Siempre es un enorme placer leer artículos tan instructivos, enriquecedores y agradables como los que nos regala ese gran erudito economista, don Pedro Schwartz.

HUME, SMITH… Y DARWIN

Por Pedro Schwartz

The Library of Economics and Liberty
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2 de diciembre del 2019


Hace dos años, Dennis Rasmussen publicó un libro que él dice “escribirlo fue una alegría absoluta” y, en efecto, es una alegría leerlo: The Infidel and the Professor [El infiel y el profesor: David Hume y Adam Smith]. Es la biografía de una “amistad que forjó el pensamiento moderno,” como lo explica el subtítulo. Esta engañosa historia anecdótica de cómo David Hume y Adam Smith llegaron a ser los más firmes amigos en el curso de los años, le permite a Rasmussen dar nueva luz a sus contribuciones trascendentales para la ciencia de la sociedad.

Smith y Hume probablemente se conocieron en 1749. Smith había llegado de sus seis años en Oxford, adonde él había leído el Tratado de Hume, en mucho para escándalo de las autoridades del Balliol College. Lord Kames le había pedido que diera una serie de conferencias acerca de la Retórica y las Bellas Letras en Edimburgo. Hume puede haber asistido al segundo conjunto de esas conferencias y, a partir de comentarios posteriores, puede haber sido impresionado por la presentación y contenido de Smith. Smith fue sumamente admirado por su inglés puro, cuando se le comparaba con las voces escocesas de sus compatriotas que no habrían estudiado al sur de la frontera. También brilló con erudición práctica en su análisis de la elocuencia griega y romana. Tal fue el punto de partida de la amistad. Recordando los muchos años que ella duró, le permite a Rasmussen descubrir para nosotros dimensiones ocultas de sus personalidades y sus pensamientos, que fueron una revelación, al menos para este lector, quien creía que conocía muy bien a su Adam Smith y su David Hume.

Los dos amigos eran personas muy diferentes. Hume siempre vio el lado bueno de la vida. Eternamente optimista, era muy divertido aún cuando las circunstancias no fueran propicias. El lector de estas vidas paralelas se verá sorprendido al descubrir que, en sus años finales más prósperos en Edimburgo, él cocinaba comidas para sus huéspedes a partir de recetas que había aprendido en su tiempo en París. La famosa carta que él le escribió a Smith en acogida a The Theory of Moral Sentiments [La Teoría de los Sentimientos Morales] en 1759, merece la alabanza de Rasmussen “como una de las cartas más agradables de toda la historia de la filosofía.” El humor alegre de Hume debe haber divertido a Smith, a pesar de su manera más sobria.

Sus actitudes y escritos acerca de la religión revelan mejor ese contraste. Hume casi que le dio una bienvenida a la recepción tempestuosa de sus libros y ensayos cuando arguyó en favor de su infidelidad religiosa. Smith fue mucho más cuidadoso con “su tranquilidad,” que se hizo evidente a partir de su consejo a Hume, de que los Dialogues Concerning Natural Religion [Diálogos sobre la Religión Natural] deberían permanecer sin publicarse ̶ un consejo también dado por otros amigos. Esto no significa que Smith estaba mostrando carencia de coraje, pues, en la carta que él escribió después de la muerte de Hume a William Straham, el editor de ambos escritores, exaltó el carácter de su amigo “como aproximándose tan cerca a la idea de un hombre perfectamente sabio y virtuoso, como tal vez lo permitirá la fragilidad de la naturaleza humana.” Las palabras de alabanza de Smith para un infiel, sacudió profundamente a la opinión religiosa, pero él nunca se retractó de ellas.

DIFERENCIAS ENTRE HUME Y SMITH

Rasmussen con su forma clara, tiene mucho que decir acerca de las doctrinas de Smith y Hume en asuntos de retórica, ética y la sociología del capitalismo.

La Lecture on Rhetoric [Lecciones sobre Retórica y Bellas Letras] de Adam Smith en Glasgow estuvo entre los manuscritos que él había quemado poco antes de morir; afortunadamente para nosotros, dos estudiantes habían mantenido notas muy detalladas de su curso, tal como también sucedió con sus Lectures on Jurisprudence [Lecciones de Jurisprudencia]. Uno puede adivinar qué impresionó a Hume en esas conferencias en Edimburgo, aunque el arte de hablar y escribir hoy no recibe el mismo tipo de atención detallada como lo era en el siglo XVIII. El uso por Adam Smith de ejemplos de las clásicas Grecia y Roma hace difícil la lectura para gente que no está familiarizada con los idiomas y la literatura clásica. La retórica se ha transformado en relaciones públicas y, con la ayuda de la nueva tecnología de las comunicaciones, tienen una mucho más amplia (aunque menos refinada) presencia económica y política en sociedad. Lo que ahora nos interesa es la confirmación que las notas de la conferencia otorgan a la habilidad de Smith como conferencista, bien notada por sus contemporáneos. También, nos vemos sorprendidos por quejas en la época en cuanto a que la prosa en Wealth of Nations [La Riqueza de las Naciones] no era elegante, con contraste con sus otros escritos [1] Este es un ejemplo temprano de la barrera que la economía encuentra con el uso de largas cadenas de razonamiento abstracto típicas de nuestra especialidad.

Uno de los puntos que Rasmussen ilumina son las diferencia en las teorías éticas de Hume y Smith. Ninguno pensó que la ética era un producto de la razón; ambos pensaron que era un fenómeno social que resultaba en un “sentimiento”. No obstante, la teoría ética de Hume fue lo que más tarde sería llamada utilitaria: la aprobación moral tenía su origen en lo que era conveniente para la supervivencia de la sociedad. La teoría de Smith era más individualista: la fuente de las reglas sociales y la aprobación o desaprobación de la gente era un sentimiento innato de simpatía hacia nuestros semejantes. La frase que inicia La Teoría de los Sentimientos Morales es justamente famosa:

“Por más egoísta quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla.”

Como lo enfatizó Dugald Stewart en 1793, Smith sintió que el sentimiento de la utilidad de una regla moral podría animar la obediencia a sus preceptos, pero que no era “la fuente principal de aprobación moral.” (Stewart, página 29).

Más fundamentalmente, Hume y Smith diferían acerca de la naturaleza de la “simpatía” de la cual fluían los sentimientos morales. Para Hume, dice Rasmussen, sentir simpatía con otras personas es “una especie de contagio emocional,” o una vibración involuntaria. Para Smith, simpatía sería mejor descrita como empatía. Dependiendo de lo que encontremos cuando “introducimos” los sentimientos de otra persona, podemos terminar desaprobando sus sentimientos si la furia, digamos, es injustificada. (Rasmussen, 90-94).

Una tercera diferencia entre los dos amigos es enfatizada por Rasmussen en el capítulo nueve del libro. Tiene que ver con la actitud de ellos hacia el tipo de sociedad comercial que estaba creciendo ante sus ojos o, como decimos hoy, su actitud hacia el “capitalismo.” Por supuesto, Smith estaba totalmente de acuerdo con Hume en lo referente al comercio no sólo siendo la fuente de prosperidad, sino también de “virtud, libertad, civilidad, conocimiento y felicidad” (169). Ellos concurrían cuando relataban el efecto disolvente del comercio sobre la sociedad feudal, y cuando mantenían que la prosperidad de los países vecinos era algo deseado (u orado, dijo Hume) para asegurar el bienestar del propio país de uno. Hume vio peligros en las sociedades comerciales, en especial la tentación de aventuras coloniales y la acumulación de deuda. Smith estuvo de acuerdo en ambos aspectos. Ambos defendieron la independencia de los Estados Unidos. La deuda pública excesiva era una amenaza inmediata bajo el patrón oro, pero esto es cierto incluso con las monedas fiduciarias de hoy, por sus efectos sobre la inflación de largo plazo. Pero, Smith inesperadamente fue más allá, al destacar los posibles inconvenientes de una sociedad comercial. Mientras que Hume le dio la bienvenida a los sufrimientos y dificultades, Smith lamentó la búsqueda de adornos de la riqueza que caracterizan a una sociedad comercial. Y, más radicalmente, la división del trabajo, la causa principal para Smith de la riqueza de las naciones, tendía a lesionar el espíritu de los trabajadores ordinarios y hacerlos no aptos para la defensa del país.

Aún así, ambos, Hume y Smith, vieron el progreso del comercio y la manufactura como la fuerza principal para el establecimiento de “orden y buen gobierno, y con ellos, la libertad y seguridad de los individuos” (La Riqueza de las Naciones, libro 3, como lo cita Rasmussen, página 162). El hecho es que, como lo destaca Rasmussen, “ni Hume ni Smith eran absolutistas del libre mercado” (168), no resta valor a su contribución al cambio trascendental de la sociedad Occidental en el siglo XVIII. Ellos enseñaron que el gobierno era necesario para garantizar el orden y, explícitamente en el caso de Smith, para asegurar la defensa nacional, las Cortes de Ley y la construcción de obras públicas: o, como lo puso Smith, “paz, impuestos que pueden pagarse fácilmente y una administración de justicia tolerable.” Pero, ambos rechazaron los intentos de los políticos de tratar de promover la prosperidad nacional o defender intereses especiales.

