Este es un tema esencial en economía y lo presenta magistralmente un destacado escritor economista, cuya lectura le permitiría entender bien el papel de los precios en un sistema económico y de cómo el mercado logra la coordinación eficiente de todos los participantes en el mercado, en contraste con otros sistemas económicos.

¿CÓMO DEBERÍAN DETERMINARSE LOS PRECIOS?

Por Henry Hazlitt

Fundación para la Educación Económica
Miércoles 1 de febrero de 1967


No puede serlo por planificadores centrales.

“¿Cómo deberían determinarse los precios?” Para esta pregunta podríamos dar una respuesta simple y breve: Los precios deberían ser determinados por el mercado.

La respuesta es lo suficientemente correcta, pero cierta elaboración es necesaria para responder al problema práctico relacionado con la sabiduría del control gubernamental de los precios.

Empecemos por el nivel elemental y digamos que los precios son determinados por la oferta y la demanda. Si aumenta la demanda relativa de un producto, los consumidores estarán dispuestos a pagar más por él. Sus propuestas competitivas, por una parte, los obligará individualmente a pagar más por él y permitirá a los productores a que generen más de él. Eso elevará los márgenes de utilidades de los productores de ese producto. Ello, a su vez, tenderá a atraer más firmas hacia la manufactura de ese producto e inducirá a las firmas existentes a invertir más capital para hacerlo. La producción incrementada, de nuevo, tenderá a reducir el precio del producto y a reducir el margen de ganancias al hacerlo. La inversión incrementada en el nuevo equipo para manufactura puede reducir el costo de producción. O -particularmente si estamos interesados en alguna industria de extracción, como petróleo, oro o cobre- la demanda y producción incrementadas pueden elevar el costo de producción. En cualquier caso, el precio tendrá un efecto definitivo sobre la demanda, la producción y el costo de producción, al igual que estos, a su vez, afectarán el precio. Todos los cuatro -demanda, oferta, costo y precio- están interrelacionados. Un cambio en uno de ellos traerá cambios en los otros.

INTERRELACIONES DIRECTAS E INDIRECTAS DE LOS PRECIOS

Así como la demanda, la oferta, el costo y el precio de cualquier bien especifico están interrelacionadas, igualmente están relacionados entre sí los precios de todos los bienes. Estas relaciones son directas e indirectas. Las minas de cobre pueden generar plata como producto resultante. Esta es la conexión de la producción. Si el precio del cobre se eleva mucho, los consumidores podrán sustituirlo por aluminio en muchos usos. Esta es la conexión de la sustitución. Ambos, el dacrón y el algodón se usan en camisas que se secan al aire; esta es una conexión del consumo.

Además de estas conexiones relativamente directas entre los precios, hay una interconexión inescapable de todos los precios. Un factor general de producción, el trabajo, puede desviarse, a corto o a largo plazo, directa o indirectamente, de una línea hacia otra línea. Si un bien aumenta de precio, y los consumidores no están dispuestos o no pueden sustituirlo por otro, se verán forzados a consumir un poco menos de alguna otra cosa. Todos los bienes compiten por los dólares de los consumidores, y un cambio en un precio afectará a un número infinito de otros precios. Por tanto, ningún precio puede considerarse como un objeto, como tal, aislado. Está interrelacionado con todos los otros precios. Es precisamente a través de estas interrelaciones, como la sociedad está en capacidad de resolver el inmensamente difícil y siempre cambiante problema de cómo asignar la producción entre miles de diferentes bienes y servicios, de forma que cada uno pueda ser suplido, tan cerca como sea posible, en relación con la urgencia comparativa de la necesidad o deseo por él.

Debido al deseo y necesidad de ellos, y a la oferta y el costo de ellos, cada producto o servicio está cambiando constantemente, variando continuamente el precio y las relaciones entre ellos. Cambian anualmente, mensualmente, semanalmente, diariamente, cada hora. La gente que piensa que los precios normalmente descansan en algún punto fijo, o que pueden ser mantenidos en algún nivel “correcto,” podrían rentablemente pasar una hora viendo los movimientos del mercado de valores o leyendo el reporte diario en los medios, acerca de lo que pasó ayer en el mercado de divisas y en los mercados de café, cacao, azúcar, trigo, maíz, arroz y huevos; algodón, cueros, lana y hule: cobre, plata, plomo y zinc. Encontrarán que ninguno de estos precios jamás se está quieto. Esta es la razón por la que los intentos constantes de bajar, aumentar o congelar un precio específico, o congelar las interrelaciones entre salarios y precios exactamente en donde estaban en una fecha determinada (“mantenerse firme”), están destinados a ser disruptivos dondequiera que no sean en vano.

