La disciplina de la economía nos enseña, entre otras cosas, a evitar políticas erradas que inevitablemente terminan causando daños no previstos, por quienes las impulsan con las mejores intenciones. Ojalá sirvan en la discusión razonada acerca de intenciones de fijar topes a ciertos precios, como se está proponiendo aquí en este momento.

LOS POLÍTICOS SON ADICTOS A LOS CONTROLES DE PRECIOS

Por Veronique De Rugy

REASON
19 de diciembre del 2019


En vez de derogar aranceles que están elevando los precios del aluminio, los políticos, por el contrario, tratan de reducir los precios del aluminio mediante una disposición legislativa.

A pesar de una evidencia histórica abrumadora, que demuestra la locura de los controles de precios impuestos por el gobierno, los políticos modernos parece que no pueden dejar de causarnos daños. Un ejemplo obvio involucra al cuido de la salud, en donde los controles de precios sobre las medicinas recetadas siempre parecen estar próximos a aparecer y ahora están siendo considerados en el apuro por eliminar cobros médicos sorpresivos. Una menor cantidad de personas conoce acerca de esfuerzos similares en relación con el mercado del aluminio, en donde algunos políticos están contemplando controles de precios para compensar a víctimas de la guerra comercial.

Allá en marzo del 2018, el presidente Donald Trump anunció que él impondría un arancel del 10 por ciento sobre todo aluminio importado (a menos que posteriormente se otorgara una exención por el Departamento de Comercio).

Las tarifas han aumentado el precio del aluminio con gran gasto para los consumidores del metal y sus quejas no han caído en oídos sordos. Para mala fortuna, políticos bien intencionados han escogido el camino equivocado. En vez de luchar contra el presidente y demandar un fin a los aranceles, han desarrollado un esquema dirigido a controlar el precio del aluminio.

La Ley de Examen de los Precios del Aluminio apunta a firmas que reportan transacciones domésticas en el mercado de aluminio. Las firmas en cuestión simplemente brindan información que beneficia a ambos, compradores y vendedores. Pero, los políticos están amenazando con poner todas las funciones de esas firmas bajo control de la Comisión de Comercio de Futuros de Mercancías, para satisfacer a los usuarios de aluminio, quienes están muy descontentos con la trayectoria actual de los precios.

Es comprensible que fabricantes de cerveza y otros que demandan la intervención de funcionarios elegidos, no estén contentos con los precios crecientes del aluminio. Pero, los precios reflejan las realidades que subyacen en los mercados, que no pueden cambiarse simplemente haciendo que la presión política influya en quienes monitorean y reportan sobre ellos. Puede ser una sorpresa para los políticos, pero remover sus alarmas de incendios no prevendrá los incendios.

Este es un error político frecuente, pues los controles de precios han existido tanto tiempo como ha habido gobiernos. Por ejemplo, el Código de Hammurabi incluía una lista de precios fijados para muchos tipos de mano de obra y servicios, cerca del año 1.754 antes de Cristo. Otros ejemplos históricos pueden encontrarse en los antiguos Egipto, Grecia y China, cada cual brindando amplia evidencia de la locura de las restricciones gubernamentales a los movimientos de los precios.

Pero, para aquellos oficiales electos que no están al día con la historia económica antigua, no hay escasez de casos modernos de los cuales aprender.

El presidente Richard Nixon pensó que él podía luchar contra la inflación, congelando por 90 días a los salarios y los precios, prometiendo “acción que quebrará el círculo vicioso de la espiral de precios y costos.” Después del congelamiento, los incrementos necesitarían de la aprobación ya fuera de una “Oficina de Pagos” o de una “Comisión de Precios.” En la actualidad, eso suena como una locura, pero Nixon no estaba en una isla. Los mercados de valores se recuperaron después de su anuncio y la prensa se lo creyeron.

El resultado fue absolutamente desastroso. La inflación -de sólo apenas por encima del 4 por ciento anual, no era irracionalmente alta- se disparó a dobles dígitos, hasta el momento en que los controles se quitaron.

Los controles de Nixon sobre la gasolina persistieron durante la administración de Carter. La exploración y producción doméstica cayeron fuertemente, conduciendo a un ingreso de gasolina extranjera y a largas filas en las bombas, que muchos todavía recuerdan. Cuando finalmente el presidente Reagan terminó con los controles, como uno de sus primeros actos oficiales como presidente, las filas para adquirir gasolina terminaron de inmediato y los precios de la gasolina pronto se desplomaron.

Todavía existen algunos controles de precios. El control de los alquileres ha devastado a los mercados de vivienda, particularmente en los estados de Nueva York y California, al distorsionar la oferta y la demanda. A unos pocos individuos eso les ha resultado bien, pero los estudios muestran consistentemente que casi todos los demás -en especial quienes llegarían a ser inquilinos- sufrirán, pues hay menos incentivo para construir viviendas nuevas.

¿Por qué siempre los controles de precios producen el mismo resultado? En realidad, no es nada complicado. Los precios nos brindan incentivos para producir y consumir bienes de formas económicamente sostenibles. Ellos transmiten información.

Por ejemplo, precios altos señalan adónde se necesita más un bien en particular. Vemos esto con mayor claridad después de desastres naturales u otros impactos inesperados, razón por la que regulaciones contra la manipulación de precios son contra productivas.

Brindar señales falsas por medio de mandatos de precios artificialmente altos o bajos, resulta en un mal desempeño de los mercados. Como lo explicó mejor el economista ganador del Premio Nobel, Milton Friedman, “Puede que los economistas no conozcan mucho. Pero, sabemos muy bien una cosa: cómo producir excedentes y escaseces. ¿Quiere un excedente? Haga que el gobierno legisle un precio mínimo que está por encima del precio que, de otra manera, prevalecería… ¿Quiere una escasez? Haga que el gobierno legisle un precio máximo que está por debajo del precio que, de otra manera, prevalecería.”

Si él está en lo correcto en cuanto a que los economistas no conocen mucho, entonces, los políticos deben saber incluso menos.

Veronique de Rugy, Ph, D., es una economista editora contribuyente de Reason.