Un tema de enorme trascendencia actual y universal.

POR QUÉ EL COMUNISMO CHINO PODRÍA SER LA VÍCTIMA FINAL DEL CORONAVIRUS

Por Doug Bandow

Fundación para la Educación Económica
Sábado 22 de febrero del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, en letra color roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/why-chinese...e-coronavirus/

El manejo de una crisis de esta naturaleza nunca será fácil, pero las autoridades y la respuesta engañosa del gobierno chino ante el virus COVID-19, amenazan la conservación del poder por el Partido Comunista Chino.

El estado totalitario maoísta está volviendo a nacer en China bajo Xi Jinping, quien está construyendo un culto a la personalidad parecido a aquel que se rindió bajo el desaparecido “Gran Timonel.” Xi está determinado a fortalecer su autoridad y la del Partido Comunista Chino (PCC). No obstante, la respuesta del gobierno chino al virus COVID-19, ha minado (has undermined) la credibilidad del PCC ̶ y, en última instancia, puede amenazar la permanencia del partido en el poder del partido.

A pesar de los muchos milagros médicos, modernos y extraordinarios, el potencial de una pandemia, una enfermedad fácilmente transmisible con una alta tasa de mortalidad, continúa preocupando (continues to worry) a profesionales de la medicina. La mayoría de la gente ha escuchado acerca de la Peste Negra, cuando la plaga bubónica mató entre 75 y 200 millones de personas en Eurasia a mediados de 1300. Hace un siglo, la Fiebre Española infectó a 500 millones de personas y mató entre 20 y 50 millones en todo el mundo (50 million worldwide), más que el número de muertes en la Primera Guerra Mundial.

La peor pandemia en años recientes fue el Ebola, entre el 2014 y el 2016: hubo alrededor de 28.600 casos y 11.300 muertes (11,300 deaths), una tasa media de mortalidad de 40, aunque la tasa de fatalidad de brotes específicos estuvo en un rango del 25 por ciento al 90 por ciento. El SARS, síndrome respiratorio agudo y grave, infectó a casi 8.100 y mató alrededor de 800 personas (800 people) entre el 2002 y el 2003.

El SARS es particularmente relevante pues también fue un coronavirus originado en un “mercado húmedo” de China (originated in a Chinese “wet market”) en donde se vendían animales vivos y salvajes. La respuesta de Beijing a esa crisis de salud fue duramente criticada. En un reporte (report) del 2004 del foro del Instituto de Medicina, se acusó al gobierno chino de un “período fatal de vacilación en relación con información que requería ser compartida y actuar con base en ella.” El régimen estaba más interesado en presentar una atmósfera de calma y estabilidad durante una transición del liderazgo, que en prevenir la expansión de la enfermedad de potencia y transmisibilidad desconocidas.

Por suerte, el SARS se quedó corto con respecto a pandemias anteriores. Sin embargo, el gobierno chino está cometiendo errores similares en su respuesta a lo que ahora está siendo llamado COVID-19. Este último parece ser menos mortífero que el SARS, aunque, en apariencia, se expande más rápidamente. A mediados de febrero, el número infectado excede a 73.000, con alrededor de 1.900 muertes (1,900 deaths), asumiendo que las estadísticas de Beijing son correctas. Algunos médicos e investigadores externos han estimado que 100.000 o más (100,000 or more) han sido realmente infectados.

No obstante, la preocupación obvia del gobierno de Xi contradice su confianza oficial. El vice premier Sun Chunlan denunció (denounced) a “fugitivos de las cuarentenas,” dando a entender que la gente estaba evadiendo las medidas de fuerte control del gobierno. El régimen acaba de anunciar que, cualquiera que regrese a Beijing desde cualquier lado de la República Popular China (RPC), debe reportarse ante las autoridades locales y hacer una cuarenta propia de dos semanas. Obviamente, una pandemia en la capital de la nación podría tener implicaciones políticas y económicas significativas.

Manejar una crisis médica de esta naturaleza nunca será fácil, independientemente de la forma de gobierno. La RPC encaró un desafío adicional pues la epidemia golpeó en medio del Año Nuevo Lunar, durante el cual tradicionalmente viajan decenas de millones de chinos. Muchos de quienes se movilizan son trabajadores migrantes, los que dejan los campos para trabajar en las ciudades. Difícilmente, las condiciones podrían haber sido peores.

A pesar de lo anterior, la respuesta del gobierno ha sido menor que la necesaria para ralentizar, sino es que detener, la expansión de la enfermedad. La culpa inicial recayó en el gobierno de la provincia de Wuhan. Los mercados húmedos continúan operando, a pesar del riesgo evidente de transmisión desde animales hacia la gente, el génesis tanto del SARS como del COVID-19.