PRECIOS DE APOYO A UNIDADES DE EXPORTACIÓN

Empecemos por considerar los esfuerzos gubernamentales por mantener altos los precios, o para aumentarlos. Con suma frecuencia, los gobiernos tratan de hacer esto para mercancías que constituyen una unidad principal de exportación de sus países. Así, Japón lo hizo en una ocasión con la seda y el Imperio Británico con el hule natural; Brasil lo ha hecho y todavía periódicamente lo hace con el café; y los Estados Unidos lo ha hecho y todavía lo hace con el algodón y el trigo. La teoría es que, elevar el precio de esas mercancías exportadas, domésticamente sólo pueden hacer bien y no daño, pues elevará los ingresos de los productores domésticos y lo hará casi totalmente a expensas de los consumidores extranjeros.

Todos estos esquemas siguen un curso típico. Pronto se descubre que el precio del producto no puede ser aumentado, a menos que, primero, la oferta sea reducida. Esto puede conducir en el inicio al establecimiento de una imposición de restricciones al área sembrada. Pero, el precio más alto les da un incentivo a los productores para aumentar el rendimiento promedio por acre, al sembrar el producto con el precio de sustentación sólo en los acres más productivos y por un empleo más intensivo de fertilizantes, irrigación y mano de obra. Cuando el gobierno descubre que eso está sucediendo, se dirige a imponer controles cuantitativos absolutos sobre cada productor. Ello usualmente se basa en la producción previa de cada productor durante una serie de años. El resultado de este sistema de cuotas es mantener alejada a la nueva competencia; amarrar a todos los productores existentes en su posición relativa previa y, por tanto, mantener altos los costos de producción, al remover los principales mecanismos e incentivos para reducir esos costos. Los reajustes necesarios son, por tanto, impedidos a que tomen su lugar.

No obstante, entre tanto, las fuerzas del mercado todavía están funcionando en los países extranjeros. Los extranjeros objetan pagar el precio más alto. Ellos reducen sus compras de la mercancía revalorizada proveniente del país que la revaloró y busca otras fuentes de suministro. El precio más alto brinda un incentivo para que otros países empiecen a producir la mercancía revaluada. Así, el esquema británico del hule condujo a productores holandeses a aumentar su producción de hule en dependencias holandesas. Eso no sólo redujo los precios del hule, sino que ocasionó que los británicos perdieran permanentemente su previa posición monopólica. Además, el esquema británico hizo surgir el resentimiento en Estados Unidos, su principal consumidor, y estimuló el desarrollo eventualmente exitoso del hule sintético. De la misma forma, sin entrar en detalles, los esquemas del café brasileño y los esquemas del algodón estadounidense, le dieron tanto un incentivo político como un incentivo de precio a otros países para que iniciaran la producción de café y algodón y, tanto Brasil como los Estados Unidos, perdieron sus previas posiciones monopólicas.

Entre tanto, en casa, todos estos esquemas requieren el establecimiento de un sistema elaborado de controles y una elaborada burocracia para controlarlos y ponerlos en vigencia. Esto tiene que ser elaborado, pues cada productor individual tiene que ser controlado. Una ilustración de lo que sucede puede hallarse en el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. En 1929, antes que existiera la mayoría de los esquemas de controles de las cosechas, había 24.000 personas empleadas en el Departamento de Agricultura. Hoy hay 109.000. Estas enormes burocracias, por supuesto, siempre tienen un interés creado para encontrar razones de por qué los controles para los que ellos fueron contratados para ponerlos en vigencia, deberían ser continuados y ampliados. Y, por supuesto, estos controles restringen la libertad de los individuos y establecen precedentes para todavía más restricciones.

