarios chinos no son confiables. Un gobierno que miente acerca de algo tan destructivo como una pandemia, puede asumirse, con seguridad, que está dispuesto a mentir acerca de cualquier cosa.

Esto tiene implicaciones para lo que ha sido el punto álgido más importante en las relaciones de Estados Unidos-China durante los últimos cuatro años ̶ el comercio. En 1980, el comercio de Estados Unidos-China valía sólo $5 miles de millones. Sin embargo, cuarenta años de comercio creciente entre los dos países, han resultado en que China ha sido constantemente calificada como uno de los mayores socios comerciales de Estados Unidos desde el 2004.

No obstante, por algún tiempo, muchos estadounidenses han insistido en que la relación comercial favorece desequilibradamente a China y que ha afectado negativamente a industrias y regiones específicas de Estados Unidos. Yo y otros hemos disputado la economía de ese argumento y la lógica particular de causa-efecto que implica. Pero, la pandemia del coronavirus ha aumentado las preocupaciones de que las cadenas de suministros de Estados Unidos están demasiado entretejidas con la economía china. Así, cuando la economía china se metió en problemas -como lo hizo cuando el coronavirus obligó a Beijing a cerrar varias ciudades chinas- las empresas estadounidenses se encontraron peleando por alternativas.

Sin embargo, es precisamente en tales momentos cuando usted necesita acceso a mercado abiertos y competitivos. Ello facilita y hace más costo efectivo para las economías cambiar las cadenas de suministros en emergencias. El proteccionismo hace que tal adaptación sea más lenta, difícil y costosa.

Un problema muy distinto es la tendencia creciente de las empresas chinas de invocar la posibilidad de represalia directa de parte del gobierno chino, siempre que ellos piensen que no obtienen lo que quieren. Esto se presentó recientemente en pleno despliegue, cuando el presidente de Huawei Technologies Inc. -una empresa creíblemente considerada como propiedad efectiva del régimen chino- le advirtió en marzo a los Estados Unidos, que “esperara contramedidas del gobierno chino si restringe aún más el acceso a los proveedores del gigante tecnológico.”

La razón por la que, en primer lugar, esas restricciones se impusieron es que Huawei fue acusada de fraude organizado y de robo de secretos comerciales a inicios de este año. Pero, eso, a su vez, es sintomático de un asunto más amplio: la expectativa de que Huawei siempre seguirá las órdenes cuando el régimen cree que ello avanzará las agendas estratégicas y militares más amplias. Huawei y otras compañías chinas de tecnología han sido acusadas de ayudar a las fuerzas de seguridad del régimen para llevar a cabo la represión dentro de China. ¿Por qué, es razonable pensar, la sumisión de Huawei al régimen no continuaría más allá de las fronteras de China?

LA SEPARACIÓN ES COSTOSA

Dados estos problemas diversos, no debería sorprendernos que algunos ahora crean que la economía estadounidense deba separarse radicalmente de China. Eso, se sugiere, cortaría el nudo gordiano que ellos piensan que actualmente ata a la economía y seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, el bienestar de largo plazo de Estados Unidos sugiere un enfoque diferente.

¿Va realmente en el interés económico de largo plazo de Estados Unidos separarse, todos a la vez, de un mercado de 1.4 miles de millones de personas y de una economía que es y continuará siendo -ya sea que nos guste o no- una de las más grandes del mundo? ¿Cree alguien que el bache subsecuente no será llenado por empresas de otros países?

Estados Unidos no debería responder al mercantilismo chino adoptando políticas similares a aquellas proseguidas por Beijing.

En el 2018, China era el tercer mercado de exportación de Estados Unidos, en general, y su cuarto más grande mercado de exportación agrícola. La mayoría de los bienes estadounidenses exportada a China consistía de manufacturas de alta tecnología, tales como aviones, maquinaria eléctrica e instrumentos médicos y ópticos. Eso es bueno para los exportadores estadounidenses y para aquellos estadounidenses que trabajan para esas empresas. Puesto de otra forma, los costos y las oportunidades perdidas para las empresas estadounidenses de separarse de una economía que significa el “16 por ciento de la actividad [económica] global,” un “40-50 por ciento del crecimiento global marginal,” “la clase media más grande del mundo,” “cuatro de cada 10 de los bancos más grandes del mundo,” y “el mayor mercado de comercio electrónico,” no deberían ignorarse ni trivializarse.

Tampoco debería restarse importancia a lo que muy posiblemente significarían aumentos significativos en los precios de muchos bienes de consumo para los estadounidenses, si las cadenas de suministros fueran repatriadas a Estados Unidos. En primer lugar, no olvidemos que una razón por la que tales cadenas de suministros están en China es porque es menos caro hacer u obtener diversos bienes allí, que como lo son en Estados Unidos. Los estadounidenses ricos pueden absorber con relativa facilidad los costos asociados con la repatriación de las cadenas de suministros. Lo mismo no puede decirse de los estadounidenses que están menos bien. Ellos terminarían pagando mucho más por bienes necesarios en sus vidas y encontrar que el acceso a muchos otros bienes, crecientemente está más allá de sus posibilidades financieras.
Como mínimo, esto indica que no deberían ponerse obstáculos en el camino de las compañías estadounidenses que se separan de China, para que cambien sus operaciones e inversiones hacia otros países, más amistosos, en donde la producción o costos de consecución de ciertos bienes son menores que en Estados Unidos.

