7 FALACIAS DE ECONOMÍA

Por Lawrence W. Reed

Fundación para la Educación Económica
Miércoles 1 de abril de 1981


Casi que cada error económico es trazable a una de estas.

En cierta ocasión, un comentarista de noticias dijo que “normalmente cualquier media docena de economistas vendrá con alrededor de seis diferentes descripciones de políticas.”

En verdad, ¡parece ser así!” Si la economía es ciencia, entonces, ¿por qué desafía la precisión, la certeza, y la relativa unanimidad de opinión que caracteriza a muchas otras ciencias ̶ por ejemplo, la física, la química y la matemática?

Si las leyes de la economía y la acción humana existen y son inmutables, ¿por qué encontramos economistas de toda la gama en asuntos de importancia crítica? El economista A defiende un recorte de impuestos, mientras que el economista B favorece un aumento de ellos. El economista C aboga por la protección arancelaria, pero el economista D pide libre comercio. Otro economista propone la socialización y es opuesto por otro más que promueve la economía de mercado. De hecho, si hay algo en lo que todos los economistas pueden estar de acuerdo es que, bueno, ellos están en desacuerdo.

Tal vez el cínico ojeará a esta Torre de Babel económica y condene el estudio de cualquier cosa económica. Pero, eso sería injusto con muchas verdades eternas, que existen en el ámbito de la interacción humana en el mercado. Tal visión, sin embargo, es lo algunos llamarían “una salida fácil.” No ofrece una explicación plausible de la confusión y nada de guía para escoger entre que es correcto y lo que no lo es.

Sí, hay métodos para la “locura” de los economistas. El hecho de que no todos ellos piensan igualmente, es capaz de ser explicado. ¿Por dónde podríamos empezar?

Primero, la economía simplemente no es física, química o matemática. Es el estudio de la acción humana, y los humanos no son robots programados. Sí, en efecto existen ciertas leyes inmutables de la naturaleza, pero, una es que los humanos son ̶ todos y cada uno de ellos, organismos motivados internamente, creativos, auto interesados. Oscilan de dóciles a irascibles, de pusilánimes a atrevidos, de complacientes a ambiciosos, de listos a no tan listo. Como señaló Adam Smith hace más de doscientos años, “El gran tablero de ajedrez de la sociedad humana, cada pieza tiene su propio motor totalmente diferente de los que el legislativo ha elegido imponer.”

Esta variabilidad inherente puede fácilmente dar lugar a que surja el disentimiento entre aquellos que la observan y eso puede, con igual facilidad, confundir las predicciones de aquellos lo suficientemente atrevidos como para ponerle una manija matemática a eso.

Siendo propiamente individuos, los economistas diferirán en sus juicios de valor y éticos. Uno que es socialista diferirá en un tema de política con uno que es libertario. Incluso puede estar de acuerdo con el resultado de esa política, a la vez que estaría en desacuerdo acerca de si ese resultado es “bueno” o “malo.” Personas que son bien intencionadas y que buscan la verdad, a la vez que operan desde diferentes premisas éticas, con frecuencia arriban a conclusiones divergentes.

En adición, los economistas pueden estar en desacuerdo porque tienen datos diferentes o datos insuficientes o, del todo, no tienen datos confiables.

Estas son algunas, y estoy seguro de que no todas, de las razones de por qué buenos economistas pueden entrar en conflicto. No obstante, el objetivo de este ensayo es mirar por razones de confusión económica en otra dirección. En breve, los economistas chocan porque, como lo ha puesto muy sucintamente Henry Hazlitt, “La economía es acosada por más falacias que cualquier otro estudio conocido por el hombre” (el énfasis es mío).

¿Existe tal cosa como una “mala economía”? Apuesto a que la hay, al igual que con seguridad la hay de buena y mala plomería. Si uno da a entender por “mala economía” a la promoción de un razonamiento falso, supuestos errados y una mercancía intelectualmente deficiente, entonces, ¡el comentario de Hazlitt debería ser consagrado como una ley!

Puede ser una sobre simplificación, pero creo que la esencia de la “mala economía” puede destilarse en las siguientes siete falacias. Cada una de ellas es un peligro que el buen economista fielmente evitará.

1. LA FALACIA DE LOS TÉRMINOS COLECTIVOS.

Ejemplos de términos colectivos son “sociedad,” “comunidad,” “nación,” “clase,” y “nosotros.” La cosa importante por recordar es que esas son abstracciones, ficciones de la imaginación, no entidades que viven, que respiran, que piensan y que actúan. La falacia aquí involucrada es presumir que un colectivo es, de hecho, una entidad que vive, que respira, que piensa y que actúa.

El buen economista reconoce que la única cosa que vive, que respira, que piensa y que actúa es el individuo. La fuente de toda acción humana es el individuo. Otros pueden consentir con la acción de uno e incluso participar, pero, todo lo que ocurre como consecuencia, puede trazarse a individuos particulares, identificables.

Considere esto: ¿podría siquiera existir una abstracción llamada “sociedad” si desaparecieran todos los individuos? Obviamente que no. En otras palabras, un término colectivo no tiene existencia en la realidad, independiente de las personas específicas que lo integran.

Es absolutamente esencial determinar los orígenes y la responsabilidad e incluso la causa y el efecto de que economistas eviten la falacia de los términos colectivos. Uno que no lo hace, se atorará en generalizaciones horrendas. Él asignará el crédito o la culpa a entidades inexistentes. Ignorará las acciones muy reales (acciones individuales) que pasan en el mundo dinámico alrededor suyo. Inclusive, hablará de “la economía” casi como si fuera un gran hombre que juega tenis y come hojuelas de maíz al desayuno.

2. LA FALACIA DE LA COMPOSICIÓN.

Este error también involucra a individuos. Mantiene que, lo que es verdad para un individuo, será verdad para todos los demás.

El ejemplo que, a menudo, ha sido brindado es el de uno que se pone de pie durante un juego de futbol. Cierto, él podrá ver mejor, pero, si también todo mundo se pone de pie, la vista de muchos espectadores individuales probablemente se empeorará.

Un falsificador quien imprime un millón de dólares, ciertamente se beneficiará (si no es capturado), pero, si todos nos convirtiéramos en falsificadores y cada uno imprimiera un millón de dólares, es muy obvio que habrá un efecto muy diferente.

Muchos libros de texto de economía hablan del agricultor que está mejor pues tiene una cosecha abundante, pero no estará mejor si todos los otros agricultores tienen una. Esto sugiere un reconocimiento amplio de la falacia de la composición; sin embargo, es un hecho que el error todavía abunda en muchos sitios.

El buen economista no ve a los árboles e ignora el bosque, ni ve el bosque e ignora a los árboles; él está consciente del “panorama” completo.

3. LA FALACIA DEL “DINERO ES RIQUEZA.”

Los mercantilistas de por allá de los años de 1600 llevaron este error al pináculo de la política nacional. Siempre inclinados hacia la acumulación de tesoros en oro y plata, les hicieron la guerra a sus vecinos y saquearon sus tesoros. Si Inglaterra era más rica que Francia, era, según los mercantilistas, porque Inglaterra tenía más metales preciosos en su posesión, lo que, usualmente, significaba en los cofres del rey.

Fue Adam Smith, en La Riqueza de las Naciones, quien deshizo esta tonta noción. Un pueblo es próspero en el grado en que ellos poseen bienes y servicios, no dinero, declaró Smith. Todo el dinero del mundo -en papel o metálico- lo dejaría a uno muerto de hambre si no estuvieran disponibles los bienes y servicios.

El error del “dinero es riqueza” es la aflicción de los manipuladores de la moneda. Desde John Law hasta John Maynard Keynes, grandes poblaciones se han hiperinflado hasta la ruina en busca de esta ilusión. Aún hoy día, escuchamos gritos de “se necesita más dinero,” cuando las autoridades monetarias lo emiten a tasas de dos dígitos.

El buen economista reconocerá que la creación de dinero no es un atajo hacia la riqueza. Sólo la producción de bienes y servicios valorados en un mercado, que reflejan los deseos de los consumidores, pueden aliviar la pobreza y promover la prosperidad.

4. LA FALACIA DE LA PRODUCCIÓN POR SÍ MISMA.

Aunque la producción es esencial para el consumo, no pongamos la proverbial carreta por delante de los bueyes. Producimos para que podamos consumir, no al revés.

Disfruto mucho con escribir y enseñar, pero, ciertamente, disfruto más de tomar el sol en Acapulco. He dedicado mi tiempo para producir esta pieza y enseñar sus principios en mis clases, en vez de ir primero a Acapulco pues sé que es la única forma en que en algún momento saldré de Michigan. Escribir y enseñar son los medios; asolearme en Acapulco, el fin.

Una economía libre es una economía dinámica. Es el sitio de lo que Joseph Schumpeter llamó la “destrucción creativa.” Nuevas ideas suplantan a las viejas ideas, nuevos productos y métodos reemplazan a los viejos productos y métodos, e industrias totalmente nuevas se convierten en obsoletas viejas industrias.
Esto ocurre porque la producción debe cambiar constantemente de forma para ajustarse a la forma cambiante de la demanda del consumidor. Como lo escribió Henry Hazlitt, “Es tanto tan necesario para la salud de una economía dinámica que a las industrias que están muriendo se les permita morir, como que a las industrias que están creciendo se les permita crecer.”

Un mal economista que cae preso de esta vieja falacia, es como el legendario faraón, quien pensó que la construcción de pirámides era sana en sí y por sí; o el político que promueve recoger hojas en donde no hay hojas a ser recogidas, sólo para mantener gente “ocupada.”

Parece que, siempre que una industria entra en problemas, alguna gente se queja de que ha de ser preservada “a cualquier costo.” Ellos lanzarían millones o miles de millones de dólares en subsidios a esa industria, para impedir que el veredicto del mercado se escuche. El mal economista se unirá al coro e ignorará el impacto perjudicial que recaería sobre el consumidor.

Por otra parte, el buen economista no confunde a los fines con los medios. Entiende que la producción es importante, tan sólo porque el consumo lo es aún más.

¿Quiere un ejemplo en operación de esta falacia? ¿Qué hay acerca de las muchas propuestas de impedir que los consumidores compren carros japoneses, a fin de “proteger” de la competencia a la industria del automóvil de los Estados Unidos?

5. LA FALACIA DEL “ALMUERZO GRATIS.”

El Jardín del Edén es una cosa del pasado distante; a pesar de ello, alguna gente (sí, incluso algunos economistas) en ocasiones piensa y actúa como si los bienes económicos pudieran surgir sin un costo asociado. No obstante, Milton Friedman es un economista quien advirtió repetidamente que “¡no existe tal cosa como un almuerzo gratis!”

Todo esquema de “algo a cambio de nada” y la mayoría de los planes de “hágase rico rápidamente,” contienen algunos elementos falaces. No nos engañemos en esto: si la economía está involucrada, ¡alguien paga!

Aquí una nota importante tiene que ver con los gastos del gobierno. El buen economista entiende que el gobierno, por su misma naturaleza, no puede dar, excepto lo que primeramente toma. Un parque “gratuito” para Midland, Michigan, es un parque que millones de contribuyentes estadounidenses (incluyendo los habitantes de Midland) pagaron en la realidad.

Un amigo mío me dijo una vez que todo lo que uno necesita saber acerca de economía es “¿Cuánto va a costar y quién va a pagar por ello?” En pocas palabras, este resumen contiene una semilla de consejo para el economista: ¡no sea superficial en su pensamiento!

6. LA FALACIA DEL CORTO PLAZO.

En cierto sentido, esta falacia es un resumen de las cinco previas.

Algunas acciones parecen ser beneficiosas en el corto plazo, pero producen un desastre en el largo plazo: beber licor en exceso, manejar rápido, gastar sin mesura e imprimir dinero, para nombrar algunas. Citando de nuevo al venerable Henry Hazlitt, “El mal economista ve sólo lo que inmediatamente impacta su mirada; el buen economista también mira más allá. El mal economista ve sólo las consecuencias directas de un rumbo propuesto; el buen economista también mira las consecuencias más duraderas e indirectas.”

Los políticos que buscan ganar la siguiente elección, con frecuencia apoyan políticas que generan beneficios en el corto-plazo, a expensas de los costos futuros. Es vergonzoso que ellos, algunas veces, llegan con el endoso de economistas que deberían saber mejor las cosas.

El buen economista no sufre de visión de túnel o de miopía. El período de tiempo que él considera es largo y elástico, no corto y fijo.

7. LA FALACIA DE LA ECONOMÍA POR COERCIÓN.

Doscientos años después de Adam Smith, algunos economistas todavía no han aprendida a aplicar los principios básicos de la naturaleza humana. Estos economistas hablan de “aumentar la producción,” pero prescriben el garrote, en vez de la zanahoria, para lograr que se haga el trabajo.

Los humanos son seres sociales, que progresan si cooperan entre sí. La cooperación implica un clima de libertad para cada ser individual, para que persiga pacíficamente su interés propio, sin temor de venganza. Ponga a un humano en un zoológico o en una camisa de fuerza, y se disipan sus energías creativas.

¿Por qué Thomas Edison inventó el bombillo de luz? ¡No fue porque algún planificador se lo ordenó!

¿Por qué los esclavos no producen grandes obras de arte, relojes suizos o aviones jets? Es algo obvio, ¿no es cierto?

Échele una mirada al mundo actual a su alrededor y verá el punto que estoy planteando. Compare Corea del Norte con Corea del Sur, China Roja con Taiwán o Hong Kong, o Alemania del Este con Alemania Occidental.

Uno pensaría que, con una evidencia tan abrumadora en contra del historial de coerción, la coerción tendría pocos adherentes. Aún así, hay muchos economistas, aquí y en el extranjero, quienes claman por nacionalizar la industria, controles de precios y salarios, impuestos confiscatorios e incluso la abolición total de la propiedad privada. Un prominente antiguo senador de los Estados Unidos declaró que, “lo que este país necesita es un ejército, una marina y una fuerza aérea en la economía.”

Hay un viejo adagio que últimamente está disfrutando de nueva publicidad. Dice así, “Si usted estimula algo, obtiene más de ello; si usted desalienta alto, logra menos de ello.” El buen economista reconoce que, si usted quiere que el panadero haga un queque más grande, usted no tiene que golpearlo ni robarle su harina.

Bien, ahí lo tienen ustedes ̶ no es la respuesta final a la confusión en economía, pero, es, al menos, un inicio. Yo, por mi parte, estoy convencido de que la buena economía es más que posible. Es imperativo, y lograrlo empieza con el conocimiento acerca de a qué se refiere lo de mala economía.

Lawrence W. Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Foundation for Economic Education y autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism. Follow on Twitter and Like on Facebook.