LAS REDADAS DE PALMER: EL REINO DEL TERROR OLVIDADO DE LOS ESTADOS UNIDOS

Por Lawrence W. Reed

Fundación para la Educación Económica
Viernes 3 de enero del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/the-palmer-...ign-of-terror/

Las redadas constituyeron un episodio horroroso y vergonzoso en la historia de los Estados Unidos, uno de los momentos más bajos para la libertad, desde que el Rey Jorge III acuarteló sus tropas en viviendas privadas.

Exactamente esta mañana hace cien años -el 3 de enero de 1920- los estadounidenses se despertaron para descubrir qué tan poco su gobierno apreciaba la amada Declaración de Derechos de la Constitución de los Estados Unidos. Durante la noche, alrededor de 4.000 de sus compatriotas fueron acorralados y encarcelados por lo que equivalía, en la mayoría de los casos, a ninguna buena razón del todo, ni tampoco al debido proceso.

Bienvenido a la historia de las Redadas de Palmer, llamada así por su instigador, el Fiscal General, A. Mitchell Palmer. Aunque hoy básicamente en el olvido, no debería ser así.

Las redadas constituyeron un episodio horroroso y vergonzoso en la historia de los Estados Unidos, uno de los momentos más bajos para la libertad, desde que el Rey Jorge III acuarteló sus tropas en viviendas privadas.

El terror durante la noche del 2 al 3 de enero de 1920, sacudió y atemorizó a muchos ciudadanos. En su libro de 1971, America’s Reign of Terror: World War I, the Red Scare, and the Palmer Raids, Roberta Strauss Feuerlicht escribió:

“[E]l terror no es sólo una cantidad de cadáveres. El terror existe cuando una persona puede ser sentenciada a años en prisión por un comentario nimio; cuando la gente es sacada de sus lechos y arrestada; cuando 4.000 personas son arrestadas en sólo una noche y cuando los arrestos y pesquisas son llevadas a cabo sin orden judicial. Aún más, por cada persona que es enviada a la cárcel por sus puntos de vista, muchas otras son silenciadas. El autor documenta ampliamente la insensibilidad del gobierno hacia las libertades civiles durante este período, su brutalidad y crueldad frecuente y el dolor personal que de eso resultó.”

Los objetivos de las redadas de Palmer eran radicales e izquierdistas considerados por la administración Wilson como hostiles a los “valores estadounidenses.” Irónicamente, ninguno de esos arrestados había causado algún daño que siquiera fuera cercano en cierto grado a aquellos valores, como sí lo había hecho el hombre que vivía en la Casa Blanca ̶ Woodrow Wilson, probablemente el peor (arguably the worst) de los 45 presidentes del país. Más acerca de eso y de las Redadas de Palmer, después de algún trasfondo.

UNA GUERRA CONTRA LA DEMOCRACIA

Esta no fue la primera vez que el gobierno en Washington había pisoteado la Declaración de Derechos. Nada menos que la administración de John Adams, un patriota fundador de los Estados Unidos, brevemente cerró los periódicos y la opinión que disentía con sus Leyes sobre Extranjeros y la Sedición de 1798 (Alien & Sedition Acts of 1798). Abraham Lincoln suspendió (suspended) el derecho de habeas corpus y arrestó a miles de oponentes políticos en estados del Norte.

Los precedentes más inmediatos de las Redadas de Palmer fueron medidas de tiempos de guerra de la misma administración, tomadas tan sólo pocos años atrás. Wilson hizo campaña para la reelección presidencial en 1916, con base en un alarde (on a boast) de que él nos “mantuvo fuera de la guerra,” aun cuando él autorizó ayuda no neutral a Gran Bretaña y Francia. Luego, fingió sorprenderse cuando Alemania declaró una guerra sin restricciones a barcos que transportaran suministros a sus enemigos. Ese fue el pretexto para el ingreso de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial en abril de 1917.

“Las guerras son sucias, pero las cruzadas son santas,” escribe Feuerlicht, “así que Wilson convirtió a la guerra en una cruzada.” El conflicto se convirtió en “la guerra para acabar con todas las guerras” y en una guerra para “hacer al mundo seguro para la democracia” mientras que, en casa, el presidente le hizo la guerra a la democracia.

Estados Unidos entró formalmente en guerra sólo una semana después de que Wilson creó un Comité acerca de la Información Pública (the Committee on Public Information) (CIP). Su trabajo era convencer a los estadounidenses de que la guerra era justa y correcta. Una aventura nacional en control del pensamiento, golpeó a la gente con la visión de Wilson hasta que igualmente se convirtiera en la suya. Fue una propaganda gubernamental de una escala jamás vista en Estados Unidos, inundando al país con noticias acerca de la guerra, oradores, materiales escolares, posters, botones, calcomanías, aprobadas por la CIP ̶ todo completo.

Dos meses más tarde, bajo intensa presión de la Casa Blanca, el Congreso aprobó la Ley de Espionaje (the Espionage Act). Cualquier persona que hiciera “reportes falsos o declaraciones falsas con la intención de interferir” en el esfuerzo oficial de guerra, podía ser penalizada con 20 años de cárcel o una multa de $10.000 (al menos un cuarto de un millón en dólares de hoy), o ambas. Se modificó en mayo del 2018 por la Ley de Sedición, que hizo un crimen escribir o hablar cualquier cosa “desleal o abusiva” acerca del gobierno, la Constitución, la bandera o un uniforme militar de los Estados Unidos.

Wilson presionó fuertemente al Congreso para que le diera poderes extraordinarios para amordazar la prensa, insistiéndole a The New York Times que la censura de la prensa “era absolutamente necesaria para la seguridad pública.” Según su libro del 2007, From the Palmer Raids to the Patriot Act: A History of the Fight for Free Speech in America, Christopher M. Finan, por fortuna, una tormenta de editoriales hostiles la mató en el Congreso.

El fiscal general de Wilson en esos momentos, Thomas Watt Gregory, estimuló con fuerza a los estadounidenses para que se espiaran entre sí, que se convirtieran en “detectives voluntarios” y reportaran toda sospecha al Departamento de Justicia. En pocos meses, el departamento estaba recibiendo cada día cerca de 1.500 acusaciones de deslealtad.

El Director General de Correos, Albert S. Burleson, se lanzó con la causa con toda firmeza, ordenando que los administradores locales de correos le enviaran cualquier publicación que descubrieran que podría “avergonzar” al gobierno. La Oficina de Correos empezó a destruir cierto correo en vez de entregarlo, incluso prohibiendo del todo a ciertas revistas. Una edición de un periódico fue prohibida por no otra razón que sugerir que la guerra sería pagada por impuestos, en vez de préstamos. Otros fueron prohibidos pues criticaban a nuestros aliados, los británicos y franceses. “Durante toda la guerra y mucho tiempo después de que terminara, [Burleson] fue el único juez de qué publicaciones estadounidenses enviadas por correo, podían o no ser leídas,” escribe Feuerlicht.

Individuos fueron enviados a cortes por expresar reservas acerca de Wilson o su guerra. Uno de los muchos ejemplos involucró a un Reverendo Clarence H. Waldron, quien distribuyó un panfleto alegando que la guerra no era cristiana. Por eso, fue sentenciado a 15 años (sentenced to 15 years). En otro caso, un cineasta llamado Robert Goldstein se ganó un premio de 10 años en prisión, por producir una película acerca de la Revolución de los Estados Unidos, The Spirit of ’76. ¿Su crimen? Mostrar a los británicos en una imagen negativa. Ellos ahora eran aliados, así que ese tipo de cosas era mal visto.

De las aproximadamente 2.000 personas que fueron perseguidas por las Leyes de Espionaje y Sedición, ninguna era un espía alemán. Eran estadounidenses cuyos pensamientos o acciones (casi ninguno violento) iban contra aquellos del hombre en la gran Casa Blanca. Cientos fueron deportados después de mínimos procesos debidos, aun cuando no eran inmigrantes ilegales ni criminales convictos.

El famoso candidato presidencial, socialista y activista sindical, Eugene V. Debs, se encontró en contraposición con Wilson, al oponerse tanto a la conscripción como a la guerra. En abril de 1919, cinco meses antes de que la guerra concluyera, fue convicto de discurso “sedicioso,” sentenciado a diez años de prisión y denegado el derecho a votar por el resto de su vida. Tiempo después, cuando Debs escuchó que Wilson se rehusaría a perdonarle, respondió desgarradoramente, “Es él [Wilson], no yo, quien necesita de un perdón.”

UNA NOCHE DE TERROR

Permítanme, por un momento, desviarme del caso de Debs, pues trae a mi mente una controversia actual. El presidente Trump fue sometido a juicio político (was impeached) el mes pasado por la Casa de Representantes, debido a que él, supuestamente, trató de debilitar a un oponente político, al presionar por una investigación de la posible corrupción del opositor. Pero, en 1919, difícilmente hubo un pío de los medios, aun cuando Debs se lanzó para presidente en cuatro ocasiones previas y lo haría de nuevo y el propio Wilson coqueteaba con la idea de lanzarse para en tercer término en 1920.

Eventualmente la salud de Wilson le impidió lanzarse otra vez, pero Debs lo hizo desde su celda en prisión y logró más de 900.000 votos. Wilson nunca perdonó a Debs, pero el presidente republicano Warren G. Harding, sí lo hizo (did).

Las hostilidades en Europa cesaron en noviembre del 2018, pero continuó el asalto de la administración Wilson a los derechos civiles. Con los alemanes derrotados, el nuevo pretexto para acosar a los estadounidenses se llegó a conocer como la “Amenaza Roja” (Red Scare) ̶ la noción de que los comunistas, bajo la influencia del nuevo régimen leninista en Moscú, era la gran amenaza en el país.

Entre tanto, en marzo de 1919, Wilson contrató a un nuevo fiscal general -A. Mitchell Palmer- quien estaba determinado a hacerle frente de una u otra forma, en especial después de dos intentos de poner bombas en su hogar. Palmer era justo lo que Wilson buscaba: “joven, militante, progresista y sin miedo,” en palabras del propio presidente.

La primera de las dos mayores Redadas de Palmer ocurrió el 7 de noviembre de 1919. Con el recientemente nombrado fiscal adjunto, J. Edgar Hoover, como líder de la operación, los agentes federales recogieron en 12 ciudades a cientos de supuestos radicales, subversivos, comunistas, anarquistas e indeseables, además de inmigrantes legales ̶ alrededor de 650 tan sólo en la Ciudad de Nueva York. Las golpizas, incluso en estaciones de policía, no eran raras.

Palmer dijo luego,

“Si… algunos de mis agentes en el campo… fueron un poco duros y desagradables, o breves y cortantes, con esos extranjeros agitadores… pienso que bien puede ser pasado por alto.”

Él señaló a unos pocos bombardeos (a few bombings) como evidencia de que el problema de sedición era enorme y que requería de una acción “decisiva.”

El 2 de enero de 1920 -al ser llevada a cabo la mayor y más agresiva tanda de las Redadas de Palmer- fue una noche de terror: cerca de 4.000 arrestos en 23 estados, a menudo sin la autorización legal que legitimara la pesquisa y con los arrestados frecuentemente lanzados a cárceles improvisadas, con condiciones deficientes.

Izquierdistas y organizaciones izquierdistas eran los objetivos, pero, hasta visitantes a sus salones de reunión fueron capturados en el operativo policial. No siendo antes, ni ahora, un amigo de la libertad, The Washington Post opinó (opined), “No hay tiempo que desperdiciar en sutilezas acerca de la violación de libertades.” Se llevaron a cabo unas pocas redadas más pequeñas, pero nada en la escala de la del 2 al 3 de enero.

Palmer pensó que él dirigiría la Amenaza Roja hasta la Casa Blanca, pero, más tarde, en ese año, perdió su postulación para presidente por el Partido Demócrata. Entre tanto, las cortes esencialmente anularon su trabajo sucio. Para junio de 1920, las redadas eran historia. En el otoño, los demócratas perdieron avasalladoramente, cuando el republicano Warren Harding dio paso a “una era de normalidad.”

Es difícil encontrar algún trazo duradero del trabajo “subversivo” que las Redadas de Palmer ostensiblemente pretendían combatir. Miles fueron arrestados cuando crímenes reales se cometieron por relativamente unos pocos. En verdad, ningún estadounidense de los arrestados nos dio un impuesto progresivo a los ingresos o un banco central o violaciones a la libertad de expresión y el debido proceso. Fue Woodrow Wilson y sus amigos quienes nos dieron a nosotros todo eso, y muchos otros daños más.

Recordemos las Redadas de Palmer (the Palmer Raids) y la administración que las llevó a cabo como episodios negros contra la libertad estadounidense, esperando que nunca se vuelvan a repetir.

Lawrence W. Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Foundation for Economic Education y autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism. Follow on Twitter and Like on Facebook.