Aún más, al surgir al principio la enfermedad, la provincia estuvo reacia a reconocer la realidad. Los funcionarios fallaron en admitir la transmisión de persona a persona y patrocinaron una cena pública compartida para el Año Nuevo Lunar, con más de 10.000 familias que buscaban establecer un récord mundial.

“Tener un acontecimiento grande como este en un momento de una epidemia, equivale a una ausencia de sentido común básico,” hizo ver (observed ) el médico de Shanghai Li Xinzhou.

Para no desalentar la asistencia, la provincia también falló en reportar una sola infección durante la primera mitad de enero, la que coincidía con un congreso local de partido.

Beijing decidió cerrar toda la ciudad de 11 millones. Pero, el gobierno de Xi dio por adelantado la noticia de que estaba cerrando el aeropuerto y la estación del tren, permitiendo que un torrente de gente se escapara mientras que la puerta todavía estaba abierta. Cinco millones de residentes de Wuhan terminaron en algún lado de China o más allá de ella.

Aun cuando no apareciera mucha de su población, la ciudad carecía de los recursos esenciales para combatir la epidemia. La carencia de camas hizo que los hospitales enviaran pacientes a sus casas para una cuarentena propia, pero sin el cuido profesional. Tal vez, es entendible que las autoridades no hubieran almacenado máscaras, líquido de limpieza para las manos y más, para responder a una pandemia inesperada. Pero, rehusarse a reconocer, para no mencionar confrontar las infecciones tsunámicas que rápidamente se expandían, hizo que fuera imposible ponerse al día.

Aunque el liderazgo del PCC de Wuhan merecía la censura -y desde ese entonces ha sido removido el jefe del partido- la centralización creciente del poder orquestada por Xi, desalentó a los líderes locales a asumir la responsabilidad. Esto es consecuencia natural y predecible de trasladar el poder hacia arriba, hasta el liderazgo nacional. Xu Zhangrun, un profesor de derecho quien el año pasado perdió su empleo en la Universidad Tsinghua por criticar a Xi, aseveró (argued ) que el monopolio del poder “ha servido para facilitar una ‘impotencia sistemática’ a todo nivel.”

Jude Blanchette del Center for Strategic and International Studies, aseveró que (argued that): “El estilo de liderazgo de Xi efectivamente ha instaurado una actitud de ‘espera y verás’ dentro de la burocracia,” lo que “está conduciendo a respuestas lentas y dubitativas de los funcionarios gubernamentales, cuando ellos esperan por pronunciamientos de Beijing antes de actuar.”

Obviamente, entre más lenta la reacción del gobierno, menos efectiva es la respuesta. De hecho, el alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang, se rehusó a aceptar la culpabilidad (refused to accept blame), al decirle a la televisora oficial CCTV de China: “Como un funcionario del gobierno local, después de que obtengo este tipo de información [relacionada con la transmisión de humano a humano], todavía tengo que esperar por autorización, antes de que pueda divulgarla.”

Al asumir el control, el gobierno central parecía estar inseguro acerca de divulgar el papel de Xi. Habiéndolo ubicado en el “centro” del partido y afirmado su omnisciencia y omnipotencia, durante un tiempo Xi desapareció del ojo público. La especulación acerca de la razón de ello osciló desde proteger a Xi de la infección hasta aislarlo de la responsabilidad. Algunos compararon el episodio con el 2012, cuando el entonces vicepresidente se despareció de forma similar, aparentemente para confrontar desafíos partidarios centrados alrededor del jefe provincial y miembro del politburó, Bo Xilai, quien fue destituido y puesto en prisión.

En su lugar, el premier chino Li Keqiang, quien había sido marginado por Xi, fue enviado (was sent) a Wuhan para mostrar el interés de Beijing. En apariencia, Li fue considerado como desechable ̶ aunque no hubo comentario acerca de si él había sido puesto en cuarentena a su regreso. También, Li fue puesto a cargo de “dirigir un pequeño grupo” del PCC para la epidemia. La mayoría de esos grupos pequeños operan fuera de la atención pública y, al menos la mitad de ellos, están dirigidos por Xi, supuestamente para endurecer su control del partido y del aparato político. Pero no para el COVID-19.

Al fin, después de mucha especulación, el presidente y el secretario general del partido se aventuraron a salir con máscaras da las calles de Beijing (ventured onto Beijing’s streets), para destacar la preocupación del régimen. Se dijo que Xi estaba “personalmente conduciendo y dirigiendo” los esfuerzos por controlar el virus, y se le pidió a la gente que “se concentrara alrededor del partido con Xi Jinping en su centro.” Al decirse que él estaba “personalmente en comando,” emitió “directrices importantes” acerca del tema. Estaba en modo de plena parla del apparatchik: “Deberíamos luchar fieramente” y “contener resueltamente la expansión de la epidemia y estar resueltos a ganar la guerra del pueblo, una guerra total, una guerra de resistencia para prevenir y controlar la epidemia.”