UN REINICIO INEVITABLE

Más generalmente, debería ser posible que las empresas estadounidenses continúen comerciando extensivamente con China, a la vez que, de forma simultánea, el gobierno de Estados Unidos enfrenta los desafíos asociados con la seguridad nacional. Bajo cualquier circunstancia, este sería un ejercicio delicado. Tres cosas se deberían tener en mente.

Primera, los Estados Unidos no deberían responder al mercantilismo estilo chino del siglo XXI, adoptando políticas similares a aquellas proseguidas por Beijing. En un artículo del 2018 en Foreign Policy, Tanner Green expuso las múltiples formas en que seguir con el IFR ha resultado ser seriamente contraproducente para China. Entre otras cosas, se incluyen (1) el poco rendimiento de las enormes inversiones hechas por empresas chinas dirigidas por el estado involucradas en estos proyectos; (2) reacciones políticas significativas contra la presencia de China en países como Birmania, Paquistán, Malasia, Bangladesh, Sri Lanka y las Maldivas; y (3) tal vez más elocuentemente, la aceleración de la corrupción en los círculos políticos y de negocios de China, una nación ya inundada de corrupción. Los Estados Unidos no tienen una razón para atraer problemas similares para sí misma.

Segunda, las actividades económicas legítimas deben distinguirse de aquellas que no lo son. La competencia, por ejemplo, es una cosa. Robar es un asunto totalmente diferente. Empresas y nacionales chinos están involucrados en el robo agresivo de propiedad intelectual en los sectores de servicios y conocimiento de la economía estadounidense. No es tan sólo que tal robo sea algo malo como tal o que eso directamente subvierte a las empresas manufactureras altamente valoradas de Estados Unidos. Gran parte de la tecnología robada se utilizará en ampliar las fuerzas militares y de seguridad de China.

Enfrentar este problema requiere que el gobierno de Estados Unidos continúe confrontando al liderazgo chino en este tema, y agresivamente perseguir a nacionales y empresas chinas involucradas en estas prácticas. Muchos estadounidenses, me sospecho, se sorprendería saber que, hasta el 2018, hubo relativamente pocos de esos enjuiciamientos. Ahora se han acelerado y, como lo muestra la reacción de Huawei, a China eso no le gusta.

El tercer aspecto de reiniciar la relación comercial tiene menos que ver con China y más con Estados Unidos. Necesitamos una discusión seria acerca de qué productos y servicios tienen, genuinamente, una dimensión de seguridad nacional y cuáles no.

Los librecambistas, desde Adam Smith en adelante, han reconocido a la seguridad nacional como una excepción política legítima ante la liberalización comercial. Pero, hacer tal determinación es más fácilmente de decir que de hacer. Por una parte, productos muy simples -tales como, recientemente descubierto, mascarillas quirúrgicas- súbitamente se convierten en necesidades. Ningún país querría estar, en momentos de crisis, a merced de un régimen, como el gobierno chino, a cargo del suministro de estos y otros productos médicos.

Al mismo tiempo, concepciones elásticas de seguridad nacional invariablemente se expanden para racionalizar todo tipo de intervenciones gubernamentales injustificadas en la economía. Ellas, también, brindan oportunidades para un capitalismo de los amigotes expandido, cuando diversos negocios insisten, con bases débiles, de que ellos hacen una contribución indispensable a la seguridad nacional y, por tanto, ameritan de protección arancelaria, subsidios u otro apoyo gubernamental similar.

Sin importar lo difíciles que pueden ser tales evaluaciones son, sin embargo, esenciales para cualquier replanteamiento de la relación comercial Estados Unidos-China ̶ un reinicio sólo hecho más urgente por el comportamiento de China durante la pandemia del coronavirus. Los Estados Unidos no pueden pretender que China inevitablemente llegará “a ser como nosotros.” El determinismo económico que subyace tales aseveraciones debería repudiarse. También, Estados Unidos no pueden pretender que la separación sistemática de un mercado de 1.4 miles de millones de personas, no representaría una pérdida de enormes oportunidades económicas para las empresas estadounidenses, cuyo costo se cargaría a muchos trabajadores y a todos los consumidores estadounidenses.

Cuadrar estas realidades requerirá de sutileza de mente y una comprensión clara de distinciones. Pero, si es que alguna vez hubo un momento para una verdadera habilidad económica y política vis-à-vis China, ciertamente lo es ahora.

Samuel Gregg es director de investigación del Instituto Acton.