SMITH EN LA OFICINA DE ADUANAS

El hecho de que Smith buscó activamente la posición de Comisionado de las Aduanas de Escocia y la desempeñó durante los últimos doce años de su vida, desde 1778 hasta 1790, ha sido causa de sorpresa e incluso de escándalo para sus seguidores. El problema es que los aranceles impuestos por las Aduanas del Reino Unido eran un instrumento fundamental de la política mercantilista, a la que Smith se opuso tan clamorosamente. Rasmussen asevera que “Smith simplemente no se oponía a todas las tarifas […] Él se opuso a usarlas como un instrumento de monopolio o como un medio para favorecer a las industrias domésticas por encima de las importaciones” (229). Los aranceles eran una fuente importante de fondos para el estado. Y su padre había sido un funcionario aduanal en Kirkcaldy.

Aun así, persisten dudas de por qué él buscó la posición. Gary Anderson et al. (1985) han llevado a cabo un estudio cuidadoso de la actividad de la Oficina de Aduanas de Escocia durante el mandato de Smith. Su conclusión es que Smith no se comportó como si el puesto fuera una canonjía. Cuatro reuniones a la semana y una atención plena a negocios complicados y variados, no era el comportamiento de un economista inclinado hacia la optimización e incluso al aligeramiento de las regulaciones mercantilistas de las Aduanas Escocesas. En esa posición, Smith fue un “burócrata inflexible,” “no un reformador radical que transformó al servicio” según su doctrina anti mercantilista. Ningún eco de su trabajo en las Aduanas puede escucharse en las últimas ediciones revisadas de La Riqueza de las Naciones en 1784. Tal vez, como se reporta que dijo Stigler, Smith estaba cansado de la economía. En esos años finales, puso todo su esfuerzo en revisar y en agregar a La Teoría de los Sentimientos Morales para la edición de 1790. También leyó algunos de sus Essays on Philosophical Subjects [Ensayos sobre temas filosóficos] ante a la Sociedad Literaria de Glasgow, publicados después de su muerte en 1795. Así que, él estaba ocupado plenamente sin voltear su atención hacia su experiencia en la Oficina de Aduanas.

SMITH, HUME Y DARWIN ACERCA DE LA ÉTICA DE LA VIDA SOCIAL

Adam Smith empieza sus Sentimientos Morales haciendo ver que “evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza [del hombre] que lo hacen interesarse en la suerte de los otros.” Aunque él confirma esto con varios ejemplos, no explica el origen de, o la razón para, este rasgo natural. Eso es lo que Charles Darwin intentó suplir en The Descent of Man and Selection in Relation to Sex [El origen del hombre y la selección en relación al sexo] (1871). Él empezó el capítulo III declarando que “de todas las diferencias existentes entre el hombre y los animales más inferiores, la más importante es el sentido moral o la consciencia;” y eso, hasta donde él sabía, “nadie lo ha considerado exclusivamente bajo el punto de vista de la historia natural.”

Interesantemente, Darwin presentó una teoría de la ética bastante similar a aquella de Hume, quien principalmente basó sus sentimientos morales en la utilidad general. Su principal explicación de la evolución de las normas sociales es que ellas “ciertamente han sido desarrolladas para el bien general de la comunidad.”

“La expresión ‘bien general’ puede definirse como el medio por el cual el mayor número posible de individuos puede ser criado en plena salud y vigor, con todas sus facultades perfectas, en las condiciones a las que están expuestos.”

Él separó esta definición de aquella de los utilitarios políticos del siglo XIX, al subrayar la internalización de las normas sociales: “…el bien general o la prosperidad de la comunidad, en vez de la felicidad general.” Los pasos mediante los cuales evolucionó un sentido moral en cualquier animal “con instintos sociales bien marcados” fueron los siguientes. Primeramente, un animal derivaría placer en comunicarse con sus semejantes, desarrollando así un sentimiento de simpatía con ellos. En segundo lugar, recordaría y sentiría insatisfacción cuando ha permitido que una necesidad pasajera domine al instinto social. En tercer término, la habilidad para hablar, una vez adquirida, reforzaría la expresión de la opinión común. Finalmente, el hábito fortalecería el dominio del comportamiento comunal.

Como lo hace ver Rasmussen (98-99), Hume nada bueno hizo para sí cuando enfatizó en exceso que la utilidad es “un fundamento de la parte principal de la moral,” en algún grado sobrepasando a la simpatía como otra cualidad que contribuye a la aprobación moral. En cualquier caso, Smith lanzó su red más ampliamente que la utilidad del grupo cuando explica las normas éticas. El mérito y el demérito dependen de los efectos intentados o realizados de acciones, a los que Smith les permitió un papel en los sentimientos morales. Pero lo que Smith llama “corrección” dependía de la calidad de las acciones como tales, al ser juzgadas por el espectador imparcial que llevamos en nuestro pecho. En nuestra época, juzgaríamos acerca de la corrección del capitán del Titanic al escoger hundirse con el barco, para utilidad de nadie sino como una demostración la cosa correcta por hacer.

Avances posteriores en biología han profundizado en las explicaciones de Darwin y las han hecho menos mecanicistas, por así decirlo. Las hormigas y las abejas se sacrifican por su colmena o su cúmulo por ser hermanas. Nosotros los hombres comerciamos con extraños y extendemos nuestras actitudes morales a individuos que no pertenecen a nuestra tribu.

LA NAVAJA DE HUME

Un asunto permanece por discutirse. Yo lo llamo “la Navaja de Hume” pues me recuerda la navaja de Occam: el mandato de que Entia non sunt multiplicanda praeter necessitate (los supuestos para las explicaciones no deberían multiplicarse innecesariamente). En este caso, esta es la advertencia formulada (ironía de ironías) por Hume, que es ilógico pasar de proposiciones con el verbo ser a órdenes con el verbo deber. Entonces, parecería que Hume, Smith y Darwin deberían haber usado una navaja para cortar las recetas éticas, libres de la psicología social o la teoría evolucionaria. ¿No debería uno abstenerse de deducir reglas éticas de evidencia fáctica? ¿Cuál es la conexión lógica entre la moral y la observación de sentimientos humanos o de la evolución natural? ¿Debería uno desobedecer a Hume, el lógico, y seguir a Smith para discriminar entre valores mirando sus consecuencias? Dejo estas preguntas difíciles para otro día.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] “…[S]u propio estilo didáctico en su último libro famoso [La Riqueza de las Naciones] (no importa qué tan adaptado al tema) -el estilo del libro anterior [Los Sentimientos Morales] era muy superior- ciertamente no era un modelo de buena escritura…” James Woodrow para el Conde de Buchan, después de 1776. Introducción a Lecciones sobre Retórica y Bellas Letras, II. OUP, 1983.

REFERENCIAS

Gary M. Anderson, William F. Shughart II, y Robert D. Tollison (1985): “Adam Smith in the Customhouse”. Journal of Political Economy, Vol. 93, No. 4 (agosto), pp. 740-759.
Isaiah Berlin (1965): The Roots of Romanticism [Las Raíces del Romanticismo]. The A.W. Mellon Lectures in the Fine Arts. Pimlico.
Charles Darwin (1871): The Descent of Man and Selection in Relation to Sex [El origen del hombre y la selección en relación al sexo] Como aparece en ídem, Evolutionary Writings. James A. Secord, editor. Oxford 2008.
David Hume (1734): Treatise of Human Nature [Tratado de la naturaleza humana] L.A. Selby-Bigge, editor (1896). En línea Library of Liberty, Liberty Fund, Indianapolis.
Immanuel Kant (1788): Die Kritik der Practiche Vernunft. [Crítica de la razón práctica]. (Obtenido en español, con la traducción de E. Miñana Villagrasa y M. Garcia Morente, 1913. Austral, 1975.)
Dennis C. Rasmussen (2017): The Infidel and the Professor. David Hume, Adam Smith, and the Friendship that Shaped Modern Thought [El infiel y el profesor: David Hume y Adam Smith]. Princeton.
Douglas B. Rasmussen and Douglas J. Den Uyl (1998): Liberalism Defended. The Challenge of Post-Modernity. Edward Elgar.
Adam Smith (1759, 1790): The Theory of Moral Sentiments [La Teoría de los Sentimientos Morales], D.D. Raphael y A.L. MacFie, editores. Oxford, 1976.
Adam Smith (1776): An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations [Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las Naciones] R.H. Campbell y A.S. Skinner, editores. Oxford, 1976.

Pedro Schwartz es el profesor de investigación en economía “Rafael del Pino” de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid y es un contribuyente frecuente de los medios europeos en temas actuales financieros y de la escena social. Fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.