Aún así, el régimen pronto culpó a Estados Unidos y otras naciones de Occidente por prohibir visitantes que hubieran estado en la RPC. El ministro de Relaciones Exteriores acusó a los Estados Unidos de haber “incesantemente manufacturado y diseminado el pánico.” No obstante, Hong Kong y Rusia reforzaron las restricciones a los viajes, antes que los hicieran los Estados Unidos.

Los medios oficiales chinos se quejaron acerca de la ausencia de ayuda estadounidense, después de rechazar ofertas de Estados Unidos. En ese momento, los Estados Unidos estaban preparando un envío de materiales escasos. Durante mucho tiempo, Beijing rehusó permitir el acceso a científicos extranjeros y se rehusó a suministrar el virus a los laboratorios de otras naciones. El régimen de Xi se defendió citando las muertes por influenza en Estados Unidos, aun cuando muchos más chinos mueren por esa infección.

En todo caso, a pesar de sus mejores esfuerzos, Beijing no pudo descartar la responsabilidad por fallas tan evidentes como la carencia de camas y equipo médico. De hecho, los ataques del gobierno de Xi a Washington ocurrieron en el trasfondo de medidas crecientemente coercitivas que se estaban aplicando en China. Por ejemplo, actualmente hay más de 80 ciudades chinas, incluyendo Beijing, Shanghai, Guangzhou y Shenzhen, así como varias provincias, bajo alguna forma de aislamiento/cuarentena/encierro ̶ más de 45 millones de personas (45 million people).

Los errores del régimen parecen haber dañado su reputación de ser competentes. Sin embargo, mientras que el número de infecciones no se descontrole salvajemente, y que pronto la actividad económica se reasuma sin nuevos brotes de infección, las consecuencias de esa ineficiencia podrían tan sólo tener un impacto político limitado. No obstante, hay aspectos importantes. La economía se estaba ralentizando incluso antes de la epidemia y las nuevas restricciones impuestas por Beijing sugieren que el alivio queda para semanas y, tal vez, hasta para meses después.

Un aterrizaje suave también supone que se puede confiar en las figuras existentes del gobierno de Xi. La ausencia de transparencia y honestidad pueden ser la mayor debilidad en la lucha contra el COVID-19. El PCC previamente había logrado una reputación por encubrir el papel del gobierno en desastres, como terremotos y accidentes de tren. También, el régimen perdió credibilidad cuando intentó limitar las consecuencias políticas durante la crisis del SARS.

El escepticismo actual explotó después de la muerte del Dr. Li Wenliang (the death of Dr. Li Wenliang), un oftalmólogo quien hizo sonar las alarmas al observar un aumento en infecciones sospechosas. Él fue detenido por la policía y acusado de diseminar “información falsa.” Él y otros siete médicos fueron amenazados con arrestos y obligados a admitir que habían “alterado severamente el orden social.” Luego, él trató a pacientes, contagiándose del virus y muriendo a los 34 años de edad. El gobierno buscó disipar la hostilidad pública, alegando que él todavía estaba vivo y que estaba siendo tratado, aún después de su muerte.

La muerte de Li desató una explosión en los medios sociales. En las horas después de su fallecimiento, millones de comentarios se pusieron en Weibo, el Twitter chino, y en otras plataformas de los medios sociales. Antes de morir, Li le dijo a un entrevistador (told an interviewer):
“Una sociedad saludable no debería tener tan sólo una voz.” Muchos mensajes declararon “Quiero libertad de expresión,” los que fueron removidos por el gobierno tan pronto como le fue posible. Incluso algunos chinos inclinados a confiar en el gobierno aparecieron en línea para expresar su furia con respecto a su tratamiento.

Por desgracia, Li no era el único en ser silenciado. Numerosos blogueros ad hoc y ciudadanos periodistas navegaron las calles y hospitales de Wuhan, presentando reportes y poniendo videos. Estos activistas reportaron la inexistencia de equipos de exámenes y de amplias camas de hospitales (full hospital beds), gente devuelta por los hospitales, muertes no reportadas en hospitales, muertes no registradas de pacientes no diagnosticados y un aumento en las cremaciones. Estos sugerían que las tasas de infección y de muertes eran más elevadas que las oficialmente declaradas.

A fines de enero, el gobierno relajó el control del reportaje privado, pero rápidamente eso terminó cuando Beijing tomó el control de la narrativa de la enfermedad y, en especial, de las estadísticas sobre infecciones. Las cuentas de médicos, blogueros de videos y de reporteros ad hoc fueron eliminadas. Algunos blogueros, como el abogado Chen Qiushi (as lawyer Chen Qiushi), el soldador Fang Bin y el activista de derechos humanos Hu Jia, fueron detenidos. Los dos últimos fueron liberados, pero el primero oficialmente permanece en cuarentena gubernamental.

El régimen también distribuyó (distributed ) su nueva directriz mediática: “Las fuentes de los artículos deben ser estrictamente reguladas, el reporteo independiente está estrictamente prohibido y el uso de fuentes de artículos no regulados, particularmente los medios personales, está estrictamente prohibido.” Se les dijo a los proveedores de los medios sociales que estaban bajo “supervisión especial.” Aún más, el régimen envió una legión de periodistas oficiales a Wuhan y la circundante provincia de Hubei, para que “reportaran” acerca del virus. Cheng Yizhong, un editor de periódicos, quien fuera despedido por reportar (fired for reporting) acerca del SARS, hace casi dos décadas, opinó: “Todos los chinos están sufriendo la amargura del monopolio del PCC sobre los periódicos, los recursos y la verdad.”

Esta censura interesada ha destacado el problema básico de la tiranía. Chen Guangchen, un abogado y activista de derechos humanos, quien escapó a los Estados Unidos, escribió (wrote): "El Partido Comunista Chino ha mostrado, una vez más, que el autoritarismo es peligroso ̶ no sólo para los derechos humanos, sino para la salud pública.” Él acusó que el PCC “ha tenido éxito en convertir una crisis de salud pública, en una catástrofe para los derechos a la salud.”

Fue similar el juicio (the judgment ) del despedido profesor de leyes, Xu Zhangrun: “La epidemia del coronavirus ha revelado la esencia podrida de la gobernabilidad china, el corazón frágil y vacío del nervioso edificio del estado que, por ende, se ha mostrado como nunca antes.” El resultado, agregó él, es abandonar a “la gente sobre la que ejerce poder para que sufra las vicisitudes de un destino cruel. Es un sistema que convierte a todo desastre natural en una hasta más grande catástrofe creada por el hombre.”

Ominosamente, desde que apareció este artículo, no se ha oído nada de Zhangrun.

Una conclusión exitosa de la epidemia -si se nivelan las infecciones y las muertes y empiezan a declinar- podría minimizar los recuerdos de la preparación inadecuada y lenta respuesta del gobierno de Xi. Sin embargo, las pérdidas económicas ya son enormes, en las decenas de miles de millones de dólares. Y, en apariencia, no se ve un pronto fin a la crisis.

Zhong Nanshan, un epidemiólogo de 83 años, respetado por su papel en el combate a la epidemia del SARS, predijo que las infecciones del COVID-19 llegarían a su pico este mes y terminarían en abril. Sin embargo, admitió que (he admitted): "No sabemos por qué es tan contagioso, así que es un gran problema.” No serán fácilmente olvidados el fallo gubernamental de ser sincero con la gente en riesgo, compartir información con profesionales del cuido de la salud, para permitirles responder efectivamente, y justificar todas las duras medidas requeridas.

Algunos observadores comparan la pandemia (Some observers compare the pandemic) con el impacto del desastre nuclear de Chernobyl en la Unión Soviética, en 1986, cuando Moscú le mintió con un entusiasmo igual a sus propios ciudadanos y a naciones extranjeras. No obstante, ese golpe fue dirigido a un régimen que ya estaba en un estado avanzado de decaimiento. La RPC no parece ser tan vulnerable. A pesar de ello, han sufrido la reputación y el prestigio de Beijing.

Xi y el PCC justifican un régimen crecientemente autoritario, hasta totalitario, con base en la protección del pueblo chino. La crisis del COVID-19 ha mostrado que esa consideración es una mentira. El escepticismo popular acerca de otros alegatos interesados del gobierno, aumentará en el futuro.

Un fracaso similar en una crisis futura, con la credibilidad del régimen ya dañada, podría forzar el cambio político hoy considerado como impensable. Irónicamente, Mao posiblemente entendería (likely would understand) el riesgo del régimen: “Una situación potencialmente revolucionaria existe en cualquier país en donde el gobierno fracasa consistentemente en su obligación de asegurar, al menos, un estándar de vida mínimamente decente, para la gran mayoría de sus ciudadanos.”

Aunque él estaba hablando de un pueblo en un “nivel de subsistencia,” el principio tiene un efecto más amplio. Que, en última instancia, podría ser la desaparición de la RPC.

Doug Bandow es compañero senior del Instituto Cato y autor de numerosos libros acerca de economía y política. Él escribe regularmente acerca de la no intervención militar.