Ninguna de estas consecuencias parece desalentar los esfuerzos del gobierno para elevar los precios de ciertos productos, por encima de lo que de otra manera serían sus niveles competitivos de mercado. Todavía tenemos acuerdos internacionales sobre el café y acuerdos internacionales acerca del trigo. Una ironía particular es que los Estados Unidos estuvieron entre los patrocinadores de la organización del acuerdo internacional sobre el café, aún cuando su pueblo es el principal consumidor de café y, por tanto, las víctimas más inmediatas del acuerdo. Otra ironía es que los Estados Unidos imponen cuotas de importación al azúcar, que necesariamente discriminan a favor de algunas naciones exportadoras de azúcar y, por tanto, en contra de otras. Esas cuotas obligan a los consumidores estadounidenses a pagar precios más altos por el azúcar, para que una minoría de productores estadounidenses de caña de azúcar pueda obtener precios más altos.

No necesito señalar que esos intentos por “estabilizar” o elevar los precios de productos agrícolas primarios, politizan toda decisión de precio y producción y crean fricción entre naciones.

MANTENIENDO BAJOS LOS PRECIOS

Ahora veamos los esfuerzos gubernamentales por reducir los precios o, al menos, impedir que aumenten. Estos esfuerzos ocurren repetidamente en la mayoría de las naciones, no sólo en tiempos de guerra, sino en cualquier momento en que hay inflación. El proceso típico es algo como este.

El gobierno, por cualquier razón, sigue políticas que aumentan la cantidad de dinero y de crédito. Esto inevitablemente empieza a impulsar los precios al alza. Pero, eso no es popular entre los consumidores. Por tanto, el gobierno promete que “se mantendrá firme” contra aumentos ulteriores de precios.

Digamos que empieza con el pan y la leche y otras necesidades. La primera cosa que pasa, asumiendo que puede aplicar sus decretos, es que baja, o es eliminado, a los productores marginales, el margen de ganancia de producir necesidades, mientras que el margen de utilidad de producir bienes de lujo se mantiene invariable o aumenta. Esto reduce y desalienta la producción de las necesidades que se controlaron en su precio y se estimula relativamente que aumente la producción de bienes de lujo. Pero, este es exactamente el resultado opuesto al que los controladores tenían en mente. Si, luego, el gobierno trata de prevenir este desaliento a la producción de los bienes controlados, manteniendo bajo el costo de las materias primas, mano de obra y otros factores de producción que se incorporan en aquellos, debe empezar a controlar los precios y los salarios de un círculo que se amplía cada vez más, hasta que, finalmente, se encuentra tratando de controlar el precio de todo.

Pero, si trata de hacer esto con todo y consistentemente, se encontrará tratando de controlar, literalmente, a millones de precios y millones de millones de relaciones cruzada de los precios. Estará imponiendo asignaciones y cuotas rígidas para cada productor y para cada consumidor. Por supuesto, estos controles tendrán que extenderse con todo detalle tanto a los importadores como a los exportadores.

LA FLEXIBILIDAD NECESARIA DE LOS PRECIOS

Si un gobierno continúa creando, por una parte, más dinero a la vez que, por la otra, mantiene rígidamente bajos a los precios, causará un daño inmenso. Y hagamos saber que, incluso si el gobierno no está inflando la moneda, pero busca mantenerlos en donde estaban, ya sea los precios absolutos o los relativos, o si ha instituido una “política de ingresos” o una “política de salarios” establecidas según alguna fórmula mecánica, causará un crecientemente serio daño. Dado que, en el mercado libre, aun cuando el así llamado “nivel” de precios no esté cambiando, todos los precios están variando constantemente en relación el uno con el otro. Están respondiendo a cambios en los costos de producción, de la oferta y de la demanda de cada bien o servicio.

Y estos cambios en los precios, tanto absolutos como relativos, son, en su esencia, abrumadoramente necesarios y deseables. Ello porque están sacando capital, mano de obra y otros recursos de la producción de bienes y servicios que son menos deseados y enviándolos hacia la producción de bienes y servicios que son más deseados. Están ajustando el balance de la producción a los cambios incesantes en la demanda. Están produciendo miles de bienes y servicios en las cantidades relativas en que son socialmente deseados. Estas cantidades relativas están cambiando todos los días. Por tanto, los ajustes en el mercado y los incentivos de los precios y salarios que conducen hacia esos ajustes, deben estar cambiando diariamente.

EL CONTROL DE LOS PRECIOS DISTORSIONA LA PRODUCCIÓN

El control de los precios siempre reduce, desbalancea, distorsiona y desordena la producción. El control de precios se hace progresivamente dañino con el paso del tiempo. Incluso un precio fijado o una relación de precios que puede ser “correcta” o “razonable” el día en que se estableció puede llegar a ser crecientemente irrazonable o impracticable.

De lo que los gobiernos nunca se dan cuenta es que, en el tanto en que tiene que ver con cada bien individual, la cura para precios altos es precios altos. Los precios altos dirigen a economizar en el consumo y a estimular y aumentar la producción. Ambos resultados aumentan la oferta y tienden a reducir, de nuevo, a los precios.

Muy bien, podría decir alguien; así que el control de precios por el gobierno es dañino en muchos casos. Pero, hasta el momento, usted ha estado hablando como si el mercado fuera gobernado por la competencia perfecta. Pero, ¿qué hay con los mercados monopolizados? ¿Qué hay con los mercados en donde los precios son controlados o fijados por las enormes corporaciones? ¿Acaso no debe el gobierno intervenir aquí, aunque sea sólo para imponer la competencia o lograr el precio que la competencia verdadera produciría si existiera?

LOS TEMORES INJUSTIFICADOS DEL MONOPOLIO

Los temores de la mayoría de los economistas en relación con los males del “monopolio” han sido inmerecidos y ciertamente excesivos. En primer lugar, es difícil enmarcar una definición satisfactoria de monopolio económico. Si sólo hay una farmacia, una barbería o una venta de alimentos en un pequeño pueblo aislado (y esta es una situación típica), ese negocio se puede decir que disfruta de un monopolio en ese pueblo. De nuevo, todo mundo puede decirse que disfruta de sus cualidades o talentos particulares propios. Yehudi Menuhin tiene un monopolio de Menuhin tocando violín; Picasso de producir las pinturas de Picasso; Elizabeth Taylor de su belleza particular y de su atractivo sexual; y así para cualidades y talentos menores en cada línea.

Por otra parte, casi todos los monopolios económicos se ven limitados por la posibilidad de sustitución. Si a la tubería de cobre se le pone un precio demasiado alto, los consumidores pueden sustituirla por una de acero o de plástico; si la carne de res es demasiado cara, los consumidores pueden sustituirla usando carne de cordero; si la muchacha original de sus sueños le rechaza, usted siempre se puede casar con alguien más. Así, casi que toda persona, productor o vendedor puede disfrutar de un cuasi-monopolio dentro de ciertos límites internos, pero muy pocos vendedores están en capacidad de explotar ese monopolio más allá de ciertos límites externos. En años recientes ha habido una literatura tremenda que deplora la ausencia de la competencia perfecta; igualmente, podría haber existido un énfasis igual en la ausencia de un monopolio perfecto. En la vida real, la competencia nunca es perfecta, pero tampoco lo es el monopolio.

Incapaces de encontrar muchos ejemplos de un monopolio perfecto, algunos economistas se han asustado a sí mismos en años recientes, conjurando el espectro del “oligopolio,” la competencia de los pocos. Pero, han llegado a sus conclusiones alarmantes sólo insertando en sus propias hipótesis, todo tipo de acuerdos secretos imaginarios o entendimientos tácitos entre grandes unidades productoras, y deduciendo cuáles podrían ser los resultados.

Ahora bien, el simple número de competidores en una industria en particular puede que tenga poco que ver con la existencia de una competencia efectiva. Si la General Electric y Westinghouse compiten efectivamente, si la General Motors y la Ford y la Chrysler compiten efectivamente, si el Chase Manhattan y el First National City Bank compiten efectivamente, etcétera (y ninguna persona que haya tenido experiencia directa con estas grandes empresas puede dudar que ellas predominantemente lo hacen), entonces, los resultados para los consumidores, no sólo en cuanto a precio, sino en la calidad del producto o servicio, no es sólo tan bueno como aquel que se lograría con una competencia atomística, sino mucho mejor, pues los consumidores tiene la ventaja de economías en gran escala y de una investigación y desarrollo en gran escala que muchas compañías no podrían pagar.

