LA POBREZA EN LOS ESTADOS UNIDOS SE DESPLOMABA-HASTA QUE LYNDON JOHNSON LE DECLARÓ LA GUERRA

Por Daniel J. Mitchell

Fundación para la Educación Económica
Martes 16 de octubre del 2018


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/poverty-in-...red-war-on-it/

A pesar de lo anterior, de nuevo, la intervención gubernamental daña a aquellos que tuvo la intención de ayudar.

Una de las observaciones más básicas acerca de economía es que la prosperidad de una nación, en parte, está determinada por la cantidad y la calidad de la mano de obra y del capital (quantity and quality of labor and capital). Estos “factores de la producción” se combinan para generar el ingreso nacional.

Con frecuencia, me quejo de que políticas tributarias punitivas desalientan al capital. Después de todo, hay un incentivo menor para invertir, si el gobierno impone capa tras capa de impuesto al ingreso que se ahorra e invierte.

Pero, las leyes tributarias malas también desalientan a la mano de obra. Altas tasas marginales castigan a la gente (penalize people) por ser productiva, y esto puede ser especialmente contraproducente para la empresariedad y la innovación (innovation.)

Aun así, no deberíamos dejar de lado que el gobierno desalienta a que personas de bajos ingresos sean productivamente contratadas. Pero, el problema está más en el lado del gasto de la ecuación fiscal.

EL EFECTO DEL ESTADO DE BIENESTAR SOBRE LOS POBRES

En el Wall Street Journal del jueves pasado, John Early y Phil Gramm comparten algunos (share some) números deprimentes acerca de la creciente dependencia en los Estados Unidos:

“Durante los 20 años previos a que la Guerra contra la Pobreza fuera financiada, la porción de la nación que vivía en condiciones de pobreza se había reducido a un 14.7% desde un 32.1%. Desde 1966, el primer año con un aumento significativo del gasto contra la pobreza, la tasa de pobreza reportada por la Oficina del Censo de los Estados Unidos ha permanecido virtualmente invariable… Las transferencias dirigidas hacia familias de bajos ingresos aumentaron, en dólares reales, desde un promedio de $3.070 por persona en 1965 a $34.093 en el 2016… Hoy las transferencias constituyen el 84.2% del ingreso disponible del quintil más pobre de las familias estadounidenses y un 57.8% del ingreso disponible de las familias de ingreso medio bajo. Estos pagos constituyen el 27.5% del total del ingreso disponible de los Estados Unidos.”

Esta expansión masiva de la redistribución ha impactado negativamente a los incentivos para trabajar:

“El objetivo establecido de la Guerra contra la Pobreza no es tan sólo elevar los estándares de vida, sino también hacer que los pobres de los Estados Unidos sean más autosuficientes y que los introduzca en la corriente principal de la economía. En ese esfuerzo la guerra ha sido un fracaso abyecto, aumentando la dependencia y principalmente excluyendo de las recompensas y responsabilidad del trabajo a la quinta parte inferior de los asalariados… La disponibilidad ampliada de transferencias contra la pobreza ha devastado el esfuerzo laboral de las familias pobres y de ingreso medio bajo. Para 1975, la quinta parte de familias que gana menos, tenía 24.8% más de familias con una cabeza principal en edad de trabajar y a nadie con empleo, que lo que tenían sus homólogas de ingresos medios. Para el 2015, este diferencial se había elevado a 37.1%... La Guerra contra la Pobreza había incrementado la dependencia y fallado en su esfuerzo primordial por llevar a los pobres a la corriente principal de la economía y a la vida en comunidad estadounidenses. Los programas gubernamentales reemplazaron la privación por la ociosidad, frenando el progreso humano. Pasó lo que el presidente Franklin Roosevelt dijo que sucedería: ‘Las lecciones de la historia,’ dijo él en 1935, ‘muestran concluyentemente que la dependencia continua en la ayuda, induce a una desintegración espiritual y moral, fundamentalmente destructiva de la fibra nacional.’”

En otra columna (column) del Wall Street Journal acerca del mismo tópico, Peter Cove arribó a una conclusión similar:

“Los Estados Unidos no tienen una escasez de trabajadores; tienen una escasez de trabajo. La tasa de desempleo está en el nivel más bajo de los últimos 15 años, pero, sólo el 55% de los adultos estadounidenses entre 18 y 64, tiene empleo a tiempo completo. Casi 95 millones de personas se han removido a sí mismas del mercado laboral, Según el demógrafo Nicholas Eberstadt, la tasa de participación en la fuerza de trabajo para hombres entre 25 y 54 es más baja ahora que lo que era al final de la Gran Depresión. El estado de bienestar es esencialmente el responsable… insistir en que se trabaje a cambio de beneficios sociales tendría éxito en reducir la dependencia. Tenemos los datos: En los 10 años pasados después de la reforma de 1996, el número de estadounidenses en el programa de Asistencia Temporal a las Familias en Necesidad, cayó un 60%. Pero, ninguna reforma es permanente. Bajo el presidente Obama, los programas federales acerca de la pobreza, se dispararon.”

Edward Glaeser produjo (produced) un enjuiciamiento similar en un artículo para el City Journal:

“En 1967, trabajó 95 por ciento de los hombres en edad de mayor actividad, entre las edades de 25 a 54. Sin embargo, durante la Gran Recesión, la porción de hombres en edad de mayor actividad, sin empleo, se elevó por encima del 20 por ciento. Incluso actualmente, mucho tiempo después de terminar oficialmente la recesión, más del 15 por ciento de esos hombres no está trabajando… El surgimiento de los desempleados -especialmente entre hombres- es la mayor crisis doméstica estadounidense del siglo XX. Es una crisis del espíritu, más que de recursos… Las soluciones propuestas enfocadas sólo a proveer beneficios materiales son un camino falso. Las políticas sociales bien intencionadas -desde un seguro de empleo más extendido, hasta diagnósticos de discapacidad más generosos, hasta mayores salarios mínimos- sólo han agudizado el problema; la inutilidad del desempleo no será resuelto mediante un cheque de asistencia… diversos programas hacen más tolerable la desocupación, al menos materialmente; ellos también reducen los incentivos para encontrar empleo… La década pasada, más o menos, ha visto resurgir un enfoque progresista acerca de la desigualdad ̶ y poco interés entre los progresistas acerca de los aspectos negativos de desestimulo al trabajo… La decisión de priorizar la igualdad sobre el empleo es particularmente desconcertante, dado que los científicos sociales han encontrado, repetidamente, que el desempleo es el mal mayor.”

ESTIMULANDO LA DEPENDENCIA

¿Para qué trabajar, cuando el gobierno le paga a uno por no hacerlo?

Y, aquel desafortunado análisis de costo-beneficio está siendo empujado por niveles de dependencia cada vez mayores (ever-greater levels of dependency.)

Escribiendo para Forbes, el profesor Jeffrey Dorfman hizo eco de estos hallazgos:

“… nuestro sistema de bienestar actual falla en preparar a las personas para que cuiden de sí mismas, hace financieramente más frágil a la gente pobre y crea incentivos para ser parte eternamente de programas asistenciales… El primer fallo de los programas asistenciales del gobierno es favorecer con ayuda al consumo actual, a la vez que casi no pone énfasis en el entrenamiento para el trabajo o en cualquier cosa que pueda ayudar al pobre de hoy a llegar a ser autosuficiente en el futuro… Es la historia clásica de darle a un hombre un pescado o de enseñarle cómo pescar. Los programas gubernamentales de bienestar dan mucho pescado, pero nunca parecen enseñarle a la gente cómo pescar por sí mismos. El problema no es falta de programas de entrenamiento para el trabajo, sino, más bien, el hecho de que los programas de entrenamiento para el trabajo fallan en ayudar a la gente… La tercera falla en el sistema asistencial del gobierno es la forma en que se terminan los beneficios al aumentar el ingreso de los beneficiarios… una familia pobre que trata de escapar de la pobreza, paga una tasa marginal efectiva de impuestos que es considerablemente mayor que la de una familia de la clase media, y más alta o aproximadamente igual a la tasa marginal de impuestos de una familia que está en el uno por ciento más alto.”

Me gusta que él también confrontó problemas como las tasas implícitas marginales de impuestos (implicit marginal tax rates) y el fracaso de los programas de entrenamiento para el trabajo (failure of job-training programs).

El profesor Lee Ohanian de la Institución Hoover refuerza el punto (reinforces the point) de que el estado de bienestar otorga grandes cantidades de dinero en formas que reprimen la iniciativa individual:

“La desigualdad no es un tema al que esa política debería hacer frente… Sin embargo, a la sociedad debería importarle crear oportunidades económicas para los asalariados más bajos… una familia de cuatro en el nivel de pobreza recibe alrededor de $22.300 al año de ingresos antes de impuestos. Sin embargo, el promedio en consumo para esa familia de cuatro es de alrededor de $44.000 al año, lo que significa que su nivel de consumo es cerca del doble de su ingreso… Ciertamente, hoy les estamos dando muchos más recursos a las familias de bajos ingresos. Pero, por otra parte, tenemos políticas en vigencia que o bien limitan las oportunidades económicas para quienes tienen bajos ingresos o distorsionan los incentivos para que aquellos asalariados logren la prosperidad.”

He estado citando a muchos artículos, lo cual puede ser tedioso, así que, hagamos una pausa con un video acerca del estado asistencialista del American Enterprise Institute. Dicho video puede verse en https://fee.org/articles/poverty-in-...red-war-on-it/

Y, si a usted le gustan los videos, he aquí a mi video favorito (my favorite video) acerca de los efectos adversos del estado de bienestar.

INCLUSO (ALGUNOS) IZQUIERDISTAS RECONOCEN EL PROBLEMA

A propósito, no son sólo los libertarios y los liberales clásicos los que reconocen el problema.

Viniendo desde un perspectiva de centro izquierda, Catherine Rampell explica (explains), en el Washington Post, cómo los programas de bienestar desalientan el trabajo:

“… la red de seguridad social de hoy en día desalienta a los pobres para que trabajen o, el menos, que ganen más dinero… usted puede calificar para algunos programas de asistencia, como estampillas para alimentos, bonos de vivienda, subsidios para el cuidado infantil o Medicaid. Pero, si usted logra una promoción, o trabaja más horas o tiene un segundo empleo, o algo que le permita obtener más dinero, aquellos beneficios empezarán a evaporarse ̶ y, algunas veces, de forma muy abrupta. Usted puede pensar acerca de esta pérdida de beneficios como un tipo de impuesto extra sobre la gente de bajos ingresos… Los estadounidenses, que están en o apenas por encima de la línea de pobreza, típicamente encaran tasas marginales de un 34 por ciento. Esto es, por cada dólar adicional que tienen pueden conservar tan sólo 66 centavos… Una en diez familias con ingresos cercanos a la línea de pobreza enfrenta una tasa marginal de impuestos de al menos un 65 por ciento, encontró la Oficina de Presupuesto del Congreso… Usted no tiene que ser un conservador férreo para ver cómo este sistema puede hacer que trabajar más horas u obtener un empleo mejor, sea menos atractivo de lo que sería alternativamente.”

Para entender lo que esto significa, el Illinois Policy Institute calculó (calculated) como los pobres en ese estado eran atrapados en la dependencia:

“La cifra potencial de beneficios asistenciales puede llegar a $47.894 al año para familias de un solo padre. Los beneficios de bienestar serán asequibles para algunas familias que ganan tanto como $74.880 al año… Una mamá soltera obtiene el máximo de recursos disponibles para su familia, cuando trabaja a tiempo completo con un salario que oscila entre $8.25 y $12 la hora. Inquietante, lograr un aumento salarial a $18 la hora, puede dejarla con cerca de un tercio menos en recursos totales (ingreso neto y beneficios gubernamentales). Para lograr que, de nuevo, trabajar “rinda,” ella necesitaría un salario por hora de $38 para mitigar el impacto de los beneficios perdidos y de los impuestos más altos.”

Estar de acuerdo en que existe un problema, no implica un acuerdo acerca de una solución.

Gente en la izquierda piensa que la solución a las tasas impositivas implícitas (esto es, la trampa de la dependencia) está en hacer que los beneficios sean más ampliamente asequibles. En otras palabras, no reduzca las dádivas al aumentar el ingreso.

La otra alternativa es hacer menos generosos a los beneficios, lo cual simultáneamente reduce las tasas de impuestos implícitas y estimula trabajar más.

Simpatizo con el último enfoque, pero, mi punto de vista es que los programas de bienestar deberían ser diseñados y financiados (should be designed and financed) por los gobiernos estatal y local. Es más posible que así veremos innovación, cuando quienes hacen las políticas en diferentes ámbitos experimentan con formas mejores de prevenir una privación seria, a la vez que también se estimula la autosuficiencia.

Pienso que encontraremos que los beneficios deberían ser menores, pero, tal vez, aprenderíamos que, en ciertos casos, los beneficios deberían expandirse. Pero no aprenderemos nada en tanto haya un enfoque uniforme desde Washington.

Concluyamos con una observación política. Un columnista del New York Times está frustrado (is frustrated) pues muchos votantes de bajos ingresos están apoyando a los republicanos, al ver cómo sus vecinos están siendo dañados por la dependencia:

“Partes del país que dependen de programas de la red de seguridad apoyada por los demócratas están crecientemente votando por republicanos que favorecen eliminar la red… Las personas en esas comunidades que están votando por republicanos en proporciones mayores, son aquellas que están un paso o dos hacia arriba en la escala económica ̶ el asistente del jefe de policía, el maestro, el trabajador de carreteras, el empleado del motel, el dueño de la gasolinera y el minero de carbón. Y su creciente lealtad hacia los republicanos es, en parte, una reacción contra lo que perciben, entre aquellos que están por debajo en la escala económica, como una creciente dependencia en la red de seguridad, la manifestación más visible de movilidad hacia abajo en sus pueblos en declive… He escuchado variaciones alrededor de este tema en todo el país; gente manifestándose contra el tipo al otro lado de la calle que está recolectando pagos por inhabilidad, pero que está lo suficientemente bien como para ir a pescar, con familias que usan la asistencia alimenticia para comprar filetes.”

No es mi papel pontificar acerca de la política, así que no me referiré a esa parte de la columna. Pero, diré que también he hallado que esa hostilidad hacia el asistencialismo es más fuerte entre aquellos que tienen conocimiento de primera mano acerca de cómo la dependencia daña a la gente.

P.S.: Si quiere evidencia de por qué Washington debería salirse del negocio de la redistribución del ingreso, revise esta descripción visual (this visual depiction) del estado de bienestar (puede verlo en https://fee.org/articles/poverty-in-...red-war-on-it/ )

P.S.: Los canadienses nos pueden dar unas buenas lecciones (teach us some good lessons) acerca de reforma al asistencialismo.

P.P.S.: También las naciones nórdicas brindar valiosas lecciones (provide valuable lessons), al menos desde la perspectiva de no hagan esto.

P.P.P.S.: Por último, pero no menos importante, hay una relación del tipo Laffer (Laffer-type relationship) entre gasto asistencial y pobreza.

Este artículo se reimprime con el permiso de International Liberty.

Daniel J. Mitchell se especializa en política fiscal, particularmente en reforma tributaria, competencia internacional en impuestos y en el peso económico del gasto del gobierno. También sirve en el directorio editorial de Cayman Financial Review.