Como era de esperarse, tanto políticos en el Poder Ejecutivo, como en la Asamblea Legislativa, no dudo que con buena intención (incluso hasta la ministra de Economía que ha estudiado esa profesión), están impulsando el control de precios a una serie de artículos que hoy están en alta demanda por parte de los consumidores. Ojalá leyeran este artículo de una buena economista, acerca de las consecuencias no esperadas de imponer por decreto o ley, un precio máximo a esos productos. Después no se extrañen de resultados de esas malas políticas.

ECONOMÍA DEL CORONAVIRUS

Por Veronique De Rugy

REASON
12 de marzo del 2020


Los controles de precios son una mala idea.

Como dice el dicho, “Nada es seguro, excepto la muerte y los impuestos.” Yo agregaría, “y legislación anti manipulación de precios en tiempos de crisis.” Aun así, los aumentos de precios, a la luz de escaseces súbitas constituyen un ímpetu importante para restaurar las condiciones de oferta y demanda que son más cercanas a lo normal.

Así como muchos de nosotros lo hemos experimentado en las últimas semanas, comprar papel higiénico, desinfectante de manos y mascarillas, se ha hecho más difícil y más caro. La razón, por supuesto, es el número inusualmente grande de personas que están corriendo a comprar esos y otros productos que pueden prevenir la diseminación del nuevo coronavirus. Es normal que la gente almacene suministros durante las crisis. Los resultados inmediatos son anaqueles vacíos en los negocios, seguidos pronto de precios más altos.

Cuando esto sucede, los políticos alrededor del mundo demandan que se terminen los aumentos de precios. El objetivo es mejorar el acceso al consumidor a los productos ahora en mayor demanda.

Por ejemplo, en Nueva Jersey, al menos 10 comercios al menudeo han recibido advertencias del gobierno para que paren la, así llamada, manipulación de los precios. Similarmente, el gobierno francés anunció que no tolerará esos aumentos en los precios y que pronto decretará un precio máximo a las mascarillas y los desinfectantes de manos. En una movida garantizada que empeorará y hará que duren más las escaseces, los funcionarios franceses incluso van a llegar tan lejos como apropiarse de las existencias de mascarillas. Sólo esta semana, el Departamento de Justicia amenazó que actuaría contra los “malos actores” que elevan los precios durante esta época de pánico. Y la lista continúa.

Aunque bien intencionada, esa intervención de mano dura es un error en muchos niveles.

Primero, el alza en los precios nada más transmite la inusualmente intensa alza en la demanda de esos productos. Los consumidores ahora valoran más esos productos, que como lo hicieron tan solo hace unas pocas semanas atrás, lo que se refleja en precios más altos.

Pero, he aquí otra realidad: si los precios se mantienen artificialmente bajos, hay poco incentivo para que los consumidores no compren tanto como pueden. Por supuesto, sólo pueden hacerlo aquellos compradores lo suficientemente afortunados como para llegar de primeros a los comercios. Entonces, su acaparamiento deja nada para los compradores que están haciendo fila detrás de ellos.

La verdad es que existen mejores medios de reducir la demanda creciente -y, en especial, reducir el acaparamiento excesivo- que permitiendo los propios aumentos en los precios que los gobiernos están tratando de reprimir.

Pero, los aumentos de precios tienen otra ventaja importante. Crean los incentivos necesarios para que los empresarios trasladen recursos hacia actividades que aumentan la oferta de esos bienes.

Precios más altos estimulan niveles de producción mayores de bienes como mascarillas y desinfectantes de manos, lo que, después, aumenta la oferta. Incluso algunas empresas que no podían costear producir esos bienes en el pasado, ahora serán impulsadas, por precios más altos, a hacerlo. El gigante japonés de la electrónica Sharp empezó a usar sus fábricas de televisores para hacer mascarillas quirúrgicas cuando la oferta doméstica se secó. El manufacturero FoxConn hizo lo mismo en China para proteger a sus empleados que ensamblan iPhones.

Funcionarios gubernamentales (y comentaristas) nunca parecen aprender (o recordar) que, en momentos de crisis, precios que naturalmente se elevan son necesarios para garantizar qué bienes, servicios e insumos se usan para lograr la máxima ventaja social. Cuando el gobierno impide los aumentos de precios, sin desearlo crea escaseces de suministros vitales. Para mala fortuna, esa intervención gubernamental dificulta que la gente se recupere de desastres u, hoy en día, que se proteja por sí misma del coronavirus.

Piense acerca de esto. Sin fluctuaciones en los precios que brindan una señal a los manufactureros, ¿cómo sabrán ellos en cuánto o qué tan rápidamente necesitan aumentar la producción? Si los precios son mantenidos artificialmente bajos, los dueños de las fábricas no tienen forma de saber, con seguridad, que la demanda real (y no sólo el acaparamiento) ha aumentado lo suficiente como para justificar un cambio en sus planes de producción. Segundo, si el gobierno impide que los precios se ajusten al alza, la demanda adicional de mascarillas puede no ser suficiente para cubrir los costos adicionales de producir y enviar al mercado más mascarillas.

En resumen, al mantener los precios artificialmente bajos, los gobiernos alrededor del mundo estimulan una demanda artificialmente alta, por ejemplo, de acumuladores. También serán desalentados los aumentos necesarios en la cadena de suministros, lo que resulta en escaseces innecesarias, largas filas de clientes desesperados, anaqueles vacíos y mercados negros en calles oscuras.

¿No estamos mejor cuando, en la realidad, los productos se encuentran en los anaqueles y están disponibles para ser comprados, aunque sea sólo a precios más altos? Cuando no se encuentran tales productos, excepto por los política y socialmente conectados, pierden los ciudadanos comunes y corrientes.

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Veronique de Rugy, Ph, D., es editora contribuyente de Reason.