UN JUEGO DE NÚMEROS EXTRAÑO

Los teóricos del oligopolio han tenido una influencia nefasta en la división antimonopolio de los Estados Unidos y en decisiones de cortes. Los fiscales y las cortes recientemente han estado jugando un juego de números extraño. Por ejemplo, en 1965 una corte de un distrito federal mantuvo que una fusión que había tenido lugar cuatro años antes entre dos bancos de la Ciudad de Nueva York, había sido ilegal y ahora debería ser disuelta. El banco combinado no era el más grande de la ciudad, sino el tercero más grande; de hecho, la fusión había permitido que el banco compitiera más efectivamente con sus dos competidores más grandes; sus activos combinados eran todavía una octava parte de aquellos representados por todos los bancos de la ciudad; y la fusión en sí había reducido el número de bancos separados en Nueva York de 71 a 70. (Debería agregar que, en los cuatro años a partir de la fusión, el número de sucursales de bancos en la Ciudad de Nueva York aumentó de 645 a 698.) La corte estuvo de acuerdo con los abogados del banco de que “el público en general y las pequeñas empresas se había beneficiado” con la fusión de los bancos en la ciudad. Sin embargo, continuó la corte, “prácticas como tales inofensivas, o incluso aquellas que conferían beneficios a la comunidad, no pueden ser toleradas cuando tienden a crear un monopolio; aquellos que restringen la competencia son ilegales sin importar cuán beneficiosos puedan ser.”

Incidentalmente, es una cosa extraña que, aunque políticos y cortes piensen que es necesario prohibir una fusión existente para aumentar el número de bancos en una ciudad de 70 a 71, no tengan esa insistencia en cuanto a los grandes números en la competencia, al tratarse de partidos políticos. La teoría dominante en Estados Unidos es que sólo dos partidos políticos son suficientes para darle una elección verdadera al votante estadounidense; que cuando hay más que eso, simplemente causa confusión y la gente en realidad no es servida. Hay tanto de verdad en esta teoría política como en la aplicada en el reino económico. Si en realidad ellos están compitiendo, sólo dos firmas en una industria son suficientes para crear una competencia efectiva.

PRECIOS MONOPOLIZADOS

El problema real no es si existe o no un “monopolio” en un mercado, sino si existen precios monopolizados. Un precio monopolizado puede surgir cuando la respuesta de la demanda es tal que el monopolista puede obtener un ingreso neto mayor, al vender una cantidad menor de su producto a un precio más alto, que vendiendo una cantidad mayor a un precio más bajo. Se asume que, de esta forma, el monopolista puede lograr un precio más elevado que el que habría prevalecido bajo “competencia pura.”

La teoría de que puede existir tal cosa como un precio monopolizado, mayor que el precio competitivo, ciertamente es válida. La pregunta verdadera es ¿cuán útil es esta teoría, ya sea para el presunto monopolista al decidir sus políticas de precios o para el legislador, fiscal o corte, al diseñar políticas antimonopolio? El monopolista, para estar en capacidad de explotar su posición, debe conocer cómo es la “curva de demanda” de su producto. Él no lo sabe; sólo puede adivinar; debe tratar de averiguarlo por medio de la prueba y el error. Y no es tan sólo la respuesta no emocional al precio de los consumidores lo que el monopolista debe tener en mente; es cuál será el efecto posible de sus políticas de precios en cuanto a ganar su buena disposición o para dar lugar al resentimiento por parte del consumidor. Más importante, el monopolista debe considerar el efecto de sus políticas de precios ya sea en estimular o desestimular la entrada de competidores en el sector. Él puede, en realidad, decidir que su política más sabia en el largo plazo sería fijar un precio no mayor que el que él piensa lo establecería la competencia pura, y, tal vez, hasta un poquito más bajo.

En todo caso, en ausencia de competencia, nadie sabe cuál sería el precio “competitivo” si existiera. Por tanto, nadie sabe con exactitud qué tanto más alto es el precio “monopolizado” existente, con respecto a lo que sería un precio “competitivo,” y nadie puede estar seguro de si ¡absolutamente es más alto!

