Pensar que los candidatos presidenciales del Partido Demócrata que están sumidos en el enredo de las elecciones primarias en Iowa, cada vez que pueden, prometen la nacionalización de las más diversas entidades de servicios que privadamente sirven a los consumidores de ese país. Si no pueden manejar algo tan relativamente sencillo como un caucus electoral, imagíneselos tratando de manejar empresas de enormes magnitudes y de gran complejidad. ¡Arrogancia fatal!

EL DESASTRE DEL CAUCUS DE IOWA ES UN CAOS PLANIFICADO

Por Peter C. Earle

American Institute for Economic Research
4 de febrero del 2020


No es seguro que, al momento en que este artículo se publique, habrá algo de mayor claridad que la que hay en este momento (martes 4 de febrero en la mañana) con respecto al resultado del Caucus [cónclave o reunión electoral] del Partido Demócrata en el estado de Iowa.

Lo que actualmente sabemos es que empezó con un programa que reportaría los resultados del caucus a la sede del partido. Y, en el proceso hacia el caucus de ayer, había reportes crecientes entre funcionarios altos que el programa tenía problemas: que se dificultaba bajarlo, que había problemas para ingresar una vez que había sido bajado y luego dificultades con su operación. Pero, usted sólo tenía problemas si podía bajarlo. Y, luego, sólo si usted podía ingresar.

Y así, en una decisión no tan insensata, el presidente del Partido Demócrata del Condado Polk, en Iowa, decidió, a fines de la semana pasada, dejar de lado la nueva tecnología; a los precintos se les instruyó que tomaran la decisión decididamente más simple (y presuntamente más confiable), el procedimiento de comunicar los resultados de las votaciones apoyados en tomas de las pantallas. Y, lo que pasó después -aunque los hechos todavía se están materializando- es un manojo de confusiones.

LA DIFICULTAD

Algunos precintos reportaron sus resultados sin obstáculos. Otros encontraron que las líneas telefónicas estaban totalmente saturadas. Incluso algunos de los funcionarios electorales locales que usaron el programa eran menos experimentados que otros en usarlos, probablemente por su edad. Otros llamaron para reportar resultados y ya fuera debido a la atmósfera general o al caos o al malfuncionamiento técnico, no llegaron a ningún lado.

Más información llegó cuando los muy esperados resultados finales se atrasaron; no toda la gente que estaba manejando los centros de votación había sido entrenada en el programa. Un reporte inicial de la sede del Partido Demócrata indicó que medidas de “control de calidad” explicaban el retraso y, luego, poco antes de las 10:30 p.m., que se habían descubierto “inconsistencias.” Entre tanto, muchos centros de votación estaban reportando que ellos ya habían enviado sus resultados horas antes, sin problema alguno.

Una llamada telefónica entre las campañas y los partidos estatales apenas después de las 11 p.m., agregó al caos: por un lado, se descendió rápidamente a la acrimonia y resultó en que funcionarios estatales les colgaran el teléfono a los candidatos. Poco tiempo después de eso, el grupo de Baiden reportó escuchar que, en contra de afirmaciones de la sede estatal, sistemáticamente se estaban presentando a través de todo Iowa, “fracasos agudos” para una contabilización precisa de los votos. Más o menos al mismo tiempo, el grupo de Sanders reportó que, según sus propios cálculos internos, ellos habían ganado alrededor del 40% de los precintos de Iowa.

El programa falló. El sistema de respaldo de reportar por teléfono falló. Intentos por llamar para dar resultados dieron señales de ocupado que duraron horas. Y, cuando alguna de esas lograba entrar, eran inaudibles. Y, con esa primera cascada de fracasos, vino una segunda ronda de retrasos y problemas: ¿deberían los centros de votaciones que no lograban llamar debido a las saturadas líneas telefónicas, intentar usar de nuevo el programa o reportarían doblemente? ¿Deberían los resultados mandarse por correo electrónico a través de canales posiblemente no encriptados?

Y, ahora, es un problema de resolución según las mejores prácticas de los veintes. No el 2020, sino 1820: papeletas. Y, aunque irónicamente, mientras que las papeletas muestran ser el sistema de votación más robusto, resistente a fallas, una retrospectiva a los acontecimientos del pasado en Florida, en el 2000, señala las fallas exclusivas de votaciones asociadas con enfoques menos tecnológicos.

Al ser la 1 p.m., hora del este de los Estados Unidos, diecisiete horas después, todavía no había resultados.

PROCESOS SENCILLOS QUE OCULTAN UNA ENORME COMPLEJIDAD

No requirió mucho tiempo para que los observadores notaran que un partido que, ya sea por una percepción o un hecho, ha tomado un giro violento hacia la izquierda, fue frustrado por un simple conteo. La mayoría de los candidatos de la extrema izquierda en la Primaria del Partido Demócrata (y todos ellos, en uno u otro grado, repiten como loros aquellos puntos, a fin de poder seguir siendo relevantes) está ocupada promoviendo esquemas ambiciosos para resolver los males, reales o imaginados, de Estados Unidos y este caso de estudio parece ser apropiado acerca de cómo, cosas que parecen simples, son siempre vastamente más complejas.

Por supuesto, esto no es sólo acerca de contar. Ni siquiera es sólo acerca de contar y sumar.

El tema esencia se parece a detectar icebergs; de hecho, muchas áreas incluyen esta analogía en sus cánones básicos. El mundo abunda de procesos aparentemente simples, que rápidamente dan vuelta en espiral fuera de control, debido a complejidades vastas y ocultas. La tarea de agregar información es, o parece ser, simple; así es el perfil bajo y tranquilo de un iceberg que se asoma fuera del agua.

Aún con información extremamente sencilla -en este caso, un puñado de candidatos y el número de votos que recibe, además de otros dos datos puntuales (estos últimos puntos vienen en respuestas a preguntas acerca del proceso del caucus del 2016)- los contextos organizativos, tecnológicos e incluso sociales, dentro de los que tiene lugar el proceso de evaluar y difundir, comprometen las desproporcionadamente grandes, irregulares y, ante todo, influencias no vistas, que con rapidez entran en juego.

Lo que parece ser una tabulación y reporte sencillo de un proceso que es, casi en su totalidad, mecánico, súbitamente da lugar a circuitos de retroalimentación, y un puñado de planes de contingencia simples (posiblemente muy simples) acrecienta los errores y la confusión. En última instancia, surge una feroz escaramuza ante la narrativa entre el Partido Demócrata y los sitios de votación (para salvar las apariencias), los candidatos (para buscar obtener resultados positivos), y las partes externas (la mía incluida), que da lugar a retrasos adicionales, teorías de la conspiración, preparación por el litigio (o, en serio), y a estimular mensajes codificados para otras competiciones futuras.

CAOS PLANIFICADO

Hay una dosis saludable de Hayek insertada aquí. En la primera vez que, para una elección presidencial, había dos candidatos abiertamente, de hecho, declaradamente, socialistas, que parecen estar fuertes en las votaciones, quienes ven descender en un caos total al primer caucus del Partido Demócrata, siendo, tan oportuna y sucinta, como una disertación que ilustra gente que “se imagina que se puede diseñar,” lo que tenían como una esperanza.

O, como lo habría dicho Ludwig von Mises, este es un caso clásico de “caos planificado.”

Sus promesas de campaña urgen a los estadounidenses a pensar en grande: no en términos de su comunidad, condado o estado (y, ciertamente, no del individuo), sino, por lo menos, en términos de la nación. Y, cuando se trata de asuntos del clima, se les dice que abracen iniciativas regionales o globales. Millones de millones de dólares, agencias burocráticas masivas, cambio total: se nos dice que veamos al Nuevo Trato, la Segunda Guerra Mundial y la Carrera Espacial, como pruebas de nuestra habilidad de enfrentar problemas masivos. Pero, el mundo actual -sus problemas, conflictos y deuda- es, en mucho, el producto de esas supuestas soluciones, al igual que es un resultado, y con un decididamente pernicioso punto ciego. No podemos ver lo que podíamos haber sido, sin importar que figuras políticas nos aseguren oportunistamente que ellos siempre han navegado por el curso óptimo.

¿Hay alguien quien, en realidad, crea que “planificar,” “organizar,” “manejar” una economía sería menos complejo, en cuanto a formas tanto previstas como no esperadas, de lo que sería contar y reportar unos pocos cientos o miles de votos? Si lo creen así, cómo y por qué ̶̶ ¿basados en qué? Estas son las preguntas que yo deseo que a todos los candidatos -y, para arrancar, al presidente actual- se les deberían de preguntar, y aquellas que, estoy seguro, no serán preguntadas.

Peter C. Earle es economista y escritor, quien se unió al American Institute for Economic Research (AIER) en el 2018 y previamente pasó más de 20 años como corredor y analista en mercados en Wall Street. Su investigación se centra en mercados financieros, temas monetarios e historia económica. Su nombre ha sido citado en el Wall Street Jornal, Reuters, NPR y en muy diversas publicaciones. Pete tiene una maestría en economía aplicada de la American University, una maestría (en finanzas) y una licenciatura en ingeniería de la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point.