Actualmente cunde la euforia entre políticos encargados de aumentarnos los impuestos, ante la posibilidad de llenar de gravámenes a la tecnología que nos permite a los ciudadanos tener acceso a formas modernas de conocimiento y entretenimiento, además de disminuir significativamente nuestros costos de información. El absurdo de la pretensión tributaria no llega hasta allí, pues, si los consumidores a ser victimizados pagan los nuevos impuestos, esos gastos ya no serán efectuados en la economía de consumo normal de los hogares. Y después dicen preocuparse por el estado recesivo de la economía. Ya pronto nos pondrán impuestos por cada pálpito o por cada aspiración y expiración o por tratar de procrear: el estado es insaciable y los impuestos siempre vienen adosados a todo en nuestras vidas.


LOS FALLIDOS IMPUESTOS SELECTIVOS AL CONSUMO SON CARNITA PARA LOS POLÍTICOS

Por Adam Hoffer y William F. Shughart II
The Hill
1 de noviembre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letras en color azul, si es de su interés puede verlo en https://thehill.com/opinion/finance/...or-politicians

La Comisión de Medios y Arbitrios de la Casa de Representantes de los Estados Unidos aprobó recientemente una propuesta (proposal) para gravar la nicotina usada en productos de vapeo. Los peligros del vapeo son tema caliente en la actualidad, pero esta ley no es sino uno de los últimos intentos de ingenieros sociales de gravar algo peligroso para nuestra propia protección. Si bien tales propuestas siempre desatan alguna oposición, las políticas paternalistas en años recientes se han hecho cada vez más políticamente populares.

En distintas partes del país, los gobiernos estatales y locales ponen impuestos selectivos a las ventas o específicos (selective sales or excise taxes) a cigarrillos, productos de vapeo, alcohol, bebidas azucaradas, marihuana, chicle, papas fritas, pretzeles, batidos de leche, alimentos horneados, helados, paletas, estacionamientos, drogas ilegales (sí, en verdad), cartas de naipe, habitaciones de hotel, prendas de pieles, “mercadería relacionado con el sexo,” gasolina, vehículos eléctricos, bolsas plásticas y una cantidad interminable de bienes. Recientemente los dulces (Candy) y la carne roja (red meat) han estado atrayendo la atención.

La justificación para esos impuestos usualmente suena benévola. Los impuestos a las bebidas azucaradas se supone que nos hacen más sanos al limitar ganar peso. Los impuestos sobre bolsas plásticas que se usan por una sola vez se supone que harán más limpio a nuestro ambiente y a los océanos más seguros para la vida marina. Ahora, los impuestos a la carne se supone que salvarán nuestros corazones y, además, al planeta.

A pesar de intenciones aparentemente buenas, los impuestos selectivos todos los días empeoran la vida de millones de estadounidenses, cuando el gobierno aumenta los precios de un sinnúmero de bienes de consumo, arresta a los evasores de impuestos y de forma paternalista toma decisiones para adultos que palpablemente viven en una sociedad libre.

El problema con los impuestos selectivos es que ellos no pasan la mayoría de los criterios mediante los que economistas evalúan la política tributaria. Los impuestos selectivos están entre las formas menos efectivas de desalentar un “consumo indeseable.” Agregue a eso que los impuestos selectivos desproporcionadamente cargan a los hogares de menores ingresos, y promueven una toma de decisiones ineficiente por parte de consumidores y empresas.

Para tener una idea de cómo los impuestos selectivos afectan el comportamiento del consumidor, sigamos los pasos de la Economía Básica. Estudios recientes acerca de impuestos a bebidas gaseosas nos brindan buenos ejemplos.

Paso 1: Los impuestos aumentan los precios al por menor. ¿En cuánto? La evidencia (Evidence) del impuesto a las bebidas gaseosas del 2014, en Berkeley, California, sugiere que, alrededor de $0.43 por cada $1.00 de impuesto, se pasa a los consumidores en forma de precios más altos; los vendedores de esos refrescos y sus suplidores pagan el restante $0.57.

Paso 2: Precios más altos (inducidos por los impuestos) predeciblemente reducen el consumo. ¿En cuánto? Un resumen (summary) de varios estudios sugiere que, un aumento del 10 por ciento en el precio de bebidas endulzadas con azúcar, provocaría un descenso en el consumo en un promedio de alrededor de un 12 por ciento.

Paso 3: Los consumidores que compran menos bebidas gaseosas a causa del mayor precio, ahora pueden comprar más de alguna otra cosa. ¿Qué eligen? El cambio exacto varía de persona a persona, pero, varios estudios han medido el efecto de impuestos a alimentos y bebidas (y a prohibiciones plenas) en el consumo de calorías y en el peso.

En Resumen: Los resultados son casi unánimes. Los impuestos a los alimentos y las bebidas fracasan en reducir el peso (fail to reduce weight). Cuando los investigadores encontraron efectos, eran notablemente pequeños (remarkably small).

¿Por qué los impuestos selectivos en comidas y bebidas de elevadas calorías fracasan en mejorar la salud? Primero, porque la mayoría de la gente simplemente paga el impuesto. Compra el producto porque disfruta consumirlo. Para los consumidores que hacen el cambio, la mayoría lo sustituye con bienes de valores calóricos similares. Experimentos (Experiments) revelaron que los impuestos a las comidas y bebidas (o subsidios a productos saludables) no afectan el total calórico de las compras en los supermercados. Cuando las bebidas gaseosas se prohibieron en las escuelas, aumentó significativamente el consumo de leche con chocolate, al igual que lo hizo el ingreso de bebidas gaseosas contrabandeadas a los patios de las escuelas por estudiantes con espíritu empresarial.

Los consumidores que pagan el impuesto para continuar su consumo previo, ahora son más pobres. Con un ingreso disponible menor, los estadounidenses consumen menos (Americans consume fewer) alimentos orgánicos, con poca grasa o menos preservantes, debido a que esas comidas tienden a ser más caras que otras opciones.

Las consecuencias no previstas con las políticas de impuestos selectivos, pueden ser enormes. Entre más fuertemente se grave y regule un producto, más amplia es la ventana para un comercio ilegal. El contrabando de cigarrillos es un negocio multimillonario. Estimaciones sugieren que, más de la mitad de los cigarrillos consumidos en la Ciudad de Nueva York, no tienen el timbre fiscal. Y, cuando la policía cae sobre los evasores, ellos son desviados hacia buscar crímenes más serios; ciudadanos pacíficos que escogen comprar o vender cigarrillos en los mercados negros terminan en la cárcel o en la morgue.

Simplemente los costos de los impuestos selectivos sobrepasan cualquier estimación plausible de sus beneficios. Cada dólar de impuestos que se recauda proviene directamente de los bolsillos de consumidores y productores, entregando así a los políticos un mayor control en las decisiones de compra.

Cuando se trata de crear un mundo más sano, más rico y más feliz, más fe debería recaer en las manos de individuos que toman las decisiones por sí mismos. Después de todo, las ventas de bebidas no alcohólicas azucaradas empezaron a caer mucho más antes que cualquier ciudad las gravara. Ya están disponibles en todo lado recetas para platos vegetarianos y de carne artificial.

Adam Hoffer es profesor asociado de economía en la Universidad de Wisconsin-La Crosse. William Shughart II es el profesor J. Fish Smith de Elección Pública de la Escuela Huntsman de Negocios de la Universidad del Estado de Utah. Ambos profesores son editores y contribuyentes en el reciente libro del Mercatus Center, “For Your Own Good: Taxes, Paternalism, and Fiscal Discrimination in the Twenty-First Century