A pesar de lo anterior, la política antimonopólica en Estados Unidos, al menos, supone que las cortes pueden saber qué tanto un presunto precio monopólico o “confabulado” está por encima del precio competitivo que podría haber sido. Pero, cuando existe una supuesta conspiración para fijar los precios, los compradores son estimulados a que demanden para recuperar tres veces la cantidad que ellos fueron, supuestamente, obligados a “pagar en exceso.”

EVITE FIJAR PRECIOS

Nuestro análisis nos lleva a la conclusión de que los gobiernos deberían abstenerse, siempre que sea posible, de tratar de fijar precios, ya sea máximos o mínimos, de cualquier cosa. En donde ellos tienen algún servicio nacionalizado -el correo o los ferrocarriles, el teléfono o la energía eléctrica- por supuesto que tendrán que establecer políticas de precios. Y, cuando ellos han otorgado franquicias de monopolios -para trenes subterráneos, ferrocarriles, telefónicas o compañías de energía- por supuesto que tendrán que considerar qué restricciones de precios impondrán.

En cuanto a la política antimonopolio, cualesquiera sea la condición actual en otros países, puedo testificar que, en Estados Unidos. esta política difícilmente muestra trazas de consistencia. Es incierta, discriminatoria, retroactiva, caprichosa y agujereada por contradicciones. Ninguna empresa actual, incluso de un tamaño moderado, puede saber cuándo se afirmará que ha violado las leyes antimonopólicas, o por qué. Todo depende del sesgo económico de una corte o de un juez en particular.

Hay una inmensa hipocresía respecto al tema. Los políticos hacen discursos elocuentes contra el “monopolio.” Luego, imponen aranceles y cuotas de importación que intentan proteger al monopolio y mantener fuera a la competencia; otorgarán franquicias monopólicas a empresas de buses o compañías telefónicas; aprobarán patentes y derechos de autor monopolísticos; tratarán de controlar la producción agrícola para permitir precios monopolísticos de las granjas. Ante todo, no sólo permitirán, sino que impondrán, monopolios laborales sobre los empleadores y obligarán legalmente a ellos para que “negocien” con esos monopolios; e incluso permitirán que estos monopolios impongan sus condiciones a través de la intimidación y coerción física.

Me sospecho que la situación intelectual y el clima político en este sentido no es muy diferente al de otros países. Lograr nuestra salida de este caos legal existente es, por supuesto, una tarea tanto para juristas como para economistas. Sólo tengo una modesta sugerencia: Podemos obtener una gran ayuda de la antigua ley consuetudinaria, que prohíbe el fraude, la tergiversación y toda intimidación y coerción física. “El objetivo de la ley,” como nos lo recordó John Locke en el siglo diecisiete, “no es abolir o restringir, sino preservar y ampliar la libertad.” Y así podemos decir hoy que, en el reino económico, el objetivo de la ley no debería ser constreñir, sino maximizar la libertad de precios y la libertad del mercado.

LA REGLA DE LA LEY

“El poder arbitrario, hacer cumplir sus edictos para daño de las personas y la propiedad de sus súbditos, no es ley, ya sea que se manifieste como el decreto de un monarca personal o de una multitud impersonal. Y las limitaciones impuestas por nuestra ley constitucional a la acción del gobierno, tanto estatal como nacional, son esenciales para preservar los derechos públicos y privados, a pesar del carácter representativo de nuestras instituciones políticas. La observancia de estas limitaciones por el proceso judicial es el instrumento de comunidades que se gobiernan a sí mismas para proteger los derechos de los individuos y las minorías, así como contra el poder de los números, y contra la violencia de agentes públicos que trascienden los límites de la autoridad legal, aún cuando actúen en nombre de y blandiendo la fuerza del gobierno.”

̶ Juez Mathew en Hurtado versus California, 110 Estados Unidos, p. 535

Este artículo viene de un ensayo presentad en una reunión de la Sociedad Mont Pelerin en Tokio, setiembre de 1966

Henry Hazlitt (1894-1993) fue el gran periodista económico del siglo XX. Es el autor de Economía en una lección, entre otros 20 libros. Fue el principal escritor de editoriales del New York Times y escribió semanalmente para la revista Newsweek. Sirvió en su capacidad como editor de The Freeman y fue miembro de la Junta Directiva de la Fundación para la Educación Económica.