Compare: Hong Kong versus Cuba; John Cowperthwaite versus Ernesto “Che Guevara;” abundancia versus miseria económica.

UNA HISTORIA DE CONTRASTES ECONÓMICOS

Por Alberto Mingardi

Law & Liberty
21 de enero del 2020


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, en letra azul, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/2020/01/2...omic-contrasts

¿Qué tan importantes son individuos claves en darle forma al éxito o fracaso de economías? Los economistas ponen poco énfasis en la agencia individual y, de igual manera, muchos historiadores tienden a creer que “el desarrollo de economías y sociedades sigue una dirección altamente predeterminada.” De cierta forma, esto es tranquilizador, al dar la impresión de que podemos definir los desarrollos históricos tiempo antes. El materialismo histórico fue tan exitoso, entre otras cosas al empoderar a generaciones de académicos y activistas con un entendimiento de la dirección en que iba el mundo ̶ o, al menos, un modelo ideológico en común, que ayudaría a lograr los fines que buscaban. Lo que es, en muchas formas, el punto de vista opuesto -piense en pensadores que ven ese macro fenómeno como consecuencias (esencialmente impredecibles) de la acción. individual- ellos considerarían improbable que la determinación y voluntad de un único “gran hombre,” puede cambiar la historia como tal. Pero, tomar en serio las consecuencias no previstas en un orden extendido, no necesita que nos lleve a dudar acerca de la agencia humana ̶ o libertad.

“Que sea un hecho que el gran hombre puede modificar su nación en su estructura y acciones,” hizo ver Herbert Spencer en The Study of Sociology [Principios de Sociología] (1873), “también es un hecho que deben haber existido esas modificaciones previas que constituyen un progreso nacional antes que él pudiera evolucionar. Antes que él pueda rehacer su sociedad, su sociedad debe hacerlo a él. Así que, todos esos cambios de los que él es el iniciador cercano, tienen sus causas principales en las generaciones desde las cuáles descendió.”

El libro A Tale of Two Economies de Neil Monnery es, en cierto sentido, una polémica contra el determinismo histórico, al menos en lo que se refiere a promocionar reformas económicas. Enfatiza la importancia de dos individuos únicos, uno de ellos un gran hombre para muchos; el otro, un funcionario oscuro y políticamente desconocido para la mayoría, para dar forma al destino de sus respectivos países. Lo que ellos leen, cómo entendieron la vida, sus pasiones y caracteres, tuvieron un impacto en las vidas de millones. La narrativa de Monnery es poderosa, pues tiene que ver, junto con los dos hombres, con dos países, en donde ambos se “sitúan en una latitud de alrededor de 22 o 23 grados norte, apenas al sur del Trópico de Cáncer,” en que, a pesar de la geografía, cada uno representa el faro de una teoría política peculiar durante los años sesenta y con posterioridad: Hong Kong, que Milton Friedman y muchos otros llamaron un experimente en “la libre empresa y los mercados libres;” y Cuba, el último bastión del socialismo, después de que la Unión Soviética trastabilló y que China se reformó.

Cada uno de estos dos países vino a encarnar una idea política diferente (cualesquiera sean sus desviaciones del modelo, pues el mundo real es algo obstinado en no reflejar los tratados políticos), y fue en muchos gracias a dos hombres: Ernesto “Che Guevara” y John Cowperthwaite. A este último, Monnery le dedicó una biografía titulada Architect of Prosperity, que permanece como el único libro asequible acerca del tema. Por otra parte, una búsqueda en Amazon revela alrededor de 2.000 libros de alguna forma relacionados con Guevara, empezando con sus Motorcycle Diaries [Diarios de Motocicleta].

Una revolución no es “una manzana que cae cuando está madura. Usted tiene que hacer que caiga,” escribió Guevara. Monnery muestra cómo estos dos hombres sacudieron al árbol.

Monnery insiste en que ambos fueron “pensadores profundos y originales.” Esto lo demuestra el hecho de que los dos no fueron sólo el producto de sus respectivas circunstancias. Cowperthwaite nació en 1915, en Edimburgo, Escocia; Guevara en Rosario, Argentina, en 1928. El padre del primero era “un perito gubernamental evaluador de impuestos” mientras que el del segundo era “un empresario no particularmente exitoso. Ambos fueron hijos primerizos en sus familias, y ambos recibieron su nombre del de sus padres.” Cowperthwaite era un buen estudiante y asistió a una buena escuela privada, en tanto que Guevara recibió una educación intermitente, debido a un caso severo de asma (aunque fue educado algunas veces en su hogar por su madre, quien había sido creada en una próspera familia de Buenos Aires, educada en un convento y quien, a pesar de lo anterior, se convirtió en una feminista temprana). Cowperthwaite era extremamente proficiente en latín y griego, y flirteó con la idea de ser un estudioso de los clásicos antes de convertirse en economista. Guevara quería ser un ingeniero, pero cambió hacia la medicina. A ambos les gustaban los deportes y ninguno “mostró en sus años mozos signos particulares de estar interesado en la política.”

