TRANSFERISMO, NO SOCIALISMO, ES LA DROGA A LA QUE LOS ESTADOUNIDENSES SON ADICTOS

Por Antony Davies & James R. Harrington

Fundación para la Educación Económica
Viernes 6 de diciembre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/transferism...are-hooked-on/

El mismo uso de los términos “capitalismo” y “socialismo” ha evolucionado más allá del punto de un significado claro.

Los Estados Unidos nunca han tenido una tradición socialista significativa e incluso hasta un partido socialista medio serio. El socialismo (Socialism) en los Estados Unidos es, en el mejor de los casos, un movimiento de la periferia y siempre ha sido así. Esto hace que la súbita aceptación del socialismo sea todavía más sorprendente. Pero, con un socialista declarado, Bernie Sanders, haciendo campaña para la presidencia por segunda ocasión, y con otra, Alexandria Ocasio-Cortez, elevándose a la prominencia nacional desde su puesto en la Casa de Representantes [Asamblea Legislativa], el socialismo estadounidense es ahora más de la corriente principal que en ningún momento de nuestra historia.

EL SOCIALISMO ES UNA RESPUESTA AL CAPITALISMO

Complicando las cosas, el socialismo existe del todo como una respuesta al capitalismo, como ha sido el caso desde el momento en que Marx puso por primera vez la pluma sobre el papel. Y, por si eso no fuera suficiente, el mismo uso de los términos “capitalismo” y “socialismo” ha evolucionado más allá del punto de un significado claro.

Estos términos en alguna ocasión estaban claramente definidos. El socialismo es el control estatal de los medios de producción. La intención es que esos medios han de usarse para el bien público. En contraste, el capitalismo es simplemente la propiedad privada de los medios de producción. La intención es que esos medios han de ser usados en la promoción de los intereses de aquellos quienes los poseen, lo que, a su vez, creará condiciones de prosperidad general que pueden ser disfrutadas por todos.

Al ser encuestados, los estadounidenses expresan puntos de vistas relativamente bien definidos acerca de ambos. Y, si bien lejos de que cercanamente sea una mayoría de electores estadounidenses que favorece un sistema completamente socialista, una encuesta reciente de Gallup indica que más de cuatro de cada diez estadounidenses piensa que “alguna forma de socialismo” es cosa buena. Pero, ¿qué es “alguna forma de socialismo?” Una sociedad es socialista o no lo es. El estado posee los medios de producción o no los posee. No existe ninguna solución intermedia. Incluso nuestros políticos abiertamente socialistas, rara vez proponen algo tan drástico como el control gubernamental de los medios de producción.

Parece que, lo que en realidad los estadounidenses tienen en mente al pensar acerca del socialismo, no es un sistema económico sino resultados económicos específicos. Y sus pensamientos parecen enfocarse más a menudo en la pregunta de qué debería tener la gente. ¿Cuál es la respuesta a la que ellos llegan más a menudo? Más de lo que la gente logra con un sistema basado en la búsqueda de ganancias. El capitalismo, creen ellos, es inmoral pues es un sistema en donde algunos se la arreglan sin ello, mientras otros tienen más de lo que podrían esperar usar en múltiples vidas.

TRANSFERISMO ES UN TÉRMINO MÁS EXACTO

Estos cuatro de cada diez estadounidenses, y los políticos que hablan por ellos más vocalmente, del todo no están abogando por el socialismo; están promoviendo lo que en realidad deberíamos llamar “transferismo.” El transferismo es un sistema en donde un grupo de gente obliga a un segundo grupo a pagar por cosas que la gente cree que ellos, o un tercer grupo, deberían tener. El transferismo no es acerca de controlar los medios de producción. Es acerca de la redistribución obligada de lo que es producido.

