CÓMO LAS PROPUESTAS DEL PARTIDO DEMÓCRATA DE UN IMPUESTO A LA RIQUEZA DEMUESTRAN IGNORANCIA ECONÓMICA

Por Veronique De Rugy

REASON
24 de octubre del 2019


Atacar a los ricos puede ser buena política, pero es pésima economía.

Es temporada de caza de la riqueza y de quienes la crean. Por ejemplo, candidatos del partido demócrata para la nominación a la presidencia de los Estados Unidos, como el senador Bernie Sanders (Independiente de Vermont), dicen que los “Multimillonarios no deberían existir” y que la disparidad de riqueza en los Estados Unidos es “un escándalo moral y económico.” El empresario de California, Tom Steyer -quien resulta ser un multimillonario- dice que el “senador Sanders está en lo correcto,” en tanto que la senadora Elizabeth Warren (Demócrata de Massachusetts) lamenta la “concentración extrema de la riqueza” en Estados Unidos.

Todos ellos claman, tanto por un impuesto a la riqueza, como un incremento masivo en el gasto, para corregir esta desigualdad y restaurar la “justicia social” en Estados Unidos. Al pedirlo así, ellos demuestran qué tan poco entienden de economía.

Para empezar, la desigualdad de la riqueza es una medida muy pobre de la injusticia en nuestra sociedad. Hablando recientemente en el Instituto Peterson, el economista y anterior secretario del Tesoro, Lawrence Summers, planteó correctamente el caso de que un cambio en la desigualdad de la riqueza tendría un impacto mínimo en la concentración del poder político.

También, reducir la desigualdad es un medio pobre de arreglar cualquier cosa que estos candidatos piensen que aqueja a los Estados Unidos. En un artículo del 2013, publicado por la Institución Brookings, el economista Scott Winship analizó los alegatos hechos acerca de la desigualdad y su impacto negativo sobre diversos aspectos de nuestras vidas. En un resumen de ese artículo para la revista National Affairs, él escribe que “hay poca base para pensar que la desigualdad está en la raíz de nuestros desafíos económicos y, por tanto, para creer que reducir la desigualdad encararía significativamente nuestro crecimiento lento, permitiría una movilidad mayor, impediría crisis futuras o aseguraría las instituciones democráticas de los Estados Unidos.”

Un artículo próximo a publicarse de los académicos del Instituto Cato, Chris Edwards y Ryan Bourne, confirma los hallazgos de Winship y Summers. También, ellos totalmente refutan el alegato de que un estado de bienestar más progresista es imperativo para reducir la desigualdad de la riqueza. La verdad es que, a menudo, los aumentos en los gastos de bienestar reducen la necesidad de ahorrar y provocan que, como resultado, aumente la desigualdad de la riqueza. Como escribe Bourne en Cato: “La evidencia, tanto interna como del extranjero, muestra que los principales programas sociales, incluso la Seguridad Social, aumentan la desigualdad medida de la riqueza, debido a que ellos dejan al no rico con “proporcionalmente menos para ahorrar, menos razón para ahorrar y una gran porción de sus recursos de una forma no heredable, en comparación con los ricos de toda una vida.” Los economistas Baris Kaymak y Markus Posche estiman que la expansión de la Seguridad Social y del Cuidado Médico (Medicare), ocasionaron alrededor de una cuarta parte del aumento en el uno por ciento más alto de participación en la riqueza, durante décadas recientes.”

¿Y qué hay acerca de un impuesto a la riqueza? Dependiendo de su diseño, con seguridad que dañaría la acumulación de riqueza. Sin embargo, el impacto negativo del impuesto a la riqueza no se concentraría en la gente rica. Independientemente de su nivel de ingreso y de riqueza, todo el mundo se vería golpeado. Eso se debe a que, en contra de lo que creen los progresistas de los Estados Unidos, la mayor parte de la riqueza no está dedicada a un consumo extravagante. En vez de ello, está invertida en empresas; se usa para financiar investigación y desarrollo que crearía mejores empleos y servicios para los consumidores; sirve como capital que innovadores y productores piden prestado en los bancos, para poder alimentar otras actividades productoras de riqueza que mejoran el bienestar.

Así que, ya sea que un impuesto a la riqueza crea un desincentivo real a la acumulación de capital o que obliga a los contribuyentes ricos a enviar una porción de dinero mayor a las autoridades impositivas, menos capital estará disponible para todos en la economía, para usarse en sus propios negocios y en su entrenamiento. Esto significa que muchos estadounidenses, más allá de los superricos, serán liquidados por el impuesto.

Esta consecuencia negativa es una razón de por qué muchos países que tenían impuestos sobre la riqueza en la década de los noventa, desde ese entonces los han abandonado. El costo de poner en marcha un impuesto a la riqueza y de la evaluación anual de los activos, a menudo cuesta más que lo que el impuesto genera en ingresos. Por ejemplo, en Francia, el costo administrativo fue el doble de los ingresos generados. Así, no sorprende que el país se deshiciera de su impuesto a la riqueza en el 2018.

Algunos candidatos pueden sentirse bien al fustigar la acumulación de riqueza y amenazar con el uso impuestos para penalizar a los muy ricos. También pueden sentirse bien pidiendo que haya más gasto como medio para reducir la desigualdad. Aunque ninguna de esas políticas logra mucho para lograr esos objetivos, pedirlas sirve de mucho para demostrar su ignorancia económica y una aversión horrible de un grupo de gente, por candidatos que usarían su poder para destruir a aquellos que desprecian. Eso debería asustarnos mucho.

Copyright 2019 Creators.com

Veronique de Rugy, Ph, D., es editora contribuyente de Reason.