La diferencia clave entre ellos era, tal vez, que Cowperthwaite tenía una educación sólida en economía, siendo un estudiante en St. Andrews de James Wilke Nisbet (quien, por lo menos, tuvo otro estudiante destacado, Alan Peacock). La economía “le dio a él un modelo de cómo el mundo podía funcionar”: viendo la forma en que emergen los precios, entendió que el orden social puede ser el resultado, desde abajo hacia arriba, de individuos que tratan entre sí. “La experiencia formativa de Guevara fueron sus… viajes pan continentales en motocicleta” que le impresionaron la necesidad de cambiar el sistema social de América Latina. Él se radicalizó al ser testigo, en Guatemala, del derrocamiento del gobierno de Árbenz por un golpe militar financiado por Estados Unidos. Él se encontró con Fidel Castro en 1955. En ese entonces, Castro era, en todo sentido, más un reformista social que un marxista. Tanto como en 1959, él aún podía aseverar que “yo no soy un comunista y tampoco lo es el movimiento revolucionario.” En hacer de Cuba un estado plenamente socialista, asevera Monnery, Guevara -para la década de los sesenta un marxista de hueso colorado- desempeño un papel sustancial.

Así, ni el camino hacia el cual Hong Kong progresó, ni el de Cuba, fueron inevitables. Después de la Segunda Guerra Mundial, Hong Kong no recibió ayuda financiera alguna de parte de Gran Bretaña, y así tuvo que encontrar su propio camino hacia la recuperación, “descansando en el sector privado para aprovechar las oportunidades.” La industria textil estaba particularmente progresando, con algunos importantes empresarios chinos que se trasladaron a la isla después de que los comunistas asumieron el poder. Un cierto compromiso con la liberalización desempeñó un papel en el rápido crecimiento de esa industria.

No obstante, el propio hecho de que los textiles se convirtieron en parte sustancial de la economía, dio lugar a “problemas no anticipados, como que los Estados Unidos y el Reino Unido arremetieran contra el sol de las importaciones de textiles baratos de un tal Kong.” En 1960, el secretario de finanzas, (esto es, el ministro de Hacienda) Arthur Clarke, estaba preocupado porque la ciudad tenía que seguir “un camino intermedio… un camino bien alejado del abismo peligroso al cual la ruta del “laissez-faire” nos podía conducir, sino también alejado de la jungla estranguladora de demasiados controles.” Uno puede llorar al leer qué tan articuladamente Clarke explicó la alternativa, sopesando los pros y los contras de cada una de ellas; una descripción tan seria no se escucharía en la política actual. Aun así, Hong Kong no estaba necesariamente establecida en la ruta del laissez-faire, cuando Clarke reflexionó acerca de la necesidad de adoptar una política industrial; “ambos, el gobierno y los bancos, deberían conducirnos hacia la diversificación de nuestras industrias [y el] gobierno podría asistir en la situación, adoptando la técnica de las Industrias Nacientes.” Cowperthwaite “pensó que conducir los negocios era un asunto de los ejecutivos de las empresas y de los dueños, decidiendo qué tanto producir, qué precios acordar, en dónde comprar las materias primas,” etcétera. Una “multiplicidad de decisiones individuales por los empresarios,” mantenía él, “producen un mejor y más sabio resultado que una sola decisión por un gobierno.” A pesar de lo anterior, Monnery señala que el éxito de Hong Kong se debió, no porque Cowperthwaite y colegas estaban tratando de “plantar una bandera ideológica,” sino porque ellos eran “pragmáticos profesionales.” Su lealtad hacia Hong Kong creció debido a su situación difícil; era una colonia indefendible si China quisiera invadirla, pero, en cierto sentido, era lo que quedaba del Imperio Británico después de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de Suez. En tales condiciones, la colonia no siguió el mismo camino hacia el asistencialismo y la regulación intrusiva que el Reino Unido tomó posterior a la guerra, pues habría sido sumamente riesgoso para lo que era, en ese momento, una economía en desarrollo.

Entonces, el éxito de los acuerdos relativamente libertarios en Hong Kong, se perpetuaron. A pesar de lo anterior, además del pragmatismo, también los principios desempeñaron un papel. Cowperthwaite probó lo que sabía de economía clásica cuando “llegó por ´´primera vez a Hong Kong, en 1945” y “fue puesto a cargo del control de precios…. Pronto se dio cuenta de los problemas al tratar de establecer precios lo suficientemente bajos como para satisfacer las necesidades de los consumidores, pero lo suficientemente altos como para estimular la oferta, y en un ambiente dinámico.” Se opuso a los subsidios, a los que vio como “un intento desfachatado de alimentarse por el abrevadero de los subsidios gubernamentales.”

Sabemos que nada parece ser más deslumbrante para los políticos a cargo, que el gasto en infraestructura. También, en ese reino Cowperthwaite mostró ser conocedor y fiscalmente responsable:

“Desde principios de 1900 había existido una demanda considerable para que se construyera un túnel que uniera a la isla de Hong Kong y Kowloon. Cowperthwaite intervino en los años de 1950 arguyendo en contra de usar el gasto gubernamental para brindar un servicio que sólo sería usado por unos residentes. Una década o algo más después, él concluyó un acuerdo con desarrolladores privados, por el cual ellos financiarían y construirían un túnel con cobro de un peaje, pagándoles al gobierno un honorario anual por la franquicia.”

De todas maneras, se hizo para la vivienda una excepción a la política general de laissez-faire: “Hong Kong es a menudo presentado como el más costoso de los mercados de vivienda en el mundo” aun así, “media población vive en cuadras de apartamentos construidos por el gobierno” en las afueras.

Cowperthwaite es un héroe para Monnery, quien enfatiza su competencia y, aún más, su integridad. No obstante, no considera a Guevara como un intelecto menor. Una vieja historia va más o menos así: A fines de 1959, Fidel Castro dirigió una reunión para preguntarles a sus camaradas por “un buen economista” que se convirtiera en el presidente del Banco Nacional [Central] de Cuba. Medio dormido (aparentemente era tarde en la noche), Guevara alzó su mano. Castro le respondió “Che, yo no sabía que eras un buen economista.” El “Che” pensó que Fidel preguntó “por un buen comunista.” A pesar de ello, Monnery reporta un comentario de un Vice Presidente del Banco de Exportación e Importación, quien mantenía que Guevara entendía de “finanzas y economía… es como hablar con otro banquero, excepto que el hijo de puta es un marxista ortodoxo.”

Guevara conservó el cargo con una variedad de capacidades relacionadas con asuntos económicos y las tomó en serio. En 1959, tomó un viaje de tres meses a países tan diferentes como India, Japón y Birmania, para aprender “cómo ellos administraban su economía.” Fue impactado por ejemplos de países que tuvieron éxito en desarrollar industrias pesadas y pensó que Cuba podría hacer lo mismo.

Para Monnery, “el elemento más impactante de la política económica de Cuba desde la revolución es su muy comprensiva propiedad estatal de los medios de producción.” Las nacionalizaciones empezaron con la tierra (Fidel durante mucho tiempo había abogado por la reforma agraria), pero luego se dirigió hacia los bancos, así como a las empresas industriales y comerciales. La isla fue atizada en tal dirección por la urgencia de confrontar a los Estados Unidos “imperialista” (los primeros expropiados fueron las empresas que exhibían una bandera estadounidense), pero, también por Guevara, quien, una vez convertido al marxismo, se había tragado todo el cuento. Dado que él mantenía que “la condición sine qua non para un plan económico es que el estado controle el grueso de los medios de producción y, mejor aún, si fuera posible, a todos los medios de producción,” actuó de acuerdo con ello.

Hong Kong y Cuba, afirma Monnery, son dos notables experimentos del mundo real de economía que más se acercan a parecer un ideal (el verdadero laissez-faire, el verdadero socialismo) que cualquier otro en el mundo. Para el lector de A Tale of Two Economies, es algo obvio qué lecciones deben adoptarse: “a fines de los años de 1950, ambas economías tenían un PIB per cápita de alrededor de $4.500 en dólares de la actualidad. Para el 2018, Cuba apenas había más que duplicado su PIB per cápita, a alrededor de $9.000. Pero, Hong Kong alcanzó $64.000 per cápita” ̶ siete veces el de Cuba e incluso excediendo también al del Reino Unido. Esta tendencia la confirma una cantidad de otros indicadores. Monnery, arduamente, explica que no es “tan sólo la economía, estúpido”: sino que “la economía y la política no se separan de una forma ordenada.” El secreto de Hong Kong yace en la regla de la ley y en la separación estricta del estado y la economía, que Cowperthwaite prosiguió: un arreglo que es delicado y frágil, aun en donde ha mostrado ser más fecundo, como lo sugiere la difícil situación de Hong Kong.

Un Tale of Two Economies trata de mezclar el análisis económico con las vidas de dos hombres. En una cosa Guevara estaba en lo correcto: las buenas o las malas políticas no son como las manzanas, que caen porque están maduras. Ellas resultan de las actuaciones de sus líderes, ya se trate de figuras romántica, como el Che, u hombres obscuros en traje, como Cowperthwaite. Hasta las políticas de laissez-faire también necesitan de arquitectos, tal como el orden espontáneo necesita estar protegido de la tentación de las autoridades de abusar de sus propios poderes. La “batalla de las ideas” no es sino una batalla por ganar el corazón y las mentes de nuestros congéneres. La suerte y las circunstancias pueden hacer que algunas de ellas sean más influyentes de lo que podemos prever.

Alberto Mingardi es Director General de centro de pensamiento de libre mercado italiano, Istituto Bruno Leoni. También, es profesor asistente de historia del pensamiento político en la Universidad IULM en Milán y Académico Presidencial en Teoría Política en la Universidad Chapman. Igualmente, es compañero adjunto en el Instituto Cato. Él bloguea en EconLog.