MARGINALIZANDO A LA NATURALEZA

Por Theodore Dalrymple

LAW & LIBERTY
5 de diciembre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, en letras en azul, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/2019/12/0...lizing-nature/

En esta foto de archivo del 7 de febrero del 2019, la atleta transgénero de la Escuela de Secundaria Bloomfield, Terry Miller, segunda desde la izquierda, gana la final de la carrera de 55 metros, por encima de la atleta transgénero Andraya Yearwood, en el extremo izquierdo, y de otras corredoras del torneo de carreras de pista cubierta de Clase S para muchachas de Connecticut, en la Escuela Secundaria Hillhouse, en New Haven, Connecticut (AP Photo/Pat Eaton-Robb, File).

El Journal of Medical Ethics publicó hace poco un artículo bajo el título “Transwomen in elite sport: scientific and ethical considerations.” Interesantemente, mi computador, que subraya con palabras rojas lo que escribo mal, no hizo tal cosa cuando introduje transwomen [mujeres trans], lo que supongo significa que la palabra es una palabra tan bona fide del idioma inglés, como, digamos, jilguero o alondra.

Por supuesto, la flexibilidad y adaptabilidad del idioma inglés es una de sus glorias. Los problemas éticos (y, sin duda, pronto a ser legales) mencionados en el título de ese artículo surgen cuando los hombres, que por sí mismos han cambiado en un simulacro de mujeres, compitan en deportes de mujeres y se beneficien de una fortaleza residual masculina, tal que puedan ser capaces de ganar encuentros o torneos de una manera injusta.

El problema con la definición de femineidad en el deporte no es totalmente nuevo. Recuerdo de mi juventud el problema de las hermanas Press, atletas mujeres campeonas soviéticas que ganaron medallas olímpicas, pero que se sospechó fuertemente que no eran mujeres del todo. Ganar medallas en los Olímpicos y otros campeonatos mundiales se consideró en esa época como evidencia de la superioridad de un sistema ideológico sobre otro, ciertamente una de las nociones más fatuas que jamás haya golpeado a la Humanidad; pero, así sucedió, y los regímenes totalitarios eran particularmente despiadados e inescrupulosos en la producción de campeones a cualquier costo. En los días que precedieron los Olímpicos de Moscú en 1980, la ahora difunta revista, Punch, mostró una caricatura en donde se presentaba la prueba de sexo de un atleta en Moscú. Un inspector está mirando a una mujer atleta tratando de cambiar la llanta de un tractor. “Usted no es una mujer,” le dice él. “Una mujer de verdad ya habría cambiado esa llanta.” Tal chiste probablemente ahora ocasionaría protestas en todo el mundo, pues la gente disfruta tanto de su indignación.

El problema aludido en el artículo es, por supuesto, consecuencia de una ficción; esta es, que el hombre que alega haber cambiado de sexo en la realidad ha cambiado de sexo y es ahora lo que solía llamarse el sexo opuesto. Pero, cuando un hombre que alega haberse convertido en mujer, compite en competencias atléticas de mujeres, a menudo retiene una ventaja derivada del sexo de su nacimiento. Competidoras mujeres se quejan de que eso es injusto y es difícil no estar de acuerdo con ellas.

Cuando tiene que ver con la ciencia del asunto -por ejemplo, del efecto de los niveles de testosterona sobre el desempeño atlético- el artículo es mesurado y justo. Pero, tan pronto como arriban a problemas puramente éticos, los autores dan la impresión de estar asustados de ser declarados herejes por una no vista, pero claramente presente, Inquisición. Empiezan escribiendo en un nuevo langue de bois [lenguaje estereotipado], ese tipo especial de lenguaje usado en dictaduras totalitarias (parece que crecientemente vivimos en un mundo de diversos micro totalitarismos). Así termina:

“Concluimos en que es importante que tanto extendamos como celebremos la diversidad, a la vez que mantenemos la justicia para el cis feminismo en los deportes [Nota del traductor: neologismo que hace referencia a individuos cuya identidad de género coincide con ese fenotipo sexual; así, cis femenino es “hembra asignada al nacer”]. Para ser simultáneamente inclusivo y justo en el nivel de elite, el binario hombre/mujer debe descartarse en favor de un enfoque más detallado. Concluimos en que el binario de género en el deporte tal vez ya ha pasado de época.”
Siendo el hombre tanto una criatura que crea problemas, así como que los resuelve, hay, por supuesto, una forma muy sencilla de resolver esta situación: esto es, que los hombres que cambian simulando ser mujeres, deberían competir, si deben hacerlo, con otros que hayan hecho lo mismo. La demanda de que ellos no deberían sufrir consecuencias que tanto a ellos no les gusta como tampoco quieren a partir de las elecciones hechas, no es razonable, como no lo sería para mí demandar que la gente deba escucharme cuando toco piano, aun cuando no tengo habilidad musical. Thomas Sowell ha llamado la atención al absurdo intelectual y las consecuencias prácticas perjudiciales de la búsqueda moderna de lo que él llama la “justicia cósmica.” (“cosmic justice.”)

El nuevo prometeísmo, que no podemos aceptar límite alguno que la naturaleza impone sobre nosotros, es una manifestación de un egoísmo inflamado, que recuerda sólo la primera mitad de las líneas emparejadas del brillantemente comprimido resumen de Alexander Pope, acerca de la condición humana en su Essay on Man [Ensayo sobre el hombre y otros escritos]:

“Creado mitad para elevarse y mitad para caer
Gran señor de todas las cosas, pero víctima de todas ellas;
Único juez de la verdad cayendo sin cesar en el error.
¡Gloria, hazmerreír y enigma del Universo!”

Crecientemente pensamos que vivimos en un supermercado existencial, en donde escogemos en anaqueles de posibilidades ilimitadas, cualquier cosa que querramos ser. Olvidamos que limitación no es incompatible con infinidad; por ejemplo, que nuestro lenguaje tenga una gramática que excluye ciertas formas de palabras, sin limitar de forma alguna el número infinito de significados que podemos expresar. De hecho, esa limitación es una precondición de nuestra libertad, pues, de otra forma, nada de lo que dijimos sería comprensible para cualquiera.

Lo que uno ve en el artículo es la forma en que, crecientemente, lo marginal en el pensamiento moderno se convierte en central y lo central en marginal. Esta es la consecuencia de lo que Aristóteles nos advirtió en contra; esto es, la inversión de palabras con mayor precisión de lo que apropiadamente significan. Por ejemplo, usted niega que en el mundo hay hombres altos o bajos, debido a que la altura es un continuo y que no hay un punto de quiebre entre alto y no alto. Cierto, debe existir un hombre que es el más alto en el mundo, pero, probablemente, el siguiente hombre más alto es sólo una fracción de una pulgada más bajo y, en un mundo de varios miles de millones de personas, hay gente de toda altura concebible entre la más alta y la más baja. Así, no hay hombres altos y bajos.

Existen diversas formas de intersexualidad biológica, pero eso no significa que, en la gran mayoría de casos, la raza humana no sea fácilmente categorizada ya sea como hombre o mujer. Aceptar la idea de normalidad -o, como lo plantea el artículo con una normatividad característica de un juicio sin enjuiciamiento- no es reprender a aquellos que son anormales ni tratarlos malamente. Es más, las colas no deberían mover a los perros, como crecientemente parece que permitimos que ellas lo hagan, congratulándonos a nosotros mismos de ahí en adelante por muestro grado sin precedentes de ilustración.

Theodore Dalrymple es un médico y psiquiatra de prisiones retirado, editor contribuyente del City Journal y es compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute.