No debemos nunca olvidar lo que tuvo su fin hace 30 años: la caída del Muro de Berlín. El derrumbe de la paradoja socialista de tener un estado de los trabajadores, pero convertidos en prisioneros por un muro, a quienes se les impedía, con un costo sumamente elevado, ir a donde querían: a la tierra libre de Berlín en Occidente.

EL MURO DE BERLÍN: SU SURGIMIENTO, CAÍDA Y LEGADO

Por Doug Bandow

Fundación para la Educación Económica
Martes 5 de noviembre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letras en rojo, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/the-berlin-...ll-and-legacy/

El colapso del comunismo fue un triunfo grandioso del espíritu humano. El compromiso con la libertad derrotó el ansia de poder.

Candidatos del Partido Demócrata para presidente de los Estados Unidos promueven el socialismo (socialism). Jóvenes adultos miran al colectivismo como una alternativa seria al capitalismo. La mayoría de los menores de 40 años tiene poca memoria acerca del Muro de Berlín, probablemente el símbolo más dramático de la tiranía humana más asesina que jamás haya afligido al mundo. Después de décadas de opresión, cientos de millones de personas fueron finalmente libres, lo cual hoy damos por un hecho.

El comunismo soviético o la Revolución Bolchevique (Bolshevik Revolution) fue una especie de accidente, una consecuencia trágica del colapso económico y social resultante de la Primera Guerra Mundial. Ausente ese conflicto, Vladimir Ilyich Lenin probablemente habría vivido su vida en el exilio en Suiza, exponiendo doctrinas radicales y jugando ajedrez. Sus colegas posteriores habrían sufrido la oscuridad de las prisiones imperiales o el exilio. El zar de Rusia, Nicolás (Czar Nicholas) habría vivido todo su reinado en el tanto en que su país prosperaba económicamente y se reformaba políticamente. Guillermina de Alemania, con un derecho más amplio que aquel de Gran Bretaña, también habría visto un cambio gradual en el poder hacia el gobierno constitucional liberal, cuando el conservadurismo de los Junkers [antigua nobleza terrateniente de Prusia] perdió influencia.

Por desgracia, colectivamente los europeos saltaron al abismo del conflicto cataclísmico, conduciendo a un continente dominado por el fascismo, el nazismo y el comunismo. La URSS concentró su brutalidad en su propio pueblo, hasta que Adolfo Hitler tomó el control de Alemania. El Führer desató la convulsión conocida como la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que Hitler empezó, pero que no pudo terminar. En 1945, él se suicidó en el búnker de la arruinada cancillería del Reich. Y, la Unión Soviética, guiada por Joseph Stalin, ocupó Berlín.

UNA ALEMANIA DIVIDIDA

Alemania se dividió entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS. En 1949, los primeros tres combinaron sus zonas en lo que llegó a ser la República Federal de Alemania. La zona soviética se convirtió en lo que, de manera no oficial, se conoció en el oeste como la “sogenannt,” [la “supuesta”] o la llamada República Democrática Alemana (RDA). Asimismo, los cuatro poderes vitoriosos ocuparon la capital de Alemania, lo que dejó a Berlín Occidental como un oasis de libertad en medio de Alemania del Este. En 1948, Moscú bloqueó las vías terrestres a Berlín, esperando obligar a que los aliados se fueran; los Estados Unidos se rehusaron ir a la guerra para abrir el paso, respondiendo, en vez de ella, con el afamado puente aéreo. El año siguiente, Stalin abandonó el bloqueo, aunque las relaciones permanecieron tensas.

Los soviéticos despojaron a “su” zona de activos productivos y crearon una dictadura a su imagen. El totalitarismo empobreció a los alemanes, tanto espiritual como económicamente. El resultado fue un éxodo de personas, en especial los profesionales más jóvenes y educados. Para ayudar a frenar la marejada humana, Walter Ulbricht, de Alemania del Este, con el apoyo de Stalin, en 1952 convirtió a la imagen de Winston Churchill de una “Cortina de Hierro” (Iron Curtain), en una frontera verdadera, fortificada, con el Oeste. Sin embargo, la RDA permitió que la frontera interna de Berlín permaneciera abierta. Una razón fue el hecho de que las líneas ferroviarias del este pasaban a través de la capital. El régimen de Ulbricht empezó a desarrollar una red ferroviaria que evitaba a Berlín, la que no se completó sino hasta 1961.

Las personas y el tráfico se movían libremente entre los dos Berlines, lo que facilitó la deserción. Peor aún, lo notó el embajador soviético a la RDA, Mikhail Pervukhin, que

“la presencia en Berlín de una frontera abierta y esencialmente sin control, entre los mundos socialista y capitalista, involuntariamente impulsa a la población a hacer una comparación entre ambas partes de la ciudad, que, desafortunadamente, no siempre resulta en favor del Berlín [del Este] Democrático.”

En la realidad, la comparación nunca resultó en favor (never turned out in favor) de los comunistas. La Republikflucht, o “huida de la república,” era un crimen, pero esencialmente no exigible. Para 1961, un estimado de 1.000 alemanes del este estaba huyendo cada día. Entre 1949 y 1961, una estimación de 3.5 millones de personas; o sea, una quinta parte de la ciudadanía de la RDA, había salido. Y los jóvenes productivos estaban desproporcionalmente representados entre aquellos que huían hacia Occidente. Para 1960, el porcentaje de gente en edad de trabajar de la población de la RDA, se redujo de un 71 por ciento a un 61 por ciento.

Si esas tendencias continuaban, la RDA dejaría de existir.

Durante unos años, igualmente, Ulbricht presionó a los soviéticos para que le dieran permiso de sellar a Berlín. El secretario general del Partido Comunista de la URSS, Nikita Khrushchev, dijo que no, aparentemente por temor al simbolismo negativo de aislar entre paredes a los trabajadores, para quienes, supuestamente, la revolución se había ganado. Sin embargo, posteriormente cambió de idea a mediados de 1961, tal vez porque percibía que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, quien había indicado que no se opondría a la construcción de esa barrera, era débil.

En todo caso, durante la noche del 12 de agosto de 1961, el personal de seguridad de Alemania del Este empezó la construcción de que lo que llegó a conocerse como el Muro de Berlín. Inicialmente, las calles fueron destrozadas y se erigieron alambradas, que pronto serían reemplazadas con un muro de ladrillo y, después, con muchas otras cosas. La barrera se hizo más elevada, más compleja y más letal. Eventualmente, había dos muros con un corredor de la muerte entre ambos. El Muro de Berlín tenía miles de barreras de concreto, con cercos de malla, alambradas de púas, perros entrenados y trincheras contra vehículos. El límite fue suplementado con atalayas, búnkeres y minas. A los guardas fronterizos se les dijo que les dispararan a aquellos que intentaban escapar, según la infame ordenanza “Schiessbefehl.” El paraíso del pueblo mataría a su pueblo para impedirles que huyeran.

UN MURO DE MUERTE

El muro no detuvo la huida de humanos. En vez de ello, obligó a la gente a ser más creativa. Los alemanes del este lo escalaron, lo perforaron con túneles, y volaron por encima. Saltaron desde ventanas de edificios a lo largo de la frontera ̶ que luego fueron demolidos. Los habitantes de la RDA usaron globos aerostáticos, construyeron submarinos y crearon compartimentos secretos en carros. Se estima que 100.000 personas trataron de escapar y 5.000 lo lograron. Muchos de quienes fracasaron en su arremetida hacia la libertad pagaron un precio elevado. Decenas de miles de alemanes del este fueron hechos prisioneros por la Republikflucht. Alrededor de 200 fueron asesinados -nadie sabe con certeza cuántos- al desafiar el Muro de Berlín. Incluyan a aquellos que fueron asesinados al intentar cruzar la frontera en otras partes y la cifra de muertos probablemente excedería a los 1.000.

El primer ciudadano de Berlín que murió en un intento de huir fue Ida Siekmann, de 58 años de edad, quien, el 22 de agosto de 1961, saltó desde una ventana en su edificio en una calle de Berlín Occidental (el área después fue arrasada y convertida en un “corredor de la muerte”). Dos días después, fue asesinado el primer berlinés, Guenter Litfin, sastre de 24 años de edad, por las autoridades de la RDA, al que se le disparó cuando intentaba nadar atravesando el Río Spree.

El verdadero horror de un sistema que puso en prisión a un pueblo entero, fue más dramáticamente ilustrado casi un año después, el 17 de agosto de 1962, cuando agentes de la patrulla de fronteras de Alemania del Este le dispararon a un albañil de 18 años de edad, Peter Fechter, al tratar de remontar el muro. Dejaron que un Fechter consciente se desangrara a plena vista de los residentes de Berlín Occidental. Él fue el vigésimo séptimo berlinés en morir buscando la libertad.

La carnicería continuó año tras año, incluso cuando el Imperio Soviético empezó a implosionar. El gobierno de la RDA, en ese momento bajo el cruel de línea dura, Erich Honecker, continuó asesinando personas que simplemente deseaban vivir siendo libres. El 6 de febrero de 1989, el joven de 20 años de edad, Chris Gueffroy, se convirtió en el último alemán oriental en ser asesinado mientras huía. Él y su amigo Christian Gaudian, equivocadamente creyeron que la orden de disparar ya había sido levantada. Al escalar el último muro a lo largo de un canal, se le disparó y se le asesinó. Hoy Gueffroy tendría 51 años de edad.

Gaudian fue herido, arrestado y sentenciado a tres años de prisión. Pero, fue liberado bajo fianza en setiembre de 1989 y enviado a Berlín el mes siguiente. Los cuatro guardias fronterizos que le dispararon a Gueffroy y Gaudian fueron condecorados, pero ellos, junto con dos funcionarios del Partido Comunista, luego fueron enjuiciados en la Alemania reunificada (en última instancia, recibieron poco o ningún encarcelamiento).

Un berlinés más iría a morir. Un ingeniero eléctrico de 32 años de edad, Winfried Freudenberg, usó un globo hecho en casa para huir. Se estrelló el 8 de marzo, muriendo en el accidente. Para ese entonces, el comunismo se estaba desintegrando en Polonia y Hungría. Cuando el último empezó a derribar el muro en la frontera con Austria en mayo, se hizo un enorme hueco en la Cortina. Los alemanes orientales empezaron a salir a raudales.

Las manifestaciones hicieron erupción en la RDA, dpuestas de relieve por gente determinada a permanecer y transformar a su país. Honecker, se reportó, quiso disparar y pidió la intervención soviética. Mikhail Gorbachev se rehusó y los colegas de Honecker le despidieron en octubre. Pero, los intentos tibios de reforma no pudieron detener el tsunami de libertad. El 4 de noviembre, un millón de personas marchó en Berlín Oriental, demandando el fin del comunismo.

El 9 de noviembre de 1989, fuese lanzaron a la basura, simbólicamente, décadas de opresión. Había habido otros momentos de esperanza. En 1953, las demostraciones en Alemania del Este; en 1956, la Revolución de Hungría y, en 1968, la Primavera de Praga. Pero, todas fueron aplastadas con diversos grados de brutalidad sangrienta.

Sin embargo, 1989 era diferente. Y fue el resultado de un error (result of a mistake). La RDA decidió permitir a los alemanes del este presentar solicitudes de visas para viajar. El vocero del Politburó, Guenter Schabowski, no estuvo durante la mayor parte de la reunión crítica, pero fue encargado de anunciar la nueva política a la prensa internacional. Él indicó que las personas ahora podían viajar, “inmediatamente, sin retraso.” Las masas se reunieron en los cruces fronterizos de Berlín, mientras que los guardias fronterizos buscaban, infructuosamente, guía desde arriba. Al no recibir alguna, abrieron la puerta después de 10.316 días brutales, algunas veces criminales.

La euforia de esa noche -con berlineses del Este y del Oeste yendo hacia el oeste y el este- no fue el final de la RDA. Pero, esas emociones poderosas anunciaron el fin del régimen. Nada, incluyendo los desesperados intentos de los funcionarios de Alemania Oriental por preservar su estado y las objeciones furtivas de funcionarios de Alemania Occidental a una reunificación alemana, podía detener la demanda popular de unir de nuevo al Humpty Dumpty alemán.

No obstante, la libertad no fue plenamente restaurada sino hasta que el resto de los estados de Europa del Este defenestró a sus regímenes comunistas, incluyendo a Rumanía, cuyo líder, Nicolae Ceausescu, eran un loco, incluso bajo los estándares comunistas. Él y su esposa huyeron en helicóptero mientras que los manifestantes, que se habían reunido para hacer una arenga, lo echaban a gritos. Su piloto indicó: “Ellos parecía que estuvieran desmayándose. Estaban pálidos del terror.”

La Noche de Navidad, los soldados no podían esperar para empezar a disparar a fin de llevar a cabo la sentencia de muerte de una corte marcial sumarísima. Más importante, la Unión Soviética finalmente se disolvió. Mikhail Gorbachev renunció el Día de Navidad en 1991; la bandera soviética fue bajada por última vez a medianoche. El 26, ya no más existía la URSS.

DESPUÉS DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

Es imposible sobreestimar la importancia de aquel momento. En la Alemania Nazi había una maldad particular, con el intento de exterminar todo un pueblo, un grupo que por largo tiempo fue chivo expiatorio y perseguido. Sin embargo, el recuento de muertes del comunismo hace que se empequeñezca aquel del fascismo, en general, y del nazismo, específicamente. El Libro Negro del Comunismo [The Black Book of Communism] estimó el número de muertos en más de 100 millones. Los datos de R.J. Rummel, en Death by Government, son similares, aunque analistas difieren en sus cifras acerca de países específicos. Y la represión brutal, si no es que necesariamente el asesinato en masa (mass murder), continúa entre sobrevivientes del comunismo, como China, Cuba, Laos, Corea del Norte y Vietnam.

A menudo, el asesinato ni siquiera tenía un sentido lógico. Rummel describió así a la URSS de Stalin:

“[E]l asesinato y las cuotas de arresto no funcionaron bien. En donde hallar a los ‘enemigos del pueblo’ para quienes fueran a dispararles, fue un problema particularmente agudo para la NKVD local, la que había sido diligente en descubrir ‘complots.’ Tenían que acudir a dispararles a aquellos arrestados por el menor de los crímenes civiles, a aquellos previamente arrestados y liberados e incluso a madres y esposas que se presentaban a los cuarteles de la NKVD, pidiendo información acerca de sus seres queridos arrestados.”

Ciertamente, este sistema fue un Imperio del Mal, como lo describiera el presidente Ronald Reagan. El 9 de noviembre, se abrió el Muro de Berlín, para nunca volver a ser cerrado. Desaparecieron las autocracias comunistas europeas, aunque encontraron que la transición hacia un capitalismo democrático fue más difícil de lo que la mayoría de los analistas había predicho y en lo que todos tenían esperanza. Tal vez, lo más trágico ha sido el retroceso de Rusia al autoritarismo. Sin embargo, el colapso del comunismo fue un triunfo grandioso del espíritu humano. El compromiso con la libertad derrotó el ansia de poder.

Hubo muchos héroes en la lucha por la libertad. Algunos son famosos, como Alexander Solzhenitsyn, el novelista soviético que hizo una crónica de los horrores del gulag, y Lech Walesa, el electricista polaco que se subió a lo alto de una pared en un astillero en Gdansk, para desafiar a los gobernantes de su país. Antes que ellos, estuvieron Imre Nagy y Pal Maleter, que guiaron a los revolucionarios húngaros y fueron ejecutados por los soviéticos y sus lacayos locales. De importancia particular, fue Mikhail Gorbachev, un comunista reformista, quien críticamente mantuvo a las tropas soviéticos en sus barracas durante 1989.

Y, por supuesto, Ronald Reagan. Él creía que el comunismo podía ser derrotado. El 12 de junio de 1987, se puso de pie enfrente de la Puerta de Brandemburgo y emitió su famoso desafío:

“Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y Europa Oriental, si usted busca la liberalización: ¡Venga a este muro! ¡Señor Gorbachov, abra esta puerta! ¡Señor Gorbachov, haga caer este muro!“

No obstante, todavía más importantes fueron los ciudadanos comunes y corrientes alrededor del continente, quienes hicieron la revolución. Ellos se resistieron a los apparatchiks. Mantuvieron vivo al sueño. Se manifestaron por el cambio. Sufrieron en prisión y algunas veces fueron asesinados. En última instancia, terminaron con el comunismo, país tras país.

Han pasado tres décadas -el muro ha estado derribado por más tiempo del que estuvo en pie- pero deberíamos continuar celebrando la caída del Muro de Berlín y el final del sistema monstruosamente malvado detrás de él. El espíritu de libertad hoy sobrevive. Hay revoluciones de libertad adicionales que deberían y deben organizarse en el futuro.


Doug Bandow es compañero senior del Instituto Cato y autor de numerosos libros acerca de economía y política. Él escribe regularmente acerca de la no intervención militar.