UNA RESPUESTA DE LA ECONOMÍA CLÁSICA A LA RECESIÓN DEL CORONAVIRUS

Por Steve Kates

American Institute for Economic Research
26 de marzo del 2020


Me encuentro asombrado de estar escribiendo en las páginas del American Institute for Economic Research, que fuera fundado por uno de los más grandes economistas de todos los tiempos, Edward C. Harwood. Estoy en medio de juntar un conjunto de lecturas en dos volúmenes acerca de todos los grandes economistas anti Keynesianos, que han escrito para encarar el daño hecho por la teoría Keynesiana desde la publicación de La Teoría General en 1936. Los escritos de Harwood en los años treinta se encuentran entre los primeros y más incisivos. Otros que siguieron tras él se encuentran entre los escritores actuales de este sitio, y me siento muy complacido en unirme a ellos.

Estamos en medio de uno de los momentos posiblemente más extraños jamás experimentados, el cierre deliberado por los gobiernos de nuestras economías, debido a un temor gigantesco de que una plaga del orden de magnitud de la Fiebre Española que siguió al fin de la Primera Guerra Mundial, esté pronta a descender sobre nosotros. En mi caso, encuentro la respuesta por encima del limite -para usar otra metáfora de la Primera Guerra Mundial- pero, eso no está aquí ni allá. Lo que tan sólo quiero discutir es el uso extendido del término “estímulo,” para describir lo que se está haciendo.

“Estímulo” es uno de los muchos términos modernos de hoy en economía, cuyo significado ha sido distorsionado más allá del reconocimiento, en formas que hacen casi imposible discutir la naturaleza de una economía y los enfoques de política apropiados que se necesitan tomar al irse desarrollando los acontecimientos.

Nuestras economías han sido deliberadamente guiadas hacia una recesión debido a un propósito de aplanar la diseminación del coronavirus. El método empleado es aumentar la “distancia social” de forma que se reduzca la tasa de infección. De esta manera, no solo reducimos el número de muertes, sino, también, hacemos lo que podemos para estar seguros de no acabar con nuestra habilidad para enfrentar el número de pacientes y expandir el uso de nuestras instalaciones médicas más allá de sus capacidades. Así, el objetivo es mantener a la gente lo suficientemente separada, de forma que disminuya el número de personas infectadas.

Todo esto ha conducido al cierre de negocios en todo el mundo en que la gente puede congregarse en grandes números. Cafés y restaurantes, junto con teatros y grandes acontecimientos deportivos, han sido forzosamente cerrados. Se siente como el regreso de los Puritanos al Londres Shakesperiano.

Pero, permítanme enfocarme en la economía de lo que se está intentando. Si usted intenta obtener algún sentido de ello usando la teoría macroeconómica moderna, no entenderá nada. Un Keynesiano, ye igual la gama entera de la teoría macroeconómica moderna, se construye alrededor de una noción de demanda agregada. Entre más compra la gente, más fuerte es la economía y más empleos serán creados.

Pero, si la creación de empleos fuera el objetivo, entonces, ¿por qué los cierres? Es plena tontería creer que cualquier cosa de lo que se está haciendo, es para ayudar a hacer más fuerte a la economía y para crear más empleos, pues el objetivo actual ha sido llevar a grandes pedazos de la economía a un cese y crear un desempleo mayor como un acto deliberado de política.

Permítame llevarlo de regreso a la economía antes de Keynes, cuando los economistas entendían la naturaleza del ciclo. Permítame devolverlo a la época cuando el propio Harwood estaba escribiendo su propio libro acerca del ciclo de los negocios en los años treinta.

En esos días, las recesiones eran correctamente entendidas como debidas a fallas estructurales en la economía. Una recesión sucedía cuando las piezas no calzaban apropiadamente. Algunas partes de la economía ya no más podían funcionar obteniendo ganancias, debido a cambios estructurales en la economía, algunas veces del lado de la demanda, pero más a menudo del lado de la oferta. Por tanto, había necesidad de algunos cambios en todo el aparato productivo. Lo que convirtió al proceso de ajuste en una recesión, ocurría cuando el proceso de ajuste requerido era demasiado grande para que ocurriera como en tiempos normales, cuando, si una empresa se cerraba, otra se abriría.

Durante las recesiones, por cualquier razón que pudiera ser, el número de negocios que cerraba excedería al número que se abría, y, junto con una reducción en la producción total, habría un aumento en el desempleo. Era una experiencia lo suficientemente frecuente, y siendo la única absoluta entre los economistas de aquella época -regresando a principios del siglo XIX- que, cualquier cosa que estuviera sucediendo, no era por un fracaso de la demanda. Eso es lo que la analítica detrás de la Ley de Say se propuso explicar.

Si alguna vez ha habido una recesión que de ninguna manera puede ser explicada por una caída en la demanda, es los cierres obligados que han seguido al pánico del coronavirus. La recesión es enteramente estructural en su naturaleza, aún si, como lo es en el caso usual, el problema ha sido impulsado por las acciones y decisiones del gobierno.

Esta es la razón de por qué, al escuchar discusiones acerca de la necesidad de un estímulo, me asombra más de lo usual de cómo la política ha ido más allá del sentido económico. Lo que se necesita, y lo que principalmente se está haciendo, son medidas para conservar en su lugar al capital y el trabajo, hasta que se ponga fin a los cierres.

Hay empresas que abrirán en el momento en que la ley lo permita. Hay millones de empleos que serán inmediatamente llenados de nuevo en el momento en que esos negocios se vuelvan a abrir, que verán a sus clientes regresar. El objetivo de la política es, por tanto, mantener a las empresas en una operación de espera y asegurarse que los trabajadores que están temporalmente desplazados puedan comprar sus necesidades.

Resultará ser una política muy cara en el largo plazo, e incluso podría generar una espiral inflacionaria que podría llegar a ser el resultado de más largo plazo. Entre tanto, la política debe proveer de ingresos a los trabajadores desplazados y permitir a las empresas que han cerrado que paguen por el mantenimiento de su capital.

Dado lo que los gobiernos ya han causado esta recesión, eso es lo mínimo que pueden hacer. Pero, también, es lo más que pueden hacer. La última cosa que necesitamos ahora es un “estímulo” de tipo Keynesiano, en que el gasto gubernamental en chatarra despilfarradora toma el relevo de las firmas realmente productivas.

Steven Kates fue Economista Jefe de la Cámara de Comercio de Australia durante 24 años y Comisionado de la Comisión de Productividad. Actualmente es profesor asociado de economía en el Colegio de Negocios de la Universidad RMIT en Melbourne. Ha escrito el primer texto de economía post Crisis Financiera Global, Free Market Economics: an introduction for the General Reader -ahora en su segunda edición- en donde explica, entre otras cosas, por qué los paquetes de estímulo que siguieron a la crisis financiera global, han creado los problemas económicos que tenemos y minado nuestra habilidad económica para crecer y aumentar el empleo. Su libro más reciente, Defending the History of Economic Thought, explica por qué los economistas deben entender la historia de su propia materia, si es que, de verdad, están tratando de encontrar sentido, tanto de las teorías que ellos aprenden, como del mundo acerca del cual están tratando de formular juicios.