NO HAY FORMA DE QUE USTED O CUALQUIER OTRO PUEDA ENTENDER PLENAMENTE A LA ECONOMÍA

Por Donald J. Boudreaux

American Institute for Economic Research
3 de marzo del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés puede verlo en https://www.aier.org/article/there-i...nd-the-economy

El principal valor de un economista para la sociedad descansa en su habilidad de revelar aquello que en la economía típicamente permanece sin ser visto. Esta función del economista se explica más famosamente por Frederic Bastiat (by Frédéric Bastiat). Pero, por supuesto, también ese entendimiento del papel del economista está implícito en la mención de Adam Smith de la “mano invisible.”

La obra de Smith An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations [Investigación de la naturaleza y causa de las riquezas de las naciones] es un tratado brillante, que utiliza la forma económica de pensar para abrir la cortina de las consecuencias económicas -buenas y malas- que, a menudo, están desalineadas de la visión de la gente que sólo se enfoca en lo que Deirdre McCloskey llama el “primer acto” (first act) del drama económico.

Es fácil ver las consecuencias inmediatas de las acciones económicas, ya se trate de que esas acciones sean aquellas de partes privadas o de funcionarios de gobierno. No se requiere de entendimiento económico o de una agudeza inusual. Pero, ver más allá de las consecuencias inmediatas es más difícil ̶ o, al menos, tal visión no sobreviene naturalmente para la mayoría de la gente. Para cambiar ligeramente la analogía, es trabajo del economista equipar a la gente con lentes intelectuales, que lleven a su línea de visión el fenómeno económico que, de otra manera, permanecería oculto.

Ejemplos cotidianos de economistas revelan que, aquello no visto, incluye mostrar que el proteccionismo que disminuye las importaciones, protege artificialmente a los empleos de baja productividad en la economía doméstica, al destruir los empleos de mayor productividad en la economía doméstica -mostrando que la legislación de salarios mínimos empeora los prospectos de empleo para el propio grupo de trabajadores de baja paga, al que esa legislación ostensiblemente buscaba proteger- y evidenciando que los incentivos de los funcionarios gubernamentales a menudo entran en conflicto con el interés público, que esos funcionarios alardean promover.

ACCIONES VASTAS, NO DISEÑADAS E INVISIBLEMENTE COORDINADAS

A pesar de lo anterior, existe un reino diferente, pero relacionado, de lo no visto que algunas veces lo revelan economistas competentes ̶ aun cuando, desde mi punto de vista, no lo suficiente. Este reino diferente es la insondable complejidad de la economía moderna.

“Yo, El Lápiz” [I, Pencil] de Leonard Read es el intento más conocido de transmisión de la idea vital de que las economías son mucho más complejas de lo que, a simple vista, aparentan ser. “Yo, El Lápiz” revela que, detrás de un ítem tan aparentemente simple como un lápiz, allí abunda un número incalculable de trabajadores especializados, de alrededor del mundo, quienes, sin saberlo, está cooperando entre sí para hacer posible una abundancia de lápices. No obstante, juzgando a partir del flujo incesante de propuestas cándidas que emanan de los comentaristas y políticos, muy poca gente entiende qué tan compleja es, en realidad, la economía. El supuesto parece ser que la economía no es más compleja que las palabras, gráficos y columnas de datos que comúnmente se usan para describirla.

Este supuesto es sumamente equivocado. Equivale a asumir que cualquiera puede jugar, en un nivel de elite, como mariscal de campo en el futbol americano, tan sólo observando el juego, a simple vista, del mariscal de campo estrella de los Santos de Nueva Orleans, Drew Brees.

En efecto, hay un pequeño número de cosas que pueden aprenderse acerca de ser mariscal de campo al observar un grande de todos los tiempos como Brees. ¿Cuántos pasos, en promedio, él se echa para atrás de la línea de golpeo, después de recibir el balón desde el centro? ¿Qué tipo de condición física tiene él: delgado o musculoso fortalecido? ¿Brees lanza por encima de la cabeza o lateralmente?

Observar a Brees jugar no es algo totalmente sin valor para cualquiera que aspire a jugar bien esa posición. Pero, la mayoría abrumadora de las acciones conscientes, movimientos reflejos, pensamientos, decisiones al instante, conocimiento y “estilo” con que Brees lleva a cabo y en los que descansa para jugar bien como mariscal de campo, no son observables ni medibles.

En efecto, el propio Brees no se da cuenta de muchos de los hechos que contribuyen a su juego habilidoso. Por ejemplo, ciertamente él no sabe nada del código genético particular que determinó el arreglo preciso de los músculos y ligamentos del brazo con el que lanza ̶ un arreglo que, si hubiera sido tan sólo ligeramente diferente, puede impedirle tener éxito como mariscal de campo.

Detrás de lo que se ve en el juego de Brees, abunda una cantidad inmensurable de detalles relevantes fácticos, todos los cuales contribuyen a su éxito; sin embargo, ninguno de ellos es visible a plena vista y muy poquito de ellos es accesible a terceros, incluso con diagnósticos cercanos y estadísticas de alta tecnología.

Tan sólo implícitamente, todos entienden la realidad afirmada arriba acerca de Drew Brees y de otros atletas exitosos. Nadie propondría que una observación cuidadosa y una medición de los juegos de Brees, podría resultar en un conjunto escrito de reglas e instrucciones que, cuando se articulan para un lector cuidadoso, de ese modo le permite a ese lector jugar como mariscal de campo en cualquier nivel de habilidades y, mucho menos, al nivel elevado rutinariamente logrado por Brees.

Y, no obstante, regularmente se brinda una suposición aún más ridícula acerca de la economía formulada por comentaristas, profesores y políticos. Ellos asumen que, por medio de estadísticas y teorías, pueden aprender lo suficiente acerca de cómo una economía trabaja en la realidad, para permitir al gobierno que imite a la economía, pero en maneras que se deshacen de “imperfecciones” reales o imaginadas.

LA ARROGANCIA DE LOS “HOMBRES DEL SISTEMA”

Cuando gente como Oren Cass, Michael Lind, Daniel McCarthy, Robert Reich o Marco Rubio, proponen una política industrial, revelan su desconocimiento de la complejidad indescriptible -de los detalles insondables- del número inconmensurable de decisiones locales, sensibles al tiempo, que dan lugar al fenómeno superficial que ellos y el resto de ellos sólo ven como “el sector manufacturero,” “los salarios de los trabajadores comunes y corrientes,” “cambios en las importaciones con respecto a las exportaciones,” etcétera y etcétera. Tales “hombres [y mujeres] del sistema” - ya sea siendo ignorantes o despectivos de la mano invisible del mercado- asumen arrogantemente que, aquello que ven y pueden describir usando palabras y números, es una proporción lo suficientemente amplia de la realidad económica, como para permitirles guiar al gobierno para que intervenga, en formas que resultarán en desenlaces que flotan en sus mentes como imaginaciones adorables.

Tal arrogancia es fatal (fatal).

Esta realidad es ineludible: si queremos una economía que rápida y constantemente pone en disponibilidad de las masas esos bienes y servicios que hoy todo estadounidense da por un hecho, es necesaria una división del trabajo indescriptiblemente compleja, extensa y que abarca el globo, guiada por los precios del mercado. Los detalles que permiten que esta economía funciones son demasiados y sumamente invisibles, como para ser dirigidos hacia una agencia central encargada de invalidar y mejorar los procesos del mercado.

Entonces, en el grado en que los señores Cass et al., logran su deseo de una política industrial, ellos maldecirán al resto de nosotros con una economía operada según un conjunto infantilmente sencillo de órdenes. Esta economía, en el tanto es “gobernada” por una política industrial, se verá reducida a las lastimosas dimensiones y limitaciones de la mente humana (will be reduced to the puny dimensions and limitations of the human mind). Como resultado, seremos empobrecidos y, también, no por casualidad, menos libres. Es así de simple.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.