Las transferencias federales son dinero que el gobierno federal le da directamente a la gente o al estado y gobiernos locales. No se trata de compras. Para que sea una transferencia, el dinero debe darse a cambio de nada. Son transferencias el crédito del impuesto sobre la renta, la ayuda asistencial de ingresos y los pagos de diversos programas de bienestar. También, lo son los beneficios de la Seguridad Social. Mientras que los trabajadores tienen a considerar los beneficios de la Seguridad Social, como rendimientos de sus impuestos al Seguro Social, legalmente, los impuestos para la Seguridad Social son simplemente parte de los ingresos tributarios del gobierno. Los trabajadores no tienen un derecho a los beneficios de la Seguridad Social. ¿Quién dice eso? La Corte Suprema de los Estados Unidos en el caso Flemming versus Nestor (1960). En realidad, los beneficios de la Seguridad Social son sólo transferencias -regalos- del gobierno federal a los pensionados.

Las transferencias federales a las personas se han elevado de un 11 por ciento del gasto federal de 1953 a un 53 por ciento hoy. Como con las personas, el gobierno federal también envía transferencias a gobiernos estatales y locales. Las transferencias federales a personas y gobiernos estatales y locales se han elevado desde un 17 por ciento del gasto federal total en 1953, a un 69 por ciento en la actualidad. Hoy en día, casi el 70 por ciento de lo que hace el gobierno federal simplemente involucra tomar dinero de un grupo de gente y dárselo a otro. Menos de una tercera parte del dinero que gasta Washington, es gastado en nombre de la gobernanza real.

Al menos en el nivel federal, nuestro gobierno ha abrazado plenamente el transferismo. Y ambos partidos políticos son responsables de ello. De los cuatro presidentes bajo quienes las transferencias fueron las más altas, dos eran demócratas (Obama y Clinton) y dos republicanos (G.W. Bush y Trump). Los pagos por transferencias aumentan constantemente a lo largo del tiempo. Las diferencias partidarias son un asunto de retórica y percepción pública, no un reflejo de cualquier realidad subyacente.

El gráfico que muestra las transferencias federales como una fracción del gasto federal total, entre las últimas administraciones, se puede ver en https://fee.org/articles/transferism...are-hooked-on/

Contrario al tipo, los políticos hablan en términos muy claros acerca de los beneficios que a ellos les gustaría financiar, al transferir dinero desde un grupo hacia otro, y con ello han tenido un éxito predecible. La mayoría de los estadounidenses no se puede imaginar un país sin Seguridad Social, Medicare y el Crédito Tributario por el Ingreso Ganado. Y a los políticos nunca parecen acabárseles nuevas ideas en relación con lo que pueden lograr, incluso con mayores transferencias de riqueza. Típicamente, las nuevas ideas son bien definidas, al menos del lado de los beneficios. Perdón a las deudas de estudiantes, ingreso universal básico, Medicare para Todos, y cualquier otra pieza de legislación redistributiva que se proponga, ofrece un beneficio obvio para un grupo igualmente obvio de personas.

La ausencia de claridad surge cuando los políticos se reúnen para explicar quién pagará por todo eso. Su respuesta es, inevitablemente, alguna forma de “los ricos,” quienes finalmente, se nos dice, pagan “su parte justa.” Nada de eso jamás es definido, lo que explica la deuda presente de Estados Unidos de $23 millones de millones. Las transferencias son asuntos políticamente truculentos, pues los políticos necesitan señalar a quiénes benefician y en qué monto, al mismo tiempo que ocultan quien en la realidad estará pagando.

AMIGUISMO VERSUS CAPITALISMO

Y, así como el transferismo no es realmente socialismo, tampoco el sistema en contra del cual claman los transferistas es capitalismo. Al pensar acerca del “capitalismo,” los transferistas se imaginan una clase adinerada que defrauda a los consumidores, contamina el ambiente y mantiene un poder monopólico, todo debido a que la clase adinerada está en el mismo lecho con el gobierno. Pero, el capitalismo es simplemente la propiedad privada de los medios de producción. Lo que las personas en realidad están describiendo es algo más apropiadamente llamado “amiguismo,” que puede manifestarse en un sistema socialista tan fácilmente como en uno capitalista. El amiguismo no es del todo un producto resultante del sistema económico; es un producto resultante de la política.

Para ejemplos actuales, uno no necesita ver más allá de Corea del Norte, Cuba y Venezuela. Los socialistas dicen que esos no son ejemplos del “verdadero socialismo,” y no lo son. Hubo un momento en que esos países eran en efecto socialistas, así como hubo un momento en que los Estados Unidos fueron capitalistas. Pero, el amiguismo ha sobrepasado a los sistemas económicos de esos países, como lo hizo el mayor experimento socialista de la humanidad: la Unión Soviética. Simplemente, la vida era distinta para los miembros internos del partido, de lo que era para los trabajadores. Este es el verdadero peligro que todos los países enfrentan, independientemente de los principios que animan sus estructuras económicas y políticas.

Y aquí es donde los peligros del transferismo deberían ser manifiestamente claros, pues el transferismo es sólo otra forma de amiguismo. En la iteración actual de Estados Unidos, los amigotes no son una elite adinerada que compra a políticos poderosos para su propio beneficio (aunque eso también todavía pasa). Son votantes que año tras año recompensan a políticos que les prometen una lista creciente de beneficios.

La pregunta obvia que nunca se formula, casi en su totalidad debido a nuestro entendimiento crecientemente confuso de las palabras socialismo y capitalismo, es qué tanto transferismo queremos en la realidad. La taquigrafía intelectual que el socialismo y el capitalismo permiten, resulta ser ampliamente inaplicable en nuestras actuales circunstancias, pero nuestra insistencia en las categorías, virtualmente garantiza que, con el discurso actual, no llegaremos a ningún lado.

¿CUÁNTO TRANSFERISMO QUEREMOS?

Necesitamos responder a la pregunta esencial: ¿cuánto transferismo queremos?

Para figurarse esto, necesitamos aceptar el hecho de que cualquier transferencia es una confiscación de riqueza de la gente que la creó. Esa confiscación disminuirá la creación de riqueza en el largo plazo, al disminuir un incentivo importante para asumir los riesgos necesarios para crear riqueza. Segundo, tenemos que reconocer que el transferismo es adictivo. No importa qué tanto transfiramos, la gente siempre querrá más. La deuda de $23 millones de millones, la más grande que el mundo haya visto, se ha formado debido al apetito voraz de los votantes estadounidenses por transferencias, combinada con el incentivo obvio de los políticos para dárselas a aquellos.

La solución que los políticos han encontrado es pasarles el costo de las transferencias a los contribuyentes que todavía no han nacido, al pedir prestado el dinero, dejándole, por tanto, a la siguiente generación el problema del repago de la deuda o sufrir pagos interminables de intereses. Ciertamente, es un castillo de naipes, pero, desde su perspectiva, es el castillo de naipes de alguien más.

Al final de cuentas, hemos contaminado nuestro discurso político con dos palabras que ya no tienen mucho sentido: socialismo y capitalismo. En el proceso, no llamamos al principio que anima la política estadounidense moderna, lo que en realidad es: transferismo. Los únicos ganadores han sido los políticos, quienes se las arreglan para obtener votos manteniendo al electorado en un estado de fricción casi constante. Y ellos seguirán ganando si la gente se mantiene pensando en categorías que han dejado de tener algún sentido real desde años atrás.

El doctor Antony Davies es el compañero distinguido Milton Friedman de la Fundación para la Educación Económica, profesor asociado de economía en la Univesidad Duquesne y co-anfitrión del podcast Words & Numbers.

James R. Harrigan es director administrativo del Center for Philosophy of Freedom en la Universidad de Arizona, y el profesor distinguido F.A. Hayek de la Fundación para la Educación Económica. Él es también coanfitrión del podcast Words & Numbers.