LA MALA ECONOMÍA DE LOS NO ECONOMISTAS

Por Donald J. Boudreaux

American Institute for Economic Research
27 de enero del 2020


NOTA PRIMERA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en azul, si es de su interés puede verlo en https://www.aier.org/article/the-bad...on-economists/

La ciencia de la economía empezó en serio a mediados de siglo XVIII, en mucho como respuesta al entendimiento prevaleciente acerca del comercio internacional. Más notablemente, dos filósofos escoceses -David Hume y Adam Smith- sistemáticamente desafiaron los supuestos y conclusiones de lo que Smith llamó “el sistema mercantil.”

Hoy, nosotros llamamos a este sistema “mercantilismo” (aunque el mismo Smith nunca usó esta palabra en alguno de sus trabajos publicados, en la correspondencia que hoy sobrevive o, en apariencia, en sus conferencias). En resumen, el mercantilismo es la creencia de que una nación se enriquece al acumular dinero y, así, las exportaciones son generalmente beneficiosas pues son vendidas a cambio de dinero, mientras que las importaciones son generalmente dañinas porque son pagadas con dinero.

El mercantilismo fue el blanco principal de los poderosos cañones intelectuales que Smith hábilmente forjó y desplegó en su libro de 1776, An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations [La Riqueza de las Naciones], un trabajo monumental, correctamente considerado como el lanzamiento de la ciencia económica. Y, aún cuando los economistas han expandido a la economía a dominios mucho más allá de aquellos cubiertos por Smith, el análisis del comercio internacional ha permanecido siendo central para la disciplina.

UN GRAN DILUVIO DE APOLOGÍAS PROTECCIONISTAS

La atención continua de los economistas al comercio internacional fue alimentada todavía más por la combinación de dos características de una realidad durante los últimos 250 años. La primera es la expansión de la democracia. La segunda es la interminable inclinación de los gobiernos a usar aranceles y subsidios para proteger, ante la competencia externa, a productores domésticos políticamente influyentes.

Al dar paso la monarquía y la autocracia a la democracia, se intensificó la necesidad del gobierno de justificar popularmente sus políticas. En verdad, las ideas tienen consecuencias y especialmente es así en las democracias. Y, también, en asuntos de política comercial, entre más favorezca el público los aranceles a las importaciones y los subsidios a la exportación, menos intensa es la resistencia popular hacia esas políticas. De hecho, en el grado en que los miembros del público en general puedan ser engañados para que crean que los dogmas mercantilistas son correctos, la demanda de interferencia gubernamental con el comercio puede emanar de los propios votantes.

Las inmensas utilidades no ganadas -las “rentas”- capaces de ser capturadas por productores que operan con privilegios especiales mercantilistas, garantizan que los productores buscarán incansablemente obtener esos privilegios. Pero, los políticos en países democráticos otorgarán esos privilegios sólo si hacerlo mejora sus posibilidades de ganar o mantener el cargo público. Hasta el momento, la dinámica ha creado por siglos un mercado estable de apología proteccionista. Este mundo nunca ha carecido de hábiles oradores y de artífices de palabras dedicados a justificar el proteccionismo.

En respuesta, los economistas han aceptado el desafío de exponer las falacias que acechan dentro de esas apologías.

El fervor de los proteccionistas al formular el caso en favor de los impuestos y los subsidios, retrocediendo a hace siglos, por el momento ha producido todo argumento que se pueda concebir contra de libre comercio. Y la determinación de los economistas para exponer las fallas en esos argumentos, significa que nosotros, los economistas, lo hemos oído todo anteriormente, una y otra vez.

Y, aún así, los miembros de cada nueva generación de proteccionistas piensan de ellos mismos como que brillantemente están abriendo nuevos surcos con sus intentos de excusar los aranceles y los subsidios. Encontrar esta ignorancia abrumadora acerca de la historia intelectual, es frustrante, y duplicada por el hecho de que esta ignorancia nutre argumentos en apoyo de políticas que empobrecen.

“EL LIBERAL DE MERCADO” TESTAFERRO #211.476.893

Un ejemplo reciente de esa ignorancia aparece en el ensayo de Daniel McCarthy en Law & Liberty del 22 de enero, adornado con el título involuntario e irónico, “Economic Nationalism as Political Realism.” En este ensayo, McCarthy -un conservador estadounidense entrenado, no en economía, sino en los clásicos- irrealmente asevera que nosotros, los economistas y otros “liberales de mercado” que apoyan el libre comercio, construimos nuestro caso sobre la “abstracción” de un “mercado prístino en donde no existen distorsiones preexistentes que surgen de la influencia política (o de cualquier otra fuente).”

McCarthy falla cuando ni siquiera ofrece un solo ejemplo de algún olvidadizo liberal de mercado del mundo real; él o ella son puramente una ficción de la imaginación de McCarthy. (En un correo (a post) en mi blog, reto a McCarthy para que me brinde la evidencia de la realidad de su supuesto “liberal de mercado.”)

Nadie que esté familiarizado lo suficiente con la economía del comercio que sea competente para públicamente declamar sobre este tópico, escribiría lo que McCarthy escribió. De hecho, aquellos de nosotros que poseemos algún conocimiento de la economía del comercio, encontramos esa aseveración particular de McCarty como especialmente estrafalaria. La razón es que, casi toda la energía intelectual que ha sido vertida durante los últimos siglos en defensa de una política de libre comercio, ha sido dedicada a explicar por qué el libre comercio es la mejor política, a pesar de las distorsiones introducidas en los mercados, tanto por gobiernos externos como por el gobierno de casa.

Desde Adam Smith en adelante, los economistas y los liberales de mercado han encarado explícitamente -pacientemente, repetidamente y de incontables maneras- la incesante aseveración proteccionista de que el país de uno sufrirá si no impone aranceles a las importaciones de otros países, cuyos gobiernos imponen tarifas sobre las exportaciones domésticas. De hecho, combatir esa patraña proteccionista específica es moneda corriente de muchos estudiantes, tan en el inicio como en PRINCIPIOS DE ECONOMÍA [ECON 101].

También, librecambistas han explicado continuamente por qué los subsidios que distorsionan los mercados, usados por gobiernos extranjeros, no justifican los subsidios ni las tarifas en el país doméstico. Similarmente, nosotros, los liberales de mercado, una y otra y otra vez, hemos degradado el mito de que el gobierno del país doméstico debería imponer aranceles o dar subsidios, para poder contrarrestar el daño económico, causado en el país por las propias regulaciones insensatas e impuestos agobiantes del gobierno de nuestra propia nación.

Por supuesto, sería imposible rebatir esas excusas proteccionistas en pro de aranceles y subsidios, sin reconocer que los gobiernos, tanto el doméstico como los del extranjero, de hecho, a menudo, intervienen en formas que distorsionan los mercados.

Que Daniel McCarthy no conozca de economía no es un pecado. La mayoría de la gente no conoce de economía y la mayoría de los economistas no conocen nada de otros campos y disciplinas. Todos somos lo suficientemente afortunados de vivir en un mundo de profunda especialización.

A pesar de lo anterior, es inexcusable que, gente como McCarthy, se presente a sí misma con el público como si conocieran de la economía que ellos critican con tal presuntuosidad. Juzgando por lo que él escribe, McCarthy es tan carente de educación en economía, como lo soy yo de los clásicos, lo cual significa casi que totalmente. Y así, la crítica de McCarthy a la economía del comercio -y del apoyo de los liberales de mercado a una política de libre comercio unilateral- no merece más que el respeto que él se merecería por cualquier critica que yo pueda hacer, acerca de los méritos de una nueva traducción de Tristia de Ovidio.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek de Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center en la Universidad George Mason; Miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas otras revistas académicas. Él escribe un blog llamado Cafe Hayek y una columna regular de economía para el Pittsburgh